viernes, 28 de octubre de 2011

EL PADRE PÍO Y EL DIABLO


El demonio existe y su papel activo no pertenece al pasado ni puede ser recluido en los espacios de la fantasía popular. El diablo, en efecto, continúa induciendo hoy día al hombre justo al pecado.
Por tal razón la actitud del discípulo de Cristo frente a Satanás tiene que ser de vigilancia y de lucha y no de indiferencia. La mentalidad de nuestro tiempo desaforadamente, ha relegado la figura del diablo en la mitología y en el folclore. El Baudelaire afirmó, justamente que la obra maestra de Satanás, en la era moderna, es de hacernos creer que no existe. Por consiguiente no es fácil imaginar que el Diablo haya dado prueba de su existencia, cuando ha sido obligado a afrontar al Padre Pío en "ásperos combates". Tales batallas, tal como es reconocido en la correspondencia epistolar del venerable fraile en sus directorios espirituales, fueron reales combates, siendo la última con sangre.

Uno de los primeros contactos que el Padre Pío ha tenido con el príncipe del mal, remonta al año de 1906 cuando el Pío volvió al convento de Sant 'Elia a Pianisi. Una noche de verano no logró dormirse por el bochorno sofocante. De la habitación vecina le llegó el ruido de los pasos de un hombre. "El Pobre fraile Anastasio no puede dormir como yo" pensó el Padre Pío. "Quiero llamarlo, al menos para hablar un poco". Fué a la ventana y llamó al compañero, pero la voz se le quedó en la garganta: al observar que sobre el alféizar de la ventana vecina se asomó un monstruoso perro. Así el mismo Padre Pío lo contó: "Por la puerta con terror; vi entrar un gran perro, de cuya boca salió mucho humo. Caí sobre la cama y oí que dijo: "es él, es él" - mientras estuve en aquella posición, vi aquel animal que saltó sobre el alféizar de la ventana, y luego de esto se lanzó sobre el techo del frente, y desapareció."

Las tentaciones de Satanás que quisieron hacer caer al padre Pío, se manifestaron de cada modo. El Padre Agostino nos confirmó que Satanás apareció bajo las formas más variadas: "bajo forma de jovencitas desnudas que bailaron; en forma de crucifijo; bajo forma de un joven amigo de los frailes; bajo forma del Padre Espiritual, o del Padre Provincial; del Papa Pío X y del Ángel de la guarda; de San Francisco; de Maria Santísima, pero también en sus semblantes horribles, con un ejército de espíritus infernales. A veces no hubo ninguna aparición pero el pobre Padre fue golpeado hasta salirle sangre, atormentado con ruidos ensordecedores, lleno de escupitajos etc. Él logró librarse de estas agresiones invocando el nombre de Jesús.

Las luchas entre el Padre Pío y Satanás se agriaron cuando el Padre Pío liberó a los poseídos. Más de una vez - el Padre Tarcisio contó de Cervinara - antes de salir del cuerpo de un poseído, el Malvado ha gritado: "Padre Pío nos das más molestias tú que San Miguel". Y también: "Padre Pío, no nos arranques las almas y "no te molestaremos."

Pero veamos cómo el mismo Padre Pío describe en las cartas mandadas a sus directores espirituales, los asaltos de Satanás.

Carta al padre Agostino, del 18 de enero de 1912: "... Barba Azul no quiere ser derrotado. Él ha venido a mí casi asumiendo todas las formas. Desde varios días acá, me viene a visitar, junto con otros de sus espíritus infernales armados de bastones y piedras. Lo que es peor; es que ellos, vienen con sus semblantes. Tal vez cuántas veces, me ha sacado de la cama y me ha arrastrado por la habitación. ¡Pero paciencia! Jesús, la Mamá, el angelito, San José y el padre San Francisco siempre están conmigo."
(PADRE PIO DA PIETRELCINA: Epistolario I° (1910-1922) a cura di Melchiorre da Pobladura e Alessandro da Ripabottoni - Edizioni "Padre Pio da Pietrelcina" Convento S.Maria delle Grazie San Giovanni Rotondo - FG)

La carta a Agostino del 5 de noviembre de 1912: Estimado Padre", ésta también es su segunda carta a través de la concesión de Dios, y ha seguido el mismo destino de la anterior. Yo estoy seguro de que el Padre Evangelista ya le ha informado sobre la nueva guerra que los apóstatas impuros están haciendo en mí. Padre, ellos no pueden ganar, a su voluntad por mi constancia. Yo le informo sobre sus trampas sé que les gustaría inducirme, privándome de sus sugerencias. Yo encuentro en sus cartas mi único consuelo; pero para glorificar a Dios y para su confusión yo los llevaré. Yo no puedo explicarle, a usted cómo ellos están pegándome. A veces yo pienso que me voy a morir. El sábado yo pensé que ellos realmente quisieron matarme, yo no hallaba a qué santo pedirle ayuda. Yo me dirigí a mi ángel de la guarda, suplicándole ayuda, quien me hizo esperar largo tiempo, y finalmente, él voló alrededor de mí y con su voz angélica cantó los himnos de alabanza a Dios. Entonces una de esas escenas usuales pasó; Yo le reñí severamente, porque él me había hecho esperar tanto para su ayuda, a pesar de que lo había llamado urgentemente y por castigo, yo no quise mirarlo a la cara, yo quería que él recibiera más de un castigo de mí, yo quise huirle pero, él pobre, me localizó llorando, él me tomó, hasta que yo lo mirara, yo lo miré fijamente en la cara y ví que él lo sentía."
(PADRE PIO DA PIETRELCINA: Epistolario I° (1910-1922) a cura di Melchiorre da Pobladura e Alessandro da Ripabottoni - Edizioni "Padre Pio da Pietrelcina" Convento S.Maria delle Grazie San Giovanni Rotondo - FG)

La carta al Padre Agostino del 18 de noviembre de 1912..... "El enemigo no quiere dejarme solo, me pega continuamente. Él intenta envenenar mi vida con sus trampas infernales. Él se molesta mucho porque yo le cuento estas cosas. Él me hace pensar en no decirle, los hechos que pasan con él. Él me dice que lo narre a las visitas buenas que yo recibo; de hecho él dice que le gustan sólo estas historias. El pastor ha estado informado de la batalla que yo tengo con estos demonios, y con referencia a sus cartas; él me sugirió que yo vaya a su oficina a abrir las cartas. Pero en cuanto yo abrí la carta, junto con el pastor, encontramos que la carta estaba sucia de tinta. ¿Era la venganza del diablo? Yo no puedo creer, que usted me haya enviado la carta sucia; porque usted sabe que yo no puedo ver bien. Al principio nosotros no pudimos leer la carta, pero después de poner el Crucifijo en la carta; nosotros tuvimos éxito leyéndola, aun cuando nosotros no éramos capaces de leer en letras pequeñas... "
(PADRE PIO DA PIETRELCINA: Epistolario I° (1910-1922) a cura di Melchiorre da Pobladura e Alessandro da Ripabottoni - Edizioni "Padre Pio da Pietrelcina" Convento S.Maria delle Grazie San Giovanni Rotondo - FG)

La carta al Padre Agostino del 13 de febrero, de 1913, "Ahora, que veintidós días han pasado, desde que Jesús permitió a los diablos para descargar su enojo sobre mí. Padre, en mi cuerpo todo se magulla de las palizas que yo he recibido en el presente por nuestros enemigos. En varias oportunidades, ellos me han quitado mi camisa incluso, y me han golpeado de una manera brutal"...
(PADRE PIO DA PIETRELCINA: Epistolario I° (1910-1922) a cura di Melchiorre da Pobladura e Alessandro da Ripabottoni - Edizioni "Padre Pio da Pietrelcina" Convento S.Maria delle Grazie San Giovanni Rotondo - FG)

La carta al Padre Benedetto de fecha 18 de marzo de 1913, "Estos diablos no dejan de pegarme, mientras que también me tumban de la cama. ¡Ellos igualmente me quitan mi camisa, para pegarme! Pero ahora ellos no me asustan ya. Jesús me ama, Él me alza a menudo y me pone en la cama"
(PADRE PIO DA PIETRELCINA: Epistolario I° (1910-1922) a cura di Melchiorre da Pobladura e Alessandro da Ripabottoni - Edizioni "Padre Pio da Pietrelcina" Convento S.Maria delle Grazie San Giovanni Rotondo - FG)

Satanás fue más allá de todos los límites de provocación, con el Padre Pío; hasta le dice que él era un penitente. Éste es el testimonio del Padre Pío: “Un día, mientras yo estaba oyendo las confesiones, un hombre vino al confesionario dónde yo estaba. Él era alto, guapo, vestia con algo de refinamiento y era amable y cortés. Comenzó a confesar sus pecados; los cuales, eran de cada tipo: contra Dios, contra el hombre y contra las morales. ¡Todos los pecados eran molestos! Yo estaba desorientado, por todos los pecados que él me dijo, yo respondí. Yo le traje la Palabra de Dios, el ejemplo de la Iglesia, la moral de los Santos, pero el penitente enigmático se opuso a mi palabras justificando, con habilidad extrema y cortesía, todo tipo de pecado. Él vació todas las acciones pecadoras y él intentó hacer normal, natural, y humanamente comprensible todas sus acciones pecadoras. Y esto no solamente para los pecados que eran repugnantes contra Dios, Nuestra Señora, y los Santos, él fué Rotundo sobre la argumentación, pero, que pecados morales tan sucios y ásperos. Las respuestas que él me dio con la delgadez experimentada y malicia me sorprendieron. Yo me pregunté: ¿quién es él? ¿De qué mundo viene él? Y yo intenté mirarlo bien, leer algo en su cara. Al mismo tiempo concentré mis oídos a cada palabra, para darle el juicio correcto que merecían. Pero de repente; a través de una luz vívida, radiante e interior yo reconocí claramente quién era él. Con autoridad divina yo le dije: diga…….”Viva Jesús por siempre” “Viva María eternamente” En cuanto yo pronuncié estos nombres dulces y poderosos, Satanás desapareció al instante en un goteo de fuego, mientras dejaba un hedor insoportable".

Don Pierino es sacerdote y uno de los hijos espirituales del padre Pío que estaban al mismo tiempo presentes. Fr. Pierino cuenta la historia: “Un día, el Padre Pío estaba en el confesionario, detrás de las cortinas. Las cortinas del confesionario no estaban cerradas totalmente y yo tuve la oportunidad de mirar al Padre Pío. Los hombres, mientras miraban los registros, se apartaron, todos en una sola fila. Del lugar dónde yo estaba, yo leía el Breviario, intentando siempre mirar al Padre. Por la puerta de la iglesia pequeña, entró un hombre. Él era guapo, con los ojos pequeños y negros, pelo canoso, con una chaqueta oscura y los pantalones bien arreglados. Yo no quise distraerme, y seguí recitando el breviario, pero una voz interior me dijo: "¡Detente y mira!”. Yo miraba al Padre Pío. Ese hombre, simplemente se detuvo delante del confesionario, después de que el penitente anterior se marchó. Él desapareció rápidamente entre las cortinas, mientras estaba de pie, delante del Padre Pío. Entonces yo no vi más al hombre cabello oscuro. Algunos minutos después, el hombre se hundió en el suelo con sus piernas ensanchadas. En la silla en el confesionario, de pronto ya no ví al Padre Pío, y en su lugar ví a Jesús, pero, Jesús era rubio, joven y guapo y miró fijamente al hombre, quien tuvo por tumba al suelo. Entonces de nuevo logré ver al Padre Pío que surgió otra vez. Él volvió para tomar su asiento en su mismo lugar y su apariencia emergió de la de de Jesús. Ahora podía ver claramente al Padre Pío. Yo oí su voz inmediatamente: "¡Dense prisa!” ¡Nadie notó este acontecimiento! Todos continuamos de nuevo en lo que estábamos”.

