lunes, 12 de agosto de 2013

LA VERDAD


LA VERDAD 

poema del Beato Carlos Manuel Rodríguez. 

LA VERDAD ES UNA GRAN SEÑORA. Es una dama única de alta alcurnia, de noble estirpe. Es sencilla. Se adorna con dos joyas que lleva siempre prendidas al pecho. Estas son símbolos de cualidades intrínsecas suyas. 

Una de estas joyas es clara y transparente como el agua del manantial, como el cristal incoloro. Sólo a través de ella puede captarse y verse la realidad objetiva. Es una joya, muy rara y desconocida, lo cual hace que la mayoría no sepa aquilatarla en su justo valor. Se llama la humildad. 

La otra es roja como el rubí. Es la caridad, el amor. El amor genuino no puede existir si no procede de la verdad. La verdad ama al equivocado, aún a aquel que de ella se burla y la persigue, y cual madre cariñosa quisiera traerlo a su seno para alimentarlo con su substancia pura y sin mezcla de contaminación. Quiere, se desvela, se afana por darle la vida genuina y la vista intelectual de la cual este carece. Ella ama al equivocado como sólo una madre verdadera puede hacerlo, pero no transige con el error. No puede hacerlo, su misma esencia peligraría. Dejaría de ser lo que es si llegara a contemporizar con el error. Ella no conoce las transacciones de conveniencia. No quiere, se opone, resiste a hacer concesiones. ¿Orgullo? ¿Terquedad? ¿Estrechez? No, no puede ser. No es eso. 

La verdad es humilde, porque la humildad verdadera, germina en la verdad. La verdad es firme, segura, equilibrada, mas no terca. Ella es amplia como el infinito porque todo lo abarca, pero es una. 

El error sí es orgulloso. La soberbia es su esencia. El error es atrevido, irreverente, jactancioso, burlón. No quiere darle paso a la verdad porque sabe que con esto firmaría su propia sentencia de muerte. Es que la verdad posee tal semblante, que una vez contemplada, arrastra en pos de sí al privilegiado que pudo tener la dicha de verla. El error es terco y estrecho, pero es múltiple. El error confunde y engaña a las mentes pequeñas, y a veces, con harta frecuencia, para desgracia, a muchos no tan pequeños. Esta es su misión, su razón de ser. Su multiplicidad, sus concesiones, confunden. Se llega a creer que por ser múltiple, el error es la libertad. Se llega a pensar que aceptar algo único, algo que excluya lo contrario, lo truncado, lo amalgamado, es una limitación.

En apariencia la verdad limita: la verdad recorta, escoge, selecciona cada cosa y luego la nombra con el nombre propio de su autenticidad intrínseca y substancial. Si digo flor, y lo digo con toda sinceridad y de acuerdo a la realidad objetiva ya no puedo decir que es tallo, ni tierra, ni piedra. Es flor y no hay otra alternativa. 

¡Dichosa limitación la que me impone la verdad! Esa es la verdadera libertad. La verdad limita en apariencia pero liberta, da vida, une firmemente. Es siempre interesante y nueva. 

El error es siempre opresor y tirano. Sus concesiones son la emboscada que utiliza para engañar atraer a los incautos. El error es monótono. No une, sino que amalgama lo que es contradictorio entre sí. 

Quien con el error transige no ama la verdad, no la conoce. El horror a lo falso es la clave del amor a la verdad. Quien no ama la verdad por encima de todo y a costa de todos los contratiempos y sacrificios, no merece encontrarla ni conocerla. 

No podemos hacer concesiones de la verdad. No podemos truncarla por una falsa idea de tolerancia, porque no la hemos creado nosotros, no nos pertenece en ese sentido. Hay que aceptarla como es.

Por amor a la verdad atrevámonos a todo sin olvidar que no hay verdad sin caridad. No nos atrevamos a nada que favorezca el error.


domingo, 11 de agosto de 2013

LA AMOROSA PERMANENCIA DE CRISTO EN EL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR


Venid a Mí todos los que
estáis trabajados y abrumados,
que Yo os aliviaré.
(Mt. 11, 28)

PUNTO 1

Nuestro amantísimo Salvador, al partir de este mundo después de haber dado cima a la obra de nuestra redención, no quiso dejarnos solos en este valle de lágrimas. “No hay lengua que pueda declarar –decía San Pedro de Alcántara– la grandeza del amor que tiene Jesús a las almas; y así, queriendo este divino Esposo dejar esta vida para que su ausencia no les fuese ocasión de olvido, les dio en recuerdo este Sacramento Santísimo, en el cual Él mismo permanece; y no quiso que entre Él y nosotros hubiera otra prenda para mantener despierta la memoria”.

