Ante las
profecías privadas hay dos actitudes extremas: los que admiten todas, sin más,
y los que sin más las rechazan todas.
Admitir una
profecía sin más, aun con el buen deseo de aceptar la revelación de Dios, es
insensato, pues enseña la historia que siempre hay muchos impostores e ilusos,
que se atribuyen dones que no tienen, y falsarios que tergiversan los hechos.
Hoy pululan quizás más que nunca, engañando incluso a sacerdotes, en casos que
conocemos. Además, todo cristiano ha de poner empeño en seguir a Cristo y
practicar las virtudes; sería una desviación descuidar esto o sustituirlo por
la búsqueda de profecías o sensacionalismos religiosos.
Otros, parte por
evitar ser engañados y parte porque la revelación pública basta, rechazan de
plano, a priori, cualquier revelación privada, no queriendo ni examinarla sin
prejuicios. Pero en la Iglesia
vemos es práctica tradicional y universal, seguida por los Santos y Papas,
prestar fe a las revelaciones privadas auténticas. “No desprecies las
profecías”, nos aconseja San Pablo (1 Tes. 5,20), y vemos es un carisma
corriente y estimado en el Nuevo Testamento (cfr Hech. 2,17-18; 11,27 s; 19,6;
1 Cor. 14,26 s, etc.).
Muy útiles han sido
para enfervorizar la vida espiritual de innumerables almas, por ejemplo, las
revelaciones sobre el Corazón de Jesús, las del Escapulario, las del Rosario,
las de Fátima, etc. Dios, por medio de sus elegidos, concreta o detalla su
revelación pública oficial, impulsándonos a conformar más nuestra vida con
ésta. Si una revelación es verdadera, si realmente Dios nos revela algo, no lo
iba a hacer por puro pasatiempo. Entonces, ¿no vamos a aprovecharnos de ello,
cometiendo la descortesía de menospreciarlo?
Si tenemos pruebas que una revelación es
auténtica es obvio que le prestemos fe, no divina, sino humana; es decir, que
la creamos como creemos otros hechos
históricos. Pero cuando están explícita o implícitamente aprobadas por la
iglesia, como las de los Nueve Primeros Viernes del Sagrado Corazón, al
aceptarlas ejercitamos también nuestra fe en la Iglesia , igual que al
obedecer otra enseñanza del Magisterio.
El problema
difícil de discreción de espíritus, cuando no hay esa aprobación de la Iglesia , es distinguir qué
profecías, o qué profetas, son verdaderos y cuáles no. Según la teología
tradicional, son señales de falsedad:
-Si dice algo contra
la doctrina católica;
-Si da como revelado
algo ciertamente falso (aunque, según S. Ignacio, en sus reglas de discreción
de espíritus, (EE. 336) después de una comunicación sobrenatural auténtica, “cuando
el alma queda caliente…, muchas veces por su propio discurso…, forma diversos
pareceres que no son todos inmediatamente de Dios”, esto es: puede añadir a lo
revelado algo que no lo es, o incluso puede ser equivocado);
-Si no obedece
a la autoridad eclesiástica;
-Si le falta
humildad, caridad…, o si busca aparecer, vivir bien, ganar dinero, fama… (es
posible una revelación sobrenatural a un pecador, pero no que Dios se siga
sirviendo como profeta de quien no lleva una vida de perfección cristiana);
-Si el principio
de unas apariciones es rechazable, es absurdo suponer que con ese motivo allí
van a tener otras apariciones verdaderas.
Finalmente, habrá
que estar al juicio de la
Iglesia , aunque el juicio definitivo está reservado a la Santa Sede , conforme al
Concilio V de Letrán. (Recordemos el caso espectacular de Fátima, donde todavía
bastantes años después de las apariciones el Cardenal de Lisboa prohibió, bajo
penas, a los sacerdotes hablar de ellas. Y la falta de discreción de espíritus
también de su sucesor, quien sinceramente ha reconocido que, siendo ya obispo,
le parecían aquellas falsas).
Padre José Luis de Urrutia, S.J.
EL TIEMPO QUE SE APROXIMA
amen viva Cristo Rey
ResponderEliminarMEXICO SIEMPRE FIEL
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