martes, 30 de marzo de 2010

SEMANA SANTA, ¿LA VIVES SANTAMENTE O COMO PAGANO?

¿Semana de vacaciones o de luto?

Queridos católicos:

El Jueves Santo, el Viernes Santo y el Sábado Santo forman el Triduo Sacro. Son los días de la Semana Santa, de la semana más importante de la historia de la humanidad. Porque de nada hubiera servido la Creación si no hubiera habido la Salvación.

La Semana Santa es la semana de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Pasión significa sufrimientos, muerte de Cristo en la Cruz. La Pasión, la Redención, la Salvación y la vida eterna para nosotros están vinculadas. Sin los sufrimientos, sin la Cruz y sin la muerte de Cristo no hay Salvación para ti.

Cristo se hizo nuestro cordero que carga con nuestros pecados. Cristo quiere “morir a fin de satisfacer en nuestro lugar la justicia de Dios, por su propia muerte”, dice Santo Tomás de Aquino en su Suma Teológica (III, 66, 4).

Cristo acepta ser maltratado para que tú no lo seas eternamente; Cristo acepta ser flagelado para que tú no seas flagelado por los demonios y el fuego en el infierno.

Cristo acepta gustar la tremenda sed de la Crucifixión y la muerte amarga de la Cruz, para que tú no padezcas la sed eterna de felicidad. Cristo acepta ser deshonrado en la Cruz para que tú no seas deshonrado y confundido en el día del Juicio final.

Y tú, hijo, ¿qué haces en esos días de la Semana Santa, mientras que tu Señor está muriendo en tu lugar para salvarte? ¿Cómo los empleas? ¿A dónde vas? ¿Por qué los profanas?

Si en esos días tu patrón te dispensa de trabajar porque es Semana Santa, semana de luto, semana de la muerte del Hijo de Dios, tú deberías saber muy bien que esos días santos no son días de vacaciones, ni de disipación, ni de playa. Son días de penitencia, de oración y de lágrimas.

El Hijo de Dios hecho hombre está luchando contra el demonio y la justicia divina para librarte. Sí, para librarte a ti y a tu familia del más grande peligro que pueda existir: el de la perdición eterna. Sábelo, incúlcalo en tus hijos, para que sean agradecidos con su Salvador.

Es Dios mismo quien te lo dice: “Sin efusión de sangre no hay remisión de pecados.” (Hebreos 9, 22). Y esa sangre que borra tus pecados es la de tu Bienhechor: Nuestro Señor Jesucristo. Sobre todo no digas que no has pecado y que no necesitas del perdón. Si lo dijeras manifestarías tu gran ceguedad e ignorancia.

Ningún hombre puede conseguir por sí mismo el perdón de sus pecados. Debe buscarlo en otra parte: ¿dónde? en la Sangre del Hijo de Dios, que murió en la Cruz el Viernes Santo. San Pablo dice: “En Él, por su Sangre tenemos la redención, el perdón de los pecados...” (Efesios 1,7).

El hombre no puede ofrecer sacrificio propiciatorio por sus pecados. Nuestro Señor Jesucristo se hizo propiciación por nuestros pecados. Él se ofrece el Viernes Santo en sacrificio propiciatorio por ti. Sólo mediante la sangre de Cristo puedes purificarte, puedes liberarte de las cadenas del pecado y de la tiranía del demonio.

Y en estos días, durante los cuales Cristo está en los tormentos de la Cruz para merecerte la Salvación, tú, pecador necesitado, tú te vas a la playa, a pasearte, a divertirte, quizás a acumular más pecados a los que ya hayas cometido. ¡Despierta, hermano mío, despierta de tu letargo! ¡Sé agradecido con tu Bienhechor! ¡Actúa como católico verdadero!

Ve al templo a ver y a escuchar lo que en tu lugar está padeciendo Cristo. Sábelo que la ingratitud atrae el castigo de Dios, más que Su misericordia. No seas, pues, ingrato, sino agradecido.

La gratitud cristiana consagra el Triduo Santo para conocer más lo que hizo Nuestro Señor Jesucristo por nosotros e incitarnos a la penitencia, a la sincera conversión y enmienda de nuestra vida tibia y mediocre.

El Jueves Santo es el día en el que el Señor Jesús, antes de ir a Su Pasión, te dejó el Memorial de Su muerte, la renovación incruenta del sacrificio del Calvario. Para aplicar los frutos de Su Pasión a tu alma, instituyó el sacramento de su amor, que es la Santa Eucaristía, y el sacerdocio para consagrarla. Él dijo: “haced esto en memoria mía”, para recordarnos lo que padeció por puro amor hacia los ingratos que somos; para comunicar a nuestras almas la santidad y el remedio contra el pecado, mediante la digna recepción de su Cuerpo. Y tú ¡irías a divertirte en ese día! No sabes que Cristo dijo: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y Yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre está en Mí y Yo en él” (San Juan 6, 54-56). Y tú que pretendes ser discípulo de Cristo ¿por qué te privas del Pan celestial que sana, purifica, santifica y pacifica tu alma y tu hogar? Si por tu propia culpa no aprovechas el remedio que Cristo te ofrece, ¿por qué te quejas de tener problemas en tu vida, en tu familia y en tu trabajo?

El Viernes Santo es para que implores con la Iglesia, y en ella, misericordia para ti mismo y para todo el género humano. El Viernes Santo es para que participes en las exequias de Cristo, escuchando el Evangelio de la Pasión y las Siete Palabras, que son las últimas recomendaciones de Cristo, Nuestro Redentor.

Aprovecha el Viernes Santo para confesar con lágrimas tus iniquidades, para lavar tu alma de la lepra del pecado con la Sangre de Cristo, para participar en la Pasión de tu Salvador, para tener parte con Él en Su victoria.

El Viernes Santo sufrió Cristo para merecerte el ser librado del pecado, que es el más horrible cáncer que pueda existir, y del infierno, que es la más grande de las desgracias. Y tú, ¿irías de vacaciones con tantos neopaganos, quizás para morirte en el camino de la ingratitud?

El Viernes Santo es para que reces el Vía Crucis, medites lo que hizo y padeció por ti tu Señor; para darte cuenta de lo que merece el pecado. Lee los últimos capítulos de los Evangelios de San Mateo, de San Marcos, de San Lucas y de San Juan, o ve la película La Pasión de Cristo, de Mel Gibson, para que te des cuenta del precio que Cristo pagó para librarte del poder del pecado y del demonio, para hacerte hijo de Dios y heredero de la vida eterna. Puedes también leer y meditar los libros Reflexiones sobre la Pasión de Jesucristo, de San Alfonso María de Ligorio y La Pasión del Señor, de Fray Luis de Granada, o Las Siete Palabras de Cristo, de Antonio Royo Marín.

El Viernes Santo es día de ayuno y de penitencia, de silencio y de lágrimas, y no día de playa y placeres.

El Sábado Santo es día de luto. Hombres y mujeres deberían vestirse con ropa de luto, para acompañar a la Santísima Madre de los Dolores. El Sábado Santo debería servir para meditar con espanto lo que merece el pecado, porque si al Justo que cargó con nuestros crímenes así se le castiga, ¿qué será del culpable si muere con sus pecados?

En resumen, hermano mío, escucha a Dios mismo que dice a cada uno de nosotros: “No tardes en convertirte al Señor, ni lo difieras de un día para otro; porque de repente sobreviene su ira, y en el día de venganza acabará contigo.” (Eclesiástico, 5, 8).

Católico, aprovecha la Semana Santa para convertirte al Señor, porque la sincera conversión y el verdadero arrepentimiento aseguran el perdón de los pecados, dan paz al alma y, finalmente, la vida eterna que pedimos para ti.

Un Sacerdote Católico

Tomado de Catolicidad

sábado, 27 de marzo de 2010

SAN PÍO X: SOBRE LA SANTIDAD DEL CLERO


… El sacerdote es, por lo tanto, luz del mundo y sal de la tierra. Nadie ignora que esto se realiza, sobre todo, cuando se comunica la verdad cristiana; pero ¿puede ignorarse ya que este ministerio casi nada vale, si el sacerdote no apoya con su ejemplo lo que enseña con su palabra? Quienes le escuchan podrían decir entonces, con injuria, es verdad, pero no sin razón: Hacen profesión de conocer a Dios, pero le niegan con sus obras ; y así rechazarían la doctrina del sacerdote y no gozarían de su luz. Por eso el mismo Jesucristo, constituido como modelo de los sacerdotes, enseñó primero con el ejemplo y después con las palabras: Empezó Jesús a hacer y a enseñar . -Además, si el sacerdote descuida su santificación, de ningún modo podrá ser la sal de la tierra, porque lo corrompido y contaminado en manera alguna puede servir para dar la salud, y allí, donde falta la santidad, inevitable es que entre la corrupción. Por ello Jesucristo, al continuar aquella comparación, a tales sacerdotes les llama sal insípida que para nada sirve ya sino para ser tirada, y por ello ser pisada por los hombres

…A esta santidad de vida, de la que aún queremos hablar más todavía, atiende la Iglesia por medio de esfuerzos tan grandes como continuos. Para ello instituyó los Seminarios: en éstos, los jóvenes que se educan para el sacerdocio han de ser imbuídos en ciencias y letras, han de ser al mismo tiempo, pero de un modo especial, formados desde sus más tiernos años en todo cuanto a la piedad concierne. Después, como solícita madre, la Iglesia los conduce gradualmente al sacerdocio, con largos intervalos en los que no perdona medio alguno para exhortarles a que adquieran la santidad. Place bien recordar aquí todo esto.
… Entre el sacerdote y cualquier hombre probo debe haber tanta diferencia como entre el cielo y la tierra, por cuya razón se ha de procurar que la virtud del sacerdote no sólo esté exenta de las más graves culpas, sino también aun de las más leves.
… Ahora bien: preciso es determinar en qué haya de consistir esta santidad, de la cual no es lícito que carezca el sacerdote; porque el que lo ignore o lo entienda mal, está ciertamente expuesto a un peligro muy grave. Piensan algunos, y hasta lo pregonan, que el sacerdote ha de colocar todo su empeño en emplearse sin reserva en el bien de los demás; por ello, dejando casi todo el cuidado de aquellas virtudes -que ellos llaman pasivas- por las cuales el hombre se perfecciona a sí mismo, dicen que toda actividad y todo el esfuerzo han de concentrarse en la adquisición y en el ejercicio de las virtudes activas. Maravilla cuánto engaño y cuánto mal contiene esta doctrina. De ella escribió muy sabiamente Nuestro Predecesor, de f. m. : Sólo aquel que no se acuerde de las palabras del Apóstol: “Los que El previó, también predestinó a ser conformes a la imagen de su Hijo” , sólo aquél -digo- podrá pensar que las virtudes cristianas son acomodadas las unas a un tiempo y las otras a otro. Cristo es el Maestro y el ejemplo de toda santidad, a cuya norma se ajusten todos cuantos deseen ocupar un lugar entre los bienaventurados. Ahora bien: a medida que pasan los siglos, Cristo no cambia, sino que es el mismo “ayer y hoy, y será el mismo por todos los siglos” . Por lo tanto, a todos los hombres de todos los tiempos se dirige aquello: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” : y en todo momento se nos muestra Cristo “hecho obediente hasta la muerte” . También aquellas palabras del Apóstol: “Los que son de Cristo han crucificado su carne con los vicios y las concupiscencias” valen igualmente para todos los tiempos.

…Porque, si alguno obra por un vergonzoso afán de lucro, si se enreda en negocios temporales, si ambiciona los primeros puestos y desprecia los demás, si se hace esclavo de la carne y de la sangre, si busca el agradar a los hombres, si confía en las palabras persuasivas de la sabiduría humana, todo ello proviene de que desdeña el mandato de Cristo y desprecia la condición por El puesta: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo .

