El glorioso martirio de Santiago [El Mayor], asístele
en él María santísima y lleva su alma a los cielos, viene
su cuerpo a España, la prisión de San Pedro y su libertad
de la cárcel y los secretos que en todo sucedieron.
392. Llegó a Jerusalén nuestro Gran Apóstol Santiago [Mayor] en ocasión que toda aquella ciudad estaba muy
turbada contra los discípulos y seguidores de Cristo
nuestro Señor. Esta nueva indignación habían fomentado
los demonios ocultamente, inficionando más con su
venenoso aliento los corazones de los judíos,
encendiendo en ellos el celo de su ley y la emulación
contra la nueva evangélica, con la ocasión de la
predicación de San Pablo, que aunque no estuvo en
Jerusalén más de quince días, en este breve tiempo obró
tanto en él la virtud divina que convirtió a muchos y puso
a todos en admiración y asombro. Y aunque los judíos
incrédulos se animaron algo con saber que San Pablo
había salido de Jerusalén, entró luego Santiago [Mayor]
no menos lleno de sabiduría divina y celo del nombre de
Cristo nuestro Redentor, con que se volvieron a inmutar. Y
Lucifer, que no ignoraba su venida, solicitaba y
aumentaba la indignación de los pontífices, sacerdotes y
escribas, para que el nuevo predicador les sirviese de
más tósigo que los inquietase y alterase. Entró Santiago
[Mayor] predicando fervorosamente el nombre del
Crucificado, su misteriosa muerte y resurrección. Y a los
primeros días convirtió a la fe algunos judíos; entre éstos
fueron señalados un Hermogenes y otro Fileto, entrambos
mágicos y hechiceros, que tenían pacto con el demonio
Era Hermogenes más docto en la mágica y Fileto era su
discípulo, pero de los dos se quisieron valer los judíos
contra el Apóstol, para que o le convenciesen en disputa
o, si esto no conseguían, le quitasen la vida con algún
maleficio de sus artes mágicas.
393. Esta maldad maquinaron los demonios por medio
de los judíos, como por instrumentos de su iniquidad,
porque no podían por sí mismos llegar cerca del Apóstol,
aterrados de la divina gracia que en él sentían. Pero
llegando a la disputa con los dos magos, entró primero
Fileto arguyendo a Santiago [Mayor], para que si no le
concluyese entrase después Hermogenes, como maestro y más perito en la ciencia mágica. Propuso Fileto sus
argumentos sofísticos y falsos y el Sagrado Apóstol se los
desvaneció como los rayos del sol destierran las
tinieblas, y habló con tanta sabiduría y eficacia que
Fileto quedó vencido y reducido a la verdadera fe de
Cristo, y desde entonces se hizo defensor del Apóstol y de
su doctrina. Pero temiendo a su maestro Hermogenes,
pidió a Santiago [Mayor] le defendiese de él y de sus
artes diabólicas, con que le perseguiría para destruirle. Y
el Santo Apóstol dio a Fileto un paño o lienzo que de
mano de María santísima había recibido y con aquella
reliquia se defendió el nuevo convertido de los maleficios
de Hermogenes por algunos días, hasta que el mismo
Hermogenes llegó a la disputa con el Apóstol.
394. No pudo Hermógenes excusarse, aunque temía a
Santiago, porque estaba empeñado con los judíos para
disputar con él y convencerle, y así procuró esforzar sus
errores con mayores argumentos que su discípulo Fileto.
Pero todo este conato fue en vano contra el poder y la
sabiduría del cielo, que en el Sagrado Apóstol era como
una impetuosa corriente. Anegó a Hermógenes y le
obligó a confesar la fe de Cristo y sus misterios, como lo
había hecho su discípulo Fileto, y entrambos creyeron la
santa fe y doctrina que predicaba Jacobo [Santiago
Mayor]. Los demonios se irritaron contra Hermógenes y
con el imperio que sobre él habían tenido le maltrataron
por su conversión; y como tuvo noticia que Fileto se había
defendido de ellos con la reliquia o lienzo que el Santo
Apóstol le había dado, le pidió también el mismo favor
contra los enemigos, y Santiago [Mayor] dio a
Hermógenes el báculo que traía en su peregrinación, y
con él ahuyentó a los demonios para que no le afligiesen
ni llegasen a él.
