lunes, 6 de octubre de 2014

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (XXIII)


CAPÍTULO 23 

De otro género de medios más eficaz para alcanzar la 
virtud de la humildad, que es el ejercicio de ella. 

Ya hemos dicho del primer género de medios que se suelen dar para alcanzar la virtud, que es razones y consideraciones, así divinas como humanas. Pero es tanta la inclinación que tenemos a este vicio de la soberbia, por habérsenos quedado tan arraigado en el corazón aquel deseo de dignidad de nuestros primeros padres (Genes., 3, 5), que no bastan cuantas consideraciones hay para que acabemos de perder estos bríos y humos de ser tenidos y estimados. Parece que nos acontece en esto como a los que tienen miedo, que por muchas razones que les digáis para persuadirles que no hay de qué temer, dicen: Bien veo que todo eso es verdad, y yo querría; pero con todo eso no puedo acabar conmigo de perder el miedo. Así dicen algunos: Bien veo que todas esas razones, que habéis dicho, de la opinión y estima de los hombres, son verdaderas y convencen que todo es un poco de viento y vanidad: pero con todo no puedo acabar conmigo de no hacer caso de ello. Yo querría, pero paréceme que sin querer, no sé cómo, me llevan esas cosas tras sí y me inquietan. Pues así como no bastan razones y consideraciones para quitar el miedo al medroso, sino que juntamente con eso le solemos dar remedios de obras, diciéndole que llegue y toque aquellas que le pareen fantasmas y espantajos, y que se vaya de noche a los lugares oscuros y solos, para que experimente y vea que no hay nada, sino que todo era imaginación y aprensión suya, y de esa manera vaya perdiendo el miedo; así también para acabarlo de perder a la opinión y estimación del mundo y no hacer caso de eso, dicen los Santos que no bastan razones ni consideraciones, sino que es menester medio de obra y ejercicio de humildad, y que ése es el más principal y eficaz medio que podemos poner de nuestra parte para alcanzar esta virtud. 

San Basilio dice que así como las ciencias y artes se adquieren con el ejercicio, así también las virtudes morales. Para ser buen músico, o buen oficial mecánico, o buen retórico, o filósofo, es menester ejercitarse en eso, y de esa manera saldrá con ello. Así también, para alcanzar el hábito de la humildad y de las demás virtudes morales, es menester ejercitarnos en sus actos, y de esa manera lo alcanzaremos. Y si alguno dijere que para componer y moderar las pasiones afectos de su ánima y alcanzar las virtudes bastan razones y consideraciones y los avisos y documentos de la Escritura y de los Santos, engañase, dice San Basilio. Ese será como el que quisiere aprender a edificar o a acuñar moneda y nunca se ejercitase en ello, sino que todo se le fuese en oír los documentos y avisos del arte; ése cosa cierta es que nunca saldrá oficial, pues así tampoco saldrá con la humildad, ni con las demás virtudes el que no se ejercitase en ellas. Y trae en confirmación de esto aquello del Apóstol San Pablo (Rom., 2. 13): [Porque no son justos delante de Dios los que oyen la ley, mas los hacedores de la ley serán justificados]. No basta para eso oír muchas razones y documentos, sino es menester obrarlos: y más vale y aprovecha para este negocio la práctica y ejercicio, que toda cuanta teórica hay. Y aunque es verdad que toda virtud y todo bien nos ha de venir de la mano de Dios, y que nuestras fuerzas no son bastantes para eso; pero quiere ese mismo Señor, que nos lo ha de dar, que nosotros nos ayudemos de esta manera. 

San Agustín, sobre aquellas palabras de Cristo (Jn., 13, 14): [Pues si Yo, siendo vuestro Señor y Maestro, os he lavado los pies, también debéis unos otros lavaros los pies], dice que esto es lo que nos quiso enseñar Cristo nuestro Redentor con este ejemplo de lavar los pies a sus discípulos: «Esto es, Pedro, lo que no sabías cuando no querías consentir que te lavase Cristo los pies: Él te prometió que lo sabrías después; éste es el después; ahora lo entenderéis.» Y es que si querernos alcanzar la virtud de la humildad nos ejercitemos en actos exteriores de humildad. Os he dado ejemplo para que hagáis como Yo he hecho. Pues el Soberano y Todopoderoso se humilló, pues el Hijo de Dios se abatió y ocupó en ejercicios humildes y bajos, lavando los pies a sus discípulos y sirviendo a su Madre y al Santo José, y estando sujeto y obediente a ellos en todo lo que le mandaban; aprendamos nosotros de Él y ejercitémonos en ejercicios bajos y humildes, y de esa manera alcanzaremos la virtud de la humildad. 

Esto es también lo que dice San Bernardo: «La humillación exterior es el camino y medio para alcanzar la virtud de la humildad, como la paciencia para alcanzar la paz, y la lección y el estudio para alcanzar la ciencia. Por tanto, si queréis alcanzar la virtud de la humildad no huyáis de los ejercicios de la humillación; porque si decís que no podéis o no os queréis humillar y abajar, tampoco podréis alcanzar la virtud de la humildad.» 