… Mientras Nos inculcamos tanto todo esto, no dejamos de advertir al sacerdote que no ha de vivir santamente para sí solo, pues él es el obrero que Cristo salió a contratar para su viña . Le corresponde, pues, arrancar las perniciosas hierbas, sembrar las útiles, regarlas y velar para que el enemigo no siembre luego la cizaña. Guárdese bien, por lo tanto, el sacerdote, no sea que, al dejarse llevar por un afán inconsiderado de su perfección interior, descuide alguna de las obligaciones de su ministerio que al bien de los fieles se refieren. Tales son: predicar la palabra divina, oír confesiones cual conviene, asistir a los enfermos, sobre todo a los moribundos, enseñar la fe a los que no la conocen, consolar a los afligidos, hacer que vuelvan al camino los que yerran, imitar siempre y en todo a Cristo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los tiranizados por el diablo .

…En realidad, tan sólo hay una cosa que une al hombre con Dios, haciéndole agradable a sus ojos e instrumento no indigno de su misericordia: la santidad de vida y de costumbres. Si esta santidad, que no es otra que la eminente ciencia de Jesucristo, faltare al sacerdote, le falta todo.
… Únicamente la santidad nos hace tales como nos quiere nuestra divina vocación, esto es, hombres que estén crucificados para el mundo y para quienes el mundo mismo esté crucificado, hombres que caminen en una nueva vida y que, como enseña San Pablo, en medio de trabajos, de vigilias, de ayunos, por la castidad, por la ciencia, por la longanimidad, por la suavidad, por el Espíritu Santo, por la caridad no fingida, por la palabra de verdad , se muestren ministros de Dios, que se dirijan exclusivamente hacia las cosas celestiales y que pongan todo su esfuerzo en llevar también a los demás hacia ellas.

…Tengamos, por lo tanto, como cierto y probado que el sacerdote, a fin de poder cumplir dignamente con su puesto y su deber, necesita darse de lleno a la oración. No es raro tener que deplorar que lo haga más por costumbre que por devoción interior; que a su tiempo rece el oficio con descuido o que recite a veces algunas oraciones, pero después ya no se acuerde de consagrar parte alguna del día para hablar con Dios, elevando su corazón al cielo. Y sin embargo, el sacerdote, mucho más que cualquier otro, debe obedecer al precepto de Cristo: Preciso es orar siempre.

… Punto capital, en esto, es el designar cada día un tiempo determinado para la meditación de las cosas eternas. No hay sacerdote que, sin nota de grave negligencia y detrimento de su alma, pueda descuidar esto.

… Aunque las diferentes funciones sacerdotales sean augustas y llenas de veneración, ocurre, sin embargo, que quienes las cumplen por costumbre, no las consideran con la religiosidad que se merecen. De aquí, disminuyendo el fervor poco a poco, fácilmente se pasa a la negligencia y hasta al disgusto de las cosas más santas.

… En gran manera importa que el sacerdote añada de continuo la lectura de libros piadosos y, ante todo, de los libros inspirados de las cosas divinas.

…Desgraciadamente, por lo contrario, en nuestros días ocurre con frecuencia que los miembros del clero se van poco a poco cubriendo con las tinieblas de la duda y llegan a seguir las tortuosas sendas del mundo, principalmente por preferir a los libros piadosos y divinos todo género de libros bien diversos y hasta la turba de los periódicos saturados de sutil y ponzoñoso error. Guardaos, queridos hijos; no os fiéis de vuestra edad adulta y provecta; no os dejéis engañar por la falaz esperanza de que así atenderéis mejor al bien común. No se franqueen los límites que las leyes de la Iglesia señalan o que la prudencia de cada uno y el amor de sí mismo determinan; porque, luego de empapada el alma de este veneno, muy difícil será evitar las consecuencias de la ruina causada.

…La corrupción de los mejores es la peor. Grande es la dignidad de los sacerdotes, pero grande es su caída, si pecan; alegrémonos por su elevación, mas temamos por su caída; no es tan alegre el haber estado en alto, como triste el haber caído desde allí . Muy desgraciado, por lo tanto, el sacerdote que, olvidado de sí mismo, no se preocupa de la oración, rehuye el alimento de las lecturas piadosas, y jamás vuelve dentro de sí para escuchar la voz de la conciencia que le acusa.

…nunca como ahora se precisa, en el clero, una virtud nada vulgar, absolutamente ejemplar, vigilante, activa, potentísima finalmente para hacer y padecer por Cristo grandes cosas.
Nada hay que con tanto ardor supliquemos para todos y cada uno de vosotros. -Florezca, pues, en vosotros, con su inmaculada lozanía la castidad

… Crezca siempre el respeto a la obediencia solemnemente prometida a los que el Espíritu Santo constituyó como pastores de la Iglesia

…Triunfe en todos aquella caridad que no busca lo propio, a fin de que, ahogados los estímulos de la envidiosa contienda y la ambición insaciable que atormentan al corazón humano, todos vuestros esfuerzos, con una fraternal emulación, tiendan al aumento de la gloria divina.
(De la Exhortación apostólica Haerent animos)
Tomado de Catapulta.

TOCATA Y FUGA - J.S. BACH - ORGANO

jueves, 25 de marzo de 2010

CARTA ABIERTA A LOS CATÓLICOS PERPLEJOS (VI)