Este precioso beneficio de nuestro Señor Jesucristo merece todo el amor de nuestros corazones, y por esa causa en estos últimos tiempos dispuso que se instituyese la fiesta de su Sagrado Corazón, como reveló a su sierva Santa Margarita de Alacoque, a fin de que le rindiésemos con nuestros obsequios de amor algún homenaje por su adorable presencia en el altar, y reparásemos, además, los desprecios e injurias que en este Sacramento de la Eucaristía ha recibido y recibe aún de los herejes y malos cristianos.

Se quedo Jesús en el Santísimo Sacramento: primero, para que todos le hallemos sin dificultad; segundo, para darnos audiencia, y tercero, para dispensarnos sus gracias. Y en primer lugar, permanece en tantos diversos altares con el fin de que le hallen siempre cuantos lo deseen.

En aquella noche en que el Redentor se despedía de sus discípulos para morir, lloraban éstos, transidos de dolor, porque les era forzoso separarse de su amado Maestro. Mas Jesús los consoló diciéndoles, no sólo a ellos, sino también a nosotros mismos: “Voy, hijos míos, a morir por vosotros para mostraros el amor que os tengo; pero ni aun después de mi muerte quiero privaros de mi presencia. Mientras estéis en este mundo, con vosotros estaré en el Santísimo Sacramento del Altar. Os dejo mi Cuerpo, mi Alma, mi Divinidad y, en suma, a Mí mismo. No me separaré de vuestro lado”. Estad ciertos de que Yo mismo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos (Mt. 28, 20).

“Quería el Esposo –dice San Pedro de Alcántara– dejar a la Esposa compañía, para que en tan largo apartamiento no quedara sola, y por ello le dejó este Sacramento, en el cual Él mismo reside, que era la mejor compañía que podía darle”.

Los gentiles, que se forjaban tantos dioses, no acertaron a imaginar ninguno tan amoroso como nuestro verdadero Dios, que está tan cerca de nosotros y con tanto amor nos asiste. “No hay otra nación tan grande que tenga a sus dioses tan cerca de ella como el Dios nuestro está presente a todos nosotros” (Dt. 4, 7). La santa Iglesia aplica con razón el anterior texto del Deuteronomio a la fiesta del Santísimo Sacramento.

Ved, pues, a Jesucristo que vive en los altares como encerrado en prisiones de amor. Le toman del Sagrario los sacerdotes para exponerle ante los fieles o para la santa Comunión, y luego le guardan nuevamente. Y el Señor se complace en estar allí de día y de noche...

¿Y para qué, Redentor mío, queréis permanecer en tantas iglesias, aun cuando los hombres cierran las puertas del templo y os dejan solo? ¿No bastaba que habitaseis allí con nosotros en las horas del día?... ¡Ah, no! Quiere el Señor morar en el Sagrario aun en las tinieblas de la noche, y a pesar de que nadie entonces le acompaña, esperando paciente para que al rayar el alba le halle en seguida quien desee estar a su lado.

Iba la Esposa buscando a su Amado, y preguntaba a los que al paso veía (Cant. 3, 3): ¿Visteis por ventura al que ama mi alma? Y no hallándole, alzaba la voz diciendo (Cant. 1, 6): “Esposo mío, ¿dónde estás?... Muéstrame Tú... dónde apacientas, dónde sesteas al mediodía”. La Esposa no le hallaba porque aún no existía el Santísimo Sacramento; pero ahora, si un alma desea unirse a Jesucristo, en muchos templos está esperándola su Amado.

No hay aldea, por muy pobre que fuere; no hay convento de religiosos que no tenga el Sacramento Santísimo. En todos esos lugares el Rey del Cielo se regocija permaneciendo aprisionado en pobre morada de piedra o de madera, donde a menudo se ve sin tener quien le sirva y apenas iluminado por una lámpara de aceite...

“¡Oh Señor! –exclama San Bernardo–, no conviene esto a vuestra infinita Majestad...” “Nada importa –responde Jesucristo–; si no a mi Majestad, conviene a mi amor”.

¡Oh, con qué tiernos afectos visitan los peregrinos la santa iglesia de Loreto, o los lugares de Tierra Santa, el establo de Belén, el Calvario, el Santo Sepulcro, donde Cristo nació, murió y fue sepultado!... Pues ¡cuánto más grande debiera ser nuestro amor al vernos en el templo en presencia del mismo Jesucristo, que está en el Santísimo Sacramento! Decía el Beato P. Juan de Ávila que no había para él santuario de mayor devoción y consuelo que una iglesia en que estuviese Jesús Sacramentado.