395. A estas conversiones y a las demás que hizo
Santiago [Mayor] en Jerusalén, ayudaron las oraciones, lágrimas y suspiros que la gran Reina del cielo ofrecía
desde su oratorio en Efeso, donde, como en otras partes
queda dicho (Cf. supra n. 80, 158, 324, 380, etc.), conocía
por visión todo lo que obraban los Apóstoles y fieles de la
Iglesia, y de su amado Apóstol tenía particular cuidado,
por estar más vecino al martirio. Hermógenes y Fileto
perseveraron algún tiempo en la fe de Cristo, pero
después desfallecieron y la perdieron en el Asia, como
consta en la epístola segunda a Timoteo, donde el
Apóstol le avisa cómo se habían apartado de él Figelo o
Fileto y Hermógenes. Y aunque la semilla de la fe nació
en aquellos corazones, pero no hizo raíces para resistir a
las tentaciones del demonio, a quien largo tiempo habían
servido y tratado con familiaridad, y siempre se quedaron
en ellos las reliquias malas y perversas raíces de los
vicios que volvieron a prevalecer, derribándolos del
estado de la fe que habían recibido.
396. Pero cuando los judíos vieron frustrada su vana
confianza, por hallarse convencidos y convertidos a
Hermógenes y Fileto, concibieron nueva indignación
contra el Apóstol Santiago y determinaron acabar con él
dándole la muerte que le deseaban. Para esto solicitaron
con dinero a Demócrito y Lisias, centuriones de la milicia
de los romanos, y concertaron con ellos en secreto que
prendiesen al Apóstol con la gente que tenían a su
cuenta y que para disimular la traición fingirían un
alboroto o pendencia en uno de los días y lugares que
predicase y entonces le entregarían en sus manos. La
ejecución de esta maldad quedó a cargo de Abiatar, que
era sumo sacerdote en aquel año, y de Josías, otro
escriba del mismo espíritu que el sacerdote. Y como lo
pensaron, así lo ejecutaron. Porque estando Santiago
[Mayor] predicando al pueblo el misterio de la Redención
humana y probándole con admirable sabiduría y
testimonios de las antiguas Escrituras, el auditorio se
conmovió a lágrimas de compunción. Y el sumo sacerdote y escriba se encendieron en furor diabólico y, dando la
señal a la gente romana, envió el primero a Josías y
prendió a Santiago, echándole una soga al cuello, y
proclamándole por inquietador de la república y autor de
nueva religión contra el imperio romano.
397. Con esta ocasión llegaron Demócrito y Lisias con su
gente y prendieron al Apóstol y le llevaron a Herodes,
hijo de Arquelao, que también estaba prevenido, en lo
cauteloso con la astucia de Lucifer y en lo exterior con la malicia odio de los judíos. Incitado Herodes de todos estos
estímulos, había movido contra los discípulos del Señor, a
quien aborrecía, la persecución que San Lucas dice en el
capítulo 12 de los Hechos apostólicos (Act 12, 1),
enviando tropas de soldados para afligirlos y prenderlos,
y luego mandó degollar a Santiago [Mayor], como los
judíos se lo pedían. Fue increíble el gozo de nuestro
grande Apóstol viéndose prender y atar a la semejanza
de su Maestro y que se le llegaba el plazo tan deseado
de pasar de esta vida mortal a la eterna por medio del
martirio, como la Reina del cielo se lo había dicho y
prevenido (Cf. supra n.385). Hizo humildes y fervorosos
actos de agradecimiento por este beneficio y
públicamente confesó de nuevo y protestó la santa fe de
Cristo nuestro Señor. Y acordándose de la petición que
había hecho en Efeso (Cf. supra n. 384), de que le
asistiese en su muerte, la invocó y llamó de lo íntimo de
su alma.