EL NUEVO BAUTISMO,
EL NUEVO MATRIMONIO,
LA NUEVA PENITENCIA,
LA NUEVA EXTREMAUNCIÓN

Tanto el católico practicante regular como aquel que reencuentra el camino de la Iglesia en los grandes momentos de su vida se sienten impulsados a hacerse preguntas de fondo tales como ésta: ¿qué es el bautismo?
Éste es un fenómeno nuevo; no hace mucho tiempo, cualquiera sabía responder a esa pregunta y, por lo demás, nadie se la hacía. El primer efecto del bautismo es la redención del pecado original; eso se sabía de padres a hijos.
Pero ocurre que ahora en ninguna parte se habla de este hecho. La ceremonia simplificada que tiene lugar en la iglesia evoca el pecado en un contexto tal que parece tratarse del pecado o de los pecados que habrá de cometer en su vida el bautizado y no de la falta original con que todos nacemos.
El bautismo se manifiesta ahora simplemente como un sacramento que nos une a Dios o más bien nos hace adherir a la comunidad cristiana. Así se explica el "rito de acogida" que se impone en ciertos lugares como una primera etapa en una primera ceremonia. Y esto no se debe a iniciativas particulares, puesto que encontramos amplias consideraciones sobre el bautismo por etapas en las fichas del Centro Nacional de la Pastoral Litúrgica.(1) Se lo llama también el bautismo diferido. Hay varias fases, después de la acogida , el “progreso”, la “búsqueda” y por fin el sacramento se administra o no se administra cuando el niño pueda, según los términos utilizados, determinarse libremente a recibirlo, lo cual puede ocurrir a una edad bastante avanzada, a los ocho años o más. Un profesor de dogmática, muy versado en la nueva Iglesia estableció una distinción entre los cristianos cuya fe y cultura religiosa él certifica y otros cristianos —más de tres cuartos del total— a los que sólo atribuye una fe supuesta cuando piden el bautismo para sus hijos. Esos cristianos "de la religión popular" son detectados en el curso de las reuniones de preparación y persuadidos de que no pasen más allá de la ceremonia de acogida. Esta manera de obrar estaría "más adaptada a la situación cultural de nuestra civilización".
Recientemente un cura de la región de Somme debía inscribir a dos niños para la comunión solemne y entonces reclamó las partidas de bautismo que le fueron enviadas por la parroquia de origen de la familia. Entonces el sacerdote comprobó que uno de los niños había sido efectivamente bautizado, en tanto que el otro no lo estaba, contrariamente a lo que creían sus padres. El niño simplemente había sido inscripto en el registro de acogida. Ésta es la clase de situaciones que resultan de semejantes prácticas; lo que se da es en efecto un simulacro de bautismo que los asistentes toman de buena fe como el verdadero sacramento.
Es bien comprensible que todo esto desconcierte profundamente. Además, sobre este punto hay que afrontar una argumentación capciosa que figura hasta en los boletines parroquiales, generalmente en la forma de indicaciones o de testimonios firmados con nombres de pila, es decir, anónimos. En uno de ellos leemos que Alain y Evelyne declaran:
“El bautismo no es un rito mágico que borre por milagro un cierto pecado original. Nosotros creemos que la salvación es total, gratuita y para todos: Dios eligió a todos los hombres en su amor, sin condiciones. Para nosotros, hacerse bautizar es decidir cambiar de vida, es un compromiso personal que nadie puede asumir en el lugar de uno, es una decisión consciente que supone una enseñanza previa, etcétera."
¡Cuántos monstruosos errores en unas pocas líneas! Estas palabras tienden a justificar otro procedimiento: la supresión del bautismo de los niños pequeños. Esta es otra aproximación al protestantismo con desprecio de la enseñanza de la Iglesia desde sus orígenes, como lo atestigua san Agustín a fines del siglo IV; "La costumbre de bautizar a los niños no es una innovación reciente, sino que es el eco fiel de la tradición apostólica. Esa costumbre, por sí sola e independientemente de todo documento escrito constituye la regla cierta de la verdad".
El concilio de Cartago del año 251 prescribía que el bautismo fuera administrado a los niños "aun antes de su octavo día" y la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe recordaba la obligación de hacerlo así el 21 de noviembre de 1980 fundándose en "una norma de tradición inmemorial".(2) Es necesario que los padres católicos sepan esto para hacer valer un derecho sacro cuando se pretende negarles el bautismo a sus hijos recién nacidos y no dejarlos participar en la vida de la gracia. Los padres no esperan a que su hijo tenga diez años para decidir en su lugar cuál será su régimen alimentario o si necesita una operación quirúrgica a causa de su estado de salud. En el orden, sobrenatural el deber de los padres es aún más imperioso y la fe que preside el sacramento cuando el niño no es capaz, de asumir él mismo un "compromiso personal" es la fe de la Iglesia. Piénsese en la espantosa responsabilidad de un padre que priva a su hijo de la vida eterna en el paraíso. Nuestro Señor lo dijo de manera clara: "Nadie, a menos que renazca del agua y del Espíritu, puede entrar en el Reino de Dios". Los frutos de esta singular pastoral no se han hecho esperar. En la diócesis de París de 1965, de dos niños era bautizado uno, pero en 1976 de cuatro sólo se bautizaba uno. El clero de una parroquia de los arrabales observa, sin manifestar empero mucha pena, que en 1965 hubo cuatrocientos sesenta bautismos y en 1976 ciento cincuenta. En el conjunto de Francia se registra una caída general. De 1970 a 1981 la cifra global descendía de 596.673 a 530.385, cuando la población crecía en más de tres millones durante ese lapso. Todo esto se debe a que se ha falseado la definición del bautismo. Desde el momento en que se dejó de decir que el bautismo borraba el pecado original, la gente se preguntó: "¿Qué es el bautismo?" e inmediatamente después: "¿Para qué el bautismo?" Si no llegaron a formularse estas preguntas, por lo menos deben de haber reflexionado en los argumentos que se les exponían y admitido que no se imponía urgencia alguna ya que después de todo el niño siempre podría en la adolescencia ingresar, si así lo quería, en la comunidad cristiana, de la misma manera en que uno se inscribe en un partido político o en un sindicato.
La cuestión se ha planteado de la misma manera en el caso del matrimonio. El matrimonio siempre se definió por su finalidad primera, que era la procreación, y por su finalidad secundaria, que era el amor conyugal. Pues bien, en el concilio, se ha querido transformar esta definición y decir que ya no había un fin primario, sino que los dos fines que acabo de mencionar eran equivalentes. El cardenal Suenens fue quien propuso este cambio y todavía me acuerdo de cómo el cardenal Brown, ministro general de los dominicos, se levantó para decir: "Caveatis, caveatis! (¡Tened cuidado!). Si aceptamos esta definición, vamos contra toda la tradición de la Iglesia y pervertiremos el sentido del matrimonio. No tenemos el derecho de modificar las definiciones tradicionales de la Iglesia".
Y entonces citó textos en apoyo de su advertencia; se suscitó gran emoción en la nave de San Pedro. El Santo Padre rogó al cardenal Suenens que moderara los términos que había empleado y aun que los cambiara. Pero de todos modos la Constitución pastoral Gaudium et Spes no deja de contener un pasaje ambiguo en el que se pone el acento en la procreación "sin subestimar por ello los otros fines del matrimonio". El verbo latino proshabere permite traducir: "sin colocar en segundo término los otros fines del matrimonio", lo cual significaría colocarlos todos en el mismo plano. Así se quiere entender hoy el matrimonio, todo lo que se dice de él tiene que ver con la falsa noción expresada por el cardenal Suenens según la cual el amor conyugal —que pronto se dio en llamar simplemente y de manera mucho más cruda "sexualidad"— es el primero de los fines del matrimonio. Consecuencia: en nombre de la sexualidad están permitidos todos los actos: anticoncepción, limitación de los nacimientos, en fin, aborto.
Basta una mala definición para vernos en pleno desorden.
La Iglesia en su liturgia tradicional hace decir al sacerdote: "Señor, asistid con vuestra bondad a las instituciones que habéis establecido para la propagación del género humano..." La Iglesia eligió el pasaje de la Epístola de san Pablo a los Efesios que precisa los deberes de los esposos y que hace de sus relaciones recíprocas una imagen de las relaciones que unen a Cristo con su Iglesia. Muy frecuentemente los futuros cónyuges son invitados a componer ellos mismos su misa sin que se les obligue a elegir la epístola en los libros santos, pues pueden reemplazarla por un texto profano o tomar un pasaje del Evangelio que no tenga ninguna relación con el sacramento recibido. En su exhortación, el sacerdote se guarda bien de mencionar las obligaciones a que deben someterse los cónyuges por temor a presentar una imagen poco atractiva de la Iglesia y a veces por no chocar a los divorciados presentes en la ceremonia.
Lo mismo que en el caso del bautismo, se han realizado experiencias de matrimonios por etapas o de matrimonios no sacramentales que escandalizan a los católicos; son experiencias toleradas por el episcopado que se desarrollan según esquemas suministrados por organismos oficiales y alentadas por responsables diocesanos. Una ficha del Centro Jean-Bart indica algunas maneras de proceder. Véase una: "Lectura del texto: lo esencial es invisible a los ojos (Epístola de san Pedro). No hubo intercambio de consentimientos, sino una liturgia de la mano, signo del trabajo y de la solidaridad obrera. Intercambio de las alianzas (sin bendición) en silencio. Alusión al oficio de Robert: aleación, soldadura (Robert es plomero). El beso. El Padrenuestro recitado por los creyentes de la concurrencia. El Avemaría. Los jóvenes cónyuges colocan un ramo de flores frente a la estatua de María". ¿Por qué Nuestro Señor habría instituido sacramentos? ¿Para que luego fueran reemplazados por este tipo de ceremonia exenta de todo elemento sobrenatural con la excepción de las dos oraciones que la concluyen?
Hace algunos años se habló mucho de Lugny en la región del Saona y el Loira. Para motivar esa "liturgia de la acogida" se decía que se deseaba dar a las jóvenes parejas el deseo de volver a la iglesia para casarse posteriormente de manera formal. Dos años después, de unos doscientos falsos matrimonios, ninguna pareja regresó para regularizar su situación. Si lo hubieran hecho, no por eso el cura de esa iglesia habría dejado de estar oficializando y cubriendo con su garantía, sino ya con su bendición, durante dos años lo que no era otra cosa que un concubinato. Una encuesta de origen eclesiástico reveló que en París el veintitrés por ciento de las parroquias ya habían hecho este tipo de celebraciones no sacramentales con parejas, uno de cuyos miembros (o los dos) no era creyente, y habían procedido así con la intención de complacer a las familias o a los novios mismos a menudo por cuestiones de conveniencia social. Por supuesto que a un católico no le está permitido asistir a semejantes comedias. En cuanto a los presuntos casados, siempre podrán decir que estuvieron en la iglesia y terminarán sin duda por creer que su situación es regular a fuerza de ver que sus amigos hacen lo mismo. Los fieles desorientados se preguntan si al fin de cuentas no es mejor eso que nada. La indiferencia se difunde; la gente está dispuesta a aceptar cualquier otra fórmula, como por ejemplo, el simple casamiento en la alcaldía o hasta la cohabitación de los jóvenes, sobre la cual tantos padres dan pruebas de "comprensión", para llegar por fin a la unión libre. La descristianización total ha llegado al fin de su camino; a los cónyuges les faltarán las gracias que proceden del sacramento del matrimonio para educar a sus hijos, suponiendo que consientan en tenerlos. Las rupturas de esos hogares no santificados se multiplican hasta el punto de preocupar al Consejo económico y social, uno de cuyos informes recientes muestra que hasta la sociedad laica tiene conciencia de que corre a su perdición a causa de la inestabilidad de las familias o de las seudofamilias.
La extremaunción ya no es más realmente el sacramento de los enfermos a punto de morir; ahora es el sacramento de los ancianos; ciertos sacerdotes lo administran a las personas de la tercera edad que no presentan ningún signo particular de muerte inminente. Ya no es más el sacramento que prepara para el último momento, que borra los pecados antes de la muerte y que prepara para la unión definitiva con Dios. Tengo ante mi vista una nota distribuida en una iglesia de París a todos los fieles para hacerles conocer la fecha de la próxima extremaunción: "El sacramento de los enfermos se celebra para las personas aún hábiles en medio de toda la comunidad cristiana durante la celebración eucarística. Fecha: el domingo tal en la misa de las once". Este tipo de extremaunción no es válido.
El mismo espíritu colectivista puso en boga las llamadas ceremonias penitenciales. El sacramento de la penitencia no puede ser sino individual. Por definición y de conformidad con su esencia, este sacramento es, como lo recordé antes, un acto judicial, un juicio. No se puede juzgar sin haber instruido una causa; hay que oír la causa de cada uno para juzgarla y luego se podrán perdonar o no los pecados. Su Santidad Juan Pablo II insistió muchas veces en este punto, y especialmente el 1 de abril de 1982 dijo a los obispos franceses que la confesión personal de las faltas seguida de la absolución individual "es ante todo una exigencia de orden dogmático". En consecuencia, es imposible justificar esas ceremonias ele "reconciliación" explicando que !a disciplina eclesiástica se ha hecho más flexible y que se adaptó a las exigencias del mundo moderno. Ésta no es una cuestión de disciplina.
Antes había una excepción: la absolución general dada en caso de naufragio, de guerra, etcétera. Y aun así se trata de una absolución cuyo valor es por lo demás discutido por los autores. No es lícito convertir la excepción en una regla. Si se consultan las Actas de la Sede Apostólica, se encuentran las siguientes expresiones tanto en los labios de Pablo VI como en los de Juan Pablo II en diversas ocasiones: "el carácter excepcional de la absolución colectiva", "en caso de grave necesidad", "en situaciones extraordinarias de grave necesidad", "carácter enteramente excepcional", "circunstancias excepcionales"...
Sin embargo, las celebraciones de este tipo se han convertido en una costumbre, aunque no son frecuentes en una misma parroquia por falta de fieles dispuestos a ponerse en regla con Dios más de dos o tres veces por año.
Ya no se experimenta esa necesidad, como era de prever, puesto que la idea del pecado se ha borrado en los espíritus. ¿Cuántos sacerdotes recuerdan a los fieles la necesidad del sacramento de la penitencia? Un fiel me dijo que se confiesa en una u otra de las iglesias de París y que lo hace donde sabe que puede encontrar aun "sacerdote de acogida"; así recibe frecuentemente las felicitaciones o las expresiones de agradecimiento del sacerdote sorprendido de tener un penitente. Esas celebraciones que están sujetas a la creatividad de los "animadores" comprenden cantos o bien se pone un disco. Luego se da un lugar a la liturgia de la palabra antes de recitarse una oración o letanía en la que la asamblea dice: "Señor, ten piedad del pecador que yo soy" o se realiza una especie de examen de conciencia general. El "yo me confieso" precede a la absolución dada de una vez por todas y a todos los asistentes, lo cual no deja de plantear un problema: una persona presente que no la deseara, ¿habrá de recibir la absolución a pesar de sí misma? Veo en una hoja multicopiada que se distribuyó a los participantes de una de esas ceremonias en Lourdes que el responsable consideró esta cuestión: "Si deseamos recibir la absolución, vengamos a sumergir nuestras manos en el agua de la fuente y tracemos sobre nosotros el signo de la cruz" y al final "Sobre aquellos que se marcaron con el signo de la cruz con el agua de la fuente, el sacerdote impone las manos (!), Unámonos a su oración y recibamos el perdón de Dios".
El diario católico inglés The Universe apoyaba hace algunos años una operación lanzada por dos obispos que consistía en el intento de hacer que se acercaran a la Iglesia fieles que habían abandonado la práctica religiosa desde mucho tiempo atrás. El llamado lanzado por los obispos se parecía a esos avisos publicados por las familias de adolescentes fugitivos: "El pequeño X puede regresar a la casa, sin que se le haga ningún reproche".
Entonces se les dijo a estos futuros hijos pródigos: "Vuestros obispos os invitan a regocijaros y a celebrar esta cuaresma. A imitación de Cristo, la Iglesia ofrece a todos sus hijos el perdón de sus pecados, con toda libertad y facilidad, sin que ellos lo merezcan y sin que lo pidan. La Iglesia los urge a aceptar ese perdón y les suplica que retornen a su casa. Muchos de ellos desean retornar a la Iglesia después de años de alejamiento, pero no pueden resolverse a confesarse. En todo caso, no en seguida..." De manera que esos cristianos podían aceptar el ofrecimiento siguiente: "En la misa a la que asistirá el obispo de vuestro deanato (aquí se menciona el día y la hora) todos los que estén presentes serán invitados a aceptar el perdón de todos sus pecados pasados. No es necesario que se confiesen en ese momento. Bastará con que estén arrepentidos de sus pecados y tengan el deseo de retornar a Dios y de confesar más tarde sus pecados, después de haber sido recibidos de nuevo en el seno de la Iglesia.
Mientras tanto, sólo deben dejar que Nuestro Padre de los Cielos 'los tome en sus brazos y los abrace tiernamente'. Mediante un generoso acto de arrepentimiento, el obispo acordará a todos los presentes que lo deseen el perdón de sus pecados, de manera que inmediatamente puedan acudir a la santa comunión...
Le Journal de la Grotte, publicación bimensual de Lourdes, al reproducir esta curiosa disposición episcopal impresa con el título "General Absolution. Communion now, confession later''' (Absolución general. Comunión ahora, confesión después), lo comentaba así: "Nuestros lectores podrán advertir el espíritu profundamente evangélico que lo inspiró así como la comprensión pastoral de las situaciones concretas de las personas."
No sé qué resultado se obtuvo, pero la cuestión es otra: la amnistía pronunciada por los dos obispos hace pensar en la liquidación de las existencias comerciales al final de la quincena. ¿Puede la pastoral imponerse a la doctrina hasta el punto de hacer comulgar el cuerpo de Cristo a fieles, muchos de los cuales estén probablemente en estado de pecado mortal después de tantos años de no practicar la religión? Ciertamente no.
¿Cómo se puede considerar tan ligeramente pagar con un sacrilegio la conversión de unos cristianos? ¿Y hay posibilidades de que esa conversión sea seguida por la perseverancia? En todo caso podemos comprobar que antes del concilio y antes de la aparición de esta pastoral de acogida en Inglaterra había de cincuenta mil a ochenta mil conversiones por año. Ahora se han reducido casi a cero. El árbol se conoce por sus frutos.
Los católicos están tan perplejos en Gran Bretaña como en Francia. Un pecador o un apóstata que habiendo seguido el consejo de su obispo se presentara para esa absolución colectiva y acudiera a la santa mesa en tales condiciones, ¿no tendrá tendencia a perder su confianza en la validez de sacramentos tan fácilmente otorgados cuando él tiene todas las razones para no considerarse digno? ¿Qué ocurrirá si posteriormente no se pone en regla y no se confiesa? Su retorno fallido a la casa del Padre hará aún más difícil una conversión definitiva.
A estas situaciones se llega con el laxismo dogmático. En las ceremonias penitenciales que se practican de una manera menos extravagante en nuestras parroquias, ¿qué seguridad tiene el cristiano de estar verdaderamente perdonado? Queda librado a las inquietudes que conocen los protestantes, a los tormentos interiores provocados por la duda. Ciertamente no habrá ganado con el cambio. Si la cuestión ya es mala en el plano de la validez, también lo es en el plano psicológico. Así, es un absurdo otorgar perdones colectivos (salvo en el caso de personas con pecados graves) con la condición de confesar sus pecados personalmente después. Es evidente que la gente no se descubrirá ante los demás como personas que tienen graves pecados sobre la conciencia. Sería como si se violara el secreto de la confesión.
Hay que agregar que el fiel que haya comulgado después de la absolución colectiva no verá la necesidad de presentarse de nuevo al tribunal de la penitencia, y esto se comprende. Las ceremonias de reconciliación no se agregan pues a la confesión auricular, sino que la eliminan y la suplantan. Así nos encaminamos hacia la desaparición del sacramento de la penitencia instituido como los otros sacramentos por Nuestro Señor mismo.
Para que un sacramento sea válido es menester la materia, la forma y la intención. Y esto no lo puede cambiar ni el mismo Papa: la materia es de institución divina; el Papa no puede decir: "Mañana se usará alcohol o leche para bautizar a los niños". Tampoco puede cambiar esencialmente la forma porque aquí hay palabras esenciales, por ejemplo, no se puede decir: "Yo te bautizo en nombre de Dios" pues el propio Cristo fijó la forma: "Bautizaréis en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"
El sacramento de la confirmación se maneja igualmente mal. Una fórmula corriente hoy es: "Te signo con la cruz y recibe el Espíritu Santo" pero el ministro no precisa entonces cuál es la gracia especial del sacramento por el cual se da el Espíritu Santo, de modo que el sacramento no es válido.
Por eso yo siempre accedo a las solicitudes de los padres que tienen dudas sobre la validez de la confirmación de sus hijos o temen que se la administren de una manera inválida al ver lo que ocurre alrededor. Los cardenales ante quienes tuve que explicarme en 1975 me lo han reprochado y a partir de entonces continúan publicando comunicados de reprobación de lo que hago. Expliqué por qué yo procedía de esa manera. Satisfago el deseo de los fieles que me piden una confirmación válida, aunque no sea lícita, porque estamos en un tiempo en que el derecho divino natural y sobrenatural debe imponerse al derecho positivo eclesiástico cuando éste se le opone en lugar de servirle de canal. Nos hallamos en una crisis extraordinaria, de modo que no hay que asombrarse de que yo a veces adopte una actitud que sale de lo corriente.
La tercera condición de validez del sacramento es la intención. El obispo o el sacerdote deben tener la intención de hacer lo que quiere la Iglesia. Ni el mismo Papa puede tampoco cambiar esto. La fe del sacerdote no es un elemento necesario; un sacerdote o un obispo puede no tener ya fe; otro puede tener menos fe y otro una fe no del todo íntegra. Esto no tiene una influencia directa en la validez de los sacramentos, pero puede tener una influencia indirecta. Recuérdese al papa León XIII quien proclamaba que todas las ordenaciones anglicanas no eran válidas por falta de intención. Ahora bien, esto se debe a que han perdido la fe que no es solamente la fe en Dios, sino la fe en todas las verdades contenidas en el Credo, incluso Credo in unam sanctam catholicam et apostolicam Ecclesiam, es decir, "Creo en la Iglesia que es una"; por eso, los anglicanos no pueden hacer lo que quiere la Iglesia. ¿No ocurrirá lo mismo con nuestros sacerdotes que pierden la fe? Ya vemos cómo algunos no celebran el sacramento de la Eucaristía según la definición del concilio de Trento. "No, dicen estos sacerdotes, hace mucho tiempo que se reunió el concilio de Trento. Después tuvimos el concilio Vaticano II. Hoy se trata de la transignificación, de la transfinalización. ¿La transubstanciación? No, eso ya no existe. ¿La presencia real del Hijo de Dios en las especies del pan y del vino? ¡Vamos, en nuestra época, no!"
Cuando un sacerdote dice tales cosas la consagración no es válida y entonces no hay misa ni comunión. Pues los cristianos están obligados a creer hasta el fin de los tiempos lo que definió el concilio de Trento sobre la Eucaristía. Se podrán hacer más explícitos los términos de un dogma, pero ya no se los puede cambiar, eso es imposible. El concilio Vaticano II no agregó nada ni quitó nada; por lo demás, no hubiera podido hacerlo. Pero quien declara que no acepta la transubstanciación, está, según los términos del mismo concilio de Trento, anatematizado y, por lo tanto, separado de la Iglesia.
Por eso, los católicos de fines de este siglo XX tienen la obligación de ser más vigilantes de lo que fueron sus padres. Hoy se intentará imponerles cualquier cosa en esta materia y en nombre de la nueva teología, de la nueva religión; lo que quiere esa nueva religión no es lo que quiere la Iglesia.

