sábado, 22 de septiembre de 2012

APORTACIÓN DE LAS PROFECÍAS PRIVADAS


Ante las profecías privadas hay dos actitudes extremas: los que admiten todas, sin más, y los que sin más las rechazan todas.

Admitir una profecía sin más, aun con el buen deseo de aceptar la revelación de Dios, es insensato, pues enseña la historia que siempre hay muchos impostores e ilusos, que se atribuyen dones que no tienen, y falsarios que tergiversan los hechos. Hoy pululan quizás más que nunca, engañando incluso a sacerdotes, en casos que conocemos. Además, todo cristiano ha de poner empeño en seguir a Cristo y practicar las virtudes; sería una desviación descuidar esto o sustituirlo por la búsqueda de profecías o sensacionalismos religiosos.

Otros, parte por evitar ser engañados y parte porque la revelación pública basta, rechazan de plano, a priori, cualquier revelación privada, no queriendo ni examinarla sin prejuicios. Pero en la Iglesia vemos es práctica tradicional y universal, seguida por los Santos y Papas, prestar fe a las revelaciones privadas auténticas. “No desprecies las profecías”, nos aconseja San Pablo (1 Tes. 5,20), y vemos es un carisma corriente y estimado en el Nuevo Testamento (cfr Hech. 2,17-18; 11,27 s; 19,6; 1 Cor. 14,26 s, etc.).

Muy útiles han sido para enfervorizar la vida espiritual de innumerables almas, por ejemplo, las revelaciones sobre el Corazón de Jesús, las del Escapulario, las del Rosario, las de Fátima, etc. Dios, por medio de sus elegidos, concreta o detalla su revelación pública oficial, impulsándonos a conformar más nuestra vida con ésta. Si una revelación es verdadera, si realmente Dios nos revela algo, no lo iba a hacer por puro pasatiempo. Entonces, ¿no vamos a aprovecharnos de ello, cometiendo la descortesía de menospreciarlo?

Si tenemos pruebas que una revelación es auténtica es obvio que le prestemos fe, no divina, sino humana; es decir, que la creamos como creemos otros  hechos históricos. Pero cuando están explícita o implícitamente aprobadas por la iglesia, como las de los Nueve Primeros Viernes del Sagrado Corazón, al aceptarlas ejercitamos también nuestra fe en la Iglesia, igual que al obedecer otra enseñanza del Magisterio.

El problema difícil de discreción de espíritus, cuando no hay esa aprobación de la Iglesia, es distinguir qué profecías, o qué profetas, son verdaderos y cuáles no. Según la teología tradicional, son señales de falsedad:

-Si dice algo contra la doctrina católica;
   
-Si da como revelado algo ciertamente falso (aunque, según S. Ignacio, en sus reglas de discreción de espíritus, (EE. 336) después de una comunicación sobrenatural auténtica, “cuando el alma queda caliente…, muchas veces por su propio discurso…, forma diversos pareceres que no son todos inmediatamente de Dios”, esto es: puede añadir a lo revelado algo que no lo es, o incluso puede ser equivocado);
 
-Si no obedece a  la autoridad eclesiástica;

-Si le falta humildad, caridad…, o si busca aparecer, vivir bien, ganar dinero, fama… (es posible una revelación sobrenatural a un pecador, pero no que Dios se siga sirviendo como profeta de quien no lleva una vida de perfección cristiana);
     
-Si el principio de unas apariciones es rechazable, es absurdo suponer que con ese motivo allí van a tener otras apariciones verdaderas.

Finalmente, habrá que estar al juicio de la Iglesia, aunque el juicio definitivo está reservado a la Santa Sede, conforme al Concilio V de Letrán. (Recordemos el caso espectacular de Fátima, donde todavía bastantes años después de las apariciones el Cardenal de Lisboa prohibió, bajo penas, a los sacerdotes hablar de ellas. Y la falta de discreción de espíritus también de su sucesor, quien sinceramente ha reconocido que, siendo ya obispo, le parecían aquellas falsas).

Padre José Luis de Urrutia, S.J. 
EL TIEMPO QUE SE APROXIMA

2 comentarios: