sábado, 22 de agosto de 2020

FIESTA DEL INMACULADO CORAZON DE MARIA - 22 DE AGOSTO



ORACIÓN EN HONOR DEL
INMACULADO CORAZÓN DE MARIA

Amabilísimo Corazón de María, que ardéis continuamente en vivas llamas de amor divino; por él os suplico, Madre mía amorosísima, abraséis mi tibio corazón en ese divino fuego en que estáis toda inflamada. Avemaría y Gloria.

Purísimo Corazón de María, de quien brota la hermosa azucena de virginal pureza. Por ella os pido, Madre mía inmaculada, purifiquéis mi impuro corazón, infundiendo en él la pureza y castidad. Avemaría y Gloria.

Afligidísimo Corazón de María, traspasado con la espada de dolor por la pasión y muerte de vuestro querido Hijo Jesús, y por las ofensas que de continuo se hacen a su Divina Majestad; dignaos, Madre mía dolorida, penetrar mi duro corazón con un vivo dolor de mis pecados y con el más amargo sentimiento de los ultrajes e injurias que está recibiendo de los pecadores el Divino Corazón de mi adorable Redentor. Avemaría y Gloria.

¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!

miércoles, 19 de agosto de 2020

Monseñor Viganò: “Cristo Rey no sólo ha sido destronado de la sociedad, sino también de la Iglesia”


Texto completo de sus comentarios en el encuentro anual de LifeSiteNews

TE ADORET ORBIS SUBDITUS

O ter beata civitas
cui rite Christus imperat,
quae jussa pergit exsequi
edicta mundo caelitus!

Ciudad tres veces dichosa
en que Cristo bien gobierna impera,
la que obedece gozosa

la ley que del Cielo llega.

Tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, a un monte alto. Y se transfigure ante ellos; brilló su rostro como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías hablando con Él Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Aún estaba él hablando, cuando los cubrió una nube resplandeciente, y salió de la nube una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadle.» Al oírla, los discípulos cayeron sobre su rostro, sobrecogidos de gran temor. Jesús se acercó, y tocándolos dijo: «Levantaos, no temáis». Alzando ellos los ojos, no vieron a nadie, sino solo a Jesús. Al bajar del monte, les mandó Jesús diciendo: «No deis a conocer a nadie esta visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos» (Mt. 17, 1-9).

Permítanme, queridos amigos, que les transmita algunas reflexiones sobre la realeza de Nuestro Señor Jesucristo, que se manifestaron en la Transfiguración que celebramos hoy, después de otros episodios importantes de la vida terrena del Señor: desde los ángeles que se cernían sobre la cueva de Belén hasta su bautizo en el río Jordán, pasando por la adoración de los Magos.

He escogido este tema porque creo que en cierta forma sintetiza el hilo conductor de nuestro compromiso católico; no sólo en privado y en la vida familiar, sino también y ante todo en la vida social y política.

Para empezar, reavivemos nuestra fe en la realeza universal de nuestro Divino Salvador.

Él es verdaderamente Rey del Universo. Es decir, posee soberanía absoluta sobre toda la creación, toda la especie humana, incluso sobre quienes no pertenecen a su grey, que es la Iglesia Santa, Católica, Apostólica y Romana.

Toda persona es ciertamente una criatura de Dios. Toda persona le debe todo su ser, tanto en el conjunto de su naturaleza como en cada una de las partes que la componen: cuerpo, alma, facultades, inteligencia, voluntad y sentidos. Las acciones de dichas facultades, así como las de todos los órganos corporales, son dones de Dios, cuyo dominio se extiende a todos sus bienes como frutos de su inefable generosidad. La mera consideración de que nadie elige ni puede elegir la familia a la que pertenece en este mundo basta para convencernos de esta verdad fundamental sobre nuestra existencia.

De ello se desprende que Dios Nuestro Señor es el soberano de todos los hombres, tanto individualmente como reunidos en grupos sociales, pues aunque se agrupen en diversas comunidades no por ello pierden su condición de criaturas. Es más, la misma existencia de la sociedad civil obedece a los designios de Dios, que creó al hombre como un ser social por naturaleza. Por ello, todos los pueblos y naciones, desde los más primitivos a los más civilizados, están sujetos a la divina soberanía y tienen de por sí el deber de reconocer este dulce gobierno del Cielo.

LA REALEZA DE JESUCRISTO

Dios ha otorgado esa soberanía a su Hijo Unigénito, como atestiguan con frecuencia las Sagradas Escrituras.

En sentido general, San Pablo afirma que Dios ha constituido a su Hijo «heredero de todo» (Heb. 1,2). Por su parte, San Juan corrobora en muchos pasajes de su Evangelio lo que dice el Apóstol de los Gentiles; por ejemplo, cuando recuerda que «el Padre no juzga a nadie, sino que ha entregado al Hijo todo el poder de juzgar» (Jn.5,22). De hecho, la prerrogativa de administrar justicia corresponde al Rey, y quien la tiene la tiene porque está investido de poder soberano.

La realeza universal que el Hijo ha heredado del Padre no se debe entender meramente como la herencia eterna mediante la cual, en su naturaleza divina, ha recibido todos los atributos que lo hacen igual y consustancial a la Primera Persona de la Santísima Trinidad en la unidad de la esencia divina.

La realeza también se le atribuye a Jesucristo de un modo especial en tanto que es verdadero hombre, el Mediador entre los Cielos y la Tierra. Es más, la misión del Verbo Encarnado consiste precisamente en establecer el Reino de Dios en la Tierra. Observamos que cuando la Sagrada Escritura habla de la realeza de Jesús se refiere sin asomo de duda a su condición humana.

Él se presenta ante el mundo como el hijo del rey David, en nombre del cual viene a heredar el trono de su Padre, que se extiende hasta los confines de la Tierra y se hace eterno, por los siglos de los siglos. Así fue cuando el arcángel San Gabriel anunció a María la dignidad del Hijo: «Darás a luz a un Hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos de los siglos, y su reino no tendrá fin» (Lc.1,31-33). No sólo eso; los Magos que vienen de Oriente para adorarlo lo buscan como a Rey: «¿Dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer?» (Mt.2,2) La misión que el Padre Eterno confía al Hijo en el misterio de la Encarnación consiste en fundar el Reino de Dios en la Tierra, el Reino de los Cielos. Al fundar este Reino se concreta la inefable caridad con que Dios ama a todos los hombres desde la eternidad atrayéndolos misericordiosamente a Él: «Dilexi te, ideo attraxite, miserans». «Con amor eterno te amé; por eso te he mantenido favor» (Jer. 31:3).

Jesús consagra su vida pública a proclamar y establecer su Reino, al que unas veces se llama Reino de Dios y otras Reino de los Cielos. Con arreglo a la costumbre oriental, Nuestro Señor expone unas fascinantes parábolas para inculcar el concepto y la naturaleza del Reino que ha venido a instaurar. Sus milagros tienen por objeto convencer de que su Reino ya ha venido; se encuentra en medio de las personas. «Si in digito Dei eiicio daemonia, profecto pérvenit in vos regnum Dei»: «Si expulso a los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el Reino de Dios ha llegado a vosotros» (Lc.11,20).

Hasta tal punto ha absorbido la misión de Jesús instaurar este Reino que sus enemigos aprovecharon la idea para justificar las acusaciones que le hicieron ante el tribunal de Pilatos: «Si sueltas a Ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey va contra el César» (Jn.19,12). Corroborando la opinión de sus enemigos, Jesucristo confirma al gobernador romano que es verdaderamente Rey: «Tú dices que soy Rey» (Jn.18,37).

REY EN EL VERDADERO SENTIDO DE LA PALABRA

Es imposible poner en duda el carácter real de la obra de Jesucristo. Es Rey.