Fuente: padrepio

martes, 25 de octubre de 2011

ALGO MUY GRAVE EN LA ERA DEL HUMO DE SATANÁS

Vaticano propone un gobierno mundial para estabilizar el sistema financiero



Sandro Magister - ROMA, 24 de octubre de 2011 – Según el parecer del padre Thomas J. Reese, profesor en la Georgetown University de Washington y ex director de "America", el semanario de los jesuitas de Nueva York, el documento divulgado hoy por la Santa Sede "no sólo está más a la izquierda de Obama: está también más a la izquierda de los demócratas liberales y más próximo a los puntos de vista del movimiento 'Ocupar Wall Street' que de cualquiera de los miembros del Congreso estadounidense".

En efecto, el documento difundido el lunes 24 de octubre por el Pontificio Consejo "Justicia y Paz" invoca el advenimiento de un "mundo nuevo" que debería tener su bisagra en una autoridad política universal.

La idea no es inédita. Ya ha sido evocada en la encíclica "Pacem in terris" de Juan XXIII, del año 1963, y ya sido relanzada por Benedicto XVI en la encíclica "Caritas in veritate", del año 2009, en el parágrafo 67.

Pero la "Caritas in veritate" decía muchas otras cosas y el presagio de un gobierno mundial de la política y de la economía no era seguramente el centro.

Aquí, por el contrario, todo el documento gira en torno a esta idea, reclamada desde el título:

> "Por una reforma del sistema financiero y monetario internacional en la prospectiva de una autoridad pública con competencia universal"

Cuán utópico y cuán realista sea la invocación de tal gobierno supremo del mundo permite entreverlo el desorden general que nos describen diariamente las crónicas de la actual crisis económica y financiera.

Pero pertenece al ámbito de lo realista y viable un elemento específico de innovación auspiciado por el documento: los impuestos a las transacciones financieras, también llamado "Tobin tax [Impuesto Tobin]".

El documento dedica pocas líneas a esa propuesta. Y sabe que ésta se ve contrarrestada por fuertes y fundamentadas objeciones. Así como también se sabe que la sostienen economistas famosos, como Joseph Stiglitz y Jeffrey Sachs.

Pero al presentar el documento a la prensa, la Santa Sede ha decidido mostrarse resueltamente a favor del "Tobin tax", no sólo pidiendo "reflexionar sobre él", tal como se lee en el documento, sino respondiendo punto por punto a las objeciones y mostrando la viabilidad y la utilidad ya en lo inmediato.

Esta apología del "Tobin tax" ha sido confiada al economista Leonardo Becchetti, profesor en la Universidad de Roma "Tor Vergata". Él ha desarrollado su tarea con precisión y con gran cantidad de datos:

> "L'aspetto positivo delle crisi..."

Sobre la mesa de los jefes de gobierno del G-20, que se reunirán en Cannes, en Francia, el 3 y 4 de noviembre próximos, estará presente entonces esta clara postura de la Santa Sede a favor de la introducción del "Tobin tax", cuya recaudación "podrían contribuir a la constitución de una reserva mundial para sostener las economías de los países golpeados por la crisis".

Comentario: Es evidente que la “crisis financiera mundial” y afines sirven para enriquecer a pocos y empobrecer a muchos. Y es justo luchar contra tamaña injusticia. Lo terrible es que la use para justificar un Gobierno Mundial. Que seguramente vendrá y será de la mano de los grandes beneficiados de la crisis. Que precisamente no son cristianos. Y de eso al gobierno del anticristo, un paso. Temblemos. Mejor, oremos.

Fuente: Santa Iglesia Militante

sábado, 22 de octubre de 2011

SERMÓN DEL SANTO CURA DE ARS SOBRE LA COMUNIÓN


Panis quem ego dabo, caro mea est pro mundi vita.
El pan que os voy a dar, es mi propia carne para la vida del mundo.
(S. Juan., VI, 52.)

Si no nos lo dijese el mismo Jesucristo, ¿Quién de nosotros podría llegar a comprender el amor que ha manifestado a las criaturas, dándoles su Cuerpo adorable y su Sangre preciosa, para servir de alimento a las almas? ¡Caso admirable! Un alma tomar cómo alimento a su Salvador... ¡y esto no una sola vez, sino cuántas le plazca!... ¡Oh, abismo de amor y de bondad de Dios con sus criaturas!... Nos dice San Pablo que el Salvador, al revestirse de nuestra carne, ocultó su divinidad, y llevo su humillación hasta anonadarse. Pero, al instituir el adorable sacramento de la Eucaristía, ha velado hasta su humanidad, dejando sólo de manifiesto las entrañas de su misericordia. ¡Ved de lo que es capaz el amor de Dios con sus criaturas!... Ningún sacramento puede ser comparado con la Sagrada Eucaristía. Es cierto que en el Bautismo recibimos la cualidad de hijos de Dios Y, de consiguiente, nos hacemos participantes de su eterno reino; en la Penitencia, se nos curan las llagas del alma y volvemos a la amistad de Dios; pero en el adorable sacramento de la Eucaristía, no solamente recibimos la aplicación de su Sangre preciosa, sino además al mismo autor de la gracia. Nos dice San Juan que Jesucristo «habiendo amado a los hombres hasta el fin»( S.Juan., XIII, 1), halló el medio de subir al cielo sin dejar la tierra; tomo el pan en sus santas y venerables manos, lo bendijo y lo transformó en su Cuerpo; tomo el vino y lo transformó en su Sangre preciosa, y, en la persona de sus apóstoles, transmitió a todos los sacerdotes la facultad de obrar el mismo milagro cuántas veces pronunciasen las mismas palabras, a fin de que, por este prodigio de amor, pudiese permanecer entre nosotros, servirnos de alimento, acompañarnos y consolarnos. «Aquel, nos dice, que come mi carne y bebe mi sangre, vivirá eternamente; pero aquel que no coma mi carne ni beba mi sangre, no tendrá la vida eterna» (S.Juan., VI, 54-55.). ¡Oué felicidad la de un cristiano, aspirar a un tan grande honor cómo es el alimentarse con el pan de los Ángeles!... Pero ¡ay!, ¡cuan pocos comprenden esto!... Si comprendiésemos la magnitud de la dicha que nos cabe al recibir a Jesucristo, ¿no nos esforzaríamos continuamente en merecerla? Para daros una idea de la grandeza de aquella dicha, voy a exponeros: 1.° Cuán grande sea la felicidad del que recibe a Jesucristo en la Sagrada Comunión, y 2.° Los frutos que de la misma hemos de sacar.

I.-Todos sabéis que la primera disposición para recibir dignamente este gran sacramento, es la de examinar la conciencia, después de haber implorado las luces del Espíritu Santo; y confesar después los pecados, con todas las circunstancias que puedan agravarlos o cambiar de especie, declarándolos tal cómo Dios los dará a conocer el día en que nos juzgue. Hemos de concebir, además, un gran dolor de haberlos cometido, y hemos de estar dispuestos a sacrificarlo todo, antes que volverlos a cometer. Finalmente, hemos de concebir un gran deseo de unirnos a Jesucristo. Ved la gran diligencia de los Magos en buscar a Jesús en el pesebre; mirad a la Santísima Virgen; mirad a Santa Magdalena buscando con afán al Salvador resucitado.

No quiero tomar sobre mi la empresa de mostraros toda la grandeza de este sacramento, ya que tal cosa no es dada a un hombre; tan sólo el mismo Dios puede contaros la excelsitud de tantas maravillas; pues lo que nos causara mayor admiración durante la eternidad, será ver cómo nosotros, siendo tan miserables hemos podido recibir a un Dios tan grande. Sin embargo, para daros una idea de ello, voy a mostraros cómo Jesucristo, durante su vida mortal, no pasó jamás por lugar alguno sin derramar sus bendiciones en abundancia, de lo cual deduciremos cuan grandes y preciosos deben ser los dones de que participan los que tienen la dicha de recibirle en la Sagrada Comunión; o mejor dicho, quo toda nuestra felicidad en este mundo consiste en recibir a Jesucristo en la Sagrada Comunión; lo cual es muy fácil de comprender: ya que la Sagrada Comunión aprovecha no solamente a nuestra alma alimentándola, sino edemas a nuestro cuerpo, según ahora vamos a ver.

Leemos en el Evangelio que, por el mero hecho de entrar Jesús, aun recluido en las entrañas de la Virgen, en la casa de Santa Isabel, que estaba también encinta, ella y su hijo quedaron llenos del Espíritu Santo; San Juan quedo hasta purificado del pecado original, y la madre exclamó: «¿De dónde me viene una tal dicha cual es la que se digne visitarme la madre de mi Dios?» (Luc., I, 43.). Calculad ahora cuanto mayor será la dicha de aquel que recibe a Jesús en la Sagrada Comunión, no en su casa cómo Isabel, sino en lo más íntimo de su corazón; pudiendo permanecer en su compañía, no seis meses, cómo aquella, sino toda su vida. Cuando el anciano Simeón, que durante tantos años estaba suspirando por ver a Jesús, tuvo la dicha de recibirle en sus brazos, quedo tan emocionado y lleno de alegría, que, fuera de si, prorrumpió en transportes de amor. «¡Señor! exclamo, ¿qué puedo ahora desear en este mundo, cuando mis ojos han visto ya al Salvador del mundo?... Ahora puedo va morir en paz! (Luc., II, 29.) . Pero considerad aún la diferencia entre recibirlo en brazos y contemplarlo unos instantes, o tenerlo dentro del corazón...; ¡Dios mío!, ¡cuan poco conocemos la felicidad de que somos poseedores! ... Cuando Zaqueo, después de haber oído hablar de Jesús, ardiendo en deseos de verle, se vio impedido por la muchedumbre que de todas partes acudía, se encaramó en un árbol. Más, al verle el Señor, le dijo: «Zaqueo, baja al momento, puesto que hoy quiero hospedarme en tu casa» (Luc., XIX, 5.). Diose prisa en bajar del árbol, y corrió a ordenar cuántos preparativos le sugirió su hospitalidad para recibir dignamente al Salvador. Este, al entrar en su casa le dijo: «Hoy ha recibido esta casa la salvación». Viendo Zaqueo la gran bondad de Jesús al alojarse en su casa, dijo: «Señor, distribuiré la mitad de mis bienes a los pobres, y, a quienes haya yo quitado algo, les devolveré el duplo» (Luc., XIX,8). De manera que la sola visita de Jesucristo convirtió a un gran pecador en un gran santo, ya que Zaqueo tuvo la dicha de perseverar hasta la muerte. Leemos también en el Evangelio que, cuando Jesucristo entró en casa de San Pedro, este le rogó que curase a su suegra, la cual estaba poseída de una ardiente fiebre, Jesús mandó a la fiebre que cesase, y al momento quedó curada aquella mujer, hasta el punto que les sirvió ya la comida (Luc., IV, 38-39.). Mirad también a aquella mujer que padecía flujo de sangre; ella se decía: «Si me fuese posible, si tuviese solamente la dicha de tocar el borde de los vestidos de Jesús, quedaría curada»; y en efecto, al pasar Jesucristo, se arrojó a sus pies y sanó al instante (Math., IX, 20.). ¿Cual fue la causa porque el Salvador fue a resucitar a Lázaro, muerto cuatro días antes?...
Pues fue porque había sido recibido muchas veces en casa de aquel joven, con el cual le ligaba una amistad tan estrecha, que Jesús derramó lágrimas ante su sepulcro (Ioan., XI.). Unos le pedían la vida, otros la curación de su cuerpo enfermo, y nadie se marchaba sin ver conseguidos sus deseos. Ya podéis considerar cuan grande es su deseo de conceder lo que se le pide. ¿Que abundancia de gracias nos concedes, cuando Él en persona viene a nuestro corazón, para morar en el durante el resto de nuestra vida?. ! Cuánta felicidad la del que recibe la Sagrada Eucaristía con buenas disposiciones!... Quién podrá jamás comprender la dicha del cristiano que recibe a Jesús en su pecho, el cual desde entonces viene a convertirse en un pequeño cielo; él sólo es tan rico cómo toda la corte celestial.

