CAPÍTULO 9
De los bienes y provechos grandes que hay
en el ejercicio del propio
conocimiento.
Para que nos animemos más a este ejercicio de nuestro propio
conocimiento, iremos diciendo algunos de los grandes medios y provechos
que hay en él. Ya queda dicho (cap. 5) uno muy principal, que es ser
fundamento y raíz de la humildad y medio necesario para alcanzarla y
conservarla. Preguntado uno de aquellos Padres antiguos cómo podría uno
alcanzar la verdadera humildad, respondió: El que apartare los ojos de las
faltas ajenas y los pusiere en las suyas propias, cavando y ahondando en su
propio conocimiento, ese alcanzará la verdadera humildad. Esto sólo
bastaba para que procurásemos darnos mucho a este ejercicio, pues tanto
nos va en alcanzar la virtud de la humildad.
Pero pasan adelante los Santos y dicen que el humilde conocimiento
de sí mismo es más cierto camino para conocer a Dios que el profundo
ejercicio de todas las ciencias. Y esa es la razón que da San Bernardo,
porque ésta es más alta ciencia que las demás y de mayor provecho,
porque por aquí viene el hombre en conocimiento de Dios. Lo cual dice
San Buenaventura que nos da a entender aquel misterio del sagrado
Evangelio, que Cristo Redentor obra en aquel ciego desde su nacimiento,
poniéndole lodo en los ojos, le dio vista corporal con que se viese a sí, y
vista espiritual con que conociese a Dios y le adorase. Así, dice, a
nosotros, que nacemos ciegos con ignorancia de Dios y de nosotros
mismos, nos da Dios vista, poniendo sobre nuestros ojos el lodo de que
fuimos formados, para que, considerando que fuimos un poco de lodo,
recibamos vista con que nos veamos y conozcamos primero a nosotros, y
de ahí vengamos a conocer a Dios.
Esto mismo pretende la Iglesia nuestra Madre con aquella santa
ceremonia, que usa al principio de la Cuaresma, de ponernos lodo encima
de los ojos: Acuérdate, hombre, que eres lodo y polvo, y que en eso te has
de volver; para que, conociéndose a sí, venga a conocer a Dios, y a pesarle
de haberle ofendido, y hacer penitencia de sus pecados. De manera que el
verse y conocerse a sí mismo, el considerar el hombre su lodo y su bajeza,
es medio para venir en conocimiento de Dios. Y mientras más conociere
uno su bajeza, más conocerá y echará de ver la grandeza alteza de Dios.
Porque un contrario puesto junto de su contrario, y un extremo puesto
delante del otro extremo, echase más de ver: lo blanco puesto sobre lo
negro resplandece y campea mucho más. Pues el hombre es la suma
bajeza, y Dios la suma alteza; son dos extremos contrarios; de ahí es que
mientras más uno se conoce a sí mismo, viendo que de sí no tiene bien
ninguno, sino nada y pecados, más echa de ver la bondad y misericordia y
liberalidad de Dios que se inclina a amar y tratar con tan grande bajeza
como la nuestra.
De aquí se viene el ánima a encender e inflamar mucho en amor de
Dios, porque nunca se acaba de maravillar y de dar gracias a Dios, viendo
que siendo el hombre tan miserable y malo, le sufre Dios y le hace tantas
mercedes, que muchas veces no nos podemos nosotros sufrir a nosotros
mismos, y que sea tanta la bondad de Dios y misericordia para con
nosotros, que no sólo nos sufra, pero que diga Él (Prov., 8, 31): Mis
deleites son estar con los hijos de los hombres. ¿Qué hallasteis, Señor, en
los hijos de los hombres, para que digáis que vuestros deleites son estar y
conversar con ellos?