Ahora bien, nuestra fe exige que entendamos bien el alcance y sentido de la realeza del Divino Redentor. Pío XI rechaza desde el primer momento el sentido metafórico por el que calificamos de Rey y de real todo lo que hay de excelente en una manera humana de ser o de comportarse. No; Jesucristo no es Rey en sentido metafórico. Es Rey en el sentido propio de la palabra. En las Sagradas Escrituras Jesús aparece ejerciendo las prerrogativas reales de una autoridad soberana, dicta leyes y manda castigos para los transgresores. Se puede decir que en el famoso Sermón de la Montaña promulgó la Ley de su Reino. Como verdadero soberano, exige obediencia a sus leyes so pena de nada menos que la condenación eterna. Y también en la escena del Juicio que anuncia para el fin del mundo cuando el Hijo de Dios venga a juzgar a vivos y muertos: «Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria (…) separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos (…) Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha: “Venid, benditos de mi Padre” (…) Y dirá a los de la izquierda: “Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno (…) E irán al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna» (Mt.25,31 ss.)

Considerarlo así basta para comprender lo vital que es identificar claramente dónde está el Reino de Jesucristo en la Tierra, ya que nuestro destino eterno depende de pertenecer o no a su Reino. Decimos aquí en la Tierra porque el hombre se hace en este mundo merecedor de premio o de castigo en la vida eterna. Por tanto, en la Tierra los hombres tienen que entrar en el inefable Reino de Dios e integrarse a él; Reino que es a la vez temporal y eterno, porque se forma en este mundo y alcanza su plenitud en el Cielo.

LA SITUACIÓN ACTUAL

El furor del Enemigo, que detesta el género humano, se desata en primer lugar contra la doctrina de la realeza de Cristo, porque la realeza está unida a la persona de Nuestro Señor, verdadero Dios y verdadero Hombre. El secularismo del siglo XIX, fomentado por la Masonería, ha conseguido reorganizarse con una ideología aún más perversa, pues no sólo ha extendido la negación de los derechos del Redentor a la sociedad civil, sino también al Cuerpo de la Iglesia.

Esta ofensiva se consumó con la renuncia por parte del Papado al concepto mismo de la realeza vicaria del Romano Pontífice, introduciendo con ello en la propia Iglesia las exigencias de la democracia y el parlamentarismo que ya se habían utilizado para socavar las naciones y la autoridad de los gobernantes. El Concilio Vaticano II debilitó en gran medida la monarquía pontificia como consecuencia de haber negado implícitamente la divina realeza del Eterno Sumo Sacerdote. Al hacerlo asestó un golpe maestro a la institución que hasta entonces se había mantenido como muralla defensiva contra la secularización de la sociedad cristiana. La soberanía del Vicario quedó menoscabada, y a ello siguió la paulatina negación de los derechos soberanos de Cristo sobre su Cuerpo Místico. Cuando Pablo VI depositó la tiara, haciendo alarde de ello, como si abdicara de su sagrada monarquía vicaria, despojó también a Nuestro Señor de su corona, reduciendo la realeza de Jesús a un sentido meramente esjatológico. Prueba de ello son los significativos cambios introducidos en la liturgia de la festividad de Cristo Rey y el traspaso de ésta al final del año litúrgico.

El objeto de dicha fiesta, la celebración del Reinado Social de Cristo, ilumina también su puesto en el calendario. En la liturgia tradicional tenía señalado el último domingo de octubre, con la que la festividad de Todos los Santos, que reinan por participación, estaba precedida por la fiesta de Cristo, que reina de pleno derecho. Con la reforma litúrgica aprobada por Pablo VI en 1969, la festividad de Cristo Rey se trasladó al último domingo del año litúrgico, borrando con ello la dimensión social del Reinado de Cristo y relegándola a una dimensión puramente espiritual y esjatológica.

¿Se dieron cuenta todos los padres conciliares que aprobaron con su voto Dignitatis humanae y proclamaron la libertad de culto de Pablo VI de que en la práctica lo que hicieron fue derrocar a Nuestro Señor Jesucristo despojándolo de su corona y de su reinado en la sociedad? ¿Entendieron que claramente habían destronado a Nuestro Señor Jesucristo de su dominio divino sobre nosotros y sobre el mundo entero? ¿Comprendieron que al hacerse portavoces de naciones apóstatas hicieron subir a su trono estas execrables blasfemias: «No queremos que reine sobre nosotros» (Lc. 19,14) y «no tenemos más rey que al César» (Jn.19, 15)? Pero Él, en vista de la confusa algarabía de aquellos insensatos, apartó su espíritu de ellos.

Quien no esté cegado por prejucios no puede menos que ver la perversa intención de minimizar la festividad instituida por Pío XI y la doctrina que ésta expresa. Destronar a Cristo, no sólo en la sociedad sino también en la Iglesia, es el mayor crimen con el que se ha podido manchar la jerarquía, incumpliendo su misión de custodia de la enseñanzas del Salvador. Consecuencia inevitable de semejante traición ha sido que la autoridad otorgada por Nuestro Señor al Príncipe de los Apóstoles haya desaparecido sustancialmente. Lo hemos visto confirmado desde la proclamación del Concilio, cuando la autoridad infalible del Romano Pontífice fue deliberadamente excluida en favor de una pastoralidad que ha creado las condiciones para se hagan formulaciones equívocas gravemente sospechosas de herejía, cuando no descaradamente heréticas. Con lo que no sólo nos vemos acosados en el plano de lo civil, en el que durante siglos las fuerzas de las tinieblas han rechazado el dulce yugo de Cristo e impuesto la odiosa tiranía de la apostasía y el pecado a las naciones, sino también en el ámbito religioso, en el que la Autoridad se derriba a sí misma y niega que el Dios Rey deba reinar también sobre la Iglesia, sus pastores y sus fieles. También en este caso el dulce yugo de Cristo es sustituido por la odiosa tiranía de los novadores, que con su autoritarismo no diferente de sus equivalentes seculares imponen una nueva doctrina, una nueva moral y una nueva liturgia en las que la sola mención de la realeza de Nuestro Señor se considera una molesta herencia de otra religión, de otra Iglesia. Como dijo San Pablo, «Dios les envía un poder engañoso para que crean la mentira» (2 Tes.2,11).

No es sorprendente, pues, que así como en el plano secular los jueces subvierten la justicia condenado a inocentes y absolviendo a culpables, los gobernantes abusan de su poder oprimiendo a los ciudadanos, los médicos incumplen el juramento de Hipócrates haciéndose cómplices de quienes fomentan la propagación de las enfermedades y transforman a los enfermos en pacientes crónicos, y los maestros no enseñan a amar el conocimiento sino a cultivar la ignorancia y manipulan ideológicamente a sus alumnos, también en el corazón de la Esposa de Cristo hay cardenales, obispos y sacerdotes que escandalizan a los fieles con su reprensible conducta moral, difunden herejías desde los púlpitos, promueven la idolatría celebrando a la Pachamama y el culto a la Madre Tierra en nombre de un ecologismo de clara matriz masónica y en total consonancia con el plan disolvente ideado por el mundialismo. «Ésta es vuestra hora, el poder de las tinieblas» (Lc.22,53). Se diría que ha desaparecido el katejón, si no contáramos con las promesas de nuestro Salvador, Señor del mundo, de la historia y de la propia Iglesia.

CONCLUSIÓN

Y sin embargo, mientras ellos destruyen, nosotros tenemos la dicha y el honor de reconstruir. Y hay una dicha todavía mayor: una nueva generación de laicos y sacerdotes participan ardorosamente en esta labor de reconstrucción de la Iglesia para la salvación de las almas. Lo hacen bien conscientes de sus debilidades y miserias, pero también dejando que Dios se sirva de ellos como dóciles instrumentos en sus manos: manos útiles, manos fuertes, las manos del Todopoderoso. Nuestra fragilidad pone de relieve más todavía que se trata de una obra del Señor, y más cuando esa fragilidad humana va acompañada de humildad.

