EL AVEMARIA Y EL BONZO
Un bonzo que agonizaba deseaba ver al misionero. Ser bonzo era ser un sacerdote del diablo y, por lo tanto, enemigo del sacerdote de Jesucristo. A pesar de todo fue el buen misionero. Al llegar a la choza le dice: “Padre, temía morir antes de que llegase, quiero el bautismo”. Para explicar el cambio tan extraño añadió: “Escuchad, Padre: Mi madre era cristiana y murió cuando yo era niño aún. Pero antes de morir me entregó esta medallita y me dijo: Es la medalla de María, nuestra Madre, prométeme que no la abandonarás nunca y que le dirás con frecuencia el Avemaría que te he enseñado para prepararte al Bautismo.
Algunos instantes después moría. Mis parientes, paganos, me entregaron a los bonzos para desembarazarse de mí. Durante cincuenta años he vivido a su servicio, he asistido a las ceremonias, he quemado incienso ante los ídolos, pero siempre he guardado junto a mi pecho la medalla, y he rezado con frecuencia el Avemaría.
Cuando me sentí enfermo abandoné la pagoda y los bonzos… Pero, Padre, bautíceme pronto… Me siento morir… El misionero, conmovido, vertió el agua bendita sobre la frente del moribundo, que expiraba diciendo: “Ave María, Ave María”.
El Siglo de las Misiones
(Lourdes-Fátima)
No hay comentarios:
Publicar un comentario