398. Oyó María santísima desde su oratorio estas
peticiones de su amado Apóstol y sobrino, como quien
estaba atenta a todo lo que pasaba por él, y con eficaz
oración le acompañaba y favorecía. Y estando en ella vio
la gran Señora que descendía del cielo gran multitud de
Ángeles y espíritus supremos de todas las jerarquías, y
parte de ellos se encaminó a Jerusalén y rodearon al
Santo Apóstol cuando lo sacaban al lugar del suplicio. Otros Ángeles fueron a Efeso donde la Reina estaba, y
uno de los supremos la dijo: Emperatriz de las alturas y
Señora nuestra, el altísimo Dios y Señor de los ejércitos
dice que luego vayáis a Jerusalén para consolar a su
gran siervo Jacobo [Santiago el Mayor], asistirle en su
muerte y correspondáis a sus deseos santos y piadosos.—
Este favor admitió María santísima con gran júbilo y
agradecimiento, y alabó al Muy Alto por la protección
con que defiende y ampara a los que fían en su
misericordia infinita y viven debajo de su protección. En
el ínterin que pasaba esto, era llevado el Apóstol al
martirio, y en el camino hizo muchos milagros en todos
los enfermos de varias enfermedades y dolencias y en
algunos endemoniados, porque a todos los dejó sanos y
libres. Y como corrió la voz de que Herodes le mandaba
degollar, acudieron muchos necesitados a buscar su
remedio antes que les faltase el común medio de su
consuelo.
399. Al mismo tiempo los Santos Ángeles recibieron a su
gran Reina y Señora en un trono refulgentísimo, como en
otras ocasiones he dicho (Cf. supra n. 165, 193, 325, 349),
y la llevaron a Jerusalén al lugar donde llegaba Santiago
[Mayor] para ser justiciado. Puso las rodillas en tierra el
Santo Apóstol para ofrecer a Dios el sacrificio de su vida,
y cuando levantó los ojos al cielo vio en el aire y en su
presencia a la Reina de los mismos cielos, a quien estaba
invocando en su corazón. Viola vestida de divinos
resplandores y con grande hermosura, acompañada de la
multitud de Ángeles que la asistían. Y con este divino
espectáculo fue todo inflamado en ardores de nuevo
júbilo y caridad, con cuyo ímpetu se movió todo el
corazón y potencias de Jacobo [Santiago el Mayor]. Y
quiso dar voces aclamando a María santísima por Madre
del mismo Dios y Señora de todas las criaturas, pero uno
de los espíritus soberanos le detuvo en aquel fervor y le
dijo: Jacobo [Santiago el Mayor], siervo de nuestro Criador, tened en vuestro pecho estos preciosos afectos y
no manifestéis a los judíos la presencia y favor de nuestra
Reina, porque no son dignos ni capaces de entenderlo y
antes le cobrarán odio que reverencia.— Con este aviso
se reprimió el Apóstol y en silencio, moviendo los labios,
habló a la divina Reina y la dijo:
400. Madre de mi Señor Jesucristo, Señora y amparo
mío, consuelo de los afligidos, refugio de los necesitados,
dadme, Señora, vuestra bendición tan deseada de mi
alma en esta hora. Ofreced por mí a Vuestro Hijo y
Redentor del mundo el sacrificio de mi vida en
holocausto, encendido en el deseo de morir por la gloria
de su santo nombre. Sean hoy vuestras manos purísimas y
candidísimas el ara de mi sacrificio, para que le reciba
aceptable el que por mí se ofreció en la Santa Cruz. En
Vuestras manos, y por ellas en las de mi Criador,
encomiendo mi espíritu.—Dichas estas palabras y
siempre los ojos del Santo Apóstol levantados a María
santísima, que le hablaba al corazón, le degolló el
verdugo. Y la gran Señora y Reina del mundo —¡oh
admirable dignación!— recibió el alma de su amantísimo
Apóstol a su lado en el trono donde estaba y así la llevó
al cielo empíreo y se la presentó a su Hijo santísimo.
Entró María santísima en la corte celestial con esta nueva
ofrenda, causando a todos los moradores del cielo nuevo
júbilo y gloria accidental, y todos la dieron la
enhorabuena con nuevos cánticos y loores. El Altísimo
recibió el alma de Jacobo [Santiago el Mayor] y la colocó
en lugar eminente de gloria entre los príncipes de su
pueblo, y María santísima, postrada ante el trono de la
infinita Majestad, hizo un cántico de alabanza, de
hacimiento de gracias por el martirio y triunfo del primer
Apóstol Mártir. No vio en esta ocasión la gran Señora a la
divinidad con visión intuitiva, sino con la abstractiva que
otras veces he dicho. Pero la Beatísima Trinidad la llenó
de nuevas bendiciones y favores para sí y para la Santa Iglesia, por quien hizo grandes peticiones; bendijéronla
también todos los santos y con esto la volvieron los
ángeles a su oratorio en Efeso, donde, en el ínterin que
sucedió todo esto, estuvo un Ángel representando su
persona, y en llegando la divina Madre de las virtudes se
postró en tierra como acostumbraba (Cf. supra n. 388),
dando gracias de nuevo al Altísimo por todo lo referido.