Monseñor Marcel Lefebvre

Notas:
(1) Dela Conferencia Episcopal Francesa

(2) Instrucción Pastorialis actio.

(Continuará)

martes, 23 de marzo de 2010

viernes, 19 de marzo de 2010

SOLEMNIDAD DEL GLORIOSO PATRIARCA SAN JOSÉ PROTECTOR DE LA SANTA IGLESIA CATÓLICA



Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial patrono de la Iglesia, y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria. Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; mas, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella. El se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a sus propio padres.

De esta doble dignidad se siguió la obligación que la naturaleza pone en la cabeza de las familias, de modo que José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia. Y durante el curso entero de su vida él cumplió plenamente con esos cargos y esas responsabilidades. El se dedicó con gran amor y diaria solicitud a proteger a su esposa y al Divino Niño; regularmente por medio de su trabajo consiguió lo que era necesario para la alimentación y el vestido de ambos; cuidó al Niño de la muerte cuando era amenazado por los celos de un monarca, y le encontró un refugio; en las miserias del viaje y en la amargura del exilio fue siempre la compañía, la ayuda y el apoyo de la Virgen y de Jesús. Ahora bien, el divino hogar que José dirigía con la autoridad de un padre, contenía dentro de sí a la apenas naciente Iglesia. Por el mismo hecho de que la Santísima Virgen es la Madre de Jesucristo, ella es la Madre de todos los cristianos a quienes dio a luz en el Monte Calvario en medio de los supremos dolores de la Redención; Jesucristo es, de alguna manera, el primogénito de los cristianos, quienes por la adopción y la Redención son sus hermanos. Y por estas razones el Santo Patriarca contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia como confiados especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por toda la tierra, sobre la cual, puesto que es el esposo de María y el padre de Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad. Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo

( ... ) Pues José, de sangre real, unido en matrimonio a la más grande y santa de las mujeres, considerado el padre del Hijo de Dios, pasó su vida trabajando, y ganó con la fatiga del artesano el necesario sostén para su familia. Es, entonces, cierto que la condición de los más humildes no tiene en sí nada de vergonzoso, y el trabajo del obrero no sólo no es deshonroso, sino que, si lleva unida a sí la virtud, puede ser singularmente ennoblecido. José, contento con sus pocas posesiones, pasó las pruebas que acompañan a una fortuna tan escasa, con magnanimidad, imitando a su Hijo, quien habiendo tomado la forma de siervo, siendo el Señor de la vida, se sometió a sí mismo por su propia libre voluntad al despojo y la pérdida de todo. (Fragmento de la Enciclica Quamquam Pluries sobre la Devoción a San José de la santidad de León XIII)

Oración a San José
compuesta y prescrita por S.S. León XIII

A vos, bienaventurado san José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de vuestra santísima Esposa, solicitamos también confiadamente, vuestro patrocinio. Para aquella caridad que con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, os tuvo unido, y por el paterno amor con que abrazasteis al Niño Jesús, humildemente os suplicamos que volváis benigno los ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo y con vuestro poder y auxilio socorráis nuestras necesidades.

Proteged, ¡oh providentísimo custodio de la Divina Familia! la escogida descendencia de Jesucristo; apartad de nosotros toda mancha de error y corrupción; asistidnos propicio desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo libertasteis al Niño Jesús del inminente peligro de la vida, así ahora defended la Iglesia santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio, para que, a ejemplo vuestro, y sostenidos por vuestro auxilio, podamos santamente vivir, piadosamente morir, y alcanzad en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén.

El justo es amado de Dios y de los hombres, y su memoria se conserva en bendición. Hízole el Señor semejante en la gloria a los Santos, y engrandecióle, e hízole terrible a los enemigos; y él, con su palabra, hizo cesar las horrendas plagas. Glorificóle ante los reyes; dióle preceptos que promulgase a su pueblo y le mostró su gloria. Santificóle por medio de su fe y mansedumbre, y escogióle entre todos los hombres. Oyó a Dios y su voz; y le hizo Dios entrar dentro de la nube. Y dióle cara a cara los mandamientos y la ley de vida y de ciencia.

Eclesiastico 45, 1-6

Tomado de Semper Fidelis

jueves, 18 de marzo de 2010

LA ESCALERA MILAGROSA DE SAN JOSÉ

SESENTA RAZONES QUE OBLIGAN A RECHAZAR LA NUEVA MISA


Sin fe es imposible agradar a Dios (San Pablo, Epístola a los Hebreos, 11, 6)

Pero aún cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo, os predique un Evangelio diferente del que nosotros os hemos anunciado, sea anatema. (San Pablo, Epístola a los Gálgatas, 1, 8)

60 RAZONES por las que, en conciencia, no puedo asistir a la “NUEVA MISA” o Misa de Pablo VI, o la Misa Moderna, sea en Latín o en Español, de cara al pueblo o de cara al Sagrario. Y, por lo tanto, por las mismas razones, continúo con la Misa tradicional, o Misa de San Pío V, o Misa tridentina, o Misa de siempre.

1.- Porque la Misa Nueva es equívoca y ambigua. Es usada también por protestantes. Ahora bien, rezamos según creemos. Por lo tanto la Nueva Misa no es una profesión de Fe inequívoca, sino ambigua. Y nuestra Fe no puede ser al mismo tiempo católica y protestante.

2.- Porque los cambios no fueron insignificantes sino que “se trata de una restauración fundamental, yo diría de una mudanza total y, en ciertos puntos, de una verdadera nueva creación” (Palabras de Monseñor Aníbal Bugnini, coautor de la Misa Nueva.

3.-Porque estos cambios en la Misa, llevan a pensar “que la Verdad, siempre creída por el pueblo cristiano, puede cambiar o desviarse sin infidelidad al depósito sagrado de la Doctrina, al cual la Fe católica está vinculada por toda la eternidad” (Cardenales Ottaviani y Bacci en carta a Pablo VI).

4.-Porque la Nueva Misa representa “un alejamiento impresionante de la Teología Católica de la Misa según fue formulada en la Sesión XXII del Concilio de Trento” que, al establecer los “cánones”, proporcionaba una “barrera infranqueable a cualquier herejía que fuera en contra de la integridad del Ministerio”.

5.-Porque la diferencia entre las dos misas no es sencillamente de mero detalle o simplemente cambio en la ceremonia, sino “lo que se presenta como nuevo en la Misa Nueva es materia referente a verdades perennes”.

6.-Porque “las recientes reformas han demostrado suficientemente que las nuevas transformaciones en la liturgia, sólo conducen a una total desorientación de los fieles, quienes ya presentan señales de indiferencia y de disminución en su Fe”.