Pero, me diréis, ¿por qué, pues, la mayor parte de los cristianos son tan insensibles e indiferentes a esa dicha hasta el punto de que la desprecian, y llegan a burlarse de los que ponen su felicidad en hacerse de ella participantes? -¡Ay!, Dios mío, ¿qué desgracia es comparable a la suya? Es que aquellos infelices jamás gustaron una gota de esa felicidad tan inefable. En efecto, ¡un hombre mortal, una criatura, alimentarse, saciarse de su Dios, convertirlo en su pan cotidiano!
¡Oh milagro de los milagros! ¡Amor de los amores! ... ¡Dicha de las dichas, ni aún conocida de los Ángeles!... ¡Dios mío! ¡Cuánta alegría la de un cristiano cuya fe le dice que, al levantarse de la Sagrada Mesa, llevase todo el cielo dentro de su corazón! ... ¡Dichosa morada la de tales cristianos!..., ¡Qué respeto deberán inspirarnos durante todo aquel día! ¡Tener en casa otro tabernáculo, en el cual habita el mismo Dios en cuerpo y alma! ...

Pero, me dirá tal vez alguno, si es una dicha tan grande el comulgar, ¿por que la Iglesia nos manda comulgar solamente una vez al año? -Este precepto no se ha establecido para los buenos cristianos, sino para los tibios o indiferentes, a fin de atender a la salvación de su pobre alma. En los comienzos de la Iglesia, el mayor castigo que podía imponerse a los fieles era el privarlos de la dicha de comulgar; siempre que asistían a la Santa Misa, recibían también la Sagrada Comunión. ¡Dios mío!, ¿cómo pueden existir cristianos que permanezcan tres, cuatro, cinco y seis meses sin procurar a su pobre alma este celestial alimento? ¡La dejan morir de inanición! ... ¡Dios mío cuánta ceguera y cuánta desdicha la suya¡... ¡Teniendo a mano tantos remedios para curarla, y disponiendo de un alimento tan a propósito para conservarle la salud!... Reconozcámoslo con pena, de nada se le priva a un cuerpo que, tarde o temprano, ha de morir y ser pasto de gusanos y, en cambio, menospreciamos y tratamos con la mayor crueldad a un alma inmortal, creada a imagen de Dios... Previendo la Iglesia el abandono de muchos cristianos, abandono que los llevaría hasta perder de vista la salvación de sus pobres almas, confiando en que el temor del pecado les abriría los ojos, les impuso un precepto en virtud del cual debían comulgar tres veces al año: por Navidad, por Pascua y por Pentecostés. Pero, viendo más tarde que los fieles se volvían cada día más indiferentes, acabó por obligarlos a cercarse a su Dios sólo una vez al año. ¡Oh, Dios mío!, ¡que ceguera, que desdicha la de un cristiano que ha de ser compelido por la ley a buscar su felicidad! Así es que, aunque no tengáis en vuestra conciencia otro pecado que el de no cumplir con el precepto pascual, os habréis de condenar. Pero decirme, ¿que provecho vais a sacar dejando que vuestra alma permanezca en un estado tan miserable?... Si hemos de dar crédito a vuestras palabras, estáis tranquilos y satisfechos; pero, decidme, ¿donde podéis hallarla esa tranquilidad y satisfacción? ¿Será porque vuestra alma espera sólo el momento en que la muerte va a herirla para ser después arrastrada al infierno? ¿Será porque el demonio es vuestro dueño y Señor? ¡Dios mío!, ¡cuánta ceguera, cuánta desdicha la de aquellos que han perdido la fe!

Además, ¿por que ha establecido la Iglesia el uso del pan bendito, el cual se distribuye durante la Santa Misa, después de dignificado por la bendición? Si no lo sabéis, ahora os lo diré. Es para consuelo de los pecadores, y al mismo tiempo para llenarlos de confusión. Digo que es para consuelo de los pecadores, porque recibiendo aquel pan, que está bendecido, se hacen en alguna manera participantes de la dicha que cabe a los que reciben a Jesucristo, uniéndose a ellos por una fe vivísima y un ardiente deseo de recibir a Jesús. Pero es también para llenarlos de confusión: en efecto, si no está extinguida su fe, ¿que confusión mayor que la de ver a un padre o a una madre, a un hermano o a una hermana, a un vecino o a una vecina, acercarse a la Sagrada Mesa, alimentarse con el Cuerpo adorable de Jesús, mientras ellos se privan a si mismos de aquella dicha? ¡Dios mío y es tanto más triste, cuanto el pecador no penetra el alcance de dicha privación! : Todos los Santos Padres están contestes en reconocer que, al recibir a Jesucristo en la Sagrada Comunión, recibimos todo genero de bendiciones para el tiempo y para la eternidad; en efecto, si pregunto a un niño: «¿Debemos tener ardientes deseos de comulgar?-Sí, Padre, me responderá. -Y ¿por qué?-Por los excelentes efectos que la comunión causa en nosotros. -Mas, ¿cuales son estos efectos?-Y el me dirá: la Sagrada Comunión nos une íntimamente a Jesús, debilita nuestra inclinación al mal, aumenta en nosotros la vida de la gracia, y es para los que la reciben un comienzo y una prenda de vida eterna.»

1.° Digo, en primer lugar, que la Sagrada Comunión nos une íntimamente a Jesús; unión tan estrecha es esta, que el mismo Jesucristo nos dice: «Quién come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en el; mi Carne es un verdadero alimento, y mi Sangre es verdaderamente una bebida» (Ioan., VI, 58-57) ; de manera que por la Sagrada Comunión la Sangre adorable de Jesús corre verdaderamente por nuestras venas, y su Carne se mezcla con nuestra carne; lo cual hace exclamar a San Pablo: «No soy yo quién obra y quién piensa; es Jesucristo que obra y piensa en mi. No soy yo Quién vive; es Jesucristo Quién vive en mí» (Gal., 11, 20.). Dice San León que, al tener la dicha de comulgar, encerramos verdaderamente dentro de nosotros mismos el Cuerpo adorable, la Sangre preciosa y la divinidad de Jesucristo. Y, decirme, ¿comprendéis toda la magnitud de una dicha tal? No, solo en el cielo nos será dado comprenderla. ¡Dios mío!, ¡una criatura enriquecida con tan precioso don!...

2.- Digo que, al recibir a Jesús en la Sagrada Comunión se nos aumenta la gracia. Ello es de fácil comprensión, ya que, al recibir a Jesús, recibimos la fuente de todas las bendiciones espirituales que en nuestra alma se derraman. En efecto, el que recibe a Jesús, siente reanimar su fe; quedamos más y más penetrados de las verdades de nuestra santa religión; sentimos en toda su grandeza la malicia del pecado y sus peligros el pensamiento del juicio final nos llena de mayor espanto, y la pérdida de Dios se nos hace más sensible. Recibiendo a Jesucristo, nuestro espíritu se fortalece; en nuestras luchas, somos más firmes, nuestros actos están inspirados por la más pura intención, y nuestro amor va inflamándose más y más. Al pensar que poseemos a Jesucristo dentro de nuestro corazón experimentamos inmenso placer, y esto nos ata, nos une tan estrechamente con la Divinidad, que nuestro corazón no puede pensar ni desear más que a Dios. La idea de la posesión perfecta de Dios llena de tal manera nuestra mente, que nuestra vida nos parece larga; envidiamos la suerte, no de aquellos que viven largo tiempo, sino de los que salen presto de este mundo para ir a reunirse con Dios para siempre. Todo cuanto es indicio de la destrucción de nuestro cuerpo nos regocija. Tal es el primer efecto que en nosotros causa la Sagrada Comunión, cuando tenemos nosotros la dicha de recibir dignamente a Jesucristo.

3.º Decimos también que la Sagrada Comunión debilita nuestra inclinación al mal, y ello se comprende fácilmente. La Sangre preciosa de Jesucristo corre por nuestras venas, y su Cuerpo adorable que se mezcla al nuestro, no pueden menos que destruir, o a lo menos debilitar en alto grado, la inclinación al mal; efecto del pecado de Adán. Es esto tan cierto que, después de recibir a Jesús Sacramentado, se experimenta un gusto insólito por las cosas del cielo al par que un gran desprecio de las cosas de la tierra. Decidme, ¿cómo podrá el orgullo tener entrada en un corazón que acaba de recibir a un Dios que, para bajar a él, se humilló hasta anonadarse?. Se atreverá en aquellos momentos a pensar que, de si mismo, es realmente alguna cosa?. Por el contrario, ¿habrá humillaciones y desprecios que le parezcan suficientes?. Un corazón que acaba de recibir a un Dios tan puro, a un Dios que es la misma santidad, ¿no concebirá el horror y la execración más firmes de todo pecado de impureza?. ¿No estará dispuesto a ser despedazado antes que consentir, no ya la menor acción, sino tan sólo el menor pensamiento inmundo?. Un corazón que en la Sagrada Mesa acaba de recibir a Aquel que es dueño de todo lo criado y que paso toda su vida en la mayor pobreza, que «no tenía ni donde reclinar su cabeza» santa y sagrada, si no era en un montón de paja; que murió desnudo en una Cruz; decidme: ¿ese corazón podrá aficionarse a las cosas del mundo, al ver cómo vivió Jesucristo?. Una lengua que hace poco ha sostenido a su Criador y a su Salvador, ¿se atreverá a emplearse en palabras inmundas y besos impuros?. No, indudablemente, jamás se atreverá a ello. Unos ojos que hace poco deseaban contemplar a su Criador, mas radiante que el mismo sol, ¿podrían, después de lograr aquella dicha, posar su mirada en objetos impuros?. Ello no parece posible. Un corazón que acaba de servir de trono a Jesucristo, ¿se atreverá a echarlo de sí, para poner en su lugar el pecado o al demonio mismo?. Un corazón que haya gozado una vez de los castos brazos de su Salvador, solamente en Él hallará su felicidad. Un cristiano que acaba de recibir a Jesucristo, que murió por sus enemigos, ¿podrá desear la venganza contra aquellos que le causaron algún daño?. Indudablemente que no; antes se complacerá en procurarles el mayor bien posible. Por esto decía San Bernardo a sus religiosos: «Hijos míos, si os sentís menos inclinados al mal, y más al bien, dad por ello gracias a Jesucristo, Quién os concede esta gracia en la Sagrada Comunión.»

4.º Hemos dicho que la Sagrada Comunión es para nosotros prenda de vida eterna, de manera que ello nos asegura el cielo; estas son las arras que nos envía el cielo en garantía de que un día será nuestra morada; y, aún más, Jesucristo hará que nuestros cuerpos resuciten tanto más gloriosos, cuanto más frecuente y dignamente hayamos recibido el suyo en la Comunión. ¡Si pudiésemos comprender cuanto le place a Jesús venir a nuestro corazón!... ¡Y una vez allí; nunca quisiera salir, no sabe separarse de nosotros, ni durante nuestra vida, ni después de nuestra muerte!-... Leemos en la vida de Santa Teresa que, después de muerta, se apareció a una religiosa acompañada de Jesucristo; admirada aquella religiosa viendo al Señor aparecérsele junto con la Santa, preguntó a Jesucristo por que se aparecía así. Y el Salvador contesto que Teresa había estado en vida tan unida a Él por la Sagrada Comunión, que ahora no sabía separarse de ella. Ningún acto enriquece tanto a nuestro cuerpo en orden al cielo, como la Sagrada Comunión.