Esa humildad debería llevarnos a instaurare omnia in Christo, empezando por el corazón de la Fe, que es la oración oficial de la Iglesia. Volvamos a la liturgia que reconoce a Nuestro Señor el primado absoluto, al culto que los novatores adulteraron ni más ni menos que por odio a la Divina Majestad a fin de exaltar con soberbia a la criatura humillando al Creador, afirmando su derecho a rebelarse contra el Rey en un delirio de omnipotencia y proclamando su non serviam contra la adoración debida a Nuestro Señor.

Nuestra vida es una guerra: la Sagrada Escritura nos lo recuerda. Pero es una guerra en la que sub Christi Regis vexillis militare gloriamur (Postcomunión de la Misa de Cristoi Rey), y en la que tenemos a nuestra disposición armas espirituales muy potentes y contamos con un despliegue de fuerzas angélicas con las que no puede ninguna fortaleza de la Tierra o del Infierno.

Si Nuestro Señor es Rey por derecho de herencia (por ser de linaje real), por derecho divino (en virtud de la unión hipostática) y por derechos de conquista (al habernos redimido con el Sacrificio de la Cruz), no debemos olvidar que en el plan de la Divina Providencia este Divino Soberano tiene a su lado a Nuestra Señora y Reina, su augusta Madre María Santísima. No puede haber realeza de Cristo sin la dulce y maternal realeza de María, la cual nos recuerda San Luis María Griñón de Monfort que es nuestra Mediadora ante el Trono de la Majestad de su Hijo, ante el que se encuentra como Reina que intercede ante el Rey.

El triunfo del Rey Divino en la sociedad y en las naciones parte de que ya reina en nuestros corazones, almas y familias. Que reine también Cristo en nosotros, y junto con Él su Santísima Madre. Adveniat regnum tuum: adveniat per Mariam.

Marana Tha, Veni Domine Iesu ! ¡Ven, Señor Jesús!

+ Carlo Maria Viganò, arzobispo

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)


jueves, 13 de agosto de 2020

PASAJES DE LA BIBLIA


Respuesta de Mons. Viganò al padre Thomas sobre el Vaticano II


10 de agosto de 2020

Fiesta de San Lorenzo Mártir

Reverendo padre Thomas:

He leído atentamente su artículo Vatican II and the Work of the Spirit, publicado el pasado 27 de julio en Inside the Vatican (ver aquí). Yo diría que su pensamiento se puede resumir en estas dos frases:

«Comparto muchas de las preocupaciones expresadas y reconozco la validez de algunos los problemas teológicos y cuestiones doctrinales enumerados. Con todo, me produce incomodidad llegar a la conclusión de que el Concilio Vaticano II sea de algún modo fuente y causa directa del desalentador estado en que se encuentra actualmente la Iglesia.»

Permítame, reverendo padre, que me apoye para responderle en la autoridad de un interesante escrito suyo, Pope Francis and Schism, que apareció en The Catholic Thing el pasado 8 de octubre. Sus observaciones me permiten apreciar una analogía que espero contribuya a aclarar lo que pienso y demostrar a nuestros lectores que algunas divergencias aparentes pueden se pueden resolver gracias a un provechoso debate que tenga como máximo fin la gloria de Dios, el honor de la Iglesia y la salvación de las almas.

En Pope Francis and the Schism, usted señala muy oportunamente y con la perspicacia que caracteriza sus intervenciones que hay una especie de disociación entre la persona del Papa y Jorge Mario Bergoglio, una dicotomía en la que el Vicario de Cristo calla y deja hacer mientras habla y actúa el exuberante argentino que actualmente reside en Santa Marta. Hablando de la gravísima situación que atraviesa la Iglesia alemana, usted escribe:

«Para empezar, al interior de la Iglesia alemana muchos saben que de hacerse cismáticos perderían su voz y su identidad católica. No pueden permitirse algo así. Necesitan estar en comunión con el papa Francisco, porque es precisamente él quien promueve el concepto de sinodalidad que tratan de llevar a cabo. Él es, por tanto, su máximo protector.

En segundo lugar, mientras el papa Francisco puede impedirles que hagan algo que sería escandalosamente contrario a la doctrina de la Iglesia, deja que hagan cosas que son ambiguamente contrarias, porque esa enseñanza y práctica pastoral ambigua concordarían con las de Francisco. Con esto, la Iglesia se encuentra en una situación en la que nunca habría esperado encontrarse.»

Prosigue:

«Es importante recordar que es preciso ver la situación de Alemania en un contexto más amplio: la ambigüedad teológica interna de Amoris Laetitia; el avance indisimulado del proyecto homosexual; la refundación del Instituto (romano) Juan Pablo II para el Matrimonio y la Familia, o sea el debilitamiento de la coherente doctrina de la Iglesia sobre absolutos morales y sacramentales, sobre todo en lo que respecta a la indisolubilidad del matrimonio, la homosexualidad, la contracepción y el aborto.

También está la declaración de Abu Dabi, que contradice abiertamente la voluntad del Padre y socava el primado de Jesucristo su Hijo como Señor definitivo y Salvador universal.

Es más, el actual Sínodo para la Amazonía rebosa de participantes solidarios y promotores de todo lo antedicho. Hay que tener en cuenta también a los numerosos cardenales, obispos, sacerdotes y teólogos de ortodoxia discutible a los que Francisco respalda y promueve nombrándolos para altos cargos en la Iglesia».

Y concluye con estas palabras:

«Teniendo en cuenta todo lo anterior, observamos una situación de creciente intensidad en la que por un lado la mayoría de los fieles del mundo, tanto en el clero como entre los laicos, se mantienen fieles al Papa, porque es su pontífice aunque critiquen su pontificado, y por otro hay una gran cantidad de fieles en el mundo, tanto clero como seglares, que apoyan entusiásticamente a Francisco porque permite y promueve las ambiguas enseñanzas y prácticas eclesiales de ellos.

Por consiguiente, terminaremos con una Iglesia que tendrá un papa que será el pontífice de la Iglesia Católica y será al mismo tiempo en la práctica cabeza de una iglesia cismática. Por ser el jefe de ambas, parecerá que hay una sola Iglesia cuando en realidad serán dos».

Sustituyamos ahora al Papa por el Concilio, y a Bergoglio por el Concilio Vaticano II: creo que encontrará interesante el paralelo casi literal que resulta. De hecho, tanto para el Papado como para un concilio ecuménico, el católico cultiva la veneración y el respeto que le exige la Iglesia: por un lado hacia el Vicario de Cristo, y por otro hacia un acto solemne de magisterio, en los que la voz de Nuestro Señor habla a través del Romano Pontífice y todos los obispos en unión con él. Si pensamos en San Pío V y el Concilio de Trento, o en Pío IX y el Concilio Vaticano I, no resultará difícil encontrar una correspondencia entre esos papas y el Papado, así como entre esos pontífices y el magisterio infalible de la Iglesia. Es más, la sola idea una posible dicotomía incurriría con toda justicia en sanciones canónicas y ofendería a los piadosos fieles.

Ahora bien, como usted mismo señala, con Jorge Mario Bergoglio ejerciendo surrealísticamente el cargo de sucesor del Príncipe de los Apóstoles, «las únicas palabras que encuentro para expresar esta situación son cisma al interior del Papado, ya que el Papa, precisamente por serlo, es a todos los efectos cabeza de un amplio sector de la Iglesia que con su doctrina, enseñanza moral y estructura eclesial es a todos los efectos cismático».

