Mostrando entradas con la etiqueta Navidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Navidad. Mostrar todas las entradas

lunes, 25 de diciembre de 2023

Feliz y Santa Navidad



Apostolado Eucarístico les desea a todos sus lectores 
y amigos una Feliz y Santa Navidad.


viernes, 25 de diciembre de 2020

FELIZ Y SANTA NAVIDAD


Apostolado Eucarístico les desea a todos sus lectores 
y amigos una Feliz y Santa Navidad.

lunes, 6 de enero de 2020

EPIFANÍA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO - 6 DE ENERO

Hallaron al Niño con María, su Madre,
y prosternándose lo adoraron;
y abiertos sus cofres le ofrecieron presentes
de oro, incienso y mirra.
(Mateo 2, 11)

miércoles, 25 de diciembre de 2019

FELIZ Y SANTA NAVIDAD


Apostolado Eucarístico les desea a todos sus lectores y
amigos una Feliz y Santa Navidad.

miércoles, 26 de diciembre de 2018

lunes, 24 de diciembre de 2018

FELIZ Y SANTA NAVIDAD



Apostolado Eucarístico les desea a todos sus lectores y
amigos una Feliz y Santa Navidad.

sábado, 30 de diciembre de 2017

PASAJES DE LA BIBLIA



El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
  (S. Juan 1,14)

domingo, 24 de diciembre de 2017

FELIZ Y SANTA NAVIDAD



Apostolado Eucarístico les desea a todos sus lectores 
amigos una Feliz y Santa Navidad.

viernes, 6 de enero de 2017

LOS TRES REYES MAGOS ADORAN AL VERBO HUMANADO EN BELÉN - VENERABLE MADRE AGREDA



Vienen los tres Reyes magos del oriente y adoran al Verbo humanado en Belén. 

552. Los tres Reyes magos que vinieron en busca del Niño Dios recién nacido eran naturales de la Persia [Iran], Arabia y Sabbá [Yemen] (Sal 71, 10), partes orientales de Palestina. Y su venida profetizaron señaladamente el Santo Rey David, y antes de él Balaán, cuando por voluntad divina bendijo al pueblo de Israel, habiéndole conducido el rey Balaac de los moabitas para que le maldijese (Num 23-24). Entre estas bendiciones dijo Balaán que vería al rey Cristo, aunque no luego, y que le miraría, aunque no muy cerca (Num 24, 17); porque no lo vio por sí sino por los Magos sus descendientes, ni fue luego sino después de muchos siglos. Dijo también que nacería una estrella de Jacob (Num 24, 17), porque sería para señalar al que nacía para reinar eternamente en la casa de Jacob (Lc 1, 32). 

553. Eran estos tres Santos Reyes muy sabios en las ciencias naturales y leídos en las Escrituras del pueblo de Dios, y por su mucha ciencia fueron llamados Magos. Y por las noticias de las Escrituras y conferencias con algunos de los hebreos, llegaron a tener alguna creencia de la venida del Mesías que aquel pueblo esperaba. Eran a más de esto hombres rectos, verdaderos y de gran justicia en el gobierno de sus estados; que como no eran tan dilatados como los reinos de estos tiempos, los gobernaban con facilidad por sí mismos y administraban justicia como reyes sabios y prudentes; porque éste es el oficio legítimo del rey, y para eso dice el Espíritu Santo que tiene Dios su corazón en las manos (Prov 21, 1), para encaminarle como las divisiones de las aguas a lo que fuere su santa voluntad. Tenían también corazones grandes y magnánimos, sin la avaricia ni codicia, que tanto los oprime y envilece y apoca los ánimos de los príncipes. Y por estar vecinos en los estados estos Magos y no lejos unos de otros, se conocían y comunicaban en las virtudes morales que tenían y en las ciencias que profesaban, y se noticiaban de cosas mayores y superiores que alcanzaban; en todo eran amigos y correspondientes fidelísimos. 