¡Cuánta será la gloria de los que habrán comulgado dignamente y con frecuencia!... El Cuerpo adorable de Jesús y su Sangre preciosa, diseminados en todo nuestro cuerpo, se parecerán a un hermoso diamante envuelto en una fina gasa, el cual, aunque oculto, resalta más y más. Si dudáis de ello, escuchad a San Cirilo de Alejandría, Quién nos dice que aquel que recibe a Jesucristo en la Sagrada Comunión esta tan unido a Él, que ambos se asemejan a dos fragmentos de cera que se hacen fundir juntos hasta el punto de constituir uno sólo, quedando de tal manera mezclados y confundidos que ya no es posible separarlos ni distinguirlos. ¡Que felicidad la de un cristiano que alcance a comprender todo esto!... Santa Catalina de Siena, en sus transportes de amor exclamaba: «¡Dios mío! ¡Salvador mío! ¡que exceso de bondad con las criaturas al entregaros a ellas con tanto afán! ¡Y al entregaros, les dais también cuanto tenéis y cuanto sois! Dulce Salvador mío, decía ella, os conjuro a que rociéis mi alma con vuestra Sangre adorable y alimentéis mi pobre cuerpo con el vuestro tan precioso, a fin de que mi alma y mi cuerpo no sean más que para Vos, y no aspiren a otra cosa que agradaros y a poseeros». Dice Santa Magdalena de Pazzi que bastaría una sola Comunión, hecha con un corazón puro y un amor tierno, para elevarnos al más alto grado de perfección. La beata Victoria, a los que veía desfallecer en el camino del cielo, les decía : «Hijos míos, ¿por que os arrastráis así en las vías de salvación?. ¿Por que estáis tan faltos de valor para trabajar, para merecer la gran dicha de poderos sentar a la Sagrada Mesa y comer allí el Pan de los Ángeles que tanto fortalece a los débiles?. ¡Si supieseis cuanto endulza este pan las miserias de la vida!, ¡si tan sólo una vez hubieseis experimentado lo bueno y generoso que es Jesús para el que lo recibe en la Sagrada Comunión¡... Adelante, hijos míos, id a comer ese Pan de los fuertes, y volveréis llenos de alegría y de valor; entonces sólo desearéis los sufrimientos, los tormentos y la lucha para agradar a Jesucristo». Santa Catalina de Génova estaba tan hambrienta de este Pan celestial, que no podía verlo en las manos del sacerdote sin sentirse morir de amor: tan grande era su anhelo de poseerlo; y prorrumpía en estas exclamaciones: «Señor, ¡venid a mí! ¡Dios mío, venid a mi, que no puedo más! ¡Dios mío, dignaos venir dentro de mi corazón, pues no puedo vivir si Vos! ¡Vos sois toda mi alegría, toda mi felicidad, todo el aliento de mi alma!».

Si pudiésemos formarnos aunque fuese tan sólo una pequeña idea de la magnitud de una dicha tal, ya no desearíamos la vida más que para que nos fuese dado hacer de Jesucristo el pan nuestro de cada día. Nada serian para nosotros todas las cosas creadas, las despreciaríamos para unirnos sólo con Dios, y todos nuestros pasos, todos nuestros actos sólo se dirigirían a hacernos más dignos de recibirle.

II.-Sin embargo, si por la Sagrada Comunión tenemos la dicha de recibir todos esos dones, debemos poner de nuestra parte todo lo posible para hacernos dignos de ellos; lo cual vamos a ver ahora de una manera muy clara. Si pregunto a un niño cuales son las disposiciones necesarias para comulgar bien, esto es, para recibir dignamente el Cuerpo adorable y la Sangre preciosa de Jesucristo, a fin de que con el sacramento recibamos también las gracias que se conceden a los que se hallan en buenas disposiciones, me contestará: «Hay dos clases de disposiciones, unas que se refieren al alma y otras que se refieren al Cuerpo». Cómo Jesús viene al mismo tiempo a nuestro Cuerpo y a nuestra alma, hemos de procurar que uno y otra aparezcan dignos de un tal favor.

1.° Digo que la primera disposición es la que se refiere al cuerpo, o sea, estar en ayunas, no haber comido ni bebido nada, a partir de la medianoche. Si estáis en duda de si era o no medianoche cuando comisteis, tendréis que aplazar la Comunión para otro día (La opinión corriente entre los autores es, que únicamente la infracción cierta del ayuno natural obliga bajo pecado a abstenerse de la Sagrada Comunión (Nota del Trad.). A partir de la nueva disciplina, el agua natural no rompe el ayuno eucarístico.). Algunos se acercan a comulgar con esta duda; una tal conducta os expone a cometer un gran pecado, o a lo menos, a no sacar fruto alguno de vuestra Comunión, lo cual es siempre lamentable, sobre todo si fuese el ultimo día del tiempo pascual, de un jubileo o de una gran festividad; así pues debéis absteneros de ello, cualquiera que sea el pretexto. Hay mujeres que, antes de comulgar, no tienen reparo en probar la comida que han de dar a sus pequeñuelos, tomándola en la boca y soltándola en seguida, creyendo que así no quebrantan el ayuno. Desconfiad de este proceder, ya que es muy difícil practicar esto sin que deje de descender algo cuello abajo.

2.° Digo también que debemos presentarnos con vestidos decentes; no pretendo que sean trajes ni adornos ricos, más tampoco deben ser descuidados y estropeados: a menos que no tengáis otro vestido, habéis de presentaros limpios y aseados. Algunos no tienen con que cambiarse; otros no se cambian por negligencia. Los primeros en nada faltan, ya que no es suya la culpa, pero los otros obran mal, ya que ello es una falta de respeto a Jesús, que con tanto placer entra en su corazón. Habéis de venir bien peinados; con el rostro y las manos limpias; nunca debéis comparecer a la Sagrada Mesa sin calzar buenas o malas medias. Mas esto no quiere decir que apruebe la conducta de esas jóvenes que no hacen diferencia entre acudir a la Sagrada Mesa o, concurrir a un baile; no se cómo se atreven a presentarse con tan vanos y frívolos atavíos ante un Dios humillado y despreciado. ¡Dios mío, Dios mío, que contraste!...

La tercera disposición es la pureza del cuerpo. Llámase a este sacramento «Pan de los Ángeles», lo cual nos indica que, para recibirlo dignamente, hemos de acercarnos todo lo posible a la pureza de los Ángeles. San Juan Crisóstomo nos dice que aquellos que tienen la desgracia de dejar que su corazón sea presa de la impureza, deben abstenerse de comer el Pan de los Ángeles pues, de lo contrario, Dios los castigaría. En los primeros tiempos de la Iglesia, al que pecaba contra la santa virtud de la pureza se le condenaba a permanecer tres años sin comulgar; y si recaía, se le privaba de la Eucaristía durante siete años. Ello se comprende fácilmente, ya que este pecado mancha el alma y el cuerpo. El mismo San Juan Crisóstomo nos dice que la boca que recibe a Jesucristo y el cuerpo que lo guarda dentro de sí, deben ser más puros que los rayos del sol. Es necesario que todo nuestro porte exterior de, a los que nos ven, la sensación de que nos preparamos para algo grande.

Habréis de convenir conmigo en que, si para comulgar son tan necesarias las disposiciones del cuerpo, mucho más lo habrán de ser las del alma, a fin de hacernos merecedores de las gracias que Jesucristo nos trae al venir a nosotros en la Sagrada Comunión. Si en la Sagrada Mesa queremos recibir a Jesús en buenas disposiciones, es preciso que nuestra conciencia no nos remuerda en lo más mínimo, en lo que a pecados graves se refiere; hemos de estar seguros de que empleamos en examinar nuestros pecados el tiempo necesario para poderlos declarar con precisión; tampoco debe remordernos la conciencia respecto a la acusación que de aquellos hemos hecho en el tribunal de la Penitencia, y al mismo tiempo hemos de mantener un firme propósito de poner, con la gracia de Dios, todos los medios para no recaer; es preciso estar dispuesto a cumplir, en cuanto nos sea posible hacerlo, la penitencia que nos ha sido impuesta. Para penetrarnos mejor de la grandeza de la acción que vamos a realizar, hemos de mirar la Sagrada Mesa cómo el tribunal de Jesucristo, ante el cual vamos a ser juzgados.

Leemos en el Evangelio que, cuando Jesucristo instituyo el adorable sacramento de la Eucaristía, escogió para ello un recinto decente y suntuoso (Luc., XXII, 12.), para darnos a entender la diligencia con que debemos adornar nuestra alma con toda clase de virtudes, a fin de recibir dignamente a Jesucristo en la Sagrada Comunión. Y, aún más, antes de darles su Cuerpo adorable y su Sangre preciosa, levantose Jesús de la mesa y lavó los pies a sus apóstoles (Ioan., XIII, 4), para indicarnos hasta qué punto debemos estar exentos de pecado, aún de la más leve culpa, sin afección ni tan sólo al pecado venial. Debemos renunciar plenamente a nosotros mismos, en todo lo que no sea contrario a nuestra conciencia; no resistirnos a hablar, ni a ver, ni a amar en lo íntimo de nuestro corazón a los que en algo hayan podido ofendernos... Mejor dicho, cuando vamos a recibir el Cuerpo de Jesucristo en la Sagrada Comunión es preciso que nos hallemos en disposición de morir y comparecer confiadamente ante el tribunal de Jesús. Nos dice San Agustín: «Si queréis comulgar de manera que vuestro acto sea agradable a Jesús, es necesario que os halléis desligados de cuando le pueda disgustar en lo más mínimo»,... San Pablo nos encomienda a todos que purifiquemos más y más nuestras almas antes de recibir el Pan de los Ángeles, que es el Cuerpo adorable y la Sangre preciosa de Jesucristo» (Cor., XI. 28.); ya que, si nuestra alma no estar del todo pura, nos atraeremos toda suerte de desgracias en este mundo y en el otro. Dice San Bernardo: «Para comulgar dignamente, hemos de hacer cómo la serpiente cuando quiere beber. Para que el agua le aproveche, arroja primero su veneno. Nosotros hemos de hacer lo mismo cuando queramos recibir a Jesucristo, arrojemos nuestra ponzoña, que es el pecado, el cual envenena nuestra alma y a Jesucristo; pero, nos dice aquel gran Santo, es preciso que lo arrojemos de veras. Hijos míos, exclama, no emponzoñéis a Jesucristo en vuestro corazón».

Si, los que se acercan a la Sagrada Mesa sin haber purificado del todo su corazón, se exponen a recibir el castigo de aquel servidor que se atrevió a sentarse a la mesa sin llevar el vestido de bodas. El dueño ordenó a sus criados que le prendiesen, le atasen de pies y manos y le arrojasen a las tinieblas exteriores (Mal., XXII, 13). Asimismo, en la hora de la muerte dirá Jesucristo a los desgraciados que le recibieron en su corazón sin haberse convertido: «¿Por que osasteis recibirme en vuestro corazón, teniéndolo manchado con tantos pecados?». Nunca debemos olvidar que para comulgar es preciso estar convertido y en una firme resolución de perseverar. Ya hemos visto que Jesucristo, cuando quiso dar a los apóstoles su Cuerpo adorable y su Sangre preciosa, para indicarles la pureza con que debían recibirle, llegó hasta lavarles los pies. Con lo cual quiere mostrarnos que jamás estaremos bastante purificados de pecados veniales. Cierto que el pecado venial no es causa de que comulguemos indignamente; pero si lo es de que saquemos poco fruto de la Sagrada Comunión. La prueba de ello es evidente: mirad cuántas comuniones hemos hecho en nuestra vida; pues bien, ¿hemos mejorado en algo? -La verdadera causa está en que casi siempre conservarnos nuestras malas inclinaciones, de las cuales rara vez nos enmendamos. Sentimos horror a esos grandes pecados que causan la muerte del alma; pero damos poca importancia a esas leves impaciencias, a esas quejas que exhalamos cuando nos sobreviene alguna pena, a esas mentirillas de que salpicamos nuestra conversación: todo esto lo cometemos sin gran escrúpulo. Habréis de convenir conmigo en que, a pesar de tantas confesiones y comuniones, continuáis siendo los mismos y que vuestras confesiones, desde hace muchos años, no son más que una repetición de los mismos pecados, los cuales, aunque veniales, no dejan por esto de haceros perder una gran parte del mérito de la Comunión. Se os oye decir, y con razón, que no sois mejores ahora de lo que erais antes; más, ¿Quién os estorba la enmienda?... Si sois siempre los mismos, es ciertamente porque no queréis intentar ni un pequeño esfuerzo en corregiros; no queréis aceptar sufrimiento alguno, ni veis con gusto que nadie os contradiga; quisierais que todo el mundo os amase y tuviese en buena opinión, sin reparar que esto es muy difícil. Procuremos trabajar, para destruir todo cuanto pueda desagradar a Dios en lo más mínimo, y veremos cuan velozmente nuestras comuniones nos harán marchar por el camino del cielo; y cuanto más frecuentes y numerosas sean, más desligados nos veremos del pecado y más cercanos a nuestro Dios
.
Dice Santo Tomas que la pureza de Jesucristo es tan grande, que el menor pecado venial le impide unirse a nosotros con la intimidad que Él desearía. Para recibir plenamente a Jesús, es, pues, preciso poner en la mente y en el corazón una gran pureza de intención. Algunos, al comulgar, tienen los ojos fijos en el mundo, y piensan o bien que se los apreciara, o bien que se los despreciara: actos realizados de esta suerte poca cosa valen. Otros comulgan por costumbre o rutina en determinados dial o festividades. Estas son unas comuniones muy pobres, puesto que les falta pureza de intención.