Yo ahora me pregunto: Si usted, estimado padre Thomas, reconoce, como dolorosa prueba a la que la Providencia somete a la Iglesia para castigarla por las culpas de sus indignísimos miembros, en grado máximo sus dirigentes, el propio Papa esté en cisma con la Iglesia, hasta el punto de que se pueda hablar de «un cisma al interior del Papado, por qué motivo no puede usted aceptar que haya sucedido lo mismo con un acto solemne como un concilio, y que el Concilio haya supuesto «un cisma interno en el Magisterio»? Si este papa puede ser «cismático en la práctica» –y yo diría que hasta hereje–, ¿por qué no puede haberlo sido también ese concilio, a pesar de que tanto el uno como el otro sean instituciones de Nuestro Señor para confirmar a los hermanos en la fe y la moral? ¿Qué impide, le pregunto, que las actas del Concilio se aparten del camino de la Tradición si el propio Pastor Supremo es capaz de renegar de las enseñanzas de sus predecesores? Y si la persona del Papa está en cisma con el Papado, ¿por qué no va a poder un concilio que se ha querido hacer pastoral y se ha abstenido de proclamar dogmas contradecir a otros concilios canónicos, creando con ello un cisma en la práctica con el Magisterio católico?

Es cierto que esta situación es un caso único, sin precedentes en la historia de la Iglesia, pero si puede ser así con el Papado -en un crescendo que va de Roncalli a Bergoglio-, no veo por qué no podría ser así con el Concilio Vaticano II, que precisamente gracias a los últimos pontífices se ha presentado como un acontecimiento único, y como tal es utilizado por sus defensores.

Retomando sus palabras, «con lo que terminará la Iglesia será con un concilio que es un concilio de la Iglesia Católica, y al mismo tiempo, con una Iglesia en la práctica cismática, es decir, la Iglesia conciliar que se considera nacida del Concilio. Aunque el Vaticano II fue a la vez un concilio ecuménico y un conciliábulo, sigue siendo en apariencia un solo concilio, mientras que en realidad son dos. Digo más: uno legítimo y ortodoxo abortado subversivamente con los esquemas preparatorios, y otro ilegítimo y herético (o al menos que contribuye a la herejía) al cual aluden todos los novadores, Bergoglio incluido, para legitimar sus desviaciones doctrinales, morales y litúrgicas. Exactamente como «numerosos cardenales, obispos, sacerdotes y teólogos de ortodoxia discutible a los que Francisco respalda y promueve nombrándolos para altos cargos en la Iglesia» sostienen que se debe reconocer la autoridad del Vicario de Cristo en los actos de gobierno y de magisterio realizados por Jorge Mario, precisamente en el momento en que con dichos actos se manifiesta «cismático en la práctica».

Si por un lado es cierto que «mientras el papa Francisco puede impedirles que hagan algo que sería escandalosamente contrario a la doctrina de la Iglesia, deja que hagan cosas que son ambiguamente contrarias, porque esa enseñanza y práctica pastoral ambigua concordarían con las de Francisco», no es menos cierto, parafraseando las palabras de Ud., que «mientras que Juan XXIII y Pablo VI habrían podido impedir que los modernistas hicieran nada escandalosamente contrario a las enseñanzas de la Iglesia, permitieron que hicieran cosas ambiguamente contrarias, porque esas enseñanzas y prácticas pastorales ambiguas concordaban con las de Roncalli y Montini».

Por eso me parece, reverendo padre, que puede encontrar una confirmación de lo que afirmo en mi escrito sobre el origen del debate en torno al Concilio: que el Concilio ha sido utilizado para dar visos de autoridad a una operación deliberadamente subversiva, del mismo modo que hoy vemos con nuestros propios ojos como el Vicario de Cristo es utilizado para dar apariencia de autoridad a una operación deliberadamente subversiva. En ambos casos, el sentido innato de respeto a la Iglesia por parte de los fieles y del clero ha servido de infernal estrategia, como un caballo de Troya introducido en la ciudad santa, para disuadir toda forma de desacuerdo respetuoso, de crítica o de legítima denuncia.

Es doloroso observar que esta constatación, lejos de rehabilitar el Concilio, confirma la profunda crisis que aqueja a toda la institución eclesiástica por culpa de renegados que han abusado de su autoridad para atacar a la Autoridad misma, de la autoridad pontificia para atacar al propio Pontífice, de la autoridad de los padres conciliares para atacar a la Iglesia. Una astuta y cobarde traición efectuada desde el interior de la propia Iglesia, como ya predijo y condenó San Pío X en la encíclica Pascendi, señalando a los modernistas como «enemigos de la Iglesia, que no los ha tenido peores».

Reciba, reverendo y estimado padre Thomas, mi bendición.

+Carlo Maria Viganò, arzobispo

(Traducción oficial por Bruno de la Inmaculada)



sábado, 8 de agosto de 2020

Del mega-empujón de Monseñor Viganò a la mega-trampa de Roncalli y Ratzinger



Con el presente artículo damos la bienvenida como autor en Adelante la Fe al profesor Enrico Maria Radielli, descollante teólogo italiano, que se ha integrado al debate sobre el Concilio y apoya enérgicamente la crítica del arzobispo Viganò sobre las ambigüedades y manipulaciones del Concilio Vaticano II. Citando al P. Schillebeeckx y al cardenal Suenens, el profesor demuestra cómo personajes clave incluyeron expresiones ambiguas y hablaron de concilio pastoral con la intención de relajar la doctrina de la Iglesia. Y nos advierte: «Si se elimina el dogma, se da rienda suelta al Anticristo».

Enrico Maria Radaelli es profesor de Filosofía de la Estética y director del departamento de Estética de la asociación internacional Sensus Communis (Roma), es desde hace tres años catedrático adjunto de Filosofía del Conocimiento (dep. Conocimiento Estético) en la Pontificia Universidad Lateranense y editor oficial de las obras completas de Romano Amerio para la editorial Lindau de Turín. Entre sus libros, todos publicados por Aurea Domus, figuran: La Chiesa ribaltata (2018), Street Theology (2019) y Al cuore di Ratzinger, al cuore del mondo (2017)

El profesor Radaelli es un filósofo y teólogo católico, discípulo del intelectual suizo Romano Amerio (1905-1997), el cual según Sandro Magister, fue «uno de los más grandes pensadores católicos tradicionalistas del siglo XX. Como tal, es un severo crítico del Concilio Vaticano II y de los papas postconciliares y sus intentos de hacer caso omiso de las innovaciones doctrinales introducidas por el Concilio. En 2003, el respetado vaticanista Sandro Magister promocionó uno de sus libros, en el que censuró el ecumenismo y no escatimó críticas a los pontífices que lo promovieron. Magister lo consideró «importante porque enriquece la serie de volúmenes de crítica teológica al catolicismo de hoy escritos por autores tradicionalistas de gran talla intelectual». Autores tan eminentes y eruditos como el recientemente fallecido profesor Antonio Livi, el también recientemente fallecido filósofo Roger Scruton, monseñor Mario Olivero, el teólogo Bruno Gherardini y los periodistas Alessandro Gnocchi y Mario Palmaro han colaborado con Radaelli en la redacción de sus libros.

***

Cartas desde Babilonia
Digo yo:

Desde hace sesenta años se sigue engañando a la gente utilizando indebidamente los términos “progresistas” y “conservadores”, ahora también en referencia a la reciente trifulca desencadenada por la santísima toma de posición del Arzobispo Carlo Maria Viganò, pero ya es tiempo de acabar con el uso deliberadamente desleal de unas categorías que pertenecen todas exclusivamente al ámbito de la política y sin embargo son aplicadas a la Iglesia, la cual es una sociedad cabal y exquisitamente religiosa.