401. Los discípulos de Santiago [Mayor] aquella noche
recogieron su santo cuerpo y ocultamente le llevaron al
puerto de Jope, donde por disposición divina se
embarcaron con él y le trajeron a Galicia en España. Y
esta Señora divina les envió un Ángel que los guiase y
encaminase a donde era la voluntad de Dios que
desembarcase. Y aunque ellos no vieron al Santo Ángel,
pero experimentaron el favor, porque los defendió en
todo el viaje, y muchas veces milagrosamente. De
manera que también debe España a María santísima el
tesoro del cuerpo sagrado de Santiago [el Mayor], que
posee para su protección y defensa, como en su vida le
tuvo para enseñanza y principio de la santa fe que tan
arraigada dejó en los corazones de los españoles. Murió
Santiago [Mayor] el año del Señor de cuarenta y uno, a
veinte y cinco de marzo, cinco años y siete meses
después que salió de Jerusalén para venir a predicar a
España. Y conforme a este cómputo y los que arriba he
declarado (Cf. supra n. 198, 376), fue el martirio de
Santiago siete años cumplidos después de la muerte de
Cristo nuestro Salvador.
402. Y que su martirio fuese por fin de marzo, consta del
capítulo 12 de los Hechos apostólicos, donde San Lucas
dice (Act 12, 3-1) que por el gusto que tuvieron los judíos
de la muerte de Santiago, encarceló Herodes a San
Pedro con intento de degollarle como a Santiago en
pasando la Pascua, que era la del Cordero y de los
Ázimos que celebraban los judíos a los catorce de la luna de marzo. De este lugar parece que la prisión de San
Pedro fue en esta Pascua o muy cerca de ella, y que la
muerte de Santiago [Mayor] había precedido pocos días
antes; y aquel año de cuarenta y uno, los catorce de la
luna de marzo concurrieron con los últimos días de este
mes, según el cómputo solar de los años y meses que
nosotros guardamos. Y según esto la muerte de Santiago
[Mayor] sucedió a los veinte y cinco, antes de los catorce
de la luna, y luego la prisión de San Pedro y la Pascua de
los judíos. Pero la Iglesia Santa no celebra el martirio de
Santiago [Mayor] en su día, porque ocurre con la
Encarnación y de ordinario con los misterios de la pasión,
y se trasladó a veinte y cinco de julio, que fue el día en
que se trasladó en España el cuerpo del Santo Apóstol.
403. Con la muerte de Santiago [Mayor] y con la
presteza con que se la dio Herodes, se alentó más la
crueldad de los judíos, pareciéndoles que en la sevicia
del inicuo rey tenían puesto instrumento de su venganza
contra los seguidores de Cristo nuestro Señor. El mismo
juicio hizo Lucifer y sus demonios. Ellos con sugestiones,
los judíos con ruegos y lisonjas le persuadieron que
mandase prender a San Pedro, como de hecho lo hizo en
gracia de los judíos, a quienes deseaba tener contentos
por sus fines temporales. Los demonios temían
grandemente al Vicario de Cristo por la virtud que contra
sí mismos sentían en él, y así apresuraron ocultamente su
prisión. Tuvieron en ella a San Pedro muy bien amarrado
con cadenas para justiciarle pasada la Pascua. Y aunque
el invicto corazón del Apóstol estaba sin cuidado y con la
misma quietud que si estuviera libre, pero todo el cuerpo
de la Iglesia que estaba en Jerusalén le tenía grande
cuidado, y se afligieron sumamente todos los discípulos y
fieles, sabiendo que determinaba Herodes justiciarle sin
dilación. Con esta aflicción multiplicaron las oraciones y
peticiones al Señor para que guardase a su Vicario y
cabeza de la Iglesia, con cuya muerte le amenazaba gran ruina y tribulación. Invocaron también el amparo y
poderosa intercesión de María santísima, en quien y por
quien todos esperaban el remedio.