Y el P. Baltasar Álvarez se lamentaba al ver llenos de gente los palacios reales, y los templos, donde Cristo mora, solos y abandonados... ¡Oh Dios mío! Si el Señor no estuviese más que en una iglesia, la de San Pedro de Roma, por ejemplo, y allí se dejase ver únicamente en un día del año, ¡cuántos peregrinos, cuántos nobles y monarcas procurarían tener la dicha de estar en aquel templo en ese día para reverenciar al Rey del Cielo, de nuevo descendido a la tierra! ¡Qué rico sagrario de oro y piedras preciosas se le tendría preparado! ¡Con cuánta luz se iluminaría la iglesia para solemnizar la presencia de Cristo!...

“Mas no –dice el Redentor–, no quiero morar en un solo templo, ni por un día solo, ni busco ostentación ni riquezas, sino que deseo vivir continua, diariamente, allí donde mis fieles estén, para que todos me encuentren fácilmente, siempre y a todas horas”.

¡Ah! Si Jesucristo no hubiese pensado en este inefable obsequio de amor, ¿quién hubiera sido capaz de discurrirlo? Si al acercarse la hora de su ascensión al Cielo le hubiesen dicho: Señor, para mostrarnos vuestro afecto, quedaos con nosotros en los altares bajo las especies de pan, con el fin de que os hallemos cuando queramos, ¡cuán temeraria hubiera parecido tal petición!

Mas esto, que ningún hombre supiera imaginar, lo pensó e hizo nuestro Salvador amantísimo... ¿Y dónde está, Señor, nuestra gratitud por tan excelsa merced? ... Si un poderoso príncipe llegase de lejana tierra con el único fin de que un villano le visitase, ¿no sería éste en extremo ingrato si no quisiera ver al príncipe, o sólo de paso le viera?

AFECTOS Y SÚPLICAS

¡Oh Jesús, Redentor mío y amor de mi alma! ¡A cuán alto precio pagasteis vuestra morada en la Eucaristía! Sufristeis primero dolorosa muerte, antes de vivir en nuestros altares, y luego innumerables injurias en el sacramento por asistirnos y regalarnos con vuestra real presencia. Y, en cambio, nosotros nos descuidamos y olvidamos de ir a visitaros, aunque sabemos que os complace nuestra visita y que nos colmáis de bienes cuando ante Vos permanecemos. Perdonadme, Señor, que yo también me cuento en el número de esos ingratos...

Mas desde ahora, Jesús mío, os visitaré a menudo, me detendré cuanto pueda en vuestra presencia para daros gracias, amaros, y pediros mercedes, que tal es el fin que os movió a quedaros en la tierra, acogido a los sagrarios y prisionero nuestro por amor. Os amo, Bondad infinita; os amo, amantísimo Dios; os amo, Sumo Bien, más amable que los bienes todos.

Haced que me olvide de mí mismo y de todas las cosas, y que sólo de vuestro amor me acuerde, para vivir el resto de mis días únicamente ocupado en serviros. Haced que desde hoy sea mi delicia mayor permanecer postrado a vuestros pies, e inflamadme en vuestro santo amor...

¡María, Madre nuestra, alcanzadme gran amor al Santísimo Sacramento, y cuando veáis que me olvido, recordadme la promesa que ahora hago de visitarle diariamente!



PUNTO 2

Consideremos, en segundo lugar, cómo Jesucristo en la Eucaristía a todos nos da audiencia. Decía Santa Teresa que no a todos los hombres les es dado hablar con los reyes de este mundo. La gente pobre apenas si logra, cuando lo necesita, comunicarse con el soberano por medio de tercera persona. Pero el Rey de la gloria no ha menester de intermediarios.

Todos, nobles o plebeyos, pueden hablarle cara a cara en el Santísimo Sacramento. No en vano se llama Jesús a Sí mismo “flor de los campos” (Cant. 2, 1): Yo soy flor del campo y lirio de los valles; pues así como las flores de jardín están y viven reservadas y ocultas para muchos, las del campo se ofrecen generosas a la vista de todos. Soy flor del campo porque me dejo ver de cuantos me buscan, dice, comentando el texto, el cardenal Hugo.