Los motivos que han de llevarnos a la Sagrada Mesa, son: 1.° Porque Jesucristo nos lo ordena, bajo pena de no alcanzar la vida eterna ; 2.° La gran necesidad que de la Comunión tenemos para fortalecernos contra el demonio; 3°. Para desligarnos de esta vida y unirnos más y más a Dios. Decimos que para tener la gran dicha de recibir a Jesucristo, dicha tan grande que con ella llegamos a causar envidia a los Ángeles... (ellos pueden amarle y adorarle cómo nosotros, pero no pueden recibirle cual le recibimos nosotros, privilegio que en alguna manera nos coloca en un nivel superior a los Ángeles)... Considerando esto, huelga ponderar la pureza y el amor con que debemos presentarnos a recibir a Jesús. Hemos de comulgar con la intención de recibir las gracias de que estamos necesitados. Si nos falta la paciencia, la humildad, la pureza, en la Sagrada Comunión hallaremos todas estas virtudes y las demás que a un cristiano le son necesarias. 4.- Hemos de acercarnos a la Sagrada Mesa para unirnos a Jesús, a fin de transformarnos en Él, lo cual acontece a todos los que le reciben santamente. Si comulgamos frecuente y dignamente, nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestros pasos y nuestras acciones, se encaminan al mismo objeto que los de Jesucristo cuando moraba aquí en la tierra. Amamos a Dios, nos conmovemos ante las miserias espirituales y hasta temporales del prójimo, evitamos el poner afición a las cosas de la tierra; nuestro corazón y nuestra mente no piensan ni suspiran más que por el cielo.

Para hacer una buena Comunión, es preciso tener una viva fe en lo que concierne a este gran misterio; siendo este Sacramento un «misterio de fe», hemos de creer con firmeza que Jesucristo está realmente presente en la Sagrada Eucaristía, y que está allí vivo y glorioso cómo en el cielo. Antiguamente, el Sacerdote, antes de dar la Sagrada Comunión, sosteniendo en sus dedos la Santa Hostia, decía en alta voz: « ¿Creéis que el Cuerpo adorable y la Sangre preciosa de Jesucristo están verdaderamente en este Sacramento? ». Y entonces respondían a coro los fieles: «Si, lo creemos» (S. Ambrosio, De Sacramentts, lib. IV, cap. 5.). ¡Qué dicha la de un cristiano, sentarse a la mesa de las vírgenes y comer el Pan de los fuertes!...Nada hay que nos haga tan temibles al demonio cómo la Sagrada Comunión, y aún más, ella nos conserva no sólo la pureza del alma sino también la del cuerpo. Ved lo que aconteció a Santa. Teresa: se había hecho tan agradable a Dios recibiendo tan digna y frecuentemente a Jesús en la Comunión, que un día se le apareció Jesucristo, y le dijo que le complacía tanto su conducta que, si no existiese el cielo, crearía uno exclusivamente para ella. Vemos en su vida que un día, fiesta de Pascua, después de la Sagrada Comunión, quedó tan enajenada en sus arrobamientos de amor a Dios que, al volver en si, encontrose la boca llena de sangre de Jesús, que parecía salir de sus venas; lo cual le comunicó tanta dulzura y delicia que creyó morir de amor. «Vi, dice ella, a mi Salvador, y me dijo: Hija mía, quiero que esta Sangre adorable que te causa un amor tan ardiente, se emplee en tu salvación; no temas que jamás haya de faltarte mi misericordia. Cuando derramé mi sangre preciosa, sólo experimenté dolores y amarguras; más tú, al recibirla, experimentarás tan sólo dulzura y amor ». En muchas ocasiones, cuando la Santa comulgaba bajaba del cielo una multitud de Ángeles, que hallaba sus delicias en unirse a ella para alabar al Salvador que Teresa guardaba encerrado en su corazón. Muchas veces viose a la Santa sostenida por los Ángeles, en una alta tribuna, junto a la Sagrada Mesa.

¡Oh!, si una sola vez hubiésemos experimentado la grandeza de esta felicidad, no tendríamos que vernos tan instados para venir a hacernos participes de la misma. Santa Gertrudis pregunto un día a Jesús que era preciso hacer para recibirle de la manera más digna posible. Jesucristo le contestó que era necesario un amor igual al de todos los santos juntos, y que el sólo deseo de tenerlo sería ya recompensado. ¿Queréis saber cómo debéis portaros cuando vais a recibir al Señor: Durante el tiempo de preparación, conversad con Jesús, el cual reina ya en vuestro corazón; pensad que va a bajar sobre el altar, y que de allí vendrá a vuestro corazón para visitar a vuestra alma y enriquecerla con toda clase de dones y prosperidades. Debéis acudir a la Santísima Virgen, a los Ángeles y a los santos, a fin de que todos rueguen a Dios, y os alcancen la gracia de recibirle lo más dignamente posible. Aquel día habéis de acudir con gran puntualidad a la Santa Misa y oírla con más devoción que nunca. Nuestra mente y nuestro corazón debieran mantenerse siempre al pie del tabernáculo, anhelar constantemente la llegada de tan feliz momento, y no ocupar los pensamientos en nada terreno, sino solamente en los del cielo, quedando tan abismados en la contemplación de Dios que parezcan muertos para el mundo. No habéis de dejar de poseer vuestro devocionario o vuestro rosario, y rezar con el mayor fervor posible las oraciones adecuadas, a fin de reanimar en vuestro corazón la fe, la esperanza y un vivo amor-a Jesús, Quién dentro de breves momentos va a convertir vuestro corazón en su tabernáculo o, si queréis, en un pequeño cielo. ¡Cuanta felicidad, cuánto honor, Dios mío, para unos miserables cual nosotros! También hemos de testimoniarle un gran respeto. ¡Un ser tan indigno y pequeño!... Pero al mismo tiempo abrigamos la confianza de que se apiadará, a pesar de todo, de nosotros. Después de haber rezado las oraciones indicadas, ofreced la comunión por vosotros y por los demás, según vuestras particulares intenciones; para acercaros a la Sagrada Mesa, os levantaréis con gran modestia, indicando así que vais a hacer algo grande; os arrodillaréis y, en presencia de Jesús Sacramentado, pondréis todo vuestro esfuerzo en avivar la fe, a fin de que por ella sintáis la grandeza y excelsitud de vuestra dicha. Vuestra mente y vuestro corazón deben estar sumidos en el Señor. Cuidad de no volver la cabeza a uno y otro lado, y, con los ojos medio cerrados y las manos juntas, rezaréis el “Yo pecador”. Si aun debieseis aguardaros algunos instantes, excitad en vuestro corazón un ferviente amor a Jesucristo, suplicándole con humildad que se digne venir a vuestro corazón miserable.

Después que hayáis tenido la inmensa dicha de comulgar, os levantaréis con modestia, volveréis a vuestro sitio, y os pondréis de rodillas, cuidando de no tomar enseguida el libro o rosario; ante todo, deberéis conversar unos momentos con Jesucristo, al que tenéis la dicha de albergar en vuestro corazón, donde, durante un cuarto de hora, está en cuerpo y alma como en su vida mortal. ¡Oh felicidad infinita! ¡quien podrá jamás comprenderla!... ¡Ay! ¡ cuán pocos penetran su alcance!... Después de haber pedido a Dios todas las gracias que para vosotros y para los demás deseáis, podéis tomar vuestro devocionario. Habiendo ya rezado las oraciones para después de la comunión, llamaréis en vuestra ayuda a la Santísima Virgen, a los ángeles y a los santos, para dar juntos gracias a Dios por el favor que acaba de dispensaros. Habéis de andar con mucho cuidado en no escupir, a lo menos hasta después de haber transcurrido cosa de media hora desde la Comunión. No saldréis de la Iglesia al momento de terminar la Santa Misa, sino que os aguardaréis algunos instantes para pedir al Señor fortaleza en cumplir vuestros propósitos. Al salir del templo, no os detengáis conversando con los amigos; sino que, pensando en la dicha que os cabe albergar a Jesús en vuestro pecho, os encaminaréis a vuestra casa. Si os queda durante el día algún rato libre, lo emplearéis en la lectura de algún libro devoto, o bien practicando la visita al Santísimo Sacramento, para agradecerle la gracia que os ha dispensado por la mañana, procurando, al mismo tiempo, ocuparos lo menos posible de los negocios del mundo. Debéis, finalmente, ejercer gran vigilancia sobre vuestros pensamientos, palabras y acciones, a fin de conservar la gracia de Dios todos los días de vuestra vida.

¿Qué deberemos sacar de aquí?...No otra cosa sino una firme convicción de que toda nuestra dicha consiste en llevar una vida digna de recibir con frecuencia a Jesús en nuestro pecho, ya que así podemos confiadamente esperar el cielo, que a todos deseo...

San Juan Bta. Mª Vianney (Cura de Ars)

viernes, 21 de octubre de 2011

SANTA URSULA - 21 DE OCTUBRE


SANTA ÚRSULA
y Compañeras,
Mártires

Patrona de la educación católica (en especial la dedicada a las niñas); maestros y educadores; estudiantes..

Santa Úrsula, hija de un rey de Inglaterra, y once mil vírgenes, compañeras suyas, fueron embarcadas en Londres por orden del tirano Máximo para ser transportadas a Bretaña, donde debían ser casadas con los soldados que habían conquistado a ese país. Sorprendidas por una tempestad, fueron arrojadas en las costas de la Germania. Allí dieron con unos piratas que quisieron hacerlas víctimas de sus pasiones; pero ellas, animadas por Úrsula, prefirieron morir a dejarse arrebatar su virginidad.

MEDITACIÓN
SOBRE SANTA ÚRSULA

I. Santa Úrsula exhorta a sus compañeras a morir antes que consentir en la pérdida de la castidad. Su ejemplo las anima más que sus palabras. Mueren todas, pero mueren castas e inocentes. Aprende de esto a renunciar a la vida que te es común con las bestias, antes que perder la pureza que te hace semejante a los ángeles, y la gracia que hace de nosotros hijos adoptivos de Dios. ¡Antes morir que mancharse! que ésta sea tu divisa; y, siguiendo el ejemplo de Santa Úrsula, inspira los mismos sentimientos a los que están bajo tu guía.