404. No se le ocultaba este aprieto de la Iglesia a la
divina Madre, aunque estaba en Efeso, porque desde allí
miraban sus ojos clementísimos todo cuanto pasaba en
Jerusalén por la visión clarísima que de todo tenía. Al
mismo tiempo acrecentaba la piadosa Madre sus ruegos
con suspiros, postraciones y lágrimas de sangre, pidiendo
la libertad de San Pedro y la defensa de la Santa Iglesia.
Esta oración de María santísima penetró los cielos hasta
herir el corazón de su Hijo Jesús nuestro Salvador. Y para
responderle a ella, descendió Su Majestad en persona al
oratorio de su casa, donde estaba postrada en tierra y
pegado su virginal rostro con el polvo. Entró el soberano
Rey a su presencia y levantándola del suelo la habló con
caricia, diciendo: Madre mía, moderad vuestro dolor
y decid todo lo que pedís, que os lo concederé y hallaréis
gracia en mis ojos para conseguirlo.
405. Con la presencia y caricia del Señor recibió la
divina Madre nuevo aliento, consuelo y alegría, porque
los trabajos de la Iglesia eran el instrumento de su
martirio, y el ver a San Pedro en la cárcel y condenado a
muerte la afligió más que se puede ponderar, y la
consideración de lo que de esto pudiera suceder a la
primitiva Iglesia. Renovó sus peticiones en presencia de
Cristo nuestro Redentor y dijo: Señor Dios verdadero e
Hijo mío, vos sabéis la tribulación de Vuestra Santa
Iglesia, y sus clamores llegan a Vuestros oídos y
penetran lo íntimo de mi afligido corazón. A su Pastor y
Vuestro Vicario quieren quitar la vida, y si Vos, Dueño
mío, lo permitís ahora, disiparán a Vuestra pequeña grey
y los lobos infernales triunfarán de Vuestro nombre, como
lo desean. Ea, Señor mío y mi Dios, y vida de mi alma,
para que yo viva, mandad con imperio al mar y a la tormenta y luego sosegarán los vientos y las olas que
combaten esta navecilla. Defended a Vuestro Vicario y
queden confusos Vuestros enemigos. Y si fuere Vuestra
gloria y voluntad, conviértanse las tribulaciones contra
mí, que yo padeceré por Vuestros hijos y fieles, y pelearé
con los enemigos invisibles, ayudándome Vuestra diestra
por defensa de Vuestra Iglesia.
406. Respondió su Hijo santísimo: Madre mía, con la
virtud y potestad que de mí habéis recibido quiero que
obréis a Vuestra voluntad. Haced y deshaced todo lo que
a mi Iglesia conviene. Y advertid que contra Vos se
convertirá todo el furor de los demonios.— Agradeció de
nuevo este favor la prudentísima Madre, y ofreciéndose a
pelear las guerras del Señor por los hijos de la Iglesia,
habló de esta manera: Altísimo Señor mío, esperanza y
vida de mi alma, preparado está mi corazón y el ánimo
de Vuestra sierva para trabajar por las almas que
costaron Vuestra sangre y vida. Y aunque soy polvo inútil,
Vos sois de infinita sabiduría y poder, y asistiéndome
Vuestro divino favor no temo al infernal dragón. Y pues en
Vuestro nombre queréis que yo disponga y obre lo que a
Vuestra Iglesia conviene, yo mando luego a Lucifer y a
todos sus ministros de maldad, que turban a la Iglesia en
Jerusalén, desciendan todos al profundo y que allí
enmudezcan mientras no les diere permiso Vuestra divina
Providencia para salir a la tierra.—Esta voz de la gran
Reina del mundo fue tan eficaz, que al punto que la
pronunció en Efeso, cayeron los demonios que estaban en
Jerusalén, descendiendo todos a lo profundo de las
cavernas eternales, sin poderse resistir a la virtud divina
que obraba por medio de María santísima.
