sábado, 27 de noviembre de 2010

MÁXIMAS DE SAN PABLO DE LA CRUZ (XI)

La Pasión de Jesucristo y las Almas del Purgatorio. – La Pobreza,
la Castidad, la Mortificación y la Obediencia.

I

Los Santos que gozan y triunfan en el cielo, han vencido al demonio, al mundo y a la carne, y han pasado por muchas tribulaciones; sigamos sus ejemplos, marchemos en pos de sus pisadas acá en la tierra, y algún día gozaremos con ellos en el cielo.

II

Apresurémonos a socorrer por todos los medios posibles, a las benditas almas que sufren en el Purgatorio, para que, libres de todo obstáculo, sean admitidas en la mansión del descanso eterno y de la gloria imperecedera.

III

Si durante nuestra vida no practicamos la caridad con las almas que sufren en el Purgatorio, la Bondad divina permitirá que después de nuestra muerte nos falten los sufragios, y nos traten como ahora nosotros tratamos a aquellas augustas cautivas.

IV

La gloria del Paraíso no se da a los que han gozado en esta vida, sino a los que han sufrido por Dios todo linaje de padecimientos y han tenido un corazón compasivo para con sus semejantes, máxime para los que sufren en el lugar de la expiación.

V

El que quiere de veras salvarse debe tener un corazón desprendido de los bienes temporales y perecederos, vivir pobre de efecto, o cuando menos, de afecto, pues Jesucristo ha pronunciado ya la sentencia: Dichosos los pobres de espíritu; el reino de los cielos les pertenece. ¡Ay de los ricos! difícilmente se salvarán.

VI

La pobreza, tan aborrecida del mundo, es, sin embargo, una rica perla y muy agradable a Dios. ¡Oh, qué felicidad se encuentra en la vida pobre y común! Es un tesoro preciosísimo. ¡Oh Jesús mío crucificado! Yo protesto que no quiero nada de las cosas de la tierra, porque Vos solo me bastáis, mi Dios y mi todo.

VII

La pobreza es el glorioso estandarte y la barrera inexpugnable de la verdadera vida cristiana, y sobre todo de la vida religiosa; es una grande alegría para el que la observa, y una fuente perenne é inagotable de riquezas espirituales delante de Dios.

VIII

Os recomiendo la santa pobreza; si vivís desprendidos de los bienes mundanos, si permanecéis pobres, seréis santos, mas, si buscáis las riquezas, perderéis el espíritu religioso y aun del verdadero cristiano, y la observancia regular y el cumplimiento de los divinos mandamientos desaparecerán de entre vosotros.
Los hijos de la Pasión de Jesucristo deben vivir despojados de todo bien material, y nuestra Congregación debe distinguirse por la pobreza de espíritu y por el desprendimiento total de todas las cosas.

IX
Mientras los primeros cristianos se mantuvieron pobres y desprendidos de los bienes que se llaman de fortuna, fueron perfectos y santos. Así, si los religiosos de la Congregación conservan escrupulosamente el verdadero espíritu de pobreza, se mantendrán en todo el vigor de la regular observancia y se harán grandes santos.

X
Si me hallase en la hora de la muerte, haría estas tres recomendaciones: conservad el espíritu de oración, el espíritu de soledad y el espíritu de pobreza. Si así lo hiciereis, dichosos de vosotros, derramaréis una brillante luz de santidad delante de Dios y delante de los hombres.

XI
Sed puros en un grado eminente y guardad con el mayor esmero y cuidado esta hermosísima flor… Nosotros llevamos este tan precioso tesoro, dice el Apóstol, en vasos de barro. Pues, sed ángeles de pureza, y no omitáis ninguna precaución para conservar este rico tesoro que la imprudencia pierde tan fácilmente… Evitad cuidadosamente todo peligro de herir no sólo la pureza, sino hasta las más mínimas reglas de una exacta y perfecta modestia.

