CAPÍTULO 23
De otro género de medios más eficaz para alcanzar la
virtud de la
humildad, que es el ejercicio de ella.
Ya hemos dicho del primer género de medios que se suelen dar para
alcanzar la virtud, que es razones y consideraciones, así divinas como
humanas. Pero es tanta la inclinación que tenemos a este vicio de la
soberbia, por habérsenos quedado tan arraigado en el corazón aquel deseo
de dignidad de nuestros primeros padres (Genes., 3, 5), que no bastan
cuantas consideraciones hay para que acabemos de perder estos bríos y
humos de ser tenidos y estimados. Parece que nos acontece en esto como a
los que tienen miedo, que por muchas razones que les digáis para
persuadirles que no hay de qué temer, dicen: Bien veo que todo eso es
verdad, y yo querría; pero con todo eso no puedo acabar conmigo de
perder el miedo. Así dicen algunos: Bien veo que todas esas razones, que
habéis dicho, de la opinión y estima de los hombres, son verdaderas y
convencen que todo es un poco de viento y vanidad: pero con todo no
puedo acabar conmigo de no hacer caso de ello. Yo querría, pero paréceme
que sin querer, no sé cómo, me llevan esas cosas tras sí y me inquietan.
Pues así como no bastan razones y consideraciones para quitar el miedo al
medroso, sino que juntamente con eso le solemos dar remedios de obras,
diciéndole que llegue y toque aquellas que le pareen fantasmas y
espantajos, y que se vaya de noche a los lugares oscuros y solos, para
que experimente y vea que no hay nada, sino que todo era
imaginación y aprensión suya, y de esa manera vaya perdiendo el miedo;
así también para acabarlo de perder a la opinión y estimación del mundo y
no hacer caso de eso, dicen los Santos que no bastan razones ni
consideraciones, sino que es menester medio de obra y ejercicio de
humildad, y que ése es el más principal y eficaz medio que podemos poner
de nuestra parte para alcanzar esta virtud.
San Basilio dice que así como las ciencias y artes se adquieren con el
ejercicio, así también las virtudes morales. Para ser buen músico, o buen
oficial mecánico, o buen retórico, o filósofo, es menester ejercitarse en
eso, y de esa manera saldrá con ello. Así también, para alcanzar el hábito
de la humildad y de las demás virtudes morales, es menester ejercitarnos
en sus actos, y de esa manera lo alcanzaremos. Y si alguno dijere que para
componer y moderar las pasiones afectos de su ánima y alcanzar las
virtudes bastan razones y consideraciones y los avisos y documentos de la Escritura y de los Santos, engañase, dice San Basilio. Ese será como el que
quisiere aprender a edificar o a acuñar moneda y nunca se ejercitase en
ello, sino que todo se le fuese en oír los documentos y avisos del arte; ése
cosa cierta es que nunca saldrá oficial, pues así tampoco saldrá con la
humildad, ni con las demás virtudes el que no se ejercitase en ellas. Y trae
en confirmación de esto aquello del Apóstol San Pablo (Rom., 2. 13):
[Porque no son justos delante de Dios los que oyen la ley, mas los
hacedores de la ley serán justificados]. No basta para eso oír muchas
razones y documentos, sino es menester obrarlos: y más vale y aprovecha
para este negocio la práctica y ejercicio, que toda cuanta teórica hay. Y
aunque es verdad que toda virtud y todo bien nos ha de venir de la mano
de Dios, y que nuestras fuerzas no son bastantes para eso; pero quiere ese
mismo Señor, que nos lo ha de dar, que nosotros nos ayudemos de esta
manera.
San Agustín, sobre aquellas palabras de Cristo (Jn., 13, 14): [Pues si
Yo, siendo vuestro Señor y Maestro, os he lavado los pies, también debéis
unos otros lavaros los pies], dice que esto es lo que nos quiso enseñar
Cristo nuestro Redentor con este ejemplo de lavar los pies a sus discípulos:
«Esto es, Pedro, lo que no sabías cuando no querías consentir que te lavase
Cristo los pies: Él te prometió que lo sabrías después; éste es el después;
ahora lo entenderéis.» Y es que si querernos alcanzar la virtud de la
humildad nos ejercitemos en actos exteriores de humildad. Os he dado
ejemplo para que hagáis como Yo he hecho. Pues el Soberano y
Todopoderoso se humilló, pues el Hijo de Dios se abatió y ocupó en
ejercicios humildes y bajos, lavando los pies a sus discípulos y sirviendo a
su Madre y al Santo José, y estando sujeto y obediente a ellos en todo lo
que le mandaban; aprendamos nosotros de Él y ejercitémonos en ejercicios
bajos y humildes, y de esa manera alcanzaremos la virtud de la humildad.
Esto es también lo que dice San Bernardo: «La humillación exterior
es el camino y medio para alcanzar la virtud de la humildad, como la
paciencia para alcanzar la paz, y la lección y el estudio para alcanzar la
ciencia. Por tanto, si queréis alcanzar la virtud de la humildad no huyáis de
los ejercicios de la humillación; porque si decís que no podéis o no os
queréis humillar y abajar, tampoco podréis alcanzar la virtud de la
humildad.»