Es hora ya de acabar con eso, porque se trata sólo de una estratagema pecaminosa para ocultar el hecho de que lo que se quiere hacer pasar por oro es estiércol y lo que se quiere hacer pasar por estiércol es oro. Una auténtica tontería.

¿Acaso en el siglo III se definía a los herejes arrianistas “progresistas” y a los que quedaban fieles al Dogma “conservadores”?

¿O acaso en el siglo XVI se prefería hablar de “progresistas” en lugar que de herejes luterano-calvinistas y de “conservadores” en lugar que de personas fieles a las leyes de Dios enseñadas por la santa Romana Iglesia?

Por ejemplo.

P. D.: Uy, se me olvidaba:

Del mega-empujón de Monseñor Viganò a la mega-trampa de Roncalli y Ratzinger

Entonces basta ya de una vez con estas miserables astucias que alteran la realidad haciendo pasar por buenos a los herejes y por pérfidos trogloditas a los firmes y santos fieles de Dios: los así llamados “progresistas” no son nada más que los que resumen en su perversa doctrina el coacervo de las peores herejías desembocadas en el Modernismo; los así llamados “conservadores”, por el contrario, son simplemente los cristianos fieles al Dogma y a la verdadera y santa liturgia pre-Montiniana exponiéndose al riesgo de convertirse en enemigos del mundo, Papas incluidos.

Hasta en las contemporáneas vicisitudes en las que el Arzobispo Carlo Maria Viganò está tomando una fuerte y severa posición respecto al Concilio Vaticano II —y en realidad ésta es la única posición que hay que tomar—, él no es el “conservador”, sino el cristiano fiel al Dogma, mientras que los Papas que convocaron, condujeron, defendieron y aún defienden esa perversa Asamblea no son unos buenos y valientes “progresistas”, sino Papas totalmente infieles al Dogma, en sus casos respectivos precisamente Papas modernistas y neo-modernistas.

El hecho es que estas categorías de pacotilla tienen que ser reemplazadas por las categorías verdaderas. ¡Basta ya con los subterfugios! Que los herejes se queden con sus herejías y que los fieles se queden con su fidelidad.

Las únicas categorías aceptables, en una disputa doctrinal en el interior de la Iglesia católica de Roma, son las de “hereje” para definir a quienes no adhieren al Dogma y al Magisterio pastoral que está fuertemente vinculado a él, así como lo enseña el Magisterio dogmático, y de “católico” para definir a los que adhieren a él.

No hay más categorías. Y las que se utilizan no son nada más que mentiras.

Es más: que se deje ya de hablar de “hermenéutica” —otro ardid, como si todos estuviéramos colgando de cada palabra de la Escuela de Fráncfort y fuéramos las mascotas del profesor Ratzinger, el cual ha hecho de la hermenéutica y del historicismo sus estrellas Polares— y se retome la metafísica, la única ciencia católica, la única metodología concreta, la única filosofía racional, volviendo así a tocar con mano —al final de sesenta años de oscura noche hermenéutica e historicista— la verdadera realidad de la Iglesia, antes de que más bien sea la terrible realidad actual de la Iglesia a hacernos dar de bruces contra ella: pero entonces será ya demasiado tarde.

Ninguno de los veinte Concilios ecuménicos de la Iglesia necesitó jamás que los documentos, órdenes y anatemas producidos tuvieran que ser sometidos a la criba de la interpretación: ninguno de ellos, porque el Dogma no lo permite, dado que es demasiado claro para ser “interpretado”, diga lo que diga el Cardenal Brandmüller.

Y además, que se deje ya de una vez de hablar de la todavía más farragosa, enrevesada y retorcida hermenéutica indicada por el Papa Ratzinger en su más que funesto y célebre Discurso a la Curia Romana del 22 de diciembre de 2005: « la “hermenéutica de la reforma” —glosaba el Pontífice en aquellas consideraciones suyas—, de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia ».

Que alguien regale al augustísimo Autor de tamaño enrevesamiento conceptual —el cual se encuentra en un peligro siempre mayor— y le exhorte a leer lo más pronto posible El traje nuevo del emperador, la maravillosa fábula de Andersen que podrá explicarle por qué tiene que cesar —después de décadas— de producir, con una insistencia digna si acaso de esfuerzos más nobles, nada más que suaves almohadas de plumas cuya única utilidad estriba en permitirle apoyar su propia cabeza —tan necesitada de descanso— y sus cansados codos en ellos y así dormir sueños tranquilos entre el bullicio del mundo, dándole esquinazos a los rayos de Ez 13,18, la santa Palabra de Dios.

Al recalcar uno por uno los términos de la fórmula “hermenéutica de la reforma en la continuidad” se extrapola que: primero, se trata de una interpretación (=hermenéutica); segundo, de una discontinuidad (=reforma); tercero, en la ortodoxia (=continuidad).

Se trata pues de una opinión, una hipótesis de trabajo, no es nada más que un parecer alrededor de un concepto determinado que quisiera estar en continuidad con el sano desarrollo del Dogma y al mismo tiempo, sin embargo, al reformarlo, quisiera también ser su propio opuesto, y la suma de todo a la vez, o sea, ser una cosa y su contrario, pero sin dejarlo mínimamente percibir, sin desvelar el conflicto, la contradicción, la guerra estridente —hasta su última esencia— entre los dos polos.

¡Ay, Ratzinger, Ratzinger! ¿Cuándo dejarás de enredarte en ovillos de blancas y suaves plumas, sólo para no ver la sangre de la Redención que fluye a tu alrededor y así, quizá, al final, también salvarte?

Siempre se cita el hasta demasiado célebre Discurso a la Curia Romana, incluso alabándolo, puesto que en su sencillez —hermenéutica de la continuidad , hermenéutica de la ruptura NO— parece resolver todos los problemas azañosos nacidos en el Vaticano II y luego nunca resueltos, pero no se profundiza nunca en esas líneas en las que su augustísimo Autor permite la realización de un crimen gravísimo, a tal punto de cortar en la raíz toda la potencia del celebérrimo esquema que engatusa a todos, continuidad sí, ruptura no, desde un punto de vista hermenéutico, claro está, es decir siempre al estilo de Rashomon, esa película de Kurosawa en la que cuatro hermeneutas interpretan el mismo episodio llegando a cuatro conclusiones irreconciliables: la interpretación es la realidad.

Ya, pero ¿cuál interpretación? ¿Por qué razón la del Papa debería ser más cierta que la mía, puesto que no está hablando ex cathedra?

Y ésta es la cuestión. Y es sobre este punto que los ejércitos se enfrentan desde hace casi sesenta años. Pues sí: siempre andando y combatiendo sobre una capa de hojas que esconde a las soldadescas de Cardenales, Obispos, Monseñores y simples fieles —tanto “progresistas” como “conservadores”— la astuta trampa que hace que todos se desplomen en el único hoyo, aquiescentes, puesto que están todos bien amaestrados por el régimen clerical —y digo “todos” porque nadie manifiesta el rechazo público que se requiere y es debido, todos menos el susodicho Arzobispo Carlo Maria Viganò.

Pero, después de que el mismo Amerio, en su Iota unum —y de ahí luego, repetidamente, el abajo firmante en sus propios libros— había afirmado que los mismísimos neotéricos no tenían ningún escrúpulo en pregonar el asunto sin pudor —véase el Padre Schillebeecks que escribe: « Nous l’exprimons d’une façon diplomatique, mais après le Concile nous tirerons les conclusions implicites » (P. Edward Schillebeecks op, en De Bazuin n. 16, 1965)— ¿por qué razón, pregunto, todos siguen aún evitando enfrentar la realidad y acabar de una vez con esta mega-trampa conciliar de la ambigüedad?