Por esto usaban tanto los Santos este ejercicio del propio
conocimiento, para venir en mayor conocimiento de Dios y en mayor amor
de su divina Majestad. Este era el ejercicio y oración que usaba San
Agustín: Dios mío, que siempre estás en un ser y nunca te mudas,
conózcame a mí y conózcate a Ti. Esa era la oración en que el humilde San
Francisco gastaba los días y las noches: ¿Quién Vos, y quién yo? Por aquí
vinieron los Santos a muy alto conocimiento de Dios. Este es camino muy
seguro y cierto para eso; y mientras más bajareis y ahondareis en vuestro
propio conocimiento, más subiréis y creceréis en el conocimiento de Dios, y de su bondad y misericordia infinita; y también mientras más subierais y crecierais en el conocimiento de Dios,
más bajaréis y medraréis en el vuestro. Porque la luz celestial descubre los
rincones, y hace avergonzar al alma de lo que aun a los ojos del mundo
parece muy bueno. Dice San Buenaventura: Así como cuando los rayos del
sol entran en un aposento se parecen luego los átomos, así el alma ilustrada
con el conocimiento de Dios, con los rayos de aquel verdadero Sol de
Justicia, luego ve en sí aun las cosas mínimas, y así viene a tener por malo
y defectuoso lo que, el que no tiene tanta luz, tiene por bueno.
Esta es la causa porque los santos son tan humildes y se tienen tan en
poco, y mientras mayores santos, son más humildes y se tienen en menos.
Porque, como tienen más luz y mayor conocimiento de Dios, se conocen
mejor a sí, y ven que de su cosecha no tienen sino nada y pecados; y por
mucho que se conozcan, y por muchas faltas que vean en sí, siempre creen
que hay otras muchas que ellos no ven, y creen que la menor parte de sus
males es la que ellos conocen, y por tales se tienen. Porque así como creen
que Dios es más bueno de lo que ellos conocen, así también creen que
ellos son más malos de lo que alcanzan. Así como por mucho que
conozcamos y entendamos de Dios, no le podemos comprender, sino
siempre hay en Él más y más que entender y conocer, así, por mucho que
nos conozcamos a nosotros, y por mucho que nos despreciemos y
humillemos, no podremos abajar ni llegar a lo profundo de nuestra miseria.
Y esto no es encarecimiento, sino verdad llana; porque como el hombre no
tiene de su cosecha sino nada y pecados, ¿quién podrá humillarse y
abajarse tanto, cuanto merecen estos dos títulos?
De una Santa se lee que pidió a Dios luz para conocerse, y vio en si
tanta fealdad y miseria, que no lo pudo sufrir, y tornó a suplicar a Dios:
Señor, no tanto, que desmayaré. Y el B. Padre Maestro Ávila dice que
conoció él a una persona que rogó muchas veces a Dios que le descubriese
lo que ella podía ser; le abrió Dios los ojos tantico, y le hubiera de costar
caro; se vio fea y abominable, que a grandes voces decía: ¡Señor, por vuestra misericordia quitadme este espejo, de delante de mis ojos; no
quiero ver más mi figura!
De aquí nace también en los siervos de Dios aquel odio y
aborrecimiento santo de sí mismo de que dijimos arriba, porque cuanto
más conocen la bondad inmensa de Dios y más la aman, tanto más se
aborrecen a sí mismos, como a contrarios y enemigos de Dios, conforme a
aquello de Job (7. 20): [¿Por qué me has puesto contrario a Ti, y a mí
mismo soy pesado?] Ven que en sí mismos tienen la raíz de todos los
males, que es la mala y perversa inclinación de nuestra carne, de la cual
proceden todos los pecados, y con este conocimiento se levantan contra sí
mismos y se aborrecen. ¿No os parece que es razón aborrecer a quien os
hizo dejar y trocar un bien tan grande, como es Dios, por tomar un poco de
gusto y contentamiento? ¿No os parece que es razón tener odio a quien os
hizo perder la gloria eterna, y merecer el infierno para siempre jamás? A
quien os causó tanto mal y aun todavía lo procura, ¿no os parece que es
razón aborrecerle? Pues éste sois vos, contrario y enemigo de Dios, y
contrario y enemigo de vuestro propio bien y de vuestra salvación.
EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y
VIRTUDES CRISTIANAS.
Padre Alonso Rodríguez, S.J