EL LIBERALISMO O LA SOCIEDAD SIN DIOS
“El indiferentismo es el ateísmo sin el nombre.”
León XIII, Immortale Dei
Voy a tratar de exponer aquí, luego de haber analizado los principios del liberalismo político, cómo el movimiento de laicización generalizado que ha destruido en este momento casi enteramente la cristiandad, tiene su fuente en los principios liberales. Es lo que muestra el Papa León XIII en su encíclica Immortale Dei del 1° de noviembre de 1884, en un texto ya clásico que no se puede ignorar.
El “derecho nuevo”
“Pero el afán pernicioso y deplorable de novedad que surgió en el siglo XVI, habiendo, primeramente, perturbado las cosas de la Religión, por natural consecuencia vino a trastornar la filosofía y mediante ésta, toda la organización de la sociedad civil. De allí, como de un manantial, se han de derivar los más recientes postulados de una libertad sin freno, a saber, inventadas durante las máximas perturbaciones del siglo XVIII y lanzadas después, mediando este siglo, como principios y bases de un nuevo derecho que era hasta entonces desconocido y discrepaba no sólo del derecho cristiano sino en más de un punto también del derecho natural.
“El supremo entre estos principios es que todos los hombres como se entiende que son de una misma especie y naturaleza, así también son iguales en su acción vital, siendo cada uno tan dueño de sí mismo, que de ningún modo está sometido a la autoridad de otro, que puede pensar de cualquier cosa lo que se le ocurra y obrar libremente lo que se le antoje, ni nadie tiene derecho de mandar a nadie.
“Constituida la sociedad con estos principios, la autoridad pública no es más que la voluntad del pueblo, el cual como no depende sino de sí mismo, así él solo se da órdenes a sí mismo, pero elige personas a quienes se entrega, de tal manera, sin embargo, que les delega más bien el oficio de mandar y no el derecho, que sólo en su nombre ejerce. Se cubre aquí con el manto de silencio el poder soberano de Dios, ni más ni menos como si Dios no existiese, o no se preocupase para nada de la sociedad del género humano, o como si los hombres, ya individual ya colectivamente nada debieran a Dios o se pudiese concebir alguna forma de dominio que no tuviese en Dios su razón de ser, su fuerza y toda su autoridad.
“De este modo, como se ve, el Estado no es más que una muchedumbre que es maestra y gobernadora de sí misma, y como se afirma que el pueblo contiene en sí la fuente de todos los derechos y de todo poder, síguese lógicamente que el Estado no se crea deudor de Dios en nada, ni profese oficialmente ninguna religión, ni deba indicar cuál es, entre tantas, la única verdadera, ni favorecer a una principalmente; sino que deba conceder a todas ellas igualdad de derechos, a fin de que el régimen del Estado no sufra de ellas ningún daño. Lógico será dejar al arbitrio de cada uno todo lo que se refiere a religión, permitiéndole que siga la que prefiere o ninguna en absoluto, cuando ninguna le agrada. De allí nace, ciertamente, lo siguiente: el criterio sin ley de las conciencias individuales, los libérrimos principios de rendir o no culto a Dios, la ilimitada licencia de pensar y de publicar sus pensamientos.”(1)
Consecuencias del “derecho nuevo”
“Admitidos estos principios, que frenéticamente se aplauden hoy día, fácilmente se comprenderá a qué situación más inicua se empuja a la Iglesia.
“Pues, donde quiera la actuación responde a tales doctrinas, se coloca al catolicismo en pie de igualdad con sociedades que son distintas de ella o aún se lo relega a un sitio inferior a ellas; no se tiene ninguna consideración a las leyes eclesiásticas, y a la Iglesia que, por orden y mandato de Jesucristo, debe enseñar a todas las naciones, se le prohíbe toda ingerencia en la educación pública de los ciudadanos.
“Aún en los asuntos que son de la competencia eclesiástica y civil, los gobernantes civiles legislan por sí y a su antojo, y tratándose de la misma clase de jurisdicción mixta, desprecian soberanamente las santísimas leyes de la Iglesia.
“En consecuencia, avocan a su jurisdicción los matrimonios de los cristianos, legislando aún acerca del vínculo conyugal, de su unidad y estabilidad; usurpan las posesiones de los clérigos, diciendo que la Iglesia no tiene el derecho de poseer; obran, en fin, de tal modo respecto de ella, que negándole la naturaleza y los derechos de una sociedad perfecta, la ponen en el mismo nivel de las otras sociedades que existen en el Estado; y por consiguiente, dicen, si tiene algún derecho, si alguna facultad legítima posee para obrar, lo debe al favor y las concesiones de los gobernantes.”(2)
Consecuencias últimas
“De modo que en esta situación política de que hoy día muchísimos se han encariñado, ya se ha formado una costumbre y tendencia, o de quitar completamente de en medio a la Iglesia, o de tenerla atada y sujeta al Estado. En gran parte se inspira en estos designios lo que los gobernantes hacen. Las leyes, la administración pública, la enseñanza laica de la juventud, la incautación de los bienes, y la supresión de las órdenes religiosas como la destrucción del poder temporal de los Romanos Pontífices, todo obedece al fin de herir el nervio vital de las instituciones cristianas, sofocar la libertad de la Iglesia Católica y triturar sus otros derechos.”(3)
León XIII ha, por lo tanto, demostrado que el nuevo derecho, aquel de los principios liberales, conduce al indiferentismo del Estado en relación a la religión (es, dice “el ateísmo sin el nombre”(4), y a eliminar la religión católica de la sociedad. En otras palabras, el objetivo de los impíos liberales no es nada menos que la eliminación de la Iglesia por medio de la destrucción de los Estados católicos que la sostienen. Esos estados eran las murallas de la fe. Era necesario entonces abatirlas. Y una vez destruidas esas defensas de la Iglesia, una vez suprimidas las instituciones políticas que eran su protección y la expresión de su benéfica influencia, la Iglesia misma sería paralizada y abatida y con ella la familia cristiana, la escuela cristiana, el espíritu cristiano y hasta el mismo nombre cristiano. León XIII ve claramente ese plan satánico, tramado por las sectas masónicas, y que llega hoy a sus últimas consecuencias.