Éste es el fraudulento escamoteo que quien escribe denuncia desde hace décadas, recomendado por el Cardenal Suenens a los oídos listos, finos y astutos del así llamado “Papa bueno” Juan XXIII, quien lo puso inmediatamente en práctica ya desde la apertura formal del Concilio en su potestad meramente “pastoral”, absolutamente no “dogmática” —como habría por el contrario debido ser por la presencia del Papa— el 11 de octubre de 1962: y el escamoteo estriba en no utilizar nunca la potestad dogmática de Magisterio, sino siempre y sólo la potestad “pastoral”, así que nadie se ve obligado a pronunciar enseñanzas infalibles, que natura sua —por su misma naturaleza— tienen que ser perfectamente verdaderas y seguras y que, por su divina indefectibilidad, no permiten ninguna ambigüedad —pues la ambigüedad es un defecto—, ni siquiera si hubiera intención de utilizarla, y por tanto ninguna “interpretación”.

La potestad dogmática, la máxima potestad de enseñanza, del que sólo el Papa —o un Concilio, pero sólo en unión con el Papa— goza, es el verdadero y único Katéchon que puede embridar al Anticristo. El Katéchon es el Dogma.

Eliminen el Dogma y liberarán al Anticristo.

Y ni siquiera es preciso eliminarlo de verdad, el Dogma: es suficiente esconderlo —como le aconsejó el astuto Purpurado francés al plácido Papa bergamasco— y luego simular que no esté y usar temerariamente la potestad pastoral de Magisterio: como si dicha potestad pastoral no dependiera totalmente del Dogma y no tuviera la precisa obligación moral de ser siempre lo más posible coherente y lo más exactamente consecuente a él, así como siempre ha sido vivido y por consiguiente actuado durante siglos por el santo Magisterio de la Iglesia.

Ya está: para liberar al Anticristo es suficiente esta disipación de hecho del Dogma, este “no tomarlo en cuenta”, este astuto “olvido” —vamos a definirlo así—, que desde luego es totalmente inmoral, pecaminoso y está basado en un maquiavelismo elaborado sobre la Palabra de Dios.

Una pequeña regla muy simple. Y férrea: si por ejemplo el Papa convocara un Concilio al que quitara toda posibilidad de enunciar una locutio ex cathedra, p. ej. atribuyéndole la forma de Magisterio llamada “pastoral”, las definiciones que ese Papa expondría en ese Concilio “nunca correrían el riesgo” —vamos a llamarlo así— “de ser infaliblemente verdaderas”, y es eso que el Cardenal Suenens y Papa Roncalli querían lograr y de hecho lograron: “Nunca ser obligados a pronunciar verdades infalibles sino, por el contrario, estar seguros de poder decir siempre cualquier cosa, a lo mejor hasta alguna herejía (con tal de que no se note, pero para eso es suficiente envolver el lenguaje en una nube de ambigüedad: ¡muchas gracias, Schillebeecks!), total: primero, el Papa nunca podrá ser acusado de herejía formal, eso es propiamente de herejía; segundo, el Dogma de la infalibilidad nunca será menoscabado: ese Dogma que nos garantiza precisamente eso”.

Para conocer todos los detalles sobre la mega-trampa, lean mi All’attacco! Cristo vince, [¡Al ataque! Cristo vence], Ediciones Aurea Domus, Milán 2019, § 16, pp. 63-7, que se puede pedir también a quien aquí escribe.

Este perverso mecanismo es el motor, el perno, la causa material y eficiente, el genius absconditus —el demonio oculto— del abnorme y vacío edificio modernista en el que hoy se ha convertido la Iglesia, por tanto es el mecanismo sin el cual la Iglesia no sería la ruina preagónica que es, el Modernismo no habría logrado desalojar la Verdad desde el Trono más alto y la Esposa de Cristo sería hoy más espléndida, santa y gloriosa que nunca.

Sin embargo, a pesar de eso, a pesar de este perverso dispositivo —que quien escribe ha resumido en la fórmula “Guerra de las dos Formas”, hablando de él e ilustrándolo en todos los idiomas desde hace más de diez años— nadie lo ha debatido, nadie lo ha tomado en cuenta en lo más mínimo, nadie siquiera se ha molestado en echar un vistazo por un instante al espejo retrovisor.

Pero hoy por fin un Arzobispo se atreve a tomar el asunto en sus propias manos, un asunto narcotizado desde hace casi sesenta años de vergonzosas astucias elaboradas en primer lugar por los Pastores más altos y de más alta responsabilidad en la Iglesia.

Hoy el Arzobispo Carlo Maria Viganò no teme reconocer que el Concilio Vaticano II debe ser cancelado tanto en su totalidad como en cada una de sus miles de ambigüedades a las que sus partidarios recurrieron para introducir solapadamente conceptos que —si él hubiera sido abierto con la debida forma dogmática— no sólo habrían sido rechazados con energía, sino que habrían sido también —y aún más duramente— anatemizados.

¡Basta ya con las mega-trampas al estilo de Roncalli y Ratzinger! Que la Iglesia retome su camino de única estrella Polar de salvación divina, agarrándose con fuerza y decisión absoluta a la firme claridad del Dogma: « Cuando ustedes digan “sí”, que sea sí, y cuando digan “no”, que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno » (Mt 5,37).

Enrico Maria Radielli

(Traducción al español de Antonio Marcantonio)


miércoles, 5 de agosto de 2020

DECLARACIÓN DE LOS PADRES DAVID HEWKO Y HUGO RUIZ A RAIZ DE LA “CONSAGRACIÓN” EPISCOPAL DEL PADRE PFEIFFER




P. Hewko
Declaración sobre la consagración de Kentucky
+
M
30 de Julio de 2020
"Entonces Jesús les dijo: Todos vosotros os escandalizaréis en mí esta noche. Porque está escrito: "Golpearé al pastor, y las ovejas del rebaño se dispersarán." (San Mateo 26:31)

Esta es una breve declaración denunciando la consagración del P. Joseph Pfeiffer por el "Obispo" Neal Webster. Esto es un escándalo para la Santa Madre Iglesia, la verdadera Resistencia Católica y para las vocaciones de la OLMC en Boston, Kentucky.

Que se sepa que el arzobispo Marcel Lefebvre condenaría absolutamente esta acción y expresaría, una vez más, la duda de la línea episcopal Thuc, esto aún si no se menciona su conexión con Palmar de Troya en España, que han elegido su propio Papa hace décadas.

Que se sepa que la línea sacerdotal del "Obispo"Webster es del obispo Thuc, a Clemente ("Papa" Gregorio XVII!), Terrasón, Hennenberry, a Webster.

El linaje episcopal es de: el obispo Thuc a Des Laurier a McKenna a Slupski a Webster.

El "Obispo"Neal Webster es también un partidario público de la posición Feeneyita sobre la negación del Bautismo de Sangre y Deseo ("Votum"), que contradice el constante Magisterio de la Iglesia.

Una vez más, supliquemos a Nuestra Señora del Santo Rosario que aplaste a los enemigos de la Iglesia. Mantengamos la clara posición del arzobispo Marcel Lefebvre siempre fiel a la Madre Iglesia, a su Magisterio Tradicional, a los Sacramentos Tradicionales y al rechazo categórico de los sacramentos dudosos y los peligros de la Fe!

¡Una vez más,vemos las tristes bajas de un Papa y la jerarquía fallando en su deber! ¡En efecto,cuando el pastor es golpeado, las ovejas se dispersan!

En Cristo Rey,

P. David Hewko

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P. Hugo Ruiz V.
1 de agosto de 2020
Declaración sobre la consagración de Kentucky


A todos mis amigos y benefactores,

hemos sabido hace poco con gran tristeza que éste 29 de junio el Padre Pfeiffer ha procedido a hacerse consagrar "obispo" por el "obispo" feneyista y sedevacantista Neal Webster, quien además se inscribe en la llamada línea Thuc.

