domingo, 8 de septiembre de 2013

MILAGROS EUCARÍSTICOS - 17


FE VIVA

 Año 1880, Mahón (España) 

En San Luis, pueblo no muy distante de Mahón, vivía una pobre viuda llamada Juana Cardona Vinent. Era cristiana mujer, aunque de humilde condición y desconocida en los fastos de la historia, tiene, sin embargo, su nombre escrito con letras de oro en el libro de la vida, porque ejercitó un verdadero apostolado entre la gente ruda del pueblo, sirviéndose para ello de la tienda de vinos que tenía abierta al público como único recurso y alivio de su pobreza. 

En esta tienda, que se convertía casi siempre en merendero, evitó muchos pecados, y jamás permitió se infringiera el precepto de la abstinencia impuesto por la Iglesia, hasta el punto de despedir con varonil entereza a los que en ella acudían, si llegaban sólo a intentarlo. 

A los cincuenta y nueve años de edad le sobrevino una grave dolencia de estómago, que no le permitió alimentarse más que con caldo de pescado; y después de veinte años de este sufrimiento sobrellevado con admirable paciencia y resignación, se agravó su estado a consecuencia de un aire, que la dejó notablemente encorvada sin poder enderezarse ni mirar al cielo. 

Corría el año 1880, y la pobre mujer hacía ya ocho meses que estaba en cama sin poderse mover de ella. Con motivo de acercarse la festividad del Corpus Christi, sintió en su alma gran fe y confianza de que el Señor la podría curar. Rogó pues, a los vecinos la bajaran a la puerta de la calle cuando pasase la procesión, e hizo suplicar al sacerdote que llevaba el Santísimo Sacramento, que al estar junto a ella le acercase un poco la Custodia, para adorar a su buen Jesús en la Hostia sacrosanta. 

Presente estaba todo el pueblo, compadecido del triste estado de la pobre viuda, mas he aquí que en el momento crítico de dirigirse el sacerdote con la sagrada Forma hacia la puerta de la casa donde yacía la enferma, con gran sorpresa y admiración de la muchedumbre se verificó el instantáneo prodigio de quedar completa y radicalmente curada de su doble enfermedad, siendo testigos de tan gran maravilla todo el pueblo y el cura párroco don Pedro Pons Banza, que era el sacerdote que llevaba el Santísimo Sacramento. 

Vivió todavía diez años, sin experimentar el más mínimo dolor, y comiendo como en los días de su juventud. 

Durmió, por fin, el sueño de los justos en el año 1890, a la edad de noventa años. 

(D. Pedro Pons Banza. Pbro., Relación hecha como testigo ocular del prodigio).
P. Manuel Traval y Roset