jueves, 1 de mayo de 2025

MILAGROS EUCARISTICOS - 63

 


¡SEÑOR, QUE YO VEA!
 (Año 1889, Lourdes (Francia) 

En el año 1889, María Luisa Horeau, de diecinueve años de edad, estaba tan ciega que no distinguía entre el día y la noche, necesitando que la llevasen de la mano a todas partes, y aun que la diesen de comer. 

Se fue a Lourdes, mas no pudieron aproximarse a la Gruta, se paró frente a la piscina, y rogó a una amiga y compañera suya la advirtiera el momento preciso en que pasase por allí la procesión del Santísimo Sacramento. 

Avisada de ello la pobrecita ciega, cayó al punto de rodillas y exclamó con todo el esfuerzo de su cristiana fe: "¡Señor, si queréis, podéis curarme! ¡Señor, que yo vea!" Dichas estas palabras, notó como una especie de resplandor vivísimo, y sintió un fuerte espasmo en los ojos; los abre, y en seguida vio la Gruta, la muchedumbre de peregrinos, y la sagrada Hostia que acababa de bendecirla, otorgándole la gracia deseada. 

La joven María Luisa recobró la vista tan perfectamente, que distinguía los objetos más pequeños y sutiles. El tribunal médico establecido en Lourdes examinó los ojos, y notó que había adquirido completa claridad y limpieza.


(Dr. Bossaire. Les grandes Guerlsons de Lourdes.) 

P. Manuel Traval y Roset S.J. (1856-1919)

viernes, 25 de abril de 2025

Visión de Jacinta de Fátima



Un día fuimos a pasar las horas de la siesta junto al pozo de mis padres. Jacinta, se sentó al borde del pozo; Francisco, vino conmigo a buscar miel silvestre en las matas de un retamar que había allí en una ribera. Pasado un rato, Jacinta me llama:

-¿No viste al Santo Padre?
-No.
-No sé cómo fue, yo vi al Santo Padre en una casa muy grande, de rodillas, delante de una mesa, con las manos en la cara, llorando. Fuera de la casa había mucha gente, unos le tiraban piedras, otros le maldecían y le decían muchas palabras feas. ¡Pobrecito el Santo Padre! Tenemos que pedir mucho por él.

Ya dije cómo un día dos sacerdotes nos recomendaron la oración por el Santo Padre y nos explicaron quién era el Papa. Jacinta me preguntó después:

-¿Es el mismo que yo vi llorando y del cual aquella Señora nos habló en el Secreto?
-Lo es –le respondí.
-Ciertamente, aquella Señora también lo mostró a estos señores Padres; ves, yo no me engañé; es necesario rezar mucho por él.

En otra ocasión fuimos a “Lapa do Cabezo”; llegados allí, nos postramos en tierra, para rezar las oraciones del Ángel. Pasado un tiempo, Jacinta se levanta y me llama:

-¿No ves tantas carreteras, tantos caminos y campos llenos de gente, que llora de hambre y no tienen nada para comer? ¿Y al Santo Padre, en una Iglesia, delante del Inmaculado Corazón de María, rezando? ¿Y a mucha gente rezando con él?

Pasados unos días, me preguntó:

-¿Puedo decir, que vi al Santo Padre y a toda aquella gente?
-No. ¿No ves que eso hace parte del Secreto? ¿Qué por eso, luego se descubriría todo?
-Está bien, entonces no digo nada.

Fuente: MEMORIAS DE LUCIA.

Ediciones "Sol de Fátima".