Varios errores en uno solo. Todo esto se debe a querer tener soluciones rápidas y precipitadas. Todo esto no hará más que contribuir más al estado ya existente de desorientación que hoy hay no solo en la Iglesia y la Tradición sino también en la llamada "Resistencia". Es lamentable el querer autonombrarse a sí mismo "obispo" cuando debería ser la Iglesia quien lo haga. De un "obispo" dudoso, por ser de la línea Thuc, solo se pueden tener también sacramentos dudosos. De ninguna manera yo me puedo asociar a esta nueva iniciativa ni puedo animar a ningún fiel a hacerlo. Es más, es ahora el momento de que los fieles se alejen de todo contacto con el Padre Pfeiffer. Según Monseñor Lefebvre este tipo de aventuras no solo pueden llevar al cisma sino también a la herejía.

Para mí es una gran pena tener que decir esto de un sacerdote con el cual antes yo tuve una buena amistad.

Que el Corazón Inmaculado de María nos proteja de tantos peligros,

Padre Hugo Ruiz V.

Querétaro, el 1 de agosto 2020, primer sábado de mes.

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Informaciónes sobre el Arzobispo Lefebvre y los obispos de Thuc-line

Una advertencia a los católicos tradicionales sobre los falsos pastores
(El Ángelus Junio 1982)

Durante su reciente visita a América, el arzobispo Marcel Lefebvre se refirió varias veces al informe que varios individuos, incluyendo algunos que decían ser sacerdotes "tradicionales", habían intentado tener obispos consagrados. El arzobispo Lefebvre condenó totalmente sus acciones y advirtió a todos los católicos no tienen nada que ver con ellos. "Traerán la ruina y el escándalo a la Iglesia,"

El arzobispo Lefebvre respondió cuando se le preguntó su opinión sobre las "consagraciones" escandalosas. "Es un resultado directo de lo que sucede cuando uno pierde la fe en Dios y se separa de Roma y del Santo Padre," dijo el Arzobispo Lefebvre, "y los enemigos de la Iglesia, incluyendo aquellos que promueven tan fuertemente el Modernismo, tratarán de asociarnos a nosotros y a otros buenos católicos tradicionales con estos (fanáticos) con la esperanza de tratar de desacreditar tanto el bien como el mal." El Arzobispo Lefebvre también declaró que las acciones de Ngo-Dinh-Thuc, el ex-vietnamita Obispo que participó en las llamadas "consagraciones", son bastante cuestionables en vista del hecho que es el mismo responsable del fiasco del Palmar de Troya que tuvo lugar en España hace años. Una especie de "visionario", Clemente Domínguez de Gómez indujo a Thuc a ordenarle y consagrarle y luego procedió a proclamarse Papa. Este grupo escandalizó al mundo confiriendo órdenes indiscriminadamente a cualquiera que se presentara al "Papa" Gómez. La secta ahora afirma que cientos de clérigos, incluyendo un gran número de obispos y cardenales de 14 y 16 años. Poco después de las cuestionables ordenaciones, el obispo Ngo-Dinh-Thuc renunció a sus acciones y publicó un carta diciendo que las "órdenes" que había conferido eran nulas y sin efecto porque había retenido toda intención de transmitir órdenes a la secta del Palmar de Troya. Dadas sus actuaciones pasadas, no hay razón para creer que su actual fiasco es más creíble. Refiriéndose a Ngo-Dinh-Thuc, el arzobispo Lefebvre dijo: "Parece haber perdido la razón".

La prueba de la mala intención de estos individuos es claramente evidente en el hecho de que la nueva secta, que incluye al Padre Moises Carmona y al Padre Adolfo Zamora de México; al Padre Guerard des Lauriers, O.P., de Francia;y al Padre George Musey de América ya han realizado reuniones con pequeños grupos de sacerdotes católicos tradicionales y han anunciado su intención de llamar a su propio "Consejo" y seleccionar a uno o más papas! A los católicos fieles se les recuerda que su fe les impide tener cualquier contacto con estos cismáticos y herejes, y que no se les permite apoyarlos de ninguna manera.Todos los involucrados han incurrido en una excomunión automática, y todos los que los apoyan o se afilian a ellos hacen lo mismo.

[Énfasis - Las Catacumbas] https://thecatacombs.org/thread/4519/bishop-joseph-pfeiffer?page=1&scrollTo=10054




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Tomado de El Ángelus, julio de 1982:

"...El Arzobispo también se mantuvo firme en su completa y total condena de las recientes consagraciones de los llamados "obispos" por el obispo vietnamita, Pierre Martin Ngo Dinh Thuc. La condena del arzobispo incluía la supuesta ordenación de un sacerdote americano por los "consagrados" por el obispo vietnamita. Su ilustrísima instó a todos los católicos a rechazar totalmente a estos individuos y a no tener nada que ver con ellos. Él ve el acto como un acto de cisma que, si es llevado a su conclusión lógica, llevará a la herejía. Esto se basa en el hecho de que varios de los "obispos"y varios de los sacerdotes con los que se han reunido han declarado abiertamente que su intención es seleccionar un "papa" de entre su grupo. El Arzobispo predijo que estos individuos intentarían atraer a los tradicionalistas desprevenidos a sus esquemas cismáticos. También dijo que eventualmente el movimiento será un descrédito para el catolicismo tradicional y será usado por los enemigos de la Iglesia como un medio para tratar de desacreditar el catolicismo tradicional. Para enfatizar su condena a estos individuos, el Arzobispo Lefebvre especificó que ninguna de las capillas de la Sociedad será puesta a disposición de estos individuos o de aquellos que los apoyan..."

http://www.angelusonline.org/index.php?section=articles&subsection=show_article&article_id=652

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Desde el sitio web de SSPX:

¿Son válidas las misas de los sacerdotes de la línea Thuc, y podemos asistir a ellas?

No creo que haya una razón de peso para dudar de la validez de las consagraciones episcopales realizadas por el arzobispo vietnamita exiliado Ngo Dinh Thuc. Sin embargo, hay varias razones menores, que podrían considerarse suficientes para establecer algún tipo de duda positiva en el asunto. Estas incluyen la ausencia de testigos correctos durante la ceremonia original de consagración, que se hizo en privado, y en medio de la noche.

También es relevante el confuso estado mental de Thuc, como se evidencia en su concelebración pública de la Nueva Misa con el obispo local del Novus Ordo de la diócesis de Toulon, justo un mes antes de estas consagraciones en 1981. También,la falta de convicción puede verse en el hecho de que dos veces consagró obispos ilícitamente y dos veces pidió la absolución del castigo canónico de la excomunión.

Estos frecuentes cambios indican que era un hombre que, por decir lo menos, carecía de convicción sobre lo que estaba haciendo. Esto es confirmado por su fracaso en unirse al Coetus internationalis patrum, el grupo tradicional de obispos del Vaticano II, y por una cierta tendencia liberal que mostró durante el Concilio, hablando en contra de la discriminación dirigida a las mujeres y a favor del ecumenismo...

En consecuencia, aunque lo lógico sería suponer que sí tenía la intención de confeccionar el sacramento del orden, la ausencia de co-consagradores, y de un propósito claro, abre la puerta a cierto asombro y a la duda.Cualquier duda sobre los primeros obispos que consagró,se transmitiría claramente a los demás obispos y sacerdotes ordenados como consecuencia.

Los teólogos morales dicen que debemos mantener el “pars tutior”, o posición más segura, cuando se trata de los sacramentos. Por consiguiente, en caso de duda, no sería permisible acudir a estos sacerdotes para los sacramentos, a menos que no hubiera otro sacerdote disponible, y en peligro de muerte.

