LA LIBERTAD DE PRENSA
“Libertad funesta y execrable, verdadera
opresión de las masas”.
León XIII
Si se sigue leyendo de las actas de los Papas una después de la otra, se ve que todos han dicho lo mismo sobre las libertades nuevas nacidas del liberalismo: la libertad de conciencia y de cultos, la libertad de prensa, la libertad de enseñanza, son libertades envenenadas y falsas libertades: porque el error es siempre más fácil de difundir que la verdad, es más fácil propagar el mal que el bien. Es más fácil decir a la gente: “podéis tener varias mujeres”, que decirles “no tendréis más que una durante toda la vida”; por lo mismo, ¡es más fácil permitir el divorcio, para desacreditar el matrimonio! Del mismo modo, dejar indiferentemente a lo verdadero y a lo falso la libertad de obrar públicamente, es favorecer sin duda el error a costa de la verdad.
Actualmente se suele decir que la verdad hace el camino por su sola fuerza intrínseca y que para triunfar, no tiene necesidad de la protección intempestiva y molesta del Estado y de sus leyes. El favoritismo del Estado hacia la verdad es inmediatamente tachado de injusticia, como si la justicia consistiese en mantener equilibrada la balanza entre lo verdadero y lo falso, la virtud y el vicio... Es falso: la primera justicia hacia los espíritus es favo-recerles el acceso a la verdad y precaverlos del error. Es también la primera caridad: “veri-tatem facientes in caritate”: En la caridad, hagamos la verdad. El malabarismo entre todas las opiniones, la tolerancia de todos los comportamientos, el pluralismo moral o religioso, son la nota característica de una sociedad en plena descomposición, sociedad liberal querida por la masonería. Ahora bien, los Papas de los cuales hablamos, han reaccionado contra el establecimiento de tal sociedad sin cesar, afirmando al contrario que el Estado – el Estado católico en primer lugar – no tiene derecho a dejar tales libertades, como la libertad religiosa(1), la libertad de prensa y la libertad de enseñanza.
La libertad de prensa
León XIII recuerda al Estado su deber de temperar justamente, es decir, según las exigencias de la verdad, la libertad de prensa:
“Volvamos ahora algún tanto la atención hacia la libertad de hablar y de imprimir cuanto place. Apenas es necesario negar el derecho a semejante libertad cuando se ejerce, no con alguna templanza, sino traspasando toda moderación y todo límite. El derecho es una facultad moral que, como hemos dicho y conviene repetir mucho, es absurdo suponer que haya sido concedido por la naturaleza de igual modo a la verdad y al error, a la honestidad y a la torpeza. Hay derecho para propagar en la sociedad libre y prudentemente lo verdadero y lo honesto para que se extienda al mayor número posible su beneficio; pero en cuanto a las opiniones falsas, pestilencia la más mortífera del entendimiento, y en cuanto a los vicios, que corrompen el alma y las costumbres, es justo que la pública autoridad los cohíba con diligencia para que no vayan cundiendo insensiblemente en daño de la misma sociedad. Y las maldades de los ingenios licenciosos, que redundan en opresión de la multi-tud ignorante, no han de ser menos reprimidas por la autoridad de las leyes que cualquiera injusticia cometida por fuerza contra los débiles. Tanto más, cuanto que la inmensa mayoría de los ciudadanos no puede de modo alguno, o puede con suma dificultad, precaver esos engaños y artificios dialécticos, singularmente cuando halagan las pasiones. Si a todos es permitida esa licencia ilimitada de hablar y escribir, nada será ya sagrado e inviolable; ni aún se perdonará a aquellos grandes principios naturales tan llenos de verdad, y que forman como el patrimonio común y juntamente nobilísimo del género humano. Oculta así la verdad en las tinieblas, casi sin sentirse, como muchas veces sucede, fácilmente se enseñoreará de las opiniones humanas el error pernicioso y múltiple.”(2)
Antes de León XIII, el Papa Pío IX, como vimos, estigmatizaba la libertad de prensa en el Syllabus (proposición 79); y aún antes, Gregorio XVI, en Mirari Vos:
“Aquí tiene su lugar aquella pésima y nunca suficientemente execrada y detestada libertad de prensa para la difusión de cualesquiera escritos; libertad que con tanto clamor se atreven algunos a pedir y promover. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al contemplar con qué monstruos de doctrinas, o mejor, por qué monstruos de errores nos vemos sepultados, con qué profusión se difunden por doquiera esos errores en innumerable cantidad de libros, folletos y escritos, pequeños ciertamente por su volumen, pero enormes por su malicia, de los que se derrama sobre la faz de la tierra aquella maldición que lloramos. Por desgracia, hay quienes son llevados a un descaro tal, que afirman belicosamente que este alud de errores nacido de la libertad de prensa se compensa sobradamente con algún libro que se edite en medio de esta tan grande inundación de perversidades, para defender la Religión y la verdad.”(3)
El pontífice revela aquí el seudoprincipio de “compensación” liberal, que pretende que es necesario equilibrar la verdad por el error, y recíprocamente. Esta idea, lo veremos, es la máxima primera de los llamados católicos liberales, que no soportan la afirmación pura y simple de la verdad y exigen que se la contrarreste inmediatamente por opiniones opuestas; y recíprocamente, juzgan que no hay nada que censurar en la libre difusión de los errores, ¡con tal que la verdad tenga permiso para hacerse escuchar dizque un poco! Es la perpetua utopía de los liberales dizque católicos, tema sobre el cual volveré.
(1) Ver el capítulo precedente.
(2) Encíclica Libertas, PIN. 207.
(3) PIN. 25.
LE DESTRONARON
Mons. Marcel Lefebvre