Va probando muy bien San Agustín y dando la razón por qué este
ejercicio de la humillación exterior ayuda y es tan importante y necesario
para alcanzar la verdadera humildad de corazón. Están tan unidos y trabados entre sí este hombre exterior e interior, depende tanto el uno del
otro, que cuando el cuerpo anda humillado y abatido, se despierta allá
dentro en el corazón un afecto de humildad. No sé qué tiene aquel
humillarme delante de mi hermano a servirle y besarle los pies; no sé qué
tiene el vestido pobre y vil y el oficio bajo y humilde, que parece que va
engendrando y criando la humildad en el corazón; y si la hay, la va
conservando y aumentando. Y con esto responde San Doroteo a esta
pregunta: ¿Cómo con el vestido bajo y vil, que está en el cuerpo, puede
ganar humildad el alma? Porque cierta cosa es, dice que del cuerpo se pega al alma la buena o mala disposición. Y así vemos que una disposición tiene
el alma cuando el cuerpo está sano y otra cuando está enfermo, y una
cuando está harto y otra cuando está con hambre. Pues de la misma
manera, de un afecto se viste el alma cuando el hombre se sienta en un
trono o sobre un caballo ricamente enjaezado, y de otro cuando se sienta
en tierra o sobre un jumento; y un afecto y disposición tiene cuando se
adorna de vestidos preciosos y otros cuando se viste con vestidos pobres y
viles.
San Basilio notó también esto muy bien: dice que así como a los
hombres del mundo el vestido bueno y lustroso les levanta el corazón y
engendra en ellos unos humos de vanidad y soberbia y estima propia, así
en los religiosos y siervos de Dios; el vestido pobre y humilde despierta en
el corazón un afecto de humildad, y cría desestima de sí, y parece que hace
al hombre despreciable. Y añade el Santo que así como los hombres del
mundo desean los vestidos buenos y lustrosos para ser por ellos más
conocidos y más tenidos y estimados, así los siervos de Dios y verdaderos
humildes desean los vestidos viles y pobres para ser por eso desestimados
y tenidos en menos de los hombres, y porque en aquello les parece que
hallan un gran remedio para conservarse en la verdadera humildad y crecer
en ella. Entre todas las humillaciones exteriores, una de las más principales
es la del vestido pobre y vil, y por eso es tan usada de los verdaderos
humildes. Del Padre San Francisco Javier leemos en su Vida que andaba
siempre muy pobremente vestido para conservarse en humildad, temiendo
no se le envolviese y mezclase con el vestido bueno alguna estimación o
presunción, como suele acontecer.
Por otra razón se verá también que para alcanzar la humildad de
corazón y cualquier, otra virtud interior ayuda mucho el ejercicio exterior
de la misma virtud: porque la voluntad se mueve mucho más con eso que
con los deseos; porque el objeto presente, claro está que mueve más que el
ausente, como lo que vemos con los ojos nos mueve más que lo que oímos. De donde manó el proverbio: «Lo que ojos no ven, corazón no quiebra.»
Así lo exterior que se pone por obra, porque el objeto está allí presente,
mueve mucho mas la voluntad que las aprensiones y deseos interiores,
donde el objeto no está presente, sino en sola la imaginación y aprensión.
Más virtud de paciencia criará en vuestra alma una gran afrenta bien
sufrida con voluntad, que cuatro en sólo deseo sin obra: y más virtud de
humildad criará en vuestra alma el hacer un día el oficio bajo y humilde y
en traer un día el vestido roto y pobre, que muchos días de solos deseos.
Cada día lo experimentamos, que tiene uno repugnancia de hacer una
mortificación de esas ordinarias que hacemos, y al segundo día que la hace
no siente dificultad; y antes había tenido muchos deseos de eso y no
bastaron para vencer la dificultad. Y por esta misma razón usa también la
Compañía algunas mortificaciones públicas, como leemos que las usaron
muchos Santos; porque con una vez que se haga una cosa de éstas queda
uno señor de sí para otras cosas que antes se le hacían dificultosas. Y se
añade a esto lo que dicen los Teólogos, que el acto interior, cuando se
acompaña con exterior, comúnmente es más intenso y eficaz. De manera
que por todas partes ayuda mucho para alcanzar la virtud de la humildad el
ejercitamos exteriormente en cosas bajas y humildes.
Y porque por los mismos medios y causas por donde una virtud se
alcanza, se conserva y aumenta, así como el ejercicio exterior es necesario
para alcanzar la virtud de la humildad, así también lo es para conservarla y
aumentarla. De donde se sigue que para todos es muy importante este
ejercicio, no solamente para los que comienzan, sino para los que van adelante
y están muy aprovechados, como lo dijimos también tratando de la
mortificación. Y así nuestro Padre en las Constituciones y reglas lo
encomienda mucho a todos. «Muy especialmente ayudará hacer con toda
devoción posible los oficios dónde se ejercita más la humildad y caridad.»
Y en otra parte dice: «Se deben prevenir las tentaciones con los contrarios
de ellas, como es cuando uno se entiende ser inclinado a soberbia,
ejercitándose en cosas bajas que se piensa le ayudarán para humillarte; y
así de otras inclinaciones siniestras.» Y en otra: «Cuanto a los oficios bajos
y humildes, se deben prontamente tomar aquellos en los cuales hallare
mayor repugnancia, si le fuere ordenado que los haga.» Y así, digo, que
estas dos cosas, humildad y humillación, se han de ayudar la una a lo otra;
y de la humillación interior, que es despreciarse a sí mismo y tenerse en
poco y desear ser tenido de los otros en poco, ha de nacer la humillación
exterior, que tal se muestre el hombre por de fuera cual se estima de
dentro. Quiero decir que así como el humilde se desprecia interiormente en sus mismos ojos y se tiene por indigno de toda honra, así ha de ser el
tratamiento exterior y las obras exteriores que hiciere: échese de ver en las
obras la humildad interior que hay allá dentro; escoged el lugar más bajo,
como dice Cristo nuestro Redentor; no os despreciéis de tratar con los
pequeñuelos y bajos, holgaos con los oficios humildes, y esta misma
humillación exterior, que nace de la interior, acrecentará esa misma fuente
de donde nace.
EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y
VIRTUDES CRISTIANAS.
Padre Alonso Rodríguez, S.J