407. Conoció Lucifer y sus ministros que aquel azote era
de la mano de nuestra Reina, a quien ellos llamaban su
enemiga, porque no se atrevían a nombrarla por su
nombre, y estuvieron en el infierno confusos y aterrados en esta ocasión, como en otras que dejo dicho (Cf. supra
n. 298, 325 etc.), hasta que se les permitió levantarse
para hacer guerra a la misma Señora, como se declara
adelante (Cf. infra n. 451ss.); y en este tiempo estuvieron
consultando de nuevo los medios que para esto pudieran
elegir. Conseguido este triunfo contra el demonio para
continuarle contra Herodes y los judíos, dijo María
santísima a Cristo nuestro Salvador: Ahora, Hijo y Señor
mío, si es voluntad Vuestra, irá uno de Vuestros Santos
Ángeles a sacar de las prisiones a vuestro siervo Pedro.—
Aprobó Cristo nuestro Señor la determinación de su
Madre Virgen, y por la voluntad de entrambos, como de
supremos reyes, fue uno de los espíritus soberanos que
allí estaban a poner en libertad al Apóstol San Pedro y
sacarle de la cárcel de Jerusalén.
408. Ejecutó el Ángel este mandato con gran presteza, y
llegando a la cárcel halló a San Pedro amarrado con dos
cadenas y entre dos soldados que le guardaban, a más
de los otros que estaban a la puerta de la cárcel como en
cuerpo de guardia. Era esto pasada ya la Pascua y la
noche antes que se había de ejecutar la sentencia de
muerte a que estaba condenado, pero se hallaba el
Apóstol tan sin cuidado, que él y las guardas dormían a
sueño suelto sin diferencia. Llegó el Ángel y fue necesario
le diese un golpe a San Pedro para despertarle y,
estando casi soñoliento, le dijo el Ángel: Levantaos
aprisa, ceñios y calzaos, tomad la capa y seguidme.—
Hallóse San Pedro libre de las cadenas, y sin entender lo
que le sucedía siguió al Ángel, ignorando qué visión era
aquella. Y habiéndole sacado por algunas calles, le dijo
cómo el Dios omnipotente le había librado de las
prisiones por intercesión de su Madre santísima y con
esto desapareció el Ángel. Y San Pedro volviendo sobre
sí, conoció el misterio y el beneficio y dio gracias por él al
Señor.
409. Parecióle a San Pedro era bien ponerse en salvo,
dando cuenta primero a los discípulos y a Jacobo el
Menor, para hacerlo con consejo de todos. Y apresurando
el paso se fue a la casa de María, madre de Juan, que
también se llama Marcos. Esta era la casa del cenáculo
donde estaban juntos y afligidos muchos discípulos.
Llamó San Pedro a la puerta y una criada de casa, que se
llamaba Rode, bajó a escuchar quién llamaba, y como
conociese la voz de San Pedro, dejándosele a la puerta,
creyeron que era locura de la criada, pero ella porfiaba
que era Pedro, y como estaban tan desimaginados de su
libertad, pensaron si sería su ángel. Entre estas
demandas y respuestas se tenía a San Pedro en la calle y
él llamaba a la puerta, hasta que le abrieron y
conocieron con increíble gozo y alegría de ver libre al
Santo Apóstol y Cabeza de la Iglesia de los trabajos de la
cárcel y de la muerte. Dioles cuenta de todo el suceso,
cómo le había pasado con el Ángel, para que avisasen a
Jacobo el Menor y a los demás hermanos, y todo con gran
secreto. Y previniendo que luego Herodes le buscaría con
toda diligencia, determinaron que se saliese aquella
noche de la casa y se fuese y se ausentase de Jerusalén,
para que no volviesen a prenderle. Huyó San Pedro, y
Herodes, cuando le echó menos y no le halló, hizo
castigar a las guardas y se enfureció contra los
discípulos, aunque por su soberbia e impío proceder le
atajó Dios los pasos, como diré en el capítulo siguiente,
castigándole severamente.
Doctrina que me dio la Reina de los Ángeles María
santísima.