7.-Porque en tiempo de confusión como el actual nos guían las palabras de Nuestro Señor: “Por sus frutos los conoceréis”. Ahora bien, después de la reforma en la liturgia, hubo enfrentamiento en la Fe y disminución del fervor de los fieles, y según las estadísticas, disminuyó considerablemente la asistencia a la Misa dominical; en los Estados Unidos, según el “New York Times” del 24/5/76, disminución del 30%; en Francia hay, según el Cardenal Marty, disminución del 43%; en Holanda, según “New York Times” del 5/1/76, de un 50%.

8.-Porque, después de la imposición de la Misa Nueva, “la mejor parte del clero pasa, en estos momentos, por una torturante crisis de conciencia, de la cual poseemos innumerables testimonios cotidianos” (Cardenales Ottaviani y Bacci en carta a Pablo VI).

9.-Porque después de que se introdujo la Misa Nueva, según estadísticas de la Santa Sede, en sólo siete años, el número de sacerdotes disminuyó en el mundo casi en el 50%. ([De 1969 a 1976, de 413,438 a 243,307; disminución del 41.15% exactamente.) ¿Pura coincidencia? ¿Dónde está la vitalidad de la Misa Nueva? ¿Dónde está la “optatan totius ecclesiae renovationem” (deseada renovación de toda la Iglesia)?

10.-Porque “las razones pastorales aducidas para sustentar esta ruptura gravísima (con la Tradición de la Misa), aunque no tengan en ningún caso valor, frente a las razones doctrinaras, no parece, de ningún modo, suficientes” (Cardenales Ottaviani y Bacci en carta a Pablo VI).

11.-Porque la Misa Nueva no manifiesta, de modo claro, como en la Misa Tradicional, la Fe en la presencia Real de Nuestro Señor.

12.-Porque confunde de algún modo la presencia Real de Cristo en la Eucaristía con la presencia en la palabra de la Biblia y su presencia espiritual en medio de los fieles: proximidad con los errores protestantes.

13.-Porque facilita la confusión entre el Sacerdocio Jerárquico y el sacerdocio común de los fieles, como pretenden los protestantes.

14.-Porque favorece la Teoría protestante de que la Fe de los fieles, y no la palabra del Sacerdote, es la que hace estar presente a Cristo en la Eucaristía.

15.-Porque, al insertar la “oración de los fieles” luterana en la Nueva Misa no sólo se sigue, sino que se presenta como aceptable el error protestante de que todas las personas son sacerdotes.

16.-Porque la Nueva Misa elimina el “Yo pecador” del sacerdote, y lo hace común con el pueblo y por lo tanto favorece el rechazo de Lutero: el de no aceptar la enseñanza católica de que el sacerdote es juez, testigo e intercesor ante Dios.

17.-Porque la Nueva Misa deja entender que el pueblo “concelebra” con el Sacerdote lo cual es contrario a la teología Católica.

18.-Porque fueron seis pastores protestantes los que colaboraron en su confección, sus nombres: Georges, Jasper, Shepherd, Kunneth, Smith y Thurian.

19.-Porque así como Lutero suprimió el Ofertorio, porque en él se expresaba de modo neto el carácter sacrificial y propiciatorio de la Misa, así también la Nueva Misa lo reduce a una simple preparación de las ofrendas.

20.-Porque los protestantes, sin corregir sus errores, pueden celebrar su cena usando el texto de la Nueva Misa. Es decir, se sirven de la Misa Nueva sin dejar de ser protestantes, conservando su fe protestante. Max Thurian, protestante de Taizé, dice que uno de los frutos de la Nueva Misa “será tal vez que las comunidades no católicas podrán celebrar la santa cena con las mismas oraciones de la Iglesia Católica. Teológicamente es posible” (La Croix, 30/5/69).

21.-Porque el modo narrativo de la consagración, induce a creer que se trata sólo de una memoria de la Cena y no un verdadero y propio Sacrificio (tesis protestante).

22.-Porque, por las graves omisiones, llevan a pensar que se trata sólo de una cena o de un sacrificio de acción de gracias solamente y no de un sacrificio propiciatorio; esto es, que favorece el error protestante de que la Misa es sólo un banquete y que el sacerdote sólo es presidente de la asamblea.

23.-Porque, con las otras innovaciones a que prestó ocasión, como el altar en forma de mesa, el sacerdote orientado hacia el pueblo, la Comunión de pie o en la mano no sólo dio margen a abusos, sino que favorece la doctrina protestante, según la cual la misa es sólo un banquete y el sacerdote solamente presidente de la asamblea.

24.-Porque, a causa de todo eso, los protestantes, posiblemente burlándose de nosotros, dijeron: “Las nuevas plegarias eucarísticas católicas han abandonado la falsa perspectiva del sacrificio ofrecido a Dios” (La Croix, 10/12/69). Y más: “Ahora en la Misa renovada, no hay nada que pueda perturbar al cristiano evangélico” (Siegevalt, profesor de teología dogmática en la Facultad protestante de Strasburg).
25.-Porque estamos frente a un serio dilema: o bien nos hacemos protestantes siguiendo la Nueva Misa o, por el contrario, conservamos nuestra Fe católica al adherirnos fielmente a la Misa tradicional de siempre.

26.-Porque la Misa Nueva fue elaborada de acuerdo con la definición protestante de la Misa: “La Cena del Señor o Misa es la sagrada sinaxis o asamblea del Pueblo de Dios que se congrega, presidida por el sacerdote, para celebrar el memorial del Señor” (N° 7 de la “Institutio Generalis” del 6/4/69, documento que presenta la Nueva Misa).

27.-Porque la Misa Nueva no agrada a Dios, quien detesta las cosas ambiguas y las palabras de doble sentido como es la Misa Nueva, que pretende agradar a católicos y protestantes y más a éstos.

28.-Porque quien asiste a la Misa Nueva, especialmente cuando es acompañada de cánticos nuevos de fuerte sabor protestante (sin hablar de las guitarras y baterías), tiene la clara impresión de asistir a una reunión, culto o cena protestante.

29.-Porque, siendo ambigua y favoreciendo la herejía, es peor que si fuese claramente herética, porque así es más engañadora: la peor moneda falsa es la más parecida a la verdadera.

30.-Porque la Santa Misa es el sacrificio de la Esposa de Cristo, que es la Iglesia Católica. Por lo tanto no puede ser al mismo tiempo de la Esposa de Cristo y de otras iglesias o sectas contrarias al verdadero y único Cristo: esto sería ofensivo para Cristo y su Esposa.

31.-Porque la Misa Nueva obedece al mismo esquema de la Misa protestante de Cranmer, uno de los jefes del anglicanismo y feroz perseguidor de la Iglesia; los métodos empleados para introducirla, siguen, finalmente, las huellas de este heresiarca inglés.

32.-Porque la Iglesia canonizó varios mártires ingleses que dieron su vida por no adherir a una misa muy semejante a la Misa Nueva, que era la misa anglicana.

33.-Porque muchos ex protestantes convertido al Catolicismo quedaron escandalizados al ver en la Misa Nueva la misma “Misa” a que ellos asistieron cuando estaban en el error. Uno de ellos (Julien Green) llegó a preguntarse: “¿Por qué nos convertimos?”

34.-Porque las estadísticas nos demuestran una gran disminución de las conversiones al Catolicismo, después de la implantación de la Nueva Misa e inclusive un gran crecimiento de las sectas protestantes en los países católicos. Así por ejemplo, en los EE.UU., las conversiones que sumaban 100,000 aproximadamente por año, descendieron a menos de 10,000.

35.-Porque ningún santo celebró o asistió a esta Misa, al paso que la Misa Tradicional hizo muchos santos, según el testimonio del propio Pablo VI: “innumerables santos con abundancia nutrieron la propia piedad para con Dios mediante el mismo (Misa Tradicional))…” (Const. Apost. Missale Romanum).

36.-Porque, al contrario, la Misa Nueva está siendo instrumento y ocasión de los mayores desvaríos y profanaciones de la Santísima Eucaristía y del lugar Santo; lo cual ocurre con mucha frecuencia. Ahora bien, eso no acontecía, según el testimonio del Card. Renard, Arzobispo de Lyon, en Francia: “Acontece que son celebradas misas sin el suficiente respeto, por ejemplo, sin ningún vestido litúrgico, sin Creo in Pater, con un canon inventado, o en plena refección profana, sin oraciones”. “Sucede a veces, que hay concelebraciones con seglares o con sacerdotes casados…, que no se purifique más el cáliz al final de la Misa, o que se dejen rodar sobre una mesa o un altar partículas de pan consagrado” (Vison, messes de L´Antechrist, pág. 4).

37.-Porque la Nueva Misa es, en sí, modernista; a pesar de las apariencias inocula una nueva Fe que no es la Fe Católica. Sigue perfectamente la táctica modernista de jugar con ambigüedades y términos imprecisos para infundir errores. (Táctica denunciada y condenada especialmente por San Pío X.)

38.-Porque no constituye factor de unidad en la Liturgia, como la Misa Tradicional lo hacía, de hecho, cada sacerdote celebra la misa como quiere, bajo el pretexto de creatividad. Así el nuevo “Ordo” de la Misa merecía llamarse nuevo desorden, porque lo ha producido constantemente. Además el el nuevo Ordo de la Misa no es seguido prácticamente en ningún lugar, tal como fue presentado oficialmente, lo que agrava sus defectos.

39.-Porque muchos teólogos, canonistas y sacerdotes respetables no haceptaron la Misa nueva y afirmaron que en conciencia no la pueden celebrar.

40.-Porque la Nueva Misa ha eliminado muchas cosas, tales como: las genuflexiones (quedan sólo tres), la purificación de los dedos del sacerdote en el cáliz, la preservación de los mismos dedos de todo contacto profano después de la Consagración, la piedra consagrada (Ara) y las reliquias, los tres manteles de lino (hoy se usa uno sólo), y otras muchas, lo cual no hace más que confirmar de modo específico el implícito repudio de la Fe en el dogma de la Presencia Real. (“Breve examen crítico del Nuevo Ordo” de los Cardenales Ottaviani y Bacci).

41.-Porque es una misa artificialmente fabricada y no una Misa enriquecida y perfeccionada por una tradición multisecular como la Misa de siempre que fue codificada y no inventada por un papa que fue un santo, San Pío V.

42.-Porque las traducciones en la versión vernácula (las aprobadas) de la Nueva Misa, vinieron a aumentar y agravar los errores presentes ya en su texto en latín, y así acentuaron más su carácter modernista.

43.-Porque, debido a todos esos errores y ambigüedades del rito, corre fácilmente el riesgo de ser celebrada inválidamente, quedando así la Iglesia privada del verdadero sacrificio, y nosotros expuestos a la ira de Dios. Los Cardenales Ottaviani y Bacci afirman en el examen crítico: “Los sacerdotes que en un futuro próximo no hubieran recibido la formación tradicional, y que se fiaran en el Nuevo Ordo de la Misa y en su ‘Institutio generalis’ para hacer lo que hace la Iglesia, ¿consagrarán válidamente? Es legítimo dudarlo.”

44.-Porque “la Misa es lo que existe de más bello y mejor en la Iglesia… Así, el demonio procuró siempre, por medio de herejes, privar al mundo de la Misa, haciéndolos precursores del anticristo, el cual, antes de todo, procurará abolir y realmente abolirá el Santo Sacrificio del Altar, en castigo por los pecados de los hombres según la profecía del profeta Daniel, 8, 12:´’Y que le fue dado poder contra el Sacrificio perpetuo, por causa de los pecados (del pueblo)”. (Palabras de San Alfonso María de Ligorio).

45.-Porque en los lugares donde se conserva la Misa Tradicional, la Fe y el fervor de los fieles son mayores, mientras que se aprecia lo contrario donde predomina la Misa Nueva. (Lo confirma la relación sobre la Santa Misa en la diócesis de Campos, presentada al cardenal James Knox, publicada en ROMA, n° 69, agosto de 1981, pág. 29).