II. Entre estas once mil vírgenes, una hubo que careció de valor: escondiose para evitar la muerte. Nada es perfecto en este mundo, preciso es que haya sombras y faltas; existen hombres imperfectos en los monasterios más santos y en las congregaciones más fervorosas. Que aquél que está en pie se cuide de no caer. Humíllate: San Pedro negó a Jesucristo. Judas lo traicionó: ¡los dos sin embargo eran apóstoles!

III. De once mil vírgenes, una sola rehúye el martirio. En la vida religiosa, por un imperfecto y un tibio, se encuentra a varios fervorosos y excelentes servidores de Dios. Y, todavía, esta virgen, llamada Córdula, animada por el generoso ejemplo de sus compañeras, salió al día siguiente de su escondite y sufrió ella también el martirio. Tal es la ventaja que se obtiene de la compañía de personas virtuosas: se cae con menor frecuencia, uno levántase con mayor rapidez, hasta se aprovecha de las caídas para redoblar el fervor. Si estás tú imposibilitado de evitar ocasiones de ofender a Dios, vela sobre ti con mayor cuidado. En la vida religiosa, el hombre vive una vida más pura, cae más raramente, levántase más rápido y avanza con más precaución (San Bernardo).


La caridad.
Orad por la Orden de las Ursulinas.

ORACIÓN

Señor, Dios nuestro, concedednos la gracia de celebrar las victorias de Santa Úrsula y sus compañeras, mártires, con devoción duradera, a fin de que, si no podemos rendirles todo el honor que ellas merecen, por lo menos les presentemos nuestros humildes homenajes. Por J. C. N. S.

Fuente: Tradición Católica.com

LA EVOLUCIÓN: UNA SUPERSTICIÓN QUE SE DERRUMBA


«Creo que algún día el mito darwinista será considerado como el más grande engaño en la historia de la ciencia».

Soren Lovtrup


Como todo el mundo sabe, la hipótesis evolucionista-darwinista postula que todos los seres vivos, vegetales y animales –incluido el hombre– se habrían originado a partir de una, o unas pocas, formas vivientes originales, por transformaciones sucesivas –lentas y graduales– en el curso de millones de años, gracias a modificaciones producidas al azar en la información genética (mutaciones), sumadas a la acción de la selección natural.
Desde la bacteria al hombre, digamos, sin solución de continuidad.
Ahora bien, si esto fuera cierto, como nos enseñan desde la cuna hasta la tumba, la primera predicción que uno haría a partir de esta hipótesis es que deberían existir innumerables formas de transición entre todos los seres vivientes. Una suerte de abanico sin fisuras que conectara todas las especies vegetales y animales. De hecho, no habría especies.
Toda la taxonomía, es decir, las clasificaciones de los seres vivos (tipo, clase, orden, etc.) que realizan los naturalistas se basa, precisamente, en que hay especies y hay espacios. Es decir, que existen seres que podemos agrupar según ciertas semejanzas morfológicas o moleculares, y brechas o espacios vacíos que permiten dicha agrupación. En otras palabras, que no existen los seres intermedios que llenarían dichos espacios.
Naturalmente, dicen los científicos darwinistas. Lo que sucede es que esos seres intermedios eran “poco aptos” para la lucha por la existencia y no sobrevivieron.
Pero, ¿quiere decir entonces que alguna vez existieron?
¡Por supuesto! Toda la hipótesis darwinista depende de eso. Y ahí están los restos fósiles que demuestran su existencia en el remoto pasado.
Cabe señalar que en este asunto de los fósiles, los darwinistas han resultado ser mucho más darwinistas que el propio Darwin, porque si éste dedicó todo un capítulo de El Origen de las Especies al tema de los fósiles, no fue ciertamente porque estos demostraban la existencia de seres intermedios en el pasado sino justamente porque no los demostraban.
En otras palabras, no escapó al agudo ojo de Darwin que el registro fósil estaba en franca contradicción con su hipótesis. Pero zafó, diciendo que ello era debido a la imperfección del registro fósil. Para luego agregar que estos fósiles intermedios serían ciertamente encontrados en el futuro.
Pues bien, han pasado más de 150 años desde aquella predicción y millones de fósiles abarrotan los museos de ciencias naturales de todo el mundo. Millones de fósiles representativos de aproximadamente 250.000 especies han sido minuciosamente estudiados y clasificados en sus respectivos grupos taxonómicos, y, sin embargo, el testimonio unánime de la Paleontología es que los fósiles intermedios –postulados por la hipótesis evolucionista– son tan conspicuos por su ausencia hoy como lo eran en la época de Darwin.
Permítaseme insistir en este punto, pues la propaganda evolucionista ha sido y es tan abrumadora, que ha creado una verdadera “realidad virtual”, hasta el punto que la inmensa mayoría de las personas no especializadas y muchas de las especializadas, asocian inconscientemente fósiles con evolución, en el sentido de pensar que los fósiles constituyen uno de los fundamentos más sólidos de esta teoría, cuando es exactamente lo contrario. El registro fósil no sólo no demuestra la teoría evolucionista, sino que constituye su más categórica refutación.
George Gaylord Simpson, uno de los grandes líderes del evolucionismo en el siglo XX, decía:

«Sigue siendo cierto, como todo paleontólogo sabe, que la mayoría de las nuevas especies, géneros y familias, y prácticamente todas las categorías por encima del nivel de las familias, aparecen en el registro fósil súbitamente y no se derivan de otras, por secuencias de transición graduales y continuas»[1]

David Kitts, paleontólogo de la Universidad de Oklahoma y discípulo de Simpson, expresa que:

«A pesar de la brillante promesa de que la paleontología proporciona el medio de ‘ver’ la evolución, ha presentado algunas desagradables dificultades para los evolucionistas, la más notoria de las cuales es la presencia de ‘brechas’ en el registro fósil. La evolución requiere formas intermedias, y la paleontología no las proporciona».[2]

Steven Stanley, paleontólogo de la John Hopkins, dice que:

«El registro fósil conocido no puede documentar un solo ejemplo de evolución filética que verifique una sola transición morfológica importante»[3]

¡Un solo ejemplo! Debería haber millones.
Tom Kemp, que es el Curador del Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Oxford, expresa que:

«Como es ahora bien conocido, la mayoría de las especies fósiles aparecen instantáneamente en el registro fósil, persisten por millones de años virtualmente inalteradas, y desaparecen abruptamente»[4]

David Raup, que es el Jefe del Departamento de Paleontología del Museo Field de Historia Natural de Chicago donde se alberga la colección de fósiles más grande del mundo, por su parte, en un memorable artículo escrito en 1979 en el boletín del museo, titulado “Conflicts Between Darwin and Paleontology”, luego de expresar que la gente está en un error cuando cree que los fósiles constituyen un argumento en favor del evolucionismo, y luego de insistir en la definitiva ausencia de fósiles intermedios, dice que “irónicamente hoy tenemos menos ejemplos de formas de transición que en la época de Darwin”.[5]
La ironía de Raup se refiere, entre otros, al caso del famoso Archeoptéryx, mostrado durante varios años como un ser de transición entre los reptiles y las aves, y aceptado hoy como verdadera ave, y también a la no menos famosa –y fantasiosa– serie de la “evolución del caballo”, que ya ni los mismos evolucionistas se atreven a mencionar.
Como vemos, no sólo está sólidamente documentada la aparición y desaparición abrupta de las especies fósiles, sin formas de transición que los conecten, como así también la inexistencia de estructuras “nacientes” (esbozos de órganos), que debieran necesariamente existir, sino que además el registro fósil nos demuestra categóricamente la “estasis” de las especies, es decir, la completa ausencia de cambios significativos en los fósiles durante millones y millones de años.
Vale decir que no sólo la presencia de organismos intermedios está refutada sino que la ausencia de cambios está demostrada.
En vista de esta realidad –no cuestionada por ningún paleontólogo– es sencillamente increíble que todavía se nos diga que los fósiles constituyen una evidencia en favor de la evolución.
Pero veamos lo que sostiene nada menos Niles Eldredge, paleontólogo del Museo Americano de Historia Natural de New York, que es más increíble todavía. Dice Eldredge:

«Nosotros, los paleontólogos, hemos dicho que la historia de la vida (evidenciada por los fósiles) respalda (el argumento del cambio adaptativo gradual) sabiendo todo el tiempo que no era así».[6]

¡“Sabiendo todo el tiempo que no era así”! ¿Cómo se explica esto?
Eldredge refiere que ello se debe, en primer lugar, al hecho de que en este tema se haya buscado siempre “evidencia positiva” (formas de transición), y que la estasis (ausencia de cambios) haya sido considerada no como evidencia negativa sino como ausencia de evidencia –es decir, como un fracaso para encontrarla– y también, definitivamente, al problema que representa la obtención de un doctorado en paleontología, debido a la coacción de la comunidad académica en favor del evolucionismo.
Muchos darwinistas, con una fe que no conoce de flaquezas, insisten en que Darwin proveerá, y que los fósiles intermedios algún bendito día aparecerán. Todo es cuestión de seguir cavando...
Otros, ante la inminencia del naufragio, han optado por abandonar el barco que se hunde y no hablan más de los fósiles. Algunos, como Mark Ridley –profesor de Zoología en Oxford– llegan incluso a decir que «ningún verdadero evolucionista se vale del registro fósil como evidencia a favor de la teoría de la evolución» (!) [7]
Y otros, finalmente, como Stephen Jay Gould, Niles Eldredge y Steven Stanley, ante la obvia y categórica ausencia de fósiles intermedios (no sólo no hallados sino, además, imposibles de concebir), han optado por reformular la hipótesis darwinista del cambio gradual por la hipótesis del cambio brusco o saltatorio, que llaman «teoría del equilibrio puntuado».
En realidad, dicen estos autores, no es que los fósiles intermedios no hayan sido encontrados sino que ¡jamás existieron! Vale decir, que las especies se habrían transformado bruscamente en otras, sin series graduales de transición.[8]
Lo cual demuestra una vez más el carácter esencialmente dialéctico y no empírico de la hipótesis evolucionista.
Ya que si uno le pregunta a cualquier darwinista de estricta observancia, porqué no vemos las especies transformarse, nos responderá que ello se debe a que dicha transformación es un fenómeno muy lento. Pero ahora, los propugnadores del equilibrio puntuado (sin dejar de asumirse como fieles darwinistas) nos dicen que los fósiles intermedios no existieron, justamente porque dicha transformación fue un fenómeno muy rápido (!)
Es decir, que no importa cuál sea la evidencia (empírica), la hipótesis darwinista siempre tiene alguna explicación (dialéctica).
Y ésta es precisamente la mejor demostración de que no se trata de una teoría científica.
“Explica” cualquier cosa, como diría Popper.
No por nada, el Dr. Cyril Darlington –profesor hasta su muerte en Oxford y un conocido experto en el tema– ha dicho que: «El darwinismo comenzó como una teoría que podía explicar la evolución por medio de la selección natural, y terminó como una teoría que puede explicar la evolución como a uno mejor le guste».[9]
Es cierto que los autores arriba citados (Gould, Eldredge) son considerados un tanto “heréticos” por los darwinistas clásicos (y lo son, efectivamente, por cuanto Darwin consideraba el gradualismo como algo absolutamente esencial para su teoría). Pero, ¿y qué proponen estos últimos para explicar la ausencia de fósiles intermedios? ¿Seguir cavando, acaso? ¿O seguir afirmando lo que saben que no es cierto?
Vale la pena destacar que Gould y compañía han propuesto la teoría del equilibrio puntuado forzados por la necesidad de tener que explicar de alguna forma la ausencia de fósiles intermedios, ya que, de haberse encontrado dichos fósiles, jamás se hubiera propuesto esta hipótesis.
De manera que, para estos autores, la evidencia para su hipótesis sería una ausencia de evidencia (!)
Evidencia es lo que se ve. Pero en este caso es, justamente, lo que no se ve.
Mucho me temo que si seguimos a este paso vamos a terminar todos en un manicomio.
Y esto sucede porque la génesis del darwinismo no radica primariamente en la Biología sino en la Sociología. No es una teoría empírica sino dialéctica. No se basa en la experimentación sino en la especulación.
No es una inducción nacida de la observación sino una deducción basada en una cosmovisión.
Es la visión malthusiana extendida a toda la naturaleza. O, para decirlo con mayor exactitud, es la proyección sobre esta última del “sistema manchesteriano”, producto de la cosmovisión liberal del “laissez-faire”, esto es, del capitalismo competitivo y salvaje. Como lo han señalado ya Spengler, Nietzsche, Gould, Eldredge, S. Barnett, Von Bertalanffy, John M. Smith, Marx, Engels, Bernard Shaw, Arthur Koestler, Loren Eiseley, Fred Hoyle , C. C. Gillespie, y tantísimos otros.
Una visión utilitarista, mezquina, materialista y gris de la naturaleza, cuando en ella predomina justamente lo contrario: la prodigalidad –llevada hasta el despilfarro– la cooperación, la abundancia, la armonía, la belleza.
Visión que ha retardado el progreso de la Biología, al igual que ha producido una declinación de la integridad científica –reemplazando el rigor de la especulación científica por la divagación irresponsable, cuando no por el fraude liso y llano. Y, lo que es más grave aún, que ha hecho perder el sentido del asombro ante las maravillas de la naturaleza, y el sentido de la reverencia ante el misterio.
Visión estéril y esterilizante que ha degradado –intelectual, moral y estéticamente- al hombre, y que ya va siendo hora de que sea arrojada al cajón de los desperdicios históricos, para que las nuevas generaciones puedan crecer libres del prejuicio darwinista y recuperar el sentido de la verdadera Ciencia –como conocimiento por sus causas– frente a la pseudociencia darwinista, que pretende que todo diseño, toda armonía, toda perfección, toda belleza, es un producto ciego del azar y de la lucha despiadada por la satisfacción de nuestros instintos por el sexo y la pitanza.