Con Jesucristo en el Santísimo Sacramento podemos hablar todos en cualquier hora del día. San Pedro Crisólogo, tratando del nacimiento de Cristo en el portal de Belén, observa que no siempre los reyes dan audiencia a los súbditos; antes acaece a menudo que cuando alguno quiere hablar con el soberano, se le despide diciéndole que no es hora de audiencia y que vuelva después. Mas el Redentor quiso nacer en un establo abierto, sin puerta ni guardia, a fin de recibir en cualquier instante al que quiere verle. No hay sirvientes que digan: aún no es hora.

Lo mismo sucede con el Santísimo Sacramento. Abiertas están las puertas de la iglesia, y a todos nos es dado hablar con el Rey del Cielo siempre que nos plazca. Y Jesucristo se complace en que le hablemos allí con ilimitada confianza, para lo cual se oculta bajo las especies de pan, porque si Cristo apareciese sobre el altar en resplandeciente trono de gloria, como ha de presentársenos en el día del juicio final, ¿quién osaría acercarse a Él?

Mas porque el Señor –dice Santa Teresa– desea que le hablemos y pidamos mercedes con suma confianza y sin temor alguno, encubrió su Majestad divina con las especies de pan. Quiere, según dice Tomás de Kempis, que le tratemos como se trata a un fraternal amigo.

Cuando el alma tiene al pie del altar amorosos coloquios con Cristo, parece que el Señor le dice aquellas palabras del Cantar de los Cantares (2, 10): “Levántate, apresúrate, amiga mía, hermosa mía, y ven”. Surge, levántate, alma, le dice, y nada temas. Próspera, apresúrate, acércate a Mí. Amiga mía, ya no eres mi enemiga, ni lo serás mientras me ames y te arrepientas de haberme ofendido. Formosa mea, no eres ya deforme, sino bella, porque mi gracia te ha hermoseado. Et veni, ven y pídeme lo que desees, que para oírte estoy en este altar...

Qué gozo tendrías, lector amado, si el rey te llamase a su alcázar y te dijese: ¿Qué deseas, qué necesitas? Te aprecio en mucho, y sólo deseo favorecerte... Pues eso mismo dice Cristo, Rey del Cielo, a todos los que le visitan (Mt. 11, 28): Venid a Mí todos los que estáis trabajados y abrumados, que Yo os aliviaré. Venid, pobres, enfermos, afligidos, que yo puedo y quiero enriqueceros, sanaros y consolaros, pues con este fin resido en el altar (Is. 58, 9).

AFECTOS Y SÚPLICAS

Puesto que residís en los altares, ¡oh Jesús mío!, para oír las súplicas que os dirigen los desventurados que recurren a Vos, oíd, Señor, lo que os ruega este pecador miserable...

¡Oh Cordero de Dios, sacrificado y muerto en la cruz! Mi alma fue redimida con vuestra Sangre; perdonadme las ofensas que os he hecho, y socorredme con vuestra gracia para que no vuelva a perderos jamás. Hacedme partícipe, Jesús mío, de aquel dolor profundo de los pecados que tuviste en el huerto de Getsemaní...

¡Oh Dios, si yo hubiese muerto en pecado, no podría amaros nunca; mas vuestra clemencia me esperó a fin de que os amase! Gracias os doy por ese tiempo que me habéis concedido, y puesto que me es dado amaros, os consagro mi amor. Otorgadme la gracia de vuestro amor divino en tal manera, que de todo me olvide y me ocupe no más que en servir y complacer a vuestro sagrado Corazón.

¡Oh Jesús mío! Me dedicasteis a mí vuestra vida entera; concededme que a Vos consagre el resto de la mía. Atraedme a vuestro amor, y hacedme vuestro del todo antes que llegue la hora de mi muerte. Así lo espero por los méritos de vuestra sagrada Pasión, y también, ¡oh María Santísima!, por vuestra intercesión poderosa. Bien sabéis que os amo; tened misericordia de mí.



PUNTO 3

Jesús, en el Santísimo Sacramento, a todos nos oye y recibe para comunicarnos su gracia, pues más desea el Señor favorecernos con sus dones que nosotros recibirlos. Dios, que es la infinita Bondad, generosa y difusiva por su propia naturaleza, se complace en comunicar sus bienes a todo el mundo y se lamenta si las almas no acuden a pedirle mercedes. ¿Por qué, dice el Señor, no venís a Mí? ¿Acaso he sido para vosotros como tierra tardía o estéril cuando me habéis pedido beneficios?...

Vio el Apóstol san Juan (Ap. 1, 13) que el pecho del Señor resplandecía ceñido y adornado con una cinta de oro, símbolo de la misericordia de Cristo y de la amorosa solicitud con que desea dispensaros su gracia.