46.-Porque, junto con la Misa Nueva, aparecieron los catecismos nuevos, la moral nueva, predicaciones e ideas nuevas, el nuevo calendario, el nuevo código, en fin, UNA IGLESIA NUEVA. La Misa Nueva es una de las manifestaciones de la nueva Iglesia y el punto central del progresismo. “La reforma litúrgica es, en sentido muy profundo, la llave del Aggiornamento (modernización de la Iglesia). No os engañéis: es ahí donde comienza la Revolución” (declaración de Mons. Dwyer, Arzobispo de Birmingham, en su calidad de portavoz del Sínodo Episcopal).

47.-Porque la belleza intrínseca, esencial, de la Misa Tradicional, atrae las almas por sí mismo, mientras que la Nueva Misa, al faltarle atracción propia, tiene que inventar novedades para interesar y poder atraer al público.

48.-Porque la Nueva Misa contiene muchos errores ya condenados de modo dogmático por el Concilio de Trento: la Misa recitada totalmente en vernáculo, las palabras de la Consagración dichas en voz alta, por Pío VI (los mismos errores en la condenación del sínodo de Pistoya) y Pío XII (condenó, por ejemplo, en la encíclica “Mediator Dei” el, altar en forma de mesa).

49.-Porque la Misa Nueva intenta realizar el gran deseo judeo masónico de transformar la Iglesia Católica en una iglesia nueva, ecuménica y que abarque, al mismo tiempo, todas las ideologías, todas las religiones, la verdad y el error. Al respecto es sintomática la declaración de Dom Duschak, del 5/11/62: “Mi idea sería introducir una misa ecuménica…” Al preguntarle si su posición venía de sus diocesanos, respondió: “No, encuentro, inclusive, que se opondrían, como bien se oponen numerosos Obispos. Pero si se pudiese colocarla en práctica creo que terminarían por aceptar” (citado por el P. Ralph Wiltgen, en “El Rhin desemboca en el Tiber”)

50.-Porque atenta contra el dogma de la Comunión de los Santos, prescribiendo la supresión, cuando el sacerdote celebra solo, de todos los saldos y de la bendición final; del “Ite Missa est” inclusive en la la Misa celebrada con ayudante (“Breve examen crítico”, Cardenales Ottaviani y Bacci).

51.-Porque da más valor al altar que al Tabernáculo. Ahora recomienda conservar al Santísimo en un lugar apartado, como si se tratase de una reliquia cualquiera, de manera que, al entrar en la Iglesia, no será ya el Tabernáculo el que atraerá inmediatamente la atención, sino una mesa despojada y desnuda (“Breve examen crítico”).

52.-Porque el nuevo rito de la Misa ha dejado de ser un culto vertical que va del hombre hacia Dios, pero convertirse en un culto horizontal, en cuento este nuevo rito se limita a volver al hombre hacia el hombre y no al hambre hacia Dios. Además la nueva iglesia es la religión del hombre. ¿Donde queda la gloria de Dios?

53.-Porque la Misa Nueva, diciendo obedecer al Concilio Vaticano II, en verdad contraría inclusive sus disposiciones, pues dicho Concilio declaró que la Iglesia quiere conservar y promover los ritos tradicionales.

54.-Porque la Misa Tradicional, llamada de San Pío V, jamás ha sido legalmente abrogada, de acuerdo con las leyes canónicas vigentes (cf. Cánones 22 y 30).

55.-Porque el Papa San Pío V concedió un indulto perpetuo (que no fue hasta hoy abrogado) válido para siempre, para celebrar la Misa según su Misa, libre y lícitamente, sin ningún escrúpulo de conciencia y sin que se pueda incurrir en alguna pena, sentencia o censura (Bula “Quo Primum Tempore”).

56.-Porque Pablo VI, al presentar la Nueva Misa, no tuvo la intención de comprometer en ella la infalibilidad pontifica. Fue él mismo quien lo declaró, en el discurso de 19/11/69, refiriéndose al nuevo Ordo: “El rito y la respectiva rúbrica de por si no son una definición dogmática; son susceptibles de una codificación teológica de valor diverso…”

57.-Porque cuando el Cardenal Heenan de Inglaterra le preguntó al papa Pablo VI si había o no prohibido la Misa Tridentina, le respondió que “no era su intención prohibir absolutamente la Misa Tridentina” (Card. Heenan en carta a Houghton Brouw, presidente de “Latin Mass Society”).

58.-Porque, a pesar de que reconocemos la suprema autoridad del Papa y su gobierno universal en la Iglesia, así como la autoridad de los obispos, sabemos que esa autoridad no puede imponernos la práctica de aquella que va claramente en contra de la Fe: una Misa equívoca y que favorece la herejía y que , por tanto, desagrada a Dios

59.-Porque el Concilio Vaticano I (dogmático y no sólo pastoral) define: “El Espíritu Santo no fue prometido a los sucesores de San Pedro para que estos, bajo la revelación del mismo, predicaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, conservasen santamente y expusiesen fielmente el Depósito de la Fe, o sea, la Revelación heredada de los Apóstoles” (Dz. 3070). Ahora bien, por lo que vimos antes, La Misa Nueva vehicula una nueva doctrina.

60.-Porque la herejía, o todo a aquello que la favorece, no puede ser materia de obediencia. La obediencia está al servicio de la Fe y no la Fe al servicio de la obediencia. Es este caso, “se debe obedecer antes a Dios que a los hombres” (Act. 5, 29).SE TRATA POR LO TANTO DE UNA OBLIGACIÓN GRAVÍSIMA DE CONCIENCIA EL NO ACEPTAR LA NUEVA MISA. EN ESO ESTA EN JUEGO LA SALVACIÓN ETERNA.

Sacerdotes Católicos

miércoles, 17 de marzo de 2010

LETANIAS DE LA HUMILDAD


El Cardenal Merry del Val, secretario de Estado del Papa San Pío X, rezaba todos los días está letania después de la Santa Misa.

¡Oh Jesús! manso y humilde de corazón, óyeme.
Del deseo de ser estimado, líbrame Jesús
Del deseo de ser amado, líbrame Jesús
Del deseo de ser ensalzado, líbrame Jesús
Del deseo de ser respetado, líbrame Jesús
Del deseo de ser alabado, líbrame Jesús
Del deseo de ser preferido a otros, líbrame Jesús
Del deseo de ser consultado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aprobado, líbrame Jesús

Del temor de ser humillado, líbrame Jesús
Del temor de ser despreciado, líbrame Jesús
Del temor de ser repulsado, líbrame Jesús
Del temor de ser calumniado, líbrame Jesús
Del temor de ser olvidado, líbrame Jesús
Del temor de caer en el ridículo, líbrame Jesús
Del temor de ser injuriado, líbrame Jesús
Del temor de ser juzgado con malicia, líbrame Jesús

Que otros sean más amados que yo. Jesús concédeme la gracia de desearlo
Que otros sean más estimados que yo. Jesús concédeme la gracia de desearlo
Que otros crezcan en la opinión del mundo y yo me eclipse. Jesús concédeme la gracia de desearlo
Que otros sean alabados y de mí no se haga caso. Jesús concédeme la gracia de desearlo
Que otros sean ensalzados y yo desdeñado. Jesús concédeme la gracia de desearlo
Que otros sean preferidos a mí en todo. Jesús concédeme la gracia de desearlo
Que los demás sean más santos que yo con tal que yo sea todo lo santo que pueda. Jesús
concédeme la gracia de desearlo

Oración:
Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo.
Amén.

Cardenal Merry del Val

martes, 16 de marzo de 2010

SOBRE LA UNIÓN DE CRISTO "EN CIERTO MODO" CON TODA LA HUMANIDAD (C.V. IIº)

Recibimos y apostillamos

"Reverenda redacción:
La jerarquía católica actual cita a menudo, en sostén de su política de apertura ecuménica y de diálogo, una afirmación cristológica que figura en el artículo 22 de la constitución conciliar Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo.
La afirmación en cuestión es la siguiente: “Con la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre (Ipse enim, Filius Dei, incarnatione sua cum omni homine quodammodo Se univit)”. Se pretendía justificar con ella otras afirmaciones inmediatamente precedentes en las que se decía que, con la encarnación, la naturaleza humana “había sido también elevada en nosotros a una dignidad sublime” (loc. cit.).
A mí me parece que podemos decir, si se nos apura, que la encarnación elevó la naturaleza humana a una ‘dignidad sublime’ en Cristo, siendo como es el Hijo de Dios pero el texto añade “también (…) en nosotros”.
¿También ‘en nosotros’, pecadores, para salvar a los cuales se encarnó Cristo, la encarnación elevó a la dignidad humana a una altura ‘sublime’? ¿Se trata tan sólo de una metáfora que se emplea para decir que el ser humano adquirió, a causa de la encarnación, una dignidad de que antes carecía y por cuya razón podía considerársele ‘sublime’? De ser así se trataría de una metáfora de significado discutible, a mi juicio, pero nada más que de una metáfora al fin y al cabo. Mas la frase cristológica que consigné al principio es de tal naturaleza, que obliga a excluir la hipótesis de la metáfora, pues lo que se pretendía con ella era explicar por qué la encarnación nos elevó a una dignidad sublime: porque “con la encarnación el Hijo de Dios se unió en cierto modo a todo hombre”. El texto prosigue así en apoyo de dicha afirmación. “trabajó con manos de hombre, pensó con una inteligencia de hombre, obró con una voluntad de hombre, amó con un corazón de hombre. Se hizo realmente uno de nosotros al nacer de la Virgen María, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado (Heb 4, 15)” (loc. Cit.).
Se cita en nota, en referencia al ‘obró con una voluntad de hombre’, el concilio ecuménico constantinopolitano IIIº (680), que condenó la herejía monotelita ycorroboró el dogma de la presencia en Cristo de dos voluntades y dos operaciones, una humana y otra divina: ita et humana eius voluntas deificata non est perempta (“así, su voluntad humana no fue anulada por la divina en él; cf. Denzinger, n. 291/ Denz. S., n. 556)
Así, pues, el párrafo nº 22 de Gaudium et Spes sostiene que al hacerse el Hijo de Dios “uno de nosotros’, excepto en el pecado, ‘se unió en cierto modo a todo hombre’.
Lo demuestra, al parecer, el hecho de que ‘trabajó con las manos de hombre, pensó con una inteligencia de hombre, etc.’
No sé qué opinarán ustedes, pero a mi las cuentas no me salen. Que el Hijo de Dios se hiciese como uno de nosotros, obrando, pensando, amando como uno de nosotros, eso significa tan sólo que se encarnó a la perfección en el hombre que fue históricamente, no que se ‘uniera a cada uno de nosotros’. De hecho, la definición dogmática del concilio de Calcedonia, que condenó el monofisismo en el 451, reza: unum eundemque confiterí Filium et dominum nostrum Iesum Christum conssonanter omnes docemus, eundemque perfectum in deítate, et eundem perfectum in humanitate, Deum verum et hominem rerum, eundem ex anima rationali et corpore, consubstantialem Patri secundum deitatem, consubstantialem nobis eundem secundum humanitatem, etc. (“todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señór Jesucristo, el mismo perfecto en la deidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdadero y hombre verdadero, el mismo compuesto de alma racional y cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la deidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuando a la humanidad”, etc.) (Denzinger, n. 148; Denz. S., n. 301). Dado que la humanidad de Cristo era perfecta al encarnarse, estaba muy puesto en razón el corroborar, contra los herejes que lo negaban, que el Hijo de Dios fue también “consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad”, igual que es, ab aeterno, “consustancial con el Padre en la deidad”.
Pero tal consustancialidad en cuanto a la humanidad’ no significa, evidentemente, que Él se uniera, con la encarnación, a toda la humanidad, ‘a todo hombre’). Significa que el Verbo encarnado fue en sí mismo “verdadero hombre, compuesto de alma racional y de cuerpo”, del mismo modo que cualquier otro hombre creado por Dios. No fue una apariencia de hombre, como pretendían quienes negaban la naturaleza humana de Cristo: fue, en tanto que individuo dotado de existencia histórica, un hombre auténtico con todos los atributos de la naturaleza humana y, por ende, de nuestra sustancia humana (es decir, que fue consustancial con nosotros), semejante a nosotros en todo, menos en el pecado, como reza la epístola paulina a los hebreos.
San León Magno explicaba, en la frase preparatoria de dicho concilio, en I Tomus Leonis, del 13 de junio del 449, que la frase contenida en Jn 1, 14. Verbum caro Factum est et habitavit in nobis, significa que “habitó en la carne que tomó del hombre y a la cual animó el espíritu de la vida racional”. Por lo demás, ésta es la interpretación más obvia de la frase misma, conforme con la recta ratio, con el sentido común, con la letra de los textos sagrados, con la Tradición. Así las cosas, me parecen evidente que el pasaje contenido en Gaudium et Spes n. 22 distorsiona los hechos, pues pretende hacer de la encarnación de Nuestro Señor una unión del mismo con todo hombre, con lo que extiende dicha encarnación a toda la humanidad. ¿No debe considerarse esto un nuevo error cristológico no aparecido nunca antes? Corríjanme si me equivoco. Y es un error, por cierto, nada baladí.
Queda la cuestión del inciso “en cierto modo” (quodammodo), típico del modo de expresarse ambiguo de varios textos del Vaticano II. ¿Qué significa ese ‘en cierto modo’? ¿Se ha unido el Verbo ‘a todo hombre’ o no se ha unido? ¿Acaso el inciso pretende expresar la idea del carácter misterioso de esa supuesta ‘unión con todo hombre’? Sea como fuere, creo que la ambigüedad constituida por el inciso no es tal que baste a comprometer el concepto que se afirma en la frase incriminada, que introduce la idea monstruosa según la cual la encarnación constituyó la unión efectiva del Hijo de Dios con todo hombre, no sólo con el hombre Jesús de Nazaret (¡!). ¡Se trata de una noción no sólo errónea a fuer de contraria a cuanto ha enseñado siempre la Iglesia, sino, además, absolutamente aberrante, que siembra la confusión sobre el dogma de la encarnación de Nuestro Señor al falsearlo en sentido panteísta!