Sin embargo, incluso si no hubiera ninguna duda en cuanto a la validez, no estaría permitido asistir a las misas y recibir los sacramentos de los sacerdotes de la línea de Thuc. Porque todos sostienen la posición sedevacantista radical de que no hay Papa, y que si alguien dice que hay un Papa, o que está en comunión con el Santo Padre, entonces está en comunión con un hereje y un hereje él mismo. Manteniendo tal posición, que no hace distinciones, y no tiene en cuenta la confusión en la Iglesia debido a la ruptura de la autoridad, no sólo condenan a todos los demás católicos al fuego del infierno, sino que efectivamente se separan de todos los demás católicos, y se convierten en una iglesia propia. Son verdaderamente cismáticos. Por consiguiente, es totalmente ilícito tener cualquier tipo de asociación con ellos.

Como consecuencia de su pérdida del sentido de la Iglesia, abandonan todo sentido de jerarquía y estructura en la Iglesia. Cualquier obispo puede consagrar a cualquier otro obispo en cualquier momento, sin autoridad entre ellos. Estos obispos ordenan constantemente al sacerdocio hombres sin preparación ni formación, que no pertenecen a ninguna comunidad religiosa, y que por lo tanto son totalmente independientes unos de otros y de toda la autoridad de la Iglesia. Tirando todas las normas canónicas por la ventana, ellos efectivamente se vuelven tan protestantes como los modernistas de los que pretenden defender a la Iglesia.

[Contestado por P. Peter R. Scott]

http://archives.sspx.org/Catholic_FAQs/catholic_faqs__canonical.htm#thucline

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Del sitio web de SSPX Asia
Noviembre de 1998 No. 29

El P. Guérard des Lauriers era un teólogo dominico al que el obispo Lefebvre le pidió que fuera uno de los profesores de Ecône a principios de los 70. A mediados de los 70, desarrolló su teoría distinguiendo entre "un Papa material y un Papa formal". El Arzobispo Lefebvre le prohibió estrictamente que enseñara esta teoría. En un retiro que predicó a los seminaristas en Ecône (septiembre de 1977) desafió al Arzobispo y la enseñó de todos modos. El Arzobispo Lefebvre lo expulsó como profesor de Ecône.
En 1981, fue dudosamente consagrado "obispo" por el anciano obispo Ngo Di Thuc en una ceremonia secreta, y después ha muerto.
http://sspxasia.com/Documents/SiSiNoNo/1998_November/Meet_the_Sedevacantist_Priests.htm

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Tomado de El Ángelus de abril de 1983:
¿Quién es Mons. Pierre Martín Ngo-Dhin-Thuc?

"...pseudo-obispos..."

"...Si no detenemos nuestra apatía en un caso tan grave, la Iglesia Católica puede verse inundada en poco tiempo por cientos, o miles, de impostores sin vocación, consagrados y ordenados arbitrariamente, o habiendo comprado sus Órdenes..."

"... Qué extraña suena esta afirmación, publicada en el sedevacantista "Trento" de marzo de 1982, de que Mons. Ngo Dhin-Thuc sostuvo que era necesario disipar ciertas conjeturas: 

"Testifico que realicé las ordenaciones de Palmar de Troya con toda lucidez, (sic) no tengo ninguna relación con Palmar de Troya ya que su jefe se impartió a sí mismo un papa... etc. Impartido, el 19 de diciembre de 1981, en Toulon en plena posesión de mis facultades, (sic) Pierre Martin Ngo Dhin-Thuc, Arzobispo Tit. de Bulla Regis."

¿Por qué una autocrítica tan curiosa, que sólo podría ser válida con una declaración jurada de un médico? Demuestra que piensa lo contrario de antemano. Esta es la razón por la que, en Europa, donde Mons. Thuc es más conocido, existe cierta duda sobre la validez de esas ordenaciones y consagraciones.

La validez depende de la responsabilidad mental del obispo consagrante..."

http://www.angelusonline.org/index.php?section=articles&subsection=show_article&article_id=745

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Tomado de Fideliter 66, noviembre-diciembre de 1988

(Obsérvese cómo en 1988, el arzobispo Lefebvre no llama "obispo" al P. Guérard Deslauriers, a pesar de que fue "consagrado" en 1981. También dice sobre Munari, "el que se llama Monseñor Munari". Munari fue "consagrado" como obispo en 1987 por Guérard des Lauriers. El arzobispo no los reconoce como obispos).

El Arzobispo Lefebvre: "Pienso que tal vez sea necesario tener cuidado de evitar cualquier cosa que pueda mostrar, con expresiones un poco demasiado duras, nuestra desaprobación hacia aquellos que nos dejan. No los etiqueten con epítetos que puedan tomarse un poco a mal, es inútil, es al revés. Veréis, personalmente, siempre he tenido esta actitud entre los que nos han dejado, y Dios sabe cuántos en el curso de la historia de la Sociedad nos han dejado; la historia de la Sociedad es casi una historia de separaciones, ¿no es así? Siempre he creído, como principio: No más relaciones. Se acabó. Nos están dejando, se van hacia otros guías, otros pastores. No más relaciones. Lo intentaron, como bien diría, los que se fueron como sedevacantes, como los que se fueron porque no éramos lo suficientemente papistas, etc. Todos han intentado llevarnos a una polémica. Yo recibí cartas del padre Guérard des Lauriers con amenazas de procesos, ¿no es así, si no respondo? Lo tiré a la basura, nunca respondí. Nunca respondí ni una palabra. Ni Monseñor, me refiero al que se llama "Monseñor Munari" y a los otros, ni a los catorce (o trece) de América, ni a Cantoni que nos dejó, ni a los otros italianos que nos dejaron. Nunca respondí. Esto es lo que le dije a Dom Gérard: "Dom Gérard, nunca más sabrás de mí, no pondré un pie en tu casa. No te escribiré más y cuando me escribas, no te responderé. No oirás ni una palabra de mí. Se acabó. Te considero como los que nos han dejado, como el padre Bisig, como Dom Augustin, como los otros que nos han dejado. Eso es todo. Rezo por ti, pero se acabó. No tendremos más contacto". De esta manera no pueden sacarse nunca, ninguno de ellos, de la manga, una carta [diciendo]; Así es como me trató el Arzobispo.

Esto es lo que me dijo. Porque si uno escribe, el solo hecho de escribir, y es falso afirmar: "Mira, estoy de acuerdo con el Arzobispo. Me escribió de nuevo hace 8 días." Entonces, casi hubiéramos tenido que denunciarlo de inmediato. Pero escribí, no dije que estuviera de acuerdo, y escribimos otra carta, y empezamos otra polémica. Se acabó. No podemos. No podemos jugar a ese juego. Tenemos que dejarlos atrás. Creo que no hay nada mejor para hacerlos reflexionar y luego traerlos de vuelta a nosotros eventualmente, si es que hay algunos, y no hay muchos que hayan vuelto. Pero al menos por el momento y en cualquier caso, no pueden decir que fuimos desagradables con ellos o que les hicimos daño. No creo que es el mejor método, ya sabes, excepto, por supuesto, cuando hay declaraciones que son absolutamente falsas. Entonces debemos publicar un comunicado para rectificarlas como el superior general por la declaración de Dom Gérard. Es normal, pero hay que decir que para la correspondencia que se establece, podríamos hacerlo indefinidamente, y entonces venimos, de hecho, fácil y desgraciadamente a decir cosas que lamentamos un poco haber dicho, que no son caritativas.

Eso es todo. Gracias.

El arzobispo Lefebvre publicó en parte en Fideliter 66 noviembre-diciembre de 1988, p. 27-31.

Traducción realizada con la versión gratuita del traductor www.DeepL.com/Translator