Siempre está el Señor pronto a auxiliarnos; pero en el Santísimo Sacramento, como afirma el discípulo, concede y reparte especialmente abundantísimos dones. El Beato Enrique Susón decía que Jesús en la Eucaristía atiende con mayor complacencia nuestras peticiones y súplicas.

Así como algunas madres hallan consuelo y alivio dando el pecho generosamente, no sólo a su propio hijo, sino también a otros pequeñuelos, el Señor en este Sacramento a todos nos invita y nos dice (Is. 66, 13): Como la madre acaricia a su hijo, así Yo os consolaré. Al Padre Baltasar Álvarez se le apareció visiblemente Cristo en el Santísimo Sacramento, mostrándole las innumerables gracias que tenía dispuestas para darlas a los hombres; mas no había quien se las pidiese.

¡Bienaventurada el alma que al pie del altar se detiene para solicitar la gracia del Señor! La condesa de Feria, que fue después religiosa de Santa Clara, permanecía ante el Santísimo Sacramento todo el tiempo de que podía disponer, por lo cual la llamaban la esposa del Sacramento, y allí recibía continuamente tesoros de riquísimos bienes.

Le preguntaron una vez qué hacía tantas horas postrada ante el Señor Sacramentado, y ella respondió: “Me estaría allí por toda la eternidad... Preguntáis qué se hace en presencia del Santísimo sacramento... ¿Y qué es lo que se deja de hacer? ¿Qué hace un pobre en presencia de un rico? ¿Qué un enfermo ante el médico?... Se dan gracias, se ama y se ruega”.

Se lamentaba el Señor con su amada sierva Santa Margarita de Alacoque de la ingratitud con que los hombres le trataban en este Sacramento de amor; y mostrándole su sagrado Corazón en trono de llamas circundado de espinas y con la cruz en lo alto, para dar a entender la amorosa presencia del mismo Cristo en la Eucaristía, le dijo: “Mira este Corazón, que tanto ha amado a los hombres, y que nada ha omitido, ni aun el anonadarse, para demostrarles su amor; pero en reconocimiento no recibo más que ingratitudes de la mayor parte de ellos, por las irreverencias y desprecios con que me tratan en este Sacramento. Y lo que más deploro es que así lo hacen no pocas almas que me están especialmente consagradas”.

No van los hombres a conversar con Cristo porque no le aman. ¡Se recrean largas horas hablando con un amigo y les causa tedio estar breve rato con el Señor! ¿Cómo ha de concederles Jesucristo su amor? Si antes no arrojan del corazón los afectos terrenos, ¿cómo ha de entrar allí el amor divino? ¡Ah! Si pudierais verdaderamente decir de corazón lo que decía San Felipe Neri al ver el Santísimo Sacramento: He aquí mi amor, no os cansaría nunca estar horas y días ante Jesús Sacramentado.

A un alma enamorada de Dios, esas horas le parecen minutos. San Francisco Javier, fatigado por el diario trabajo de ocuparse en la salvación de las almas, hallaba de noche regaladísimo descanso en permanecer ante el Santísimo Sacramento.

San Juan Francisco de Regis, famoso misionero de Francia, después de haber invertido todo el día en la predicación, acudía a la iglesia, y cuando la veía cerrada, se quedaba a la puerta, sufriendo las inclemencias del tiempo con tal de obsequiar, siquiera de lejos, a su amado Señor.

San Luis Gonzaga deseaba estar siempre en presencia de Jesús Sacramentado; mas como los Superiores le prohibieron que se estuviese en esos prolongados actos de adoración, acaecía que cuando el joven pasaba delante del altar, sintiendo que Jesús le atraía dulcemente para que con Él permaneciese, se alejaba obligado por la obediencia, y amorosamente decía: “Apártate, Señor, apártate de mí; no me mováis hacia Vos; dejad que de Vos me separe, porque debo obedecer”.

Pues si tú, hermano mío, no sientes tan alto amor a Cristo, procura visitarle diariamente, que Él sabrá inflamar tu corazón. ¿Tienes frialdad o tibieza? Aproxímate al fuego, como decía Santa Catalina de Sena, y ¡dichoso de ti si Jesús te concede la gracia de abrasarte en su amor! Entonces no amarás las cosas de la tierra, sino que las menospreciarás todas, pues, según observa San Francisco de Sales: Cuando en casa hay fuego, todo lo arrojamos por la ventana.