Les agradecería me participasen su opinión al respecto.
Cordialmente”.

Carta firmada

Apostilla

Nos contentaremos con remitirnos al doctor Angélico. Santo Tomás escribe que:
1º La persona del Verbo divino asumió una naturaleza humana individual: assumpta est in individuo quia assumpta est ut sit in individuo (“la naturaleza humana fue asumida por el Verbo en condiciones de individualidad porque fue asumida para subsistir en una persona individual”; cf. Summa Theologiae III, q. 4, a. 4).
2º La persona divina del Verbo no se encarnó en todos los individuos de la naturaleza humana (es decir, no “se unió a todo hombre”) Y ello por tres motivos.
a) Porque de haber sido tal el caso, al ser la persona divina el único sujeto de la naturaleza humana asumida por el Verbo encarnado, se habría eliminado la multiplicidad de los sujetos que es connatural a dicha naturaleza humana (quia tolleretur multitudo suppositorum humanae naturae, quae est ei connaturalis).
b)En segundo lugar, se habría aminorado la supremacía absoluta del Hijo de Dios encarnado sobre la humanidad entera, porque si hubieran sido asumidos por el Verbo todos los hombres, tendrían todos Su misma dignidad (essent tunc omnes homines aequalis dignitatis (“serían entonces todos los hombres de igual dignidad”); pero Él, por el contrario, es el “primogénito entre muchos hermanos” (Rom. 8,29) según la naturaleza humana, igual que fue “engendrado antes que toda criatura” (Coloss. 1, 15) según la naturaleza divina.
3º Por último, convenía que a la única persona divina encarnada le correspondiese una única naturaleza humana asumida (Sicut unum suppositum divinum est incarnatum, ita unam solam naturam humanam assumeret ut ex utraque parte unitas inveniatur; “como se encarnó un único sujeto divino, de igual manera se asumiría una sola naturaleza humana para que de ambas partes se hiciese la unidad”) (S. Th. III, q. 4, a. 5).
Se echa de ver que tampoco hoy los “novadores” aportan nada nuevo a la historia de las herejías: reproponen obstinadamente antiguos errores. Poco les importa que tales errores estén ya rechazados por los doctores de la Iglesia y condenados por su magisterio, pues tiene un idéntico desprecio por ambos.
Éste es su “pecado original”.

Tomado de la revista católica antimodernista, SISI NONO nº 201. Abril 2009.

lunes, 15 de marzo de 2010

sábado, 13 de marzo de 2010

viernes, 12 de marzo de 2010

FIDELIDAD A LO DESCONOCIDO

Corría el año 1978 cuando en España todo se preparaba para proceder al referéndum sobre la nueva Constitución que iba a regir los destinos de la Nación en su supuesta andadura democrática. Se repartieron miles y miles de opúsculos con el texto constitucional y en el ambiente general se respiraba un aire, o así parecía, de renovación en todos los ámbitos. Se procedió a la votación que fue aprobada por mayoría aplastante, y desde entonces no se ha dejado de oír que todo aquello que queda fuera de esta “carta magna” es pura ignorancia y barbarie. La realidad pura y dura es que el porcentaje de españoles que se leyó el texto sometido a votación fue prácticamente insignificante, y aquí hablamos solamente de los millones y millones de españolitos a nivel de calle, aunque posteriormente la mayoría de ellos sigue afirmando que no pueden ser tenidos en cuenta los que quieren actuar política o socialmente en contra o fuera de la Constitución.
Pues bien, algo semejante ha ocurrido con los fieles de la Iglesia Católica tras la clausura del Concilio Vaticano II. Desde octubre de 1962 hasta diciembre de 1965 diferentes textos de esta magna asamblea que configuran lo que se llama desde entonces los Documentos conciliares que en sus diversas categorías, Constituciones, Decretos y Declaraciones, nos transmiten lo que se dijo y se expuso a través de estos tres años. Tal ha sido la fuerza mediática de este Concilio Vaticano II, pastoral y no dogmático por expreso y vivísimo deseo del Papa Juan XXIII, que en la actualidad, ya en pleno siglo XXI, para cualquier católico de a pie unido a la Jerarquía de la Iglesia, oír o saber de alguien o de algún grupo que no comulga plenamente con el Vaticano II es ya suficiente para tacharlos de infidelidad o de orgullosa arrogancia frente a la autoridad de la Iglesia. Es lo que podríamos llamar la fidelidad a lo desconocido.
Desde los comienzos de los años setenta en que se inició la epopeya del arzobispo francés Monseñor Lefebvre son muchos y muchos, miles y miles, los que han esgrimido como principal argumento el siguiente: es un obispo rebelde que no admite el Concilio Vaticano II. Para ellos sobran los demás razonamientos, estudios o análisis. Si alguien no admite el Concilio no vale la pena seguir hablando. Es perder el tiempo.
Y sin embargo si se hiciera una verdadera estadística, de confianza y con toda honradez, sobre los católicos que han leído los textos conciliares, el resultado nos dejaría más que sorprendidos. No sólo no se conocen los textos conciliares sino que es rarísimo el número de los que tienen conocimiento de un resumen más o menos amplio de estos textos. La revolución conciliar, y empleamos sin miedo esta expresión, se ha llevado a cabo sin parar mientes en que la lay suprema es la salvación de las almas. No ha importado tanto durante estos largos años el contenido de los textos conciliares en sí como el espíritu revolucionario que ha impregnado sobremanera ambientes eclesiales, comunidades, medios de comunicación en la Iglesia, vidas consagradas o clérigos en diferentes partes del mundo.
No es que los Documentos del Vaticano II estén exentos de todo error o ambigüedad, los tienen y existen, sino que este Concilio ha propiciado una nueva era en la vida de la Iglesia en la que en lugar de una primavera fértil y gozosa hemos visto, en muchos casos con horror, cómo el humo infernal ha penetrado hasta los rincones más profundos del Santuario. Los fieles han oído el mensaje, una y otra vez, que anunciaba renovación y purificación en la doctrina, en la liturgia, en el ministerio sacerdotal. Había que vivir, hay que vivir, según el espíritu del Concilio, es la nueva Iglesia conciliar la que propone a todos adaptarse a los nuevos tiempos en un mundo que evoluciona constantemente, no se puede vivir de espaldas a la sociedad que nos rodea, la Iglesia y el mundo tienen que encontrarse en un abrazo fraternal, de verdadera amistad. Hay que superar las limitaciones de un pasado obscuro y lleno de desconfianza. ¿Para qué molestarse en conocer los Documentos conciliares? Los Pastores lo han dicho, los sacerdotes lo dicen. Basta con obedecer. Sin ninguna duda ha sido la revolución de los báculos y de las mitras. Estimados fieles, obedece, obedeced. El Concilio lo hacemos nosotros, lo hemos hecho nosotros. Tened confianza.
Existen libros publicados estos años atrás como por ejemplo “El Rin desemboca en el Tíber”, “Iota Unum” o la magnífica obra, cuyo autor es Monseñor Marcel Lefebvre, titulado “Lo destronaron”, que si se hubieran difundido entre los sacerdotes y seglares con una cierta formación tal vez la apatía generalizada no hubiera sido tanta. Hay una historia desconocida o secreta del Vaticano II que sacada a la luz podría derrumbar muchos falsas actitudes de seguridad o de equivocada ortodoxia. O lo que es lo mismo fidelidad a lo desconocido.
A finales de este año 2010 se cumplirán cuarenta y cinco años de la clausura de este histórico Concilio y a lo largo de estos cuarenta y cinco años hemos asistido, con dolor y temblor, a una autodestrucción de la Iglesia, a una inmolación rápida y enloquecida en el altar de las iniquidades. Bastaría con analizar pormenorizadamente los documentos sobre Libertad religiosa y Ecumenismo y contemplar objetivamente los hechos derivados de ellos en estos años para darse cuenta y probar lo que el Vaticano II ha supuesto para la Iglesia Católica en el siglo XX y el XXI en el que estamos. Más al lado de estas realidades están las palabras de Nuestro Señor que encienden nuestra Fe: “Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”. El cielo y la tierra pasarán pero la Verdad del Señor, Él es la Verdad, permanece para siempre.