El Liberalismo laicizante en obra durante el Vaticano II
Pero el colmo de la impiedad, que nunca había sido alcanzado hasta entonces, fue cumplido cuando la Iglesia misma, o al menos lo que ha querido pasar por tal, adoptó en el Concilio Vaticano II el principio del laicismo del Estado, o lo que es equivalente, la regla de la igual protección del Estado a los adeptos de todos los cultos, por la declaración sobre la libertad religiosa; volveré sobre este tema. Pero eso demuestra al mismo tiempo hasta qué punto han penetrado las ideas liberales en la Iglesia, incluso hasta sus más altas esferas. También volveré sobre esto.
He aquí, para recapitular, el encadenamiento lógico de los principios liberales hasta sus consecuencias extremas para la Iglesia; se trata del esquema adjunto a la carta que dirigí al Card. Seper el 26 de febrero de 1978. Es un esclarecedor paralelo de la Quanta Cura de Pío IX y de la Immortale Dei de León XIII.
León XIII
Immortale Dei (PIN. 143-144
1) Condenación del racionalismo individualista indiferentista, del indiferentismo y del monismo estatal.
“Todos los hombres… son iguales en su acción vital, siendo cada uno tan dueño de sí mismo que de ningún modo está sometido a la autoridad de otro, que puede pensar de cualquier cosa lo que se le ocurra y obrar libremente lo que se le antoje…
“(…) La autoridad pública no es más que la voluntad del pueblo… De este modo… el pueblo contiene en sí la fuente de todos los derechos… síguese lógicamente que el Estado no se crea deudor de Dios en nada, ni profese oficialmente ninguna religión, ni deba (…) favorecer a una principalmente.”
2) Consecuencia: el “derecho a la libertad religiosa” en el Estado.
“…sino que deba conceder a todas ellas igualdad de derechos, a fin de que el régimen del Estado no sufra de ellas ningún daño.
“Lógico será dejar al arbitrio de cada uno todo lo que se refiere a la religión, permitiéndole que siga la que prefiera o ninguna en absoluto, cuando ninguna le agrada.”
3) Consecuencias de ese “derecho nuevo”.
“Admitidos estos principios, que frenéticamente se aplauden hoy día, fácilmente se comprenderá a qué situación más inicua se empuja a la Iglesia.
“Pues, donde quiera que la actuación responde a tales doctrinas, se coloca al catolicismo en pie de igualdad con sociedades que son distintas de ella o aún se lo relega a un sitio inferior a ellas (…) obran, en fin de tal modo respecto de ella, que negándole la naturaleza y los derechos de una sociedad perfecta, la ponen en el mismo nivel de las otras sociedades que existen en el Estado.”
Pío IX
Quanta Cura (PIN. 39-40)
1) Denuncia del naturalismo y su aplicación al Estado.
“Hoy no faltan hombres que, aplicando a la sociedad civil el impío y absurdo principio del naturalismo, como le llaman, se atreven a enseñar, que el mejor orden de la sociedad pública y el progreso civil demandan imperiosamente, que la sociedad humana se constituya y se gobierne, sin que tenga en cuenta la Religión, como si no existiese; o por lo menos, sin hacer ninguna diferencia entre la verdadera Religión y las falsas.”
2) Consecuencia: el “derecho a la libertad religiosa” en el Estado.
“Además, contradiciendo la doctrina de la Escritura, de la Iglesia y de los Santos Padres, afirman que ‘el mejor gobierno es aquel en el que no se reconoce al poder, la obligación de reprimir por la sanción de las penas a los violadores de la Religión católica, a no ser que la tranquilidad pública lo exija.
Y: “Que la libertad de conciencia y de cultos es un derecho libre de cada hombre, que debe ser proclamado y garantizado en toda sociedad bien constituida…”
3) Consecuencias de ese “derecho nuevo”: ataque a la Iglesia.
Pío IX denuncia la última “opinión” citada en el N° 2 de la siguiente manera:
“opinión errónea, la más fatal a la Iglesia Católica y a la salvación de las almas”.
No dice más, pero agrega más adelante que todo eso lleva a “desterrar a la Religión de la pública sociedad”.
Si bien el Vaticano II no proclama el primer principio del liberalismo – el cual he llamado racionalismo individualista e indiferentista –, sin embargo encontramos en él, como mostraré seguidamente, todo su contenido y consecuencias: el indiferentismo del Estado, derecho a la libertad religiosa para los seguidores de todas las religiones, destrucción del derecho público de la Iglesia, supresión de los Estados católicos. Todo está allí, toda esta serie de abominaciones se encuentra allí consignada y exigida por la lógica misma de un liberalismo que no quiere decir su nombre, pero, que es su fuente envenenada.
Notas:
(1) PIN. 143
(2) PIN. 144
(3) PIN. 146
(4) Ibid. n. 148
Mons. Marcel Lefebvre
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