Va probando muy bien San Agustín y dando la razón por qué este ejercicio de la humillación exterior ayuda y es tan importante y necesario para alcanzar la verdadera humildad de corazón. Están tan unidos y trabados entre sí este hombre exterior e interior, depende tanto el uno del otro, que cuando el cuerpo anda humillado y abatido, se despierta allá dentro en el corazón un afecto de humildad. No sé qué tiene aquel humillarme delante de mi hermano a servirle y besarle los pies; no sé qué tiene el vestido pobre y vil y el oficio bajo y humilde, que parece que va engendrando y criando la humildad en el corazón; y si la hay, la va conservando y aumentando. Y con esto responde San Doroteo a esta pregunta: ¿Cómo con el vestido bajo y vil, que está en el cuerpo, puede ganar humildad el alma? Porque cierta cosa es, dice que del cuerpo se pega al alma la buena o mala disposición. Y así vemos que una disposición tiene el alma cuando el cuerpo está sano y otra cuando está enfermo, y una cuando está harto y otra cuando está con hambre. Pues de la misma manera, de un afecto se viste el alma cuando el hombre se sienta en un trono o sobre un caballo ricamente enjaezado, y de otro cuando se sienta en tierra o sobre un jumento; y un afecto y disposición tiene cuando se adorna de vestidos preciosos y otros cuando se viste con vestidos pobres y viles. 

San Basilio notó también esto muy bien: dice que así como a los hombres del mundo el vestido bueno y lustroso les levanta el corazón y engendra en ellos unos humos de vanidad y soberbia y estima propia, así en los religiosos y siervos de Dios; el vestido pobre y humilde despierta en el corazón un afecto de humildad, y cría desestima de sí, y parece que hace al hombre despreciable. Y añade el Santo que así como los hombres del mundo desean los vestidos buenos y lustrosos para ser por ellos más conocidos y más tenidos y estimados, así los siervos de Dios y verdaderos humildes desean los vestidos viles y pobres para ser por eso desestimados y tenidos en menos de los hombres, y porque en aquello les parece que hallan un gran remedio para conservarse en la verdadera humildad y crecer en ella. Entre todas las humillaciones exteriores, una de las más principales es la del vestido pobre y vil, y por eso es tan usada de los verdaderos humildes. Del Padre San Francisco Javier leemos en su Vida que andaba siempre muy pobremente vestido para conservarse en humildad, temiendo no se le envolviese y mezclase con el vestido bueno alguna estimación o presunción, como suele acontecer. 

Por otra razón se verá también que para alcanzar la humildad de corazón y cualquier, otra virtud interior ayuda mucho el ejercicio exterior de la misma virtud: porque la voluntad se mueve mucho más con eso que con los deseos; porque el objeto presente, claro está que mueve más que el ausente, como lo que vemos con los ojos nos mueve más que lo que oímos. De donde manó el proverbio: «Lo que ojos no ven, corazón no quiebra.» Así lo exterior que se pone por obra, porque el objeto está allí presente, mueve mucho mas la voluntad que las aprensiones y deseos interiores, donde el objeto no está presente, sino en sola la imaginación y aprensión. Más virtud de paciencia criará en vuestra alma una gran afrenta bien sufrida con voluntad, que cuatro en sólo deseo sin obra: y más virtud de humildad criará en vuestra alma el hacer un día el oficio bajo y humilde y en traer un día el vestido roto y pobre, que muchos días de solos deseos. Cada día lo experimentamos, que tiene uno repugnancia de hacer una mortificación de esas ordinarias que hacemos, y al segundo día que la hace no siente dificultad; y antes había tenido muchos deseos de eso y no bastaron para vencer la dificultad. Y por esta misma razón usa también la Compañía algunas mortificaciones públicas, como leemos que las usaron muchos Santos; porque con una vez que se haga una cosa de éstas queda uno señor de sí para otras cosas que antes se le hacían dificultosas. Y se añade a esto lo que dicen los Teólogos, que el acto interior, cuando se acompaña con exterior, comúnmente es más intenso y eficaz. De manera que por todas partes ayuda mucho para alcanzar la virtud de la humildad el ejercitamos exteriormente en cosas bajas y humildes. 

Y porque por los mismos medios y causas por donde una virtud se alcanza, se conserva y aumenta, así como el ejercicio exterior es necesario para alcanzar la virtud de la humildad, así también lo es para conservarla y aumentarla. De donde se sigue que para todos es muy importante este ejercicio, no solamente para los que comienzan, sino para los que van adelante y están muy aprovechados, como lo dijimos también tratando de la mortificación. Y así nuestro Padre en las Constituciones y reglas lo encomienda mucho a todos. «Muy especialmente ayudará hacer con toda devoción posible los oficios dónde se ejercita más la humildad y caridad.» Y en otra parte dice: «Se deben prevenir las tentaciones con los contrarios de ellas, como es cuando uno se entiende ser inclinado a soberbia, ejercitándose en cosas bajas que se piensa le ayudarán para humillarte; y así de otras inclinaciones siniestras.» Y en otra: «Cuanto a los oficios bajos y humildes, se deben prontamente tomar aquellos en los cuales hallare mayor repugnancia, si le fuere ordenado que los haga.» Y así, digo, que estas dos cosas, humildad y humillación, se han de ayudar la una a lo otra; y de la humillación interior, que es despreciarse a sí mismo y tenerse en poco y desear ser tenido de los otros en poco, ha de nacer la humillación exterior, que tal se muestre el hombre por de fuera cual se estima de dentro. Quiero decir que así como el humilde se desprecia interiormente en sus mismos ojos y se tiene por indigno de toda honra, así ha de ser el tratamiento exterior y las obras exteriores que hiciere: échese de ver en las obras la humildad interior que hay allá dentro; escoged el lugar más bajo, como dice Cristo nuestro Redentor; no os despreciéis de tratar con los pequeñuelos y bajos, holgaos con los oficios humildes, y esta misma humillación exterior, que nace de la interior, acrecentará esa misma fuente de donde nace.  

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS. 
Padre Alonso Rodríguez, S.J