Tomado de la revista Tradición Católica nº225. Enero-febrero 2010.

jueves, 11 de marzo de 2010

CREDO EN LATÍN-CANTO GREGORIANO

CARTA ABIERTA A LOS CATÓLICOS PERPLEJOS (V)

"SOIS UNOS INMOVILISTAS"

A los católicos que sienten que se están operando transformaciones radicales les resulta difícil resistir la insistente propaganda, común a todas las revoluciones. Se les dice: "Ustedes no aceptan el cambio, pero la vida es cambio. Ustedes permanecen aferrados a cosas fijas, pero lo que era bueno hace cincuenta años ya no conviene a la mentalidad actual ni al género de vida que llevamos. Ustedes se atienen al pasado y no son capaces de modificar sus costumbres". Muchos católicos se sometieron a la reforma para no incurrir en esos reproches pues no encontraban argumentos para defenderse de acusaciones infamantes como éstas: "Ustedes son retrógrados, anticuados, no viven con su época". El cardenal Ottaviani decía ya refiriéndose a los obispos: "Tienen miedo de parecer viejos". Pero los católicos nunca nos hemos negado a aceptar ciertos cambios, ciertas adaptaciones que atestiguan la vitalidad de la Iglesia. En materia litúrgica los hombres de mi edad asistieron a varias reformas; yo acababa de nacer cuando Pío X se preocupó por aportar mejoras, especialmente dando más importancia al ciclo temporal, al adelantar la edad de la primera comunión y al restaurar el canto litúrgico que había sufrido un eclipse. Luego Pío XII redujo la duración del ayuno eucarístico a causa de las dificultades inherentes a la vida moderna, autorizó por el mismo motivo la celebración de la misa por la tarde, reemplazó el oficio de la vigilia pascual en la tarde del Sábado Santo, remodeló los oficios de la semana santa. Juan XXIII agregó por su parte algunos retoques al rito llamado de san Pío V antes del concilio. Pero nada de todo esto se aproximaba poco ni mucho a lo que se verificó en 1969, a saber, una nueva concepción de la misa. Se nos reprocha también que nos aferremos a formas exteriores y secundarias, como por ejemplo, la lengua latina. Se proclama que es una lengua muerta que nadie comprende, como si el pueblo cristiano la hubiera comprendido más en el siglo XVII o en el siglo XIX, ¡Qué negligencia la de la Iglesia, según los innovadores, al esperar tanto tiempo para suprimir el latín! Yo creo que la Iglesia tenía sus razones. No ha de asombrarnos que los católicos experimenten la necesidad de comprender mejor textos admirables de los cuales pueden obtener alimento espiritual, ni que deseen asociarse más íntimamente a la acción que se desarrolla ante sus ojos. Sin embargo, no se satisfacen esas necesidades adoptando las lenguas vernáculas de punta a cabo del Santo Sacrificio. La lectura en francés de la Epístola y del Evangelio constituye una mejora y se la practica cuando conviene en Saint-Nicolas-du-Chardonnet así como en los prioratos de la Fraternidad que yo fundé. Por lo demás, lo que se ganaría estaría fuera de toda proporción con lo que se perdería, pues la inteligencia de los textos no es el fin último de la oración, ni el único medio de poner el alma en oración, es decir, en unión con Dios. Si se presta una atención demasiado grande al sentido de los textos, eso puede constituir hasta un obstáculo para la oración.
Me maravilla que no se lo comprenda, cuando al mismo tiempo se predica una religión del corazón, una religión menos intelectual y más espontánea. La unión con Dios se obtiene por obra de un canto religioso y celestial, por obra de un ambiente general de la acción litúrgica, por la piedad y el recogimiento del lugar, por su belleza arquitectónica, por el fervor de la comunidad cristiana, por la nobleza y la piedad del celebrante, la decoración
simbólica, el perfume del incienso, etcétera. Poco importa el estribo con tal que el alma se eleve. Cualquiera puede tener esta experiencia si franquea los umbrales de una abadía benedictina de esas que conservaron el culto divino en todo su esplendor. Esto en nada disminuye la necesidad de tratar de comprender mejor los rezos, las oraciones y los himnos, así como la necesidad de una participación más íntima; pero es un error creer que mediante el empleo puro y simple de la lengua vernácula y la supresión total de la lengua universal de la Iglesia, consumada desgraciadamente casi en todas partes del mundo, se puede llegar a esos fines. Basta ver el éxito de las misas, por más que estén dichas según el nuevo orden, en las cuales se conservó el canto del Credo, del Sanctus y del Agnus Dei. Pues el latín es una lengua universal. Al emplearlo, la liturgia nos pone en una comunión universal, es decir, católica. En cambio, si la liturgia se localiza, se individualiza, pierde esa dimensión que marca profundamente a las almas, Para no incurrir en semejante error bastaba observar los ritos católicos orientales en los cuales los actos litúrgicos se expresan desde hace mucho tiempo en lengua vulgar. En esas comunidades se comprueba el aislamiento de los miembros. Cuando están dispersas fuera de su país de origen, dichas comunidades necesitan sacerdotes propios para la misa, como para los sacramentos, como para toda ceremonia y construyen iglesias especiales que apartan a dichas comunidades, por la fuerza de las cosas, del resto del pueblo católico. ¿Obtienen de esto algún beneficio? No se manifiesta de manera evidente que la lengua litúrgica particular haya hecho a estas comunidades más fervientes y practicantes que a aquellas beneficiadas por una lengua universal, incomprendida de muchos tal vez, pero susceptible de ser traducida. Si consideramos la situación fuera de la Iglesia, ¿cómo logró el islamismo asegurar su cohesión al difundirse en regiones tan diferentes y entre pueblos de razas tan diversas como Turquía, África del Norte, Indonesia o el África negra? Al imponer en todas partes el árabe como lengua del Alcorán. En África veía yo cómo los morabitos hacían aprender de memoria los suras a niños que no podían entender una sola palabra. Y hay algo más, el islamismo llega a prohibir la traducción de su libro santo. Hoy es de buen tono admirar la religión de Mahoma a la que, según me entero, se han convertido millares de franceses, y pedir dinero en las iglesias para construir mezquitas en Francia. Sin embargo nos hemos guardado bien de inspirarnos en el único ejemplo que podía tenerse en cuenta: la persistencia de una lengua única para la oración y para el culto. El hecho de que el latín sea una lengua muerta habla en favor de su mantenimiento-, en esas condiciones es el mejor medio de proteger la expresión de la fe contra las variaciones lingüísticas que naturalmente se dan en el curso de los siglos. Desde hace unos años el estudio de la semántica se ha difundido mucho y hasta se lo introdujo en los programas de francés de los colegios. ¿No es uno de los objetos de la semántica el estudio del cambio de significación de las palabras, de los desplazamientos de sentido observados con el correr del tiempo y a veces en períodos muy breves? Saquemos pues partido de esta ciencia para comprender el peligro que supone confiar el caudal de la fe a modos de decir que no son estables.
¿Habría sido posible conservar durante dos mil años, sin corrupción alguna, la formulación de las verdades eternas, intangibles, con lenguas que evolucionaran sin cesar y fueran diferentes según los países y hasta según las regiones? Las lenguas vivas son cambiantes y móviles. Si se confía la liturgia a la lengua del momento, habrá que adaptarla
continuamente atendiendo a la semántica. No es sorprendente que haya que constituir sin cesar nuevas comisiones ni que los sacerdotes ya no tengan tiempo de decir la misa. Cuando fui a ver a Su Santidad Pablo VI en Castelgandolfo, en 1976, le dije: "No sé si sabéis, Santo Padre, que ahora hay trece oraciones eucarísticas oficiales en Francia". El Papa, entonces, levantando en alto los brazos me replicó: " ¡Pero muchas más, monseñor, muchas más!" De manera que tengo razón al formularme una pregunta: ¿existirían tantas oraciones eucarísticas si los liturgistas estuvieran obligados a componerlas en latín? Además de esas fórmulas puestas en circulación después de haber sido impresas aquí o allá, habría que hablar también de los cánones improvisados por el sacerdote en el momento de la celebración y de todos los elementos incidentales que el oficiante introduce desde la "preparación de la penitencia" hasta la "despedida de la asamblea". ¿Podría producirse esto si se oficiara en latín? Otra forma exterior contra la cual se levantó cierta opinión es el uso de la sotana, no tanto en la iglesia o en las visitas al Vaticano, sino en la vida de todos los días.. La cuestión no es esencial, pero tiene una gran importancia. Cada vez que el Papa lo ha recordado —y Juan Pablo II por su parte lo ha hecho con insistencia- se registraron protestas indignadas en las filas del clero. Leía no hace mucho en un diario de París las declaraciones que sobre este punto hizo un sacerdote de vanguardia: "Eso es puro folklore... En Francia, el uso de una vestimenta reconocible no tiene sentido porque no hay ninguna necesidad de reconocer a un sacerdote en la calle. En cambio, la sotana o el traje del pastor protestante provocan aislamientos... El sacerdote es un hombre como los demás. Verdad es que preside la Eucaristía". Ese "presidente" expresaba aquí ideas contrarias al Evangelio y a realidades sociales bien confirmadas. En todas las religiones, los jefes religiosos llevan signos distintivos. La antropología, de la que tanto caso se hace, está allí para atestiguarlo. Entre los musulmanes, los sacerdotes utilizan vestidos diferentes, collares y anillos. Los budistas llevan una vestimenta teñida de azafrán y se afeitan la cabeza de cierta manera. En las calles de París y de otras grandes ciudades se puede observar a jóvenes adeptos a esa doctrina y su aspecto no suscita ninguna crítica. La sotana garantiza el carácter especial del clérigo, del religioso o de la religiosa, así como el uniforme garantiza la condición del militar o del agente del orden, pero con una diferencia, estos últimos, al usar las ropas civiles, tornan a ser ciudadanos como los demás, en tanto que el sacerdote debe conservar su hábito distintivo en todas las circunstancias de la vida social. En efecto, el carácter sagrado que adquirió en la ordenación debe hacerlo vivir en el mundo, sin ser del mundo. Así lo leemos en san Juan: "Vosotros no sois del mundo... mi elección os ha sacado del mundo" (NV, 19). El hábito del sacerdote debe ser distintivo y al mismo tiempo elegido con un espíritu de modestia, de discreción y de pobreza. Una segunda razón es el deber que tiene el sacerdote de dar testimonio de Nuestro Señor: "Vosotros seréis mis testigos", "No se pone la lámpara bajo el celemín". La religión no debe permanecer encerrada en las sacristías, como lo decretaron hace mucho tiempo los dirigentes de los países del Este, pues Cristo nos ha mandado exteriorizar nuestra fe, hacerla visible por un testimonio que ha de ser visto y oído por todos. El testimonio de la palabra, que ciertamente es más importante en el sacerdote que el testimonio del hábito, se ve empero grandemente facilitado por la manifestación bien clara del sacerdocio, como es el uso de la sotana.
La separación de la Iglesia y del Estado, aceptada y considerada a veces como la mejor solución, ha hecho penetrar poco a poco el ateísmo en todos los dominios de la actividad y debemos admitir que buen número de católicos y hasta de sacerdotes ya no tienen una idea exacta del lugar que ocupa la religión católica en la sociedad civil. El laicismo lo invadió todo. El sacerdote que vive en una sociedad de este tipo tiene la impresión cada vez más profunda de ser extraño a esa sociedad, luego de ser molesto, de ser el testimonio de un pasado llamado a desaparecer. Siente que su presencia es sólo tolerada, por lo menos así lo considera. De ahí su deseo de integrarse en el mundo laicizado, su deseo de fundirse en la masa. A esta clase de sacerdote le falta haber viajado por países menos descristianizados que el nuestro, y sobre todo le falta una fe profunda en su sacerdocio. Además no tiene en cuenta el sentido religioso que aun existe en nuestro país. Se supone muy gratuitamente que aquellos con los que debemos tratar en relaciones de negocios o en relaciones fortuitas son no religiosos. Los jóvenes sacerdotes que salen de Ecóne y todos los que no se han entregado a la corriente del anonimato lo comprueban todos los días. ¿Aislamiento? Todo lo contrario. La gente los aborda en la calle, en las estaciones, para hablarles; a veces lo hace sencillamente para manifestarles su alegría de ver sacerdotes. En la nueva Iglesia se preconiza el diálogo. ¿Cómo iniciar un diálogo si comenzamos por disimularnos a los ojos de los posibles interlocutores? En las dictaduras comunistas, una de las primeras medidas de los amos del momento fue prohibir la sotana; ése es uno de los medios destinados a ahogar la religión. ¿Podría creerse que también lo inverso es cierto? El sacerdote que se muestra como tal por obra de su apariencia exterior es predicación viva. La ausencia de sacerdotes reconocibles en una gran ciudad marca un retroceso grave en la predicación del Evangelio; ésa es la continuación de la obra nefasta de la Revolución y de las leyes de separación. Agreguemos que la sotana protege al sacerdote del mal, le impone una actitud, le recuerda en todo momento su misión en la tierra, lo guarda de las tentaciones. Un sacerdote vestido con su sotana no experimenta ninguna crisis de identidad. En cuanto a los fieles, saben con quién están tratando; la sotana es una garantía de autenticidad del sacerdocio. Algunos católicos me manifestaron la dificultad que experimentaban al confesarse con un sacerdote que llevaba chaqueta pues tenían la impresión de que confesaban los secretos de su conciencia a un cualquiera. La confesión es un acto judicial; ¿por qué, pues, la justicia civil siente la necesidad de hacer llevar la toga a sus magistrados?

Mons. Marcel Lefebvre

(Continuará)