AFECTOS Y SÚPLICAS

¡Ah Jesús mío!, haced que os conozcamos y amemos. Tan amable sois, que con eso basta para que os amen los hombres... ¿Y cómo son tan pocos los que os entregan su amor? ¡Oh Señor!, entre tales ingratos he estado yo también. No negué mi gratitud a las criaturas, de quienes recibí mercedes o favores. Sólo para Vos, que os habéis dado a mí, fui tan desagradecido, que llegué a ofenderos gravemente e injuriaros a menudo con mis culpas.

Y Vos, Señor, en vez de abandonarme, me buscáis todavía y reclamáis mi amor, inspirándome el recuerdo de aquel amoroso mandato (Mc. 12, 30): Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón. Pues ya que, a pesar de mi desagradecimiento, queréis que yo os ame, prometo amaros, Dios mío. Así lo deseáis, y yo, favorecido por vuestra gracia, no deseo otra cosa. Os amo, amor mío, y mi todo. Por la Sangre que derramasteis por mí, ayudadme y socorredme. En ella pongo toda mi esperanza, y en la intercesión de vuestra Madre Santísima, cuyas oraciones queréis que contribuyan a nuestra salvación.


Rogad por mí, Santa Virgen María, a Jesucristo, mi Señor; y puesto que Vos abrasáis en el amor divino a todos vuestros amantes siervos, inflamad en él mi corazón, que tanto os ama siempre.

PREPARACIÓN PARA LA MUERTE 
San Alfonso Mª de Ligorio

viernes, 9 de agosto de 2013

HAY ALGO QUE NO VA





Fuente: Wanderer




LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (IX)


CAPÍTULO 9

De los bienes y provechos grandes que hay 
en el ejercicio del propio conocimiento. 

Para que nos animemos más a este ejercicio de nuestro propio conocimiento, iremos diciendo algunos de los grandes medios y provechos que hay en él. Ya queda dicho (cap. 5) uno muy principal, que es ser fundamento y raíz de la humildad y medio necesario para alcanzarla y conservarla. Preguntado uno de aquellos Padres antiguos cómo podría uno alcanzar la verdadera humildad, respondió: El que apartare los ojos de las faltas ajenas y los pusiere en las suyas propias, cavando y ahondando en su propio conocimiento, ese alcanzará la verdadera humildad. Esto sólo bastaba para que procurásemos darnos mucho a este ejercicio, pues tanto nos va en alcanzar la virtud de la humildad. 

Pero pasan adelante los Santos y dicen que el humilde conocimiento de sí mismo es más cierto camino para conocer a Dios que el profundo ejercicio de todas las ciencias. Y esa es la razón que da San Bernardo, porque ésta es más alta ciencia que las demás y de mayor provecho, porque por aquí viene el hombre en conocimiento de Dios. Lo cual dice San Buenaventura que nos da a entender aquel misterio del sagrado Evangelio, que Cristo Redentor obra en aquel ciego desde su nacimiento, poniéndole lodo en los ojos, le dio vista corporal con que se viese a sí, y vista espiritual con que conociese a Dios y le adorase. Así, dice, a nosotros, que nacemos ciegos con ignorancia de Dios y de nosotros mismos, nos da Dios vista, poniendo sobre nuestros ojos el lodo de que fuimos formados, para que, considerando que fuimos un poco de lodo, recibamos vista con que nos veamos y conozcamos primero a nosotros, y de ahí vengamos a conocer a Dios.

Esto mismo pretende la Iglesia nuestra Madre con aquella santa ceremonia, que usa al principio de la Cuaresma, de ponernos lodo encima de los ojos: Acuérdate, hombre, que eres lodo y polvo, y que en eso te has de volver; para que, conociéndose a sí, venga a conocer a Dios, y a pesarle de haberle ofendido, y hacer penitencia de sus pecados. De manera que el verse y conocerse a sí mismo, el considerar el hombre su lodo y su bajeza, es medio para venir en conocimiento de Dios. Y mientras más conociere uno su bajeza, más conocerá y echará de ver la grandeza alteza de Dios. Porque un contrario puesto junto de su contrario, y un extremo puesto delante del otro extremo, echase más de ver: lo blanco puesto sobre lo negro resplandece y campea mucho más. Pues el hombre es la suma bajeza, y Dios la suma alteza; son dos extremos contrarios; de ahí es que mientras más uno se conoce a sí mismo, viendo que de sí no tiene bien ninguno, sino nada y pecados, más echa de ver la bondad y misericordia y liberalidad de Dios que se inclina a amar y tratar con tan grande bajeza como la nuestra.

