CAPITULO 11
De otros bienes y provechos grandes que hay en el
ejercicio del
propio conocimiento
Uno de los principales medios que podemos poner de nuestra parte
para que el Señor nos haga mercedes y nos comunique grandes dones y
virtudes, es humillarnos y conocer nuestra flaqueza y miseria. Y así decía
el Apóstol San Pablo (2 Cor, 12, 9): De muy buena gana me gloriaré en
mis flaquezas, enfermedades y miserias, para que así more en mí la virtud
de Cristo. Y San Ambrosio., sobre aquellas palabras: [Me huelgo y me
glorío en mis enfermedades], dice: Si se ha de gloriar el cristiano, ha de ser
en su bajeza y poquedad, porque ése es el camino para crecer y valer
de Dios. San Agustín trae a este propósito aquello del Profeta (Sal 67, 10):
[Lluvia voluntaria darás, Señor, a tu heredad; ella enfermó, y Tú la
recreaste]. La lluvia voluntaria y graciosa de sus dones y gracias, ¿cuándo
pensáis que la dará Dios a su heredad, que es el alma? Cuando ella
conociere su enfermedad y miseria, entonces la perfeccionará Dios, y caerá
sobre ella la lluvia voluntaria y graciosa de sus dones. Así como acá los
pobres mendigos, mientras más descubren su pobreza y sus llagas a los
hombres ricos y misericordiosos, más les mueven a piedad y más limosnas
reciben de ellos; así, mientras más uno se humilla y se conoce, y mientras
más descubre y confiesa su miseria, más convida e inclina la misericordia
de Dios a que se compadezca y apiade de él, y le comunique con mayor abundancia los dones de su gracia (Is 40, 29]: [Quien al cansado da
fuerzas y hace fuertes y esforzados a los que parece que no tienen ser].
Para decir en breve los bienes y provechos grandes de este ejercicio,
digo que para todas las cosas es remedio universal el propio conocimiento.
Y así, en las preguntas que se hacen en las conferencias espirituales que
solemos tener, de dónde nace tal cosa y qué remedio para ella, casi en
todas podemos responder que aquello nace de falta de conocimiento propio,
y que el remedio sería conocerse a sí mismo y humillarse. Porque si
preguntáis de dónde nace el juzgar a mis hermanos, digo que de falta de
conocimiento propio; porque si anduvieseis dentro de vos, tendríais tanto
que mirar y llorar vuestros duelos, que no tendríais cuenta con los ajenos.
Si preguntáis de dónde nace hablar a mis hermanos palabras ásperas y
mortificativas, también nace de falta de conocimiento propio; porque si
vos os conocierais y os tuvieseis por el menor de todos, y a cada uno le
miraseis como a superior, no tendríais atrevimiento para hablarles de esa
manera. Si preguntáis de dónde nacen las excusas, las quejas y
murmuraciones, por qué no me dan esto o lo otro, o por qué me tratan de
esta manera, que está que nacen de eso. Si preguntáis de dónde nace el
turbarse y entristecerse uno demasiado, cuando es molestado de tales o
tales tentaciones, o cuando ve que cae muchas veces en algunas faltas, y
melancolizarse y desanimarse con eso, también nace de falta de propio
conocimiento: porque si tuvieseis humildad y consideraseis bien la malicia
de vuestro cerrazón, no os turbaríais ni desmayaríais por eso, antes os
espantaríais cómo no pasan peores cosas por vos, y cómo no dais mayores
caídas: y andaríais alabando y dando gracias a Dios porque os tiene de su
mano para que no caigáis en lo que cayerais si Él no os tuviera. De una
sentina y manantial de vicios, ¿qué no ha de brotar? De tal muladar, tales
olores como ésos se han de esperar: y de tal árbol, tal fruto. Sobre aquellas
palabras del Profeta (Sal 102, 14): [Se acordó que somos polvo], dice San
Anselmo: ¿Qué mucho que el viento se lleve al polvo? Si pedís remedio
para tener mucha caridad con vuestros hermanos, para ser obediente, para
ser paciente, para ser muy penitente, aquí hallaréis remedio para todo.
De nuestro Padre San Francisco de Borja leemos que yendo de
camino le encontró un señor de estos reinos, amigo suyo, y cómo le vio
que andaba con tanta pobreza e incomodidad, condoliéndose de él, le rogó
que tuviese más cuenta con su persona y regalo. Le dijo el Padre con
alegre semblante y mucha disimulación: no le dé pena a vuestra señoría, ni
piense que voy tan desapercibido como le parece; porque le hago saber que
siempre envío delante un aposentador que tiene aderezada la posada y todo regalo. Le preguntó aquel señor quién era este aposentador. Respondió: Es
mi propio conocimiento y la consideración de lo que yo merezco, que es el
infierno por mis pecados; y cuando con este conocimiento llego a
cualquier posada, por desacomodada y desapercibida que esté, siempre me
parece más regalada de lo que yo merezco.
En las Crónicas de la Orden de los Predicadores se cuenta de la
bienaventurada Santa Margarita, de la dicha Orden, que una vez hablando
con ella un religioso, gran siervo de Dios y muy espiritual, entre otras
cosas le dijo cómo él había suplicado a Dios muchas veces en la oración,
que le mostrase el camino que los Padres antiguos habían llevado para
agradarle tanto y recibir de su mano las muchas mercedes que recibieron;
que estando una noche durmiendo, le fue puesto delante un libro escrito
con letras de oro; y luego le despertó una voz que decía: «Levántate y lee»;
y que se había levantado y leído estas pocas palabras, pero celestiales y
divinas: «Esta fue la perfección de los Padres antiguos: amar a Dios,
despreciase a sí mismos, no despreciar a nadie, ni juzgarle.» Y luego
desapareció el libro.
EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y
VIRTUDES CRISTIANAS.
Padre Alonso Rodríguez, S.J.