410. Hija mía, con la ocasión de los efectos que te ha
hecho el singular favor que recibió de mi piedad mi siervo
Jacobo [Santiago el Mayor] en su muerte, quiero ahora
declararte un privilegio que me confirmó el Altísimo,
cuando llevé el alma de su Apóstol a presentársela en el Cielo. Y aunque otras veces he declarado algo de este
secreto, ahora le entenderás mejor, para que
verdaderamente seas mi hija y mi devota. Cuando llevó
al Cielo la feliz alma de Jacobo [Santiago el Mayor], me
habló el Eterno Padre y me dijo, conociéndolo todos los
bienaventurados: Hija y paloma mía, escogida para mi
agrado entre todas las criaturas, entiendan mis
cortesanos, ángeles y santos, que te doy mi real palabra
en exaltación de mi nombre, gloria tuya y beneficio de los
mortales, que si en la hora de su muerte te invocaren y
llamaren con afecto de corazón, a imitación de mi siervo
Jacobo [Santiago el Mayor], y solicitaren tu intercesión
para conmigo, inclinaré a ellos mi clemencia y los miraré
con ojos de piadoso Padre, los defenderé y guardaré de
los peligros de aquella última hora, apartaré de su
presencia los crueles enemigos que se desvelan en aquel
trance porque perezcan las almas, a las cuales daré por
ti grandes auxilios para que los resistan y se pongan en
mi gracia si de su parte se ayudaren, y tú me presentarás
sus almas, y recibirán el premio aventajado de mi liberal
mano.
411. Por este privilegio hizo gracias y cántico de
alabanzas al Muy Alto toda la Iglesia triunfante, y yo con
ella. Y aunque los Ángeles tienen por oficio presentar las
almas en el tribunal del justo juez cuando salen del
cautiverio de la vida mortal, a mí se me concedió este
privilegio en más alto modo que los demás que ha
concedido el Omnipotente a todas las criaturas, porque
yo los tengo con otro título y en grado particular y
eminente; y muchas veces uso de estos dones y
privilegios, y lo hice con algunos de los Apóstoles. Y
porque te veo deseosa de saber cómo alcanzarás de mí
este favor tan deseable para todas las almas, respondo a
tu piadoso afecto, que procures no desmerecerle por
ingratitud ni olvido; y en primer lugar le granjearás con la
pureza inviolada, que es lo que más deseo de ti y las demás almas, porque el amor grande que debo y tengo a
Dios me obliga a desear de todas las criaturas, con
íntima caridad y afecto, que todas guarden su ley santa y
ninguna pierda su amistad y gracia. Esto es lo que debes
anteponer a la vida, y primero morir que pecar contra tu
Dios y sumo bien.
412. Luego quiero que me obedezcas, ejecutes mi
doctrina y trabajes con todo conato por imitar lo que de
mí conoces y escribes, y que no hagas intervalo en el
amor, ni olvides un punto el cordial afecto a que te obligó
la liberal misericordia del Señor; que seas agradecida a
lo que le debes, y a mí, que es más de lo que en la vida
mortal puedes alcanzar. Sé fiel en la correspondencia,
fervorosa en la devoción, pronta en obrar lo más alto y
perfecto; dilata el corazón y no le estreches con
pusilanimidad, como el demonio lo pretende de ti;
extiende las manos a cosas fuertes y arduas (Prov 31, 19),
con la confianza que debes en el Señor; no te oprimas ni
desfallezcas en las adversidades, ni impidas la voluntad
de Dios en ti, ni los altísimos fines de su gloria; ten viva fe
y esperanza en los mayores aprietos y tentaciones. Para
todo esto te ayudarás del ejemplo de mis siervos Jacobo
[Santiago el Mayor] y Pedro, y del conocimiento y ciencia
que te he dado de la seguridad felicísima con que están
los que viven debajo de la protección del Altísimo. Con
esta confianza y con mi devoción alcanzó Jacobo
[Santiago el Mayor] el singular favor que yo le hice en su
martirio y venció inmensos trabajos para llegar a él. Y
con esta misma estaba Pedro tan sosegado y quieto en
las prisiones, sin perder la serenidad de su interior, y al
mismo tiempo mereció que mi Hijo santísimo y yo
tuviésemos tanto cuidado de su remedio y libertad. Estos
favores desmerecen los mundanos hijos de las tinieblas,
porque toda su confianza está puesta en lo visible y en su
astucia diabólica y terrena. Levanta tu corazón, hija mía,
y sacúdele de estos engaños, aspira a lo más puro y santo, que contigo estará el brazo todopoderoso que
obró en mí tantas maravillas.
MISTICA CIUDAD DE DIOS
VIDA DE LA VIRGEN MARÍA
Venerable María de Jesús de Agreda
Libro VIII, Cap. 2
Libro VIII, Cap. 2