De aquí se viene el ánima a encender e inflamar mucho en amor de Dios, porque nunca se acaba de maravillar y de dar gracias a Dios, viendo que siendo el hombre tan miserable y malo, le sufre Dios y le hace tantas mercedes, que muchas veces no nos podemos nosotros sufrir a nosotros mismos, y que sea tanta la bondad de Dios y misericordia para con nosotros, que no sólo nos sufra, pero que diga Él (Prov., 8, 31): Mis deleites son estar con los hijos de los hombres. ¿Qué hallasteis, Señor, en los hijos de los hombres, para que digáis que vuestros deleites son estar y conversar con ellos?  

Por esto usaban tanto los Santos este ejercicio del propio conocimiento, para venir en mayor conocimiento de Dios y en mayor amor de su divina Majestad. Este era el ejercicio y oración que usaba San Agustín: Dios mío, que siempre estás en un ser y nunca te mudas, conózcame a mí y conózcate a Ti. Esa era la oración en que el humilde San Francisco gastaba los días y las noches: ¿Quién Vos, y quién yo? Por aquí vinieron los Santos a muy alto conocimiento de Dios. Este es camino muy seguro y cierto para eso; y mientras más bajareis y ahondareis en vuestro propio conocimiento, más subiréis y creceréis en el conocimiento de Dios, y de su bondad y misericordia infinita; y también mientras más subierais y crecierais en el conocimiento de Dios, más bajaréis y medraréis en el vuestro. Porque la luz celestial descubre los rincones, y hace avergonzar al alma de lo que aun a los ojos del mundo parece muy bueno. Dice San Buenaventura: Así como cuando los rayos del sol entran en un aposento se parecen luego los átomos, así el alma ilustrada con el conocimiento de Dios, con los rayos de aquel verdadero Sol de Justicia, luego ve en sí aun las cosas mínimas, y así viene a tener por malo y defectuoso lo que, el que no tiene tanta luz, tiene por bueno. 

Esta es la causa porque los santos son tan humildes y se tienen tan en poco, y mientras mayores santos, son más humildes y se tienen en menos. Porque, como tienen más luz y mayor conocimiento de Dios, se conocen mejor a sí, y ven que de su cosecha no tienen sino nada y pecados; y por mucho que se conozcan, y por muchas faltas que vean en sí, siempre creen que hay otras muchas que ellos no ven, y creen que la menor parte de sus males es la que ellos conocen, y por tales se tienen. Porque así como creen que Dios es más bueno de lo que ellos conocen, así también creen que ellos son más malos de lo que alcanzan. Así como por mucho que conozcamos y entendamos de Dios, no le podemos comprender, sino siempre hay en Él más y más que entender y conocer, así, por mucho que nos conozcamos a nosotros, y por mucho que nos despreciemos y humillemos, no podremos abajar ni llegar a lo profundo de nuestra miseria. Y esto no es encarecimiento, sino verdad llana; porque como el hombre no tiene de su cosecha sino nada y pecados, ¿quién podrá humillarse y abajarse tanto, cuanto merecen estos dos títulos? 

De una Santa se lee que pidió a Dios luz para conocerse, y vio en si tanta fealdad y miseria, que no lo pudo sufrir, y tornó a suplicar a Dios: Señor, no tanto, que desmayaré. Y el B. Padre Maestro Ávila dice que conoció él a una persona que rogó muchas veces a Dios que le descubriese lo que ella podía ser; le abrió Dios los ojos tantico, y le hubiera de costar caro; se vio fea y abominable, que a grandes voces decía: ¡Señor, por vuestra misericordia quitadme este espejo, de delante de mis ojos; no quiero ver más mi figura! 

De aquí nace también en los siervos de Dios aquel odio y aborrecimiento santo de sí mismo de que dijimos arriba, porque cuanto más conocen la bondad inmensa de Dios y más la aman, tanto más se aborrecen a sí mismos, como a contrarios y enemigos de Dios, conforme a aquello de Job (7. 20): [¿Por qué me has puesto contrario a Ti, y a mí mismo soy pesado?] Ven que en sí mismos tienen la raíz de todos los males, que es la mala y perversa inclinación de nuestra carne, de la cual proceden todos los pecados, y con este conocimiento se levantan contra sí mismos y se aborrecen. ¿No os parece que es razón aborrecer a quien os hizo dejar y trocar un bien tan grande, como es Dios, por tomar un poco de gusto y contentamiento? ¿No os parece que es razón tener odio a quien os hizo perder la gloria eterna, y merecer el infierno para siempre jamás? A quien os causó tanto mal y aun todavía lo procura, ¿no os parece que es razón aborrecerle? Pues éste sois vos, contrario y enemigo de Dios, y contrario y enemigo de vuestro propio bien y de vuestra salvación. 

