XII
La Cruz de Migné
Esta cruz profética fue anunciada siete años antes por el venerable sacerdote Souffrant, cura de Maumusson, en la diócesis de Nantes. Después de celebrar un novenario por el triunfo de la Iglesia, con otras personas que se asociaron a sus oraciones, escribió, en 1820, una carta en que anunciaba un general trastorno, una revolución terrible, añadiendo que no habría sino un instante entre estos dos clamores: todo está perdido, y todo se ha salvado; después de lo cual se restablecería la calma. Para confirmar su predicción, acababa por estas palabras: «Aparecerá una cruz; y si esta cruz no aparece, que mi secreto muera conmigo». E hizo de esta cruz una descripción que pinta exactamente la de Migné.
He aquí el relato de la aparición de esta Cruz maravillosa, tal como se formuló en 28 de Febrero de 1827
por los miembros de la comisión encargada por el
Obispo de Poitiers para formar el proceso oficial del
acontecimiento. Copiamos el texto traducido de las
Voix prophetiques del abate Curicque por el canónigo
D. Pedro González de Villaumbrosia.
»El domingo 17 de Diciembre de 1826, día de clausura
de una serie de ejercicios piadosos dados a la parroquia de
Migné, con ocasión del jubileo, por el cura de San Porcario y
capellán del real colegio (el Sr. Marcoull) en el momento de
la plantación solemne de la cruz, y mientras que este último
dirigía a un auditorio de cerca de tres mil almas un discurso
sobre las grandezas de la cruz, en el cual acababa de recordar
la aparición que tuvo lugar en otro tiempo en presencia del
ejército de Constantino, se apercibió en los aires una cruz bien
regular y de vasta dimensión. Ninguna señal sensible había
precedido su manifestación, ningún rayo de luz hubo anunciado su presencia. Los que en un principio la apercibieron la mostraron a sus vecinos, y bien pronto fijó la misma la atención de una gran parte del auditorio, de tal modo, que el Sr. Cura de San Porcario, advertido por la gente, en medio
de la cual se había colocado, creyó debía ir a interrumpir al
predicador. Todos los ojos se dirigieron entonces hacia la cruz
que había aparecido desde luego exactamente formada y que
se hallaba colocada horizontalmente, de manera que la extremidad del pie venia a caer sobre la puerta anterior de la Iglesia, y que la cabeza se inclinaba adelante en el mismo sentido que la dirección de esta iglesia hacía el Poniente. La traversa que formaba el brazo de la cruz cortaba el cuerpo principal en el ángulo derecho; cada uno de los brazos, igual a la parte superior, era cerca del cuarto de lo restante del tronco,
»Estas diversas partes eran por todos lados de una anchura
Manifiestamente igual, terminadas lateralmente por dos líneas
bien derechas, bien claras y fuertemente pronunciadas y cortadas en cuadro a sus extremidades por líneas derechas e igualmente limpias.
»A juicio de varios testigos, estas piezas tenían un cierto
espesor que las hacía ver como un poco redondeadas cuando
se miraban bajo un ángulo oblicuo, y regularmente cuadradas
cuando se acercaba a la vertical.
»Por lo demás, ningún accesorio parecía adherirse a esta
cruz ni la acompañaba; todas sus formas eran puras y resaltaban muy distintamente sobre el azul del cielo. En manera alguna ofrecía a los ojos un brillo deslumbrador, pero sí un color por todas partes uniforme, y tal, que ningún testigo ha podido definirlo de una manera precisa, ni encontrarle un
objeto de justa comparación. Tan sólo se conforman muy
generalmente a darle una idea como de un blanco plateado,
pero variado de una ligera tintura de rosa.
»Resulta ciertamente del conjunto de las deposiciones, que
esta cruz no se hallaba a una altura considerable, y hasta es
probable que no se elevaba a doscientos pies sobre la tierra;
pero sería difícil fijar nada de más preciso que este limite.
»El largo total del tronco podía ser de ciento cuarenta
pies, y su ancho, a juzgar de él por los datos menos rigurosos,
de tres a cuatro pies.
»Cuando se comenzó a percibir la cruz, se había puesto
el sol, al menos hacia media hora; y conservó su posición, sus
formas y toda la intimidad de su color durante cerca de media
hora, hasta el momento en que los fieles volvieron a la iglesia
para recibir la bendición del Santísimo Sacramento. Era entonces de noche y brillaban las estrellas con todo su esplendor.
Los últimos que entraron vieron que la cruz perdía su color;
enseguida algunas personas quedadas a fuera la vieron oscurecerse poco a poco, primero por el pie, y sucesivamente de más cerca en más cerca, de manera que presentó bien pronto
cuatro ramas iguales, sin que ninguna de estas partes hubiese
cambiado de sitio desde el primer momento de la aparición,
y sin que los que habían desaparecido dejasen a sus alrededores la más ligera traza de su presencia.