Dr. Raul O. Leguizamón

Notas:
[1] G. G. Simpson, The Major Features of Evolution, Columbia U. Press, 1953, p. 360
[2] David Kitts, «Paleontology and Evolutionary Theory», Evolution, 28: 467, 1974.
[3] Steven Stanley, Macroevolution: Pattern and Process, Freeman and Co. San Francisco, 1979.
[4] Tom Kemp, New Scientist, Vol. 108, Diciembre 5, 1985, p. 67.
[5] David Raup, Bulletin, 50 (1): 25, 1979.
[6] Niles Eldredge, Time Frames, Heineman, 1986, p. 144.
[7] Mark Ridley, New Scientist, Vol. 90 (Junio 25, 1981), p. 831.
[8] S. J. Gould y Niles Elredge, Paleobiology, Junio-Julio, 1977.
[9] C. D. Darlington, The Origin of Darwinism, Scie. Am. Mayo de 1959, 200:5, p. 60.

Más artículos y conferencias en mp3, en nuestra sección sobre Evolución y Evolucionismo.

Fuente: Stat Veritas

lunes, 17 de octubre de 2011

INDIGNADOS ITALIANOS DESTROZAN UNA IGLESIA

El cardenal había dado órdenes de abrir las puertas de San Juan de Letrán para que pudieran resguardarse los manifestantes pacíficos que estaban entre dos fuegos


La versión italiana del grupo organizado de ultraizquierda, radical y antisistema, al que se conoce como "indignados", asaltó ayer una céntrica iglesia de Roma. Se trata de la parroquia de los Santos Marcelino y Pedro en Laterano (Santi Marcellino e Pietro al Laterano), ubicada en la Via Merulana, esquina Via Labicana, a pocos metros de la Basílica Mayor de San Juan de Letrán.

Grupos violentos de los "indignados" han asaltado la parroquia de San Marcelino y Pedro, cerca de San Juan de Letrán. Destruyeron una imagen de la Virgen y un crucifijo. Las revueltas también se ha cobrado un edificio del Ministerio de Defensa que los "indignados" han arrasado tras prender fuego a dos plantas. También han ardido varios furgones policiales. Grupos de encapuchados asaltaron varias tiendas, sucursales bancarias y una agencia de trabajo temporal. La marcha de los "indignados" en Roma se convirtió ayer en una batalla campal con decenas de heridos -incluyendo alrededor de 30 policías- y numerosos daños materiales.

Los enfrentamientos en la zona de San Juan de Letrán

En su furia ciega, grupos violentos de los "indignados" fijaron su atención en una parroquia cerca de San Juan de Letrán: la iglesia de los Santos San Marcelino y Pedro, entre la Via Merulana y la Via Labicana. Los bloques negros (1) trataron de derribar la puerta de la iglesia, destruyendo a continuación algunos ornamentos sagrados de la casa parroquial, ha señalado el portavoz del Vicariato de Roma, el Padre Walter Insero. En la parroquia, en el momento del asalto no había fieles, pero estaba el párroco, Padre Pino Ciucci, junto con varios sacerdotes. "Estoy desconcertado", dijo el portavoz. "Hemos visto estallar la protesta por las ventanas de la parroquia".



Los jóvenes encapuchados", relata el portavoz, "han tirado abajo la puerta de la sala utilizada para el Catecismo, entraron, pusieron un cartel y destruyeron todo lo que había dentro. Tomaron una imagen de Nuestra Señora de Lourdes y un crucifijo, los sacaron a la calle y los han destrozado. Un acto blasfemo de profanación que no tiene ningún sentido. También trataron de romper la puerta de la iglesia, pero por suerte no pudieron. Luego se dirigieron a San Juan de Letrán".

"No esperábamos actos tan violentos contra símbolos religiosos", reconoció Don Insero, "ni esperábamos una situación tan grave, incluso se han tomado medidas preventivas y la basílica de San Juan y las zonas aledañas han sido cerradas".

"Condenamos sin vacilación el acto blasfemo de ultrajar y destruir la imagen de la Virgen y el crucifijo de la parroquia de San Marcelino. De esta forma, la protesta ha perdido todo su sentido democrático y de hacer propuestas", han manifestado conjuntamente las ACLI (Associazioni Cristiane Lavoratori Italiani) de Roma, Unitalsi y CEIS (que fue fundada por Don Mario Picchi), sobre los enfrentamientos entre la policía y el bloque negro.


"No podemos permitir a nadie -continúa el comunicado- convertir una manifestación en un ataque contra imágenes sagradas y en una destrucción sistemática de la ciudad. Estos sucesos deben hacernos reflexionar sobre el clima de tensión que ha conquistado sobre todo a los jóvenes".



"Estos actos de violencia hieren la fe de los creyentes de Roma, ofenden los sentimientos religiosos de todos los romanos. Estoy consternado, triste, muy preocupado por lo que está sucediendo. Es un 'shock' ver estas escenas de guerrilla", ha dicho el vicario de Roma, el cardenal Agostino Vallini, sobre las revueltas en la marcha de los "indignados". En los momentos más dramáticos de los enfrentamientos el cardenal había dado órdenes de abrir las puertas de San Juan de Letrán para que pudieran resguardarse los manifestantes pacíficos que estaban entre dos fuegos, entre las fuerzas del orden y los violentos. Mientras, los seminaristas han distribuido agua y prestado los primeros auxilios a quienes lo necesitaban.


(1) Un bloque negro (o black bloc en inglés) es una táctica de manifestación violenta donde sus participantes llevan ropa negra, pasamontañas u otro tipo de máscaras, cascos de motocicleta, botas y a veces escudos. La ropa es utilizada para evitar ser identificados por las autoridades y, teóricamente, para parecer una sola masa unida, promover la solidaridad entre los participantes y crear una presencia revolucionaria. Cabe destacar que las banderas comunistas y anarquistas que portaban muchos de los "indignados" no les habían surgido en las manos como las setas, de lo cual se deduce que estos grupos son cualquier cosa menos espontáneos.

En las dos últimas imágenes que acompañan esta entrada pueden verse algunas de las pintadas realizadas por los "indignados": en un escaparate, bajo una hoz y un martillo, se lee:"destroza (o haz pedazos) el capitalismo". La otra pintada reza: "Cómete a los ricos" (junto a una "espontánea" pegatina idéntica a la pintada).

Fuente: Catholicus

Comentario Druídico: No resulta difícil condenar estos actos de odio religioso. Odio anticatólico selectivo. No es que falten motivos para que haya indignados en todo el mundo: basta ver el filme "Inside Job", que curiosamente ha tenido un Oscar de la Academia de Holliwood (¿pase interno de facturas de perjudicados en maniobras bancarias?). En él se muestra no solo la avaricia increíble de los financistas y banqueros, su satánica adicción a la droga y a la prostitución, su destrucción sistemática de economías prósperas, el fraude institucionalizado y los "salvatajes" armados por los Estados nacionales a costa del dinero de los ciudadanos para salvar a los estafadores... Esto justifica la furia. Pero la furia contra el FMI, el Banco Mundial, la Reserva Federal, o las firmas bancarias, o las calificadoras de riesgo financiero... Obama, Sarkozy o Angela Merkel, no contra las iglesias católicas.

Nuevamente, los grupos de "protesta" son serviles de aquellos contra quienes dicen protestar, desviando curiosamente el odio a quienes no tienen responsabilidad alguna, salvo en sus esquemas ideológicos tan indemostrables como envejecidos.

Respecto al acto de acoger a los perseguidos, se inscribe en la más antigua tradición católica... Pero no fueron estos los que hicieron los destrozos. Es lamentable, por otro lado, la apelación democrática del vocero. El odio a la Fe, sin destrozos, sigue siendo odio a la Fe. No hay que confundir las cosas.

Visto en Panorama Católico

sábado, 15 de octubre de 2011

CARTA ABIERTA A LOS CATÓLICOS PERPLEJOS (XXI)


NI HEREJE NI CISMATICO

Mi declaración del 21 de noviembre de 1974, que desencadenó el proceso de que acabo de hablar, terminaba con estas palabras: "Al hacer esto estamos convencidos de que permanecemos fieles a la Iglesia católica y romana, a todos los sucesores de Pedro, y de que somos los fieles dispensadores de los misterios de Nuestro Señor Jesucristo". El Osservatore Romano, al publicar el texto, omitió este párrafo. Desde hace más de diez años, nuestros adversarios están interesados en separarnos de la Iglesia y dan a entender que no aceptamos la autoridad del Papa. Sería más práctico hacer de nosotros una secta y declararnos cismáticos. ¡Cuántas veces se pronunció la palabra cisma en relación con nosotros!

Nunca dejé de repetirlo: Si alguien se separa del Papa, no seré yo. La cuestión se resume en esto: el poder del Papa en la Iglesia es un poder supremo, pero no un poder absoluto y sin límites, pues está subordinado al poder divino que se expresa en la tradición, las Sagradas Escrituras y las definiciones ya promulgadas por el magisterio eclesiástico. En realidad, ese poder tiene sus límites en el fin para el cual le ha sido dado en la tierra al vicario de Cristo, fin que Pío IX definió claramente en la constitución Pastor aeternus del concilio Vaticano I. De manera que al decirlo no expreso ninguna teoría personal.

La obediencia ciega no es católica; uno no está exento de responsabilidad si obedece a los hombres antes que a Dios, al aceptar órdenes de una autoridad superior, por más que sea la autoridad del Papa, si esas órdenes se revelan contrarias a la voluntad de Dios tal como la tradición nos la hace conocer con toda certeza. No se puede considerar semejante posibilidad, por cierto, cuando el Papa empeña su infalibilidad, pero el Papa lo hace sólo en número muy reducido de casos. Es un error creer que toda palabra salida de la boca del papa es infalible.

Habiendo dejado en claro esto, diré que no soy de aquellos que insinúan o afirman que Pablo VI era herético y que, por el hecho mismo de su herejía, ya no era Papa. En consecuencia, la mayor parte de los cardenales nombrados por él no serían cardenales ni habrían podido elegir válidamente a otro papa. Juan Pablo I y Juan Pablo II no habrían sido por consiguiente elegidos legítimamente. Esta es la posición de aquellos a quienes se llama los "sedevacantistas".

