Dicen los listillos que hay que construir una sociedad nueva, liberada de tabúes y sin los condicionamientos del pasado. Los malvados añaden que hay que superar los complejos y las represiones. Empezando, claro está, por la más totalitaria de todas ellas: el pecado. Dicen que ya está bien de someterse a lo que se llamaba pecado, porque ahora se ha decidido democráticamente, en esta sociedad del bienestar, que el pecado no existe. Como si el pecado pudiera anularse a golpe de Decreto Ley o de Amoris Encíclica.
Todo cambiado, queda la libertad para hacer solamente lo que quieren los que aman la libertad. Y en esta alquimia de laboratorio post-moderno, el lenguaje queda sometido a revisión. Te puede caer una multa gorda si le llamas Pepito a un niño que ha decidido ser Juanita. O si presentas una instancia llamando Muy Sr. mío, a un Trans-Juez que entonces no te admite la demanda y te pone una a ti por no llamarle Muy Sr. Trans. O bien Muy Trans mío. O vaya usted a saber.
Siglos de literatura castellana quedan a merced de la hermenéutica que decida el tipo, tipa, tipe, tip@ de turno que haya ganado las oposiciones a profesor, profesora, profesore, profesor@ de la correspondiente Autonomía. Hay que hacer un cursillo especial para aprender a dirigirse a cada cual o a cada cualo. La ideología de género así lo impone a sus esbirros de uno y otro signo. Porque en esto no hay libertad que valga. O te subes al carro (o a la carroza) del orgullo lingüistico o te cae un multón y un sambenito acongojantes. [No quiero poner la auténtica palabra porque tiene rasgos masculinos y de signo machista.]
Los refranes también quedan obsoletos. Hace poco querían obligarnos (ya se sabe que los amantes de la libertad gozan obligando a los demás), a no decir nunca jamás Pan con pan, comida de tontos en un ejercicio de alta y fina intelectualidad por parte de panaderos podemitas. Y que no se le ocurra a nadie decir como decía mi abuela palentina que el caldo de habas, hace a las mujeres bravas, porque puede caerle un buen castigo. Hay que revisar los refranes uno por uno y hacer una nueva clasificación que huya de las imposiciones machistas. Un nuevo refranero y un nuevo diccionario, una revisión de los chistes, una profunda transformación del sentido del vestido que permita llevar falda a Isidoro (sin ser escocés) o llevar bigote a Eufrasia. Y así sucesiv@mente.
Sin embargo, hay otros refranes que sí que han caído en desuso y no volverán nunca más a poder pronunciarse. Mis abuelos decían De Madrid al Cielo, con una especial gracia y con un amor por la capital de España, que eran realmente admirables. Madrid era la capital del Reino, el Madrid de los Austrias, el Madrid del Parque del Retiro, el Madrid de San Isidro tan popularmente pintado por Goya, el Madrid de la pradera de San Antonio o el de la Virgen de la Paloma. Tal era el ambiente que caracterizaba a esta ciudad, que cualquier español que pasara por allí sentía el gozo de estar en la Capital. De Madrid, al Cielo decía todo lo que se puede decir de esta ciudad, antaño querida por los habitantes de la antigua Patria.
Ahora -podemizada y carmenizada-, Madrid se ha convertido en Capital del Orgullo. Con la complacencia de Partidos Políticos, que mandan a representantes a presidir carrozas o llevar pancartas. Con el lisonjeo amable de esta sociedad que se ha rendido al Orgullo de forma esclava en estos días. Librerías religiosas, escuelas, ayuntamientos y hasta algunos cuarteles de la Guardia Civil (no sé cómo se llamará ahora a la pareja de guardias civiles), han hecho ondear la bandera arco iris en un alarde de valentía, arrojo y valor para luchar contracorriente.
Ya habló San Pablo en la carta a los Filipenses 3, 19 de “aquellos cuyo fin es la perdición, su dios el vientre y su gloria sus vergüenzas”. Y eso que en Filipos todavía no había World Pride, que yo sepa. Enseñando sus vergüenzas, se llenan de orgullo y de gloria. Pasean sus vergüenzas en carrozas, ataviados, ataviadas, ataviades, ataviad@s y supertransatavi@des generalmente con taparrabos rosáceos, para que se vea que ellos, ellas, elles y ell@s no tiene prejuicios, exigen que se ame la libertad y que se les respete, al tiempo que portan crucifijos y otros símbolos católicos para que se vea que el Orgullo Gay es anticatólico. Solamente les gusta la parroquia del Padre Angel, que es un sacerdote angelical –como su nombre indica-, lleno de amor por los sodomitas y dispuesto a meter en su Iglesia de Chueca a todo aquel que se cisque en los mandamientos divinos. Igual que hace él y el Arzobispo que lo mantiene en el cargo y en el ministerio.
Yo propongo que a partir de ahora se diga De Madrid al infierno, porque parece más propio. No les importará a los interesados, a quienes tanto les gusta pasarse por le entrepierna este lugar que según la Iglesia Moderna está vacío. Cuando esta semana acaben los festejos orgullosos, cada cual se irá a su pueblo. Pero lamentablemente todos llevarán en el pasaporte de su alma un visado para el infierno. Decía Dante (otro que hay que revisar), que por allí habrá un lugar destinado al Orgullo. Así, todos juntos se lo pasarán más entretenidos. Pero también andarán por allí los que callaron miserablemente y no denunciaron este pecado que clama al cielo. El Arzobispo de Madrid tendrá mucho que explicar sobre su silencio de estos días. O la propia Conferencia Episcopal que ha optado por adoptar un silencio mariquitamente correcto, tan aficionados ellos a emitir comunicados sobre cualquier cosa intrascendente.
Antes se decía que los buenos y santos se iban al Cielo con botas. Ahora habrá que decir que los Orgullosos, como no se arrepientan y hagan penitencia, se apresuran hacia el Infierno con tacones.