»Parece que ningún observador se ha dedicado a seguir
esta desaparición gradual hasta su último término; pero se
sabe que se había terminado del todo cuando se salió de la
iglesia inmediatamente después de la bendición.
»El día en que este suceso tuvo lugar fue muy hermoso,
después de una continuación de algunos días de lluvia. En el
momento de la aparición, se hallaba aún el tiempo sereno y
la temperatura bastante suave, de modo que pocas personas
se apercibieron de la frescura de la noche. El cielo se hallaba puro en todo la región en que se mostraba la cruz, y solamente se observaron algunas nubecillas en dos ó tres puntos lejanos de allí y próximos al horizonte. En fin, ninguna niebla se levantó de la tierra, ni sobre el rio que corre á corta
distancia.
»Ved ahí las circunstancias materiales del hecho. En
cuanto a su influencia moral sobre los que de él fueron testigos, hemos observado que la mayor parte se vieron en el
mismo instante sobrecogidos de admiración y de un religioso
respeto. Vióse a unos postrarse espontáneamente delante de
aquel signo de salud; otros tenían sus ojos humedecidos con
las lágrimas; éstos manifiestan por vivas aclamaciones la emoción de sus almas, aquéllos elevaban sus manos hacia el cielo invocando el nombre del Señor: apenas hubo alguno que no creyese ver allí un verdadero prodigio de la misericordia y del poder de Dios.
»Hemos también observado que algunas personas que se
resistían a todo llamamiento de los ejercicios del jubileo, volvieron, en virtud de este suceso, a las prácticas de la religión, de
las que se habían alejado hacía muchos años, y otros que por sus obras y sus discursos parecían anunciar haberse enteramente apagado la fe en sus corazones, la han sentido reanimarse de repente y han dado de ella señales no equívocas.
»En fin, la impresión producida por este espectáculo extraordinario ha sido tan viva y tan profunda, que ha arrancado lágrimas a algunos de los que deponían delante de nosotros, pasado cerca de un mes después del suceso.
»Antes de terminar esta relación, concluyen los miembros de la comisión, séanos permitido expresar los sentimientos que nos han sido inspirados a nosotros mismos por el conocimiento profundo que sobre este hecho hemos sido llamados a tornar.
»Si nos hemos visto sorprendidos de particularidades que
conciernen a la existencia física del fenómeno, hemos admirado con mucha más ventaja los consejos adorables de la Providencia, que ha hecho concurrir este suceso con circunstancias tan propias a darles los felices resultados que ha tenido en efecto. Cuando se sabe que el acaso no es más que un nombre, que nada aquí bajo tiene lugar sin designio y sin una causa bien determinada, no puede uno menos de impresionarse vivamente al ver aparecer de repente, en medio de los aires, una Cruz tan manifiesta y tan regular, en el sitio y en el instante preciso en que un pueblo numeroso se reunía para celebrar el Triunfo de la Cruz por medio de una solemnidad imponente, é inmediatamente después que se acababa de hablar de una milagrosa aparición que fue en otro tiempo tan gloriosa al cristianismo: al ver que este fenómeno sorprendente conserva toda
su integridad y la misma situación, mientras que la asamblea se ocupa en considerarla; y que se debilita a medida que ésta se retira y que desaparece en el instante en que uno de los
actos más sagrados de la religión llama toda la atención de los
fieles».
El hecho, según el abate Curicque, fue probado
por otros personajes de gran autoridad en el orden
civil y de ningún modo interesados en la cuestión.
Citemos solamente el juicio que forma de él un distinguido miembro de la Academia de Ciencias, el
ilustre astrónomo Cassini:
«Nos reímos de compasión, dice, de aquellos que quisieran comparar la cruz de Migné a un arco iris solar, así como
de aquellos que la asimilan a un arco iris lunar. Es un efecto
de refracción, han dicho algunos ignorantes; decid más bien
de reflexión, han replicado otros un poco más sabios... Ea,
señores, para explicar el fenómeno a vuestra manera, no os
falta sino una cosa, pero indispensable: un rayo, sea de sol, sea
de luna, que, hallándose desgraciadamente ausentes, no han
podido dar lugar ni a reflexión, ni á refracción, ni al arco iris
del cielo; tanto más que no había allí nubes, ni vapores, ni
lluvia. Buscad, pues, alguna otra explicación de una aparición
sobre la cual deponen tres mil testigos, quienes durante una
media hora, y a una altura que excedía cien pies, viéronla
subsistir sin movimiento, sin alteración, bajo formas claras y
bien determinadas. Esto es lo que nos mueve a echar un reto
a los que atribuyen tal fenómeno a una causa física natural;
nuestra opinión sobre este punto está apoyada en la autoridad
de algunos sabios, muy idóneos para pronunciarse en tal
materia».
APOLOGÍA DEL GRAN MONARCA
P. José Domingo María Corbató
Biblioteca Españolista
Valencia-Año 1904