XII
Os recomiendo mucho la santa modestia en todo tiempo y lugar, porque siempre nos hallamos en la presencia de Dios que está en todas partes… Copiad en vosotros la modestia admirable de Jesucristo: sed modestos en vuestro porte, en vuestros vestidos en vuestras palabras y más aun en vuestros ojos… Los ojos son las puertas del alma, por ellos entra la muerte… El que gusta ver y mirar no tardará en perder su pureza, o cuando menos, en empañar su hermosura.

XIII
Os conjuro a que veléis con el mayor cuidado no sólo sobre vuestros ojos y la mortificación de la sensualidad, sino también en conformar todos vuestros movimientos con las reglas de la santa modestia, virtud que da a cada cosa la medida, la decencia y la dignidad conveniente… Guardad la más perfecta fidelidad al Esposo de las almas, y vivid como palomas inocentes y sin mancha.

XIV
Sabed que el lirio se hace más blanco y despide un perfume más suave entre las espinas que cuando esta solo, quiero decir, que la santa virginidad se embellece y agrada más a Dios entre las espinas de los combates y de las más horribles tentaciones, que cuando goza de relativa paz. Dios permite las tentaciones y las rebeldías de la parte inferior para darnos un conocimiento más profundo de nuestra nada y convencernos de que, privados de su gracia, seriamos capaces de los mayores y más abominables crímenes.

XV
Si queréis conservar en todo su brillo la preciosa azucena de la santa castidad, debéis ser muy prudentes, evitando toda relación peligrosa; debéis velar muchísimo sobre vuestros ojos, sobre los afectos de vuestro corazón y sobre los movimientos de vuestro cuerpo. Todo vuestro porte debe estar muy bien arreglado y compuesto de día y de noche, debéis ser muy celosos y muy amigos de la santa modestia. No os fiéis de nadie, pero sobre todo desconfiad de vosotros mismos.

XVI
En la noche rociad vuestra cama con agua bendita; acostaos con una extremada modestia… tened vuestro crucifijo delante de vosotros, y si sois asaltados de algún mal pensamiento, tomadle en la mano, besad sus llagas, y decid: “He aquí la Cruz de Jesucristo; ¡huid, espíritus infernales¡ Yo os lo mando en el nombre de la Santísima Trinidad, de Jesucristo, mi Salvador, y de María Santísima, Madre de Dios!

XVII
Desconfiad siempre de vosotros mismo, porque se han visto caer los cedros del Líbano… Es necesario temer y huir… El que huye del peligro está seguro de no caer; mas el que ama el peligro, perecerá en él: es el Espíritu Santo quien nos lo dice… Es preciso evitar toda visita inútil, y romper toda relación peligrosa.

XVIII
Para conservar la santa pureza, menester es amarla, apreciarla, desconfiar de todos y más aun de sí mismo, y mantenerse en guardia contra el mundo, el demonio y la carne; en una palabra, es indispensable temer y huir… En esta lucha, el que huye triunfa… A quien ama y conoce todo el valor de esta preciosa y celestial joya, las conversaciones con personas de diferente sexo parecen siempre largas, por cortas que sean.

XIX
La oración, la lectura de buenos libros, la frecuencia de los Santos Sacramentos, el recuerdo continuo de la Pasión y muerte de Jesucristo, la tierna y filial confianza a María Santísima, Virgen de las vírgenes, la fuga de las ocasiones y la mortificación de los sentidos, son los guardianes de la santa pureza.

XX
Quisiera tener siempre en mi mano un hierro cortante a fin de desarraigar y destruir la mala yerba que nace y crece en mi jardín… Vosotros me comprendéis: quiero decir, que trabajo para despojar mi alma de todo lo que no es Dios, mortificando y castigando al efecto mi cuerpo de muerte.
San Ignacio decía a menudo: “Ignacio, triunfa de ti mismo; Ignacio, triunfa de ti mismo. ¡Oh, qué aviso tan importante! ¡Que medio tan poderoso y tan necesario para conservar la castidad, y llegar en poco tiempo a la más alta y encumbrada santidad!