Hay que reconocer que el Papa Pablo VI planteó un serio problema a la conciencia de los católicos. Este Papa causó a la Iglesia más daños que la revolución de 1789. Hechos precisos, como las firmas puestas al artículo 7 de la Institutio Generalis y al documento de la libertad religiosa, son escandalosos. Pero no es tan sencilla la cuestión de saber si un papa puede ser herético. Una serie de teólogos piensa que puede ser herético como doctor privado, pero no como doctor de la Iglesia universal. Habría que examinar pues en qué medida Pablo VI quiso empeñar su infalibilidad en casos como los que acabo de citar. Ahora bien, pudimos ver que ese papa obró más como liberal que como partidario de la herejía. En efecto, desde el momento en que se le hacía notar el peligro que corría, hacía el texto contradictorio agregándole una fórmula opuesta a lo que se afirmaba en la redacción: es conocido el ejemplo famoso de la nota previa explicativa insertada en la constitución Lumen Gentium sobre la colegiación; o bien el Papa redactaba una fórmula equívoca como es propio del liberal que por naturaleza es incoherente.

El liberalismo de Pablo VI, reconocido por su amigo el cardenal Daniélou, basta para explicar los desastres de su pontificado. El católico liberal es una persona de doble rostro que vive en una continua contradicción. Quiere continuar siendo católico pero está poseído por la sed de gustar al mundo. ¿Puede un Papa ser liberal y continuar siendo Papa? La Iglesia siempre amonestó severamente a los católicos liberales, aunque no siempre los excomulgó.

Los "sedevacantistas" exponen otro argumento: el alejamiento de los cardenales de más de ochenta años de edad y los conventículos que prepararon los dos últimos cónclaves, ¿no hacen inválida la elección de esos papas? Inválida es afirmar demasiado, pero en todo caso sería dudosa. Sin embargo, la aceptación de hecho posterior a la elección y unánime por parte de los cardenales y del clero romano basta para dar validez a la elección. Ésa es la opinión de los teólogos.

El razonamiento de quienes afirman la inexistencia del Papa coloca a la Iglesia en una situación muy complicada. La cuestión de la visibilidad de la Iglesia es demasiado necesaria a su existencia para que Dios pueda omitirla durante decenios. ¿Quién nos dirá dónde está el futuro Papa? ¿Cómo se podrá designarlo si ya no hay cardenales? Aquí vemos un espíritu cismático. Nuestra Fraternidad se niega de manera absoluta a entrar en semejantes razonamientos. Nosotros queremos permanecer unidos a Roma, al sucesor de Pedro, y repudiamos el liberalismo de Pablo VI por fidelidad a sus predecesores.

Es evidente que en casos como el de la libertad religiosa, la hospitalidad eucarística autorizada por el nuevo derecho canónico o la colegiación concebida como la afirmación de dos poderes supremos en la Iglesia, todo clérigo y católico fiel tiene el deber de resistirse y de negar su obediencia. Esa resistencia debe ser pública si el mal es público y representa un motivo de escándalo para las almas. Por eso, remitiéndonos a santo Tomás de Aquino, el 21 de noviembre de 1983, Monseñor de Castro Mayer y yo enviamos una carta abierta al Papa Juan Pablo II para rogarle que denunciara las causas principales de la situación dramática en que se debate la Iglesia. Todos los trámites que realizamos en privado durante quince años resultaron vanos y callarnos nos parecía que nos convertía en cómplices de los autores del descarrío que padecen las almas en el mundo entero.

En aquella carta decíamos: "Santo Padre, es urgente que desaparezca este malestar, pues el rebaño se dispersa y las ovejas abandonadas siguen a mercenarios. Os conjuramos, por el bien de la fe católica y de la salvación de las almas, a reafirmar las verdades contrarias a estos errores". Nuestro grito de alarma resultaba más vehemente aún a causa de las vaguedades del nuevo derecho canónico, por no decir de sus herejías, y por las ceremonias y discursos registrados en ocasión del quinto centenario del nacimiento de Lutero.

No obtuvimos respuesta alguna, pero nosotros hicimos lo que debíamos hacer. No podemos desesperar como si se tratara de una empresa humana. Las convulsiones actuales pasarán, como pasaron todas las herejías. Algún día habrá que retornar a la Tradición; algún día tendrán que aparecer de nuevo en la autoridad del pontífice romano los poderes significados por la tiara; será necesario que un tribunal de la fe y de las costumbres celebre de nuevo sesión permanente y que los obispos recuperen sus poderes y sus iniciativas personales.

Habrá que liberar al verdadero trabajo apostólico de todos los impedimentos que lo paralizan hoy y que hacen desaparecer lo esencial del mensaje; habrá que volver a dar a los seminarios su verdadera función, volver a crear sociedades religiosas, restaurar las escuelas y universidades católicas desembarazándolas de los programas laicos del Estado, sostener las organizaciones patronales y obreras decididas a colaborar fraternalmente en el respeto de los deberes y de los derechos de todos a fin de impedir el azote social de la huelga que no es otra cosa que una guerra civil fría; será necesario por fin promover una legislación civil de acuerdo con las leyes de la Iglesia y ayudar a designar a representantes católicos movidos por la voluntad de orientar la sociedad hacia un reconocimiento oficial de la realeza social de Nuestro Señor.

Porque en definitiva, ¿qué decimos todos los días cuando rezamos? "Que venga a nos el tu reino, que se haga tu voluntad así en la tierra como en el cielo". ¿Y en el Gloria de la misa? "Tú eres el único Señor, Jesucristo". ¿Cantaremos esas cosas y apenas salidos de la iglesia diremos: "Ah, no, esas nociones están superadas; en el mundo actual es imposible hablar del reino de Jesucristo"? ¿Vivimos pues ilógicamente? ¿Somos cristianos o no lo somos?

Las naciones se debaten en dificultades inextricables, en muchos lugares la guerra se eterniza, los hombres tiemblan al pensar en la posible catástrofe nuclear, se piensa en medidas capaces de hacer revertir la situación económica, capaces de hacer que el dinero rinda beneficios, que desaparezca el desempleo, que las industrias sean prósperas. Pues bien, aun desde el punto de vista económico es necesario que reine Nuestro Señor, porque ese reinado es el de los principios de amor, de los mandamientos de Dios que crean un equilibrio en la sociedad y aportan la justicia y la paz. ¿Piensa el lector que es una actitud cristiana cifrar las esperanzas en este o en aquel hombre político, en una determinada combinación de partidos imaginando que un día tal vez un programa mejor que otro resolverá los problemas de manera segura y definitiva, en tanto que deliberadamente se descarta "al único Señor", como si éste nada tuviera que ver con las cuestiones humanas, como si ellas no le incumbieran? ¿Qué fe es la de aquellos que dividen su vida en dos partes, como compartimientos estancos, entre su religión y sus otras preocupaciones políticas, profesionales, etcétera? Dios, que creó el cielo y la tierra, ¿no será capaz de poner solución a nuestras miserables dificultades materiales y sociales? Si el lector ya le dirigió sus oraciones cuando se encontraba en malos momentos de su vida, sabe por experiencia que Dios no da piedras a los hijos que le piden pan.

El orden social cristiano se sitúa en el extremo opuesto de las teorías marxistas que nunca aportaron, en las partes del mundo en que fueron aplicadas, más que miseria, opresión de los más débiles, desprecio del hombre y muerte. El orden cristiano respeta la propiedad privada, protege la familia contra todo lo que la corrompe, fomenta el desarrollo de la familia numerosa y la presencia de la mujer en el hogar, deja una legítima autonomía a la iniciativa privada, alienta a la pequeña y a la mediana industria, favorece el retorno a la tierra y estima en su justo valor la agricultura, preconiza las uniones profesionales, la libertad escolar, protege a los ciudadanos contra toda forma de subversión y de revolución.

Este orden cristiano se distingue abiertamente también de los regímenes liberales fundados en la separación de la Iglesia y del Estado y cuya impotencia para superar las crisis es cada vez más manifiesta. ¿Cómo podrían superarlas después de haberse privado voluntariamente de Aquel que es "la luz de los hombres"? ¿Cómo podrían reunir las energías de los ciudadanos, siendo así que ya no tienen otro ideal que el de proponerles el bienestar y la comodidad? Pudieron mantener la ilusión durante algún tiempo porque los pueblos conservaban hábitos de pensamiento cristianos y porque sus dirigentes mantenían de manera más o menos consciente algunos valores. En la época de los "cuestionamientos", las referencias implícitas a la voluntad de Dios desaparecen, los sistemas liberales librados a ellos mismos y sin estar ya movidos por alguna idea superior se agotan y son fácil presa de las ideologías subversivas.

De manera que hablar de un orden social cristiano no es aferrarse a un pasado caduco; por el contrario significa una posición de futuro que el católico no debe tener miedo de manifestar. El católico no libra un combate de retaguardia, es de aquellos que saben, porque reciben sus lecciones de Aquel que dijo: "Yo soy el camino, la verdad, la vida". Nosotros tenemos la superioridad de poseer la verdad; eso no es mérito nuestro del que debamos enorgullecemos, pero debemos obrar en consecuencia; la Iglesia tiene sobre el error la superioridad de poseer la verdad. A ella le corresponde, con la gracia de Dios, difundirla y no ocultarla como con vergüenza.

Y menos aún le corresponde mezclarla con la cizaña, como vemos que se hace constantemente.
En el Osservatore Romano y con la firma de Paolo Befani (18. 1. 1984), encuentro un artículo interesante sobre el favor concedido al socialismo por el Vaticano. El autor compara la situación de América Central y la de Polonia y dice:

"La Iglesia, dejando de lado la situación de Europa, se encuentra, por una parte, frente a la situación de los países de América Latina y la influencia de los Estados Unidos que se ejerce en ellos y, por otra parte, la situación de Polonia que es un país que se halla dentro de la órbita del imperio soviético.

"Topando con estas dos fronteras, la Iglesia, que con el Concilio asumió y superó las conquistas liberales y democráticas de la Revolución Francesa y que en su marcha hacia adelante (véase la encíclica Laborem exercens) se presenta como un 'después' de la revolución rusa marxista, ofrece una solución al fracaso del marxismo en esta 'clave' de un 'socialismo post marxista, democrático, de raíz cristiana, de gestión propia no totalitaria'.
¨
"La respuesta al Este está simbolizada por Solidarnosc, que planta la cruz frente a los Astilleros Lenin. América Latina comete el error de buscar la solución en el comunismo marxista, en un socialismo de raíz anticristiana."

¡En esto consiste el ilusionismo liberal que asocia palabras contradictorias con la convicción de estar expresando una verdad! A estos soñadores adúlteros, obsesionados por la idea de casar la Iglesia y la revolución, debemos el caos del mundo cristiano que abre las puertas al comunismo. San Pío X decía de los sillonistas: "Anhelan el socialismo con la mirada fija en una quimera". Los sucesores de los sillonistas continúan por el mismo camino. ¡Después de la democracia cristiana, el socialismo cristiano! Terminaremos por llegar al cristianismo ateo.

La solución pasa por encima no sólo del fracaso del marxismo, sino también del fracaso de la democracia cristiana que ya no es necesario demostrar. ¡Basta de componendas, de uniones contra la naturaleza! ¿Qué vamos a buscar en esas aguas turbias? El católico posee la verdadera "clave" y tiene el deber de trabajar con todo su poder, ya sea empeñándose personalmente en la política, ya sea mediante su voto, para dar a su patria alcaldes, consejeros, diputados resueltos a restablecer el orden cristiano, el único capaz de procurar la paz, la justicia, la verdadera libertad. No hay otra solución.

Mons. Marcel Lefebvre.

(Continuará)