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS.
Padre Alonso Rodríguez, S.J

miércoles, 7 de agosto de 2013

LA MASONERÍA LLORA LA MUERTE DEL CARDENAL TONINI Y ELOGIA A FRANCISCO


El  Gran Maestro del Gran Oriente de Italia, Gustavo Raffi, expresó su dolor por  el fallecimiento del Arzobispo Emérito de Rávena-Cervia (Italia), cardenal Ersilio Tonini, hecho que sucedió el pasado 28 de Julio.
“Una gran alma nos ha dejado.Lloro al amigo. Al hombre del diálogo con los masones, el maestro del evangelio social”
“La humanidad de hoy es más pobre -prosigue Raffi- y más pobre es también la iglesia Católica. Pero la  del Papa Francisco es una iglesia que  promete ser respetuosa de la alteridad y de compartir la idea de que el estado laico favorece la paz y la coexistencia de las diferentes religiones.
Ersilio Tonini ha pasado el bastón de mando. Lo recordaremos siempre -concluye el Gran Maestro de Palazio Giustiniani- por  habernos recordado el gusto de la vida y por habernos enseñado que es bello amarnos unos a otros”

martes, 6 de agosto de 2013

MILAGROS Y PRODIGIOS DEL SANTO ESCAPULARIO DEL CARMEN - 17


SE LIBRA DE UN ACCIDENTE MORTAL UN NIÑO 
POR VESTIR EL SANTO ESCAPULARIO 

El señor don Rafael Rodríguez Remesal, cura párroco de Casariche, escribía el 8 de mayo de 1926 al Rvdo. P. Fray Luis María Llop, relatándole el siguiente prodigio: 

“Ruégole encarecidamente, amado Padre, tenga la bondad de insertar en “El SANTO ESCAPULARIO”, Revista que tan acertadamente dirige, el siguiente caso, proclamador verdaderamente de los prodigios del Santo Escapulario del Carmen: 

“Era a fines del mes de diciembre del pasado año, cuando una tarde deciden salir al campo, para dar un paseo en camioneta, don Vidal Moriana, fervoroso amante y propagador de la devoción del bendito Escapulario del Carmen, acompañado de un hijo suyo y de los amiguitos de éste. Iban a toda marcha, cuando uno de los pequeños sacó el picaporte de uno de los tableros, sobre los cuales iban recostados. Cayeron los dos amigos al suelo, quedando casi exánimes al golpe, a la vez que el hijo de don Vidal Moriana, como empujado por una mano invisible, caía dentro de la camioneta, sin causarse la menor lesión”.  

“Conducidos rápidamente a sus casas, causaron la impresión dolorosa que es de suponer, al verlos bañados en sangre; cuando he aquí que de labios de la señora de Moriana sale esta exclamación: “Estos niños no llevaban el Santo Escapulario”. Y, en efecto, los dos amiguitos, al vestirse para el paseo, habían dejado olvidado el Escapulario en sus casas, que siempre solían vestir. Solamente el hijo del señor Moriana lo llevaba y él fue quien le salvó, pues necesariamente tenía que caer, si la Santísima Virgen no le hubiese librado de aquel trance. Los dos amigos sanaron de sus heridas, pero en ambos ha quedado la señal para perpetuar el recuerdo del milagro obrado con su amiguito. Y termina diciendo el señor cura que esto ha dado lugar a que en todo el pueblo se estimula más y más la devoción al Santo y bendito Escapulario del Carmen.

Milagros y Prodigios del Santo Escapulario del Carmen 
por el P. Fr. Juan Fernández Martín, O.C.

domingo, 4 de agosto de 2013

EL ROSTRO DE JESÚS SACRAMENTADO


Foto milagrosa de N. S. Jesucristo. 

Esta imagen apareció en el negativo, después de fotografiar un Sagrario durante la Guerra Civil Española. 

A mi me gusta mucho este rostro del Señor, pues se parece al de la Sabana Santa, el rostro del Señor refleja, amor, bondad, mansedumbre, y autoridad, yo lo llamo el Rostro de Jesús Sacramentado. 

Por supuesto que la verdad de este prodigio a quien pertenece juzgarlo es a la Santa Madre Iglesia.


José Luis