CONVERSION DE UN DUQUE
Año 785, Aix-le-Chapelle, Francia
Aquel magnánimo rey de los francos, Carlomagno, no siéndole dado subyugar al orgulloso duque de Sajonia, Witikindo, como lo había hecho ya con la fuerza de las armas a los de su nación, y no perdiendo por otra parte la esperanza de ganárselo a su amistad y gracia, tomo la determinación de mandar embajadores que le propusieran una entrevista enviándole al propio tiempo rehenes que garantizasen la seguridad de su persona.
Witikindo, más por temer la nota de cobarde que por dar gusto al Rey, aceptó la propuesta de ir a su corte; y llegado a ella, la majestad y bondad de Carlomagno lograron lo que tantos y tan valerosos ejércitos francos no habían obtenido, pues el indomable sajón rendía en señal de respeto sus armas al Emperador y se congratulaba de ser amigo de un tan poderoso príncipe. Pero Carlomagno no quedaba satisfecho de haberle ganado para sí y su nación, aspiraba a más su noble y religioso corazón, deseaba conquistarle para Cristo.
En efecto: el día en que Witikindo se presentó a la corte de Carlomagno le hizo examinar atentamente la Religión de Cristo, que tan cruelmente había hasta entonces perseguido. Conocerla y sentirse preso de admiración y amor fue cosa de un instante; así que, abiertos los ojos a la luz de Dios que interiormente obraba en él aquella mudanza, no pensó más que en recibir el Bautismo para hacerse cristiano, y, volviéndose a su país, dio de mano con los ídolos y errores del paganismo.
Poco tiempo después de su llegada a Sajonia, no estando todavía suficientemente instruido en los misterios del Cristianismo, vínole curiosidad de ver lo que pasaba en los reales católicos de Carlomagno, y para hacerlo más a su placer se vistio en hábito de peregrino y se va a Aix-le- Chapelle, donde por ser tiempo de Semana Santa toda la gente comulgaba y la armada francesa cumplía con el precepto Pascual.
Andaba Witikindo de una parte a otra con grande atención y piadosa curiosidad, observándolo todo sin cansarse de admirar la belleza de las ceremonias católicas; mas siendo pocos días después reconocido por un oficial del Emperador, le llamo Carlomagno a su palacio y le preguntó cuál era el motivo de su viaje en traje tan humilde. "La curiosidad, respondió el sajón: he pensado, conmigo mismo, que así pobremente vestido tendría más comodidades de examinar lo que pretendía. —Y ¿qué impresión, le dijo el Emperador, os han producido los Oficios del culto católico?— Todo me ha impresionado profundamente; empero, lo que me ha causado mayor admiración es que cuando el sacerdote volviéndose a vosotros os daba un pequeño pan, he visto que ese pan se convertía en un tierno niño resplandeciente de hermosura; le he contemplado con sumo gozo de mi espíritu, y mis ojos se fijaron en él al ver como tendía los brazos y se dirigía con amor hacia todos los que se llegaban al pie del altar; pero he reparado que a algunos se entregaba de muy mala gana, con manifiestas señales de repugnancia y horror."
"Dios os ama, Witikindo, le respondio el Emperador, pues os ha concedido la gracia de haber visto lo que nosotros creemos por la fe. El pan se convierte en el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo así que el sacerdote acaba de pronunciar las palabras de la consagración. El se da con alegría a las almas puras, y por el contrario se entrega con indignación a los que tienen su corazón manchado por el pecado. Plugo al Señor manifestaros este misterio a fin de obrar vuestra perfecta conversión."
El Duque abrazó luego con todo su pueblo la Religión Católica.
(Rohrbacher, Historia Universal de la Iglesia,
libro 53. — Crantzius, Hist. de los Sajones, lib. 3.)
P. Manuel Traval y Roset