XXI
Celebremos con sentimientos de verdadero júbilo la Presentación de María en el templo. ¡Ah! Este día nos recuerda el sacrificio que esta purísima Niña hizo al Señor, consagrándose entera e irrevocablemente al servicio de su Dios. Imitémosla en su vida oculta en el templo y en su fidelidad en el servicio de nuestro Soberano Bien. No olvidemos que si el premio se promete a quien comienza a hacer el bien, no se da sino al que persevera en el hasta la muerte.

XXII
Al mismo tiempo que el cuerpo está ocupado en su trabajo, el alma puede estar ocupada en el suyo, pensando en Dios y amándole. Así mientras se come, se pueden hacer actos de amor de Dios. De esta manera se practica la mortificación, el hombre se hace superior a todas las cosas y a sí mismo, y desprecia los goces materiales y sensuales.

XXIII
San Gregorio el Grande se alimentaba pobremente para mortificar su carne; y hoy se tiene tanta delicadeza y tanto horror a las más ligeras penitencias! S. Gregorio, de familia noble de constitución delicada, aprendió en la escuela de los piadosos solitarios a contentarse con el plato de legumbres que su santa madre le enviaba diariamente de limosna. Tal conducta debe cubrir de vergüenza nuestra delicadeza e inmortificación.

XXIV
¡Ah, mis amados hijos! tened sobre todo una tan perfecta caridad que una de tal modo todos los corazones, que no formen sino un solo corazón y una sola voluntad. Abandonaos de tal manera en las manos de los superiores, que ellos puedan hacer de vosotros cuanto quisieren, siempre que no os mande contra la ley de Dios, contra las reglas ni contra las constituciones las cuales debéis permanecer siempre fieles.

XXV
Jesucristo, como enseña el santo Evangelio estuvo sumiso y sujeto a su santa Madre y a su padre nutricio, el glorioso San José, y llevo su obediencia hasta la muerte y muerte de cruz. También vosotros debéis morir a vosotros mismos, renunciando a vuestra propia voluntad y sujetando vuestro juicio al de los legítimos superiores, cualesquiera que estos sean.

XXVI
Abandonaos como muertos a vuestros Superiores; hasta que no estéis como muertos en las manos de la obediencia, no podréis gustar las dulzuras del servicio de Dios. –Mirad como perdido el día en que no quebrantéis vuestra voluntad, sujetándola a la obediencia.

XXVII
Ofreced a menudo vuestra voluntad en sacrificio a Dios y experimentareis un contento todo divino; cuanto más obedientes fuereis, más paz e indiferencia tendréis para todos los empleos; la obediencia será vuestra verdadera esposa, y la amaréis en Jesucristo, este gran Rey de los corazones obedientes.

XXVIII
Nuestro dulce Jesús obedeció a sus mismos verdugos, se deja vestir y despojar a gusto de ellos; le atan, le desatan, le llevan de un lado a otro, y el inocente Cordero se presta a todo y no opone resistencia alguna. ¡Oh dulce sumisión de Jesús, mi soberano Bien, cuán fuertemente condenáis mis desobediencias!

XXIX
Desead con el ardor que el ciervo sediento ansía el agua de la fuente, que en todo sea rota vuestra propia voluntad, y renunciad por amor de Dios a todo juicio, a toda inclinación a todo propio parecer, y someteos con verdadera alegaría interior al juicio de quien hace las veces de Dios, y cantaréis muchas victorias.

XXX
Estad siempre dispuestos a obedecer sin réplica y sin disgusto como una mansa oveja; y gustad que os rompan todos vuestros proyectos, por bueno y santos que sean; tiempo vendrá en que Dios os lo hará ejecutar de una manera muy perfecta y muy provechosa para vuestra alma.
No olvidéis que el que es verdaderamente obediente se hace apto par ayudar a la Iglesia, a las almas y a la orden a que pertenece, con sus trabajos y oraciones, porque Jesucristo escucha las oraciones de los que son obedientes.


San Pablo de la Cruz