554. Ya queda dicho en el capítulo 11, núm. 492, cómo la misma noche que nació el Verbo humanado fueron avisados de su natividad temporal por ministerio de los Santos Ángeles. Y sucedió en esta forma: que uno de los custodios de nuestra Reina, superior a los que tenían aquellos tres Reyes, fue enviado desde el portal, y como superior ilustró a los tres Ángeles de los Reyes, declarándoles la voluntad y legacía del Señor, para que ellos, cada uno a su encomendado, manifestase el misterio de la encarnación y nacimiento de Cristo nuestro Redentor. Luego los tres Ángeles hablaron en sueños, cada cual al Mago que le tocaba, en una misma hora. Y éste es el orden común de las revelaciones angélicas, pasar del Señor a las almas por el de los mismos Ángeles. Fue esta ilustración de los Reyes muy copiosa y clara de los misterios de la encarnación, porque fueron informados cómo era nacido el Rey de los Judíos, Dios y hombre verdadero, que era el Mesías y Redentor que esperaban, el que estaba prometido en sus Escrituras y profecías, y que les sería dada para buscarle aquella estrella que Balaán había profetizado. Entendieron también los tres Reyes, cada uno por sí, cómo se daba este aviso a los otros dos, y que no era beneficio ni maravilla para quedarse ociosa, sino que obrasen a la luz divina lo que ella les enseñaba. Fueron elevados y encendidos en grande amor y deseos de conocer a Dios hecho hombre, adorarle por su Criador y Redentor y servirle con más alta perfección, ayudándoles para todo esto las excelentes virtudes morales que habían adquirido, porque con ellas estaban bien dispuestos para recibir la luz divina. 

555. Después de esta revelación del cielo, que tuvieron los tres Santos Reyes Magos en sueño, salieron de él y luego se postraron a una misma hora en tierra y pegados con el polvo adoraron en espíritu al ser de Dios inmutable. Engrandecieron su misericordia y bondad infinita, por haber tomado el Verbo divino carne humana de una Virgen para redimir al mundo y dar salud eterna a los hombres. Luego todos tres, gobernados singularmente con un mismo espíritu, determinaron partir sin dilación a Judea en busca del niño Dios, para adorarle. Previnieron los tres dones que llevarle, oro, incienso y mirra en igual cantidad, porque en todo eran guiados con misterio, y sin haberse comunicado fueron uniformes en las disposiciones y determinaciones. Y para partir con presteza a la ligera, prepararon el mismo día lo necesario de camellos, recámara y criados para el viaje. Y sin atender a la novedad que causaría en el pueblo, ni que iban a reino extraño y con poca autoridad ni aparato, sin llevar noticia cierta de lugar ni señas para conocer al niño, determinaron con fervoroso celo y ardiente amor partir luego a buscarle. 


556. Al mismo tiempo, el Santo Ángel que fue desde Belén a los Reyes formó de la materia del aire una estrella refulgentísima, aunque no de tanta magnitud como las del firmamento, porque ésta no subió más alta que pedía el fin de su formación y quedó en la región aérea para encaminar y guiar a los santos Reyes hasta el portal donde estaba el Niño Dios. Pero era de claridad nueva y diferente que la del sol y de las otras estrellas, y con su luz hermosísima alumbraba de noche, como antorcha lucidísima, y de día se manifestaba entre el resplandor del sol con extraordinaria actividad. Al salir de su casa cada uno de estos Reyes, aunque de lugares diferentes, vieron la nueva estrella (Mt 2, 2), siendo ella una sola; porque fue colocada en tal distancia y altura que a todos tres pudo ser patente a un mismo tiempo. Y encaminándose todos tres hacia donde los convidaba la milagrosa estrella, se juntaron brevemente; y luego se les acercó mucho más, bajando y descendiendo multitud de grados en la región del aire, con que gozaban más inmediatamente de su refulgencia. Y confirieron juntos las revelaciones que habían tenido y los intentos que cada uno llevaba, que eran uno mismo. Y en esta conferencia se encendieron más en la devoción y deseos de adorar al Niño Dios recién nacido. Quedaron admirados y magnificando al Todopoderoso en sus obras y encumbrados misterios. 

557. Prosiguieron los Magos sus jornadas, encaminados de la estrella, sin perderla de vista hasta que llegaron a Jerusalén; y así por esto como porque aquella gran ciudad era la cabeza y metrópoli de los judíos, sospecharon que ella sería la patria donde había nacido su legítimo y verdadero Rey. Entraron por la ciudad, preguntando públicamente por él, y diciendo (Mt 2, 1ss): ¿A dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque en el oriente hemos visto su estrella que manifiesta su nacimiento y venimos a verle y adorarle.—Llegó esta novedad a los oídos de Herodes, que a la sazón, aunque injustamente, reinaba en Judea y vivía en Jerusalén; y sobresaltado el inicuo Rey con oír que había nacido otro más legítimo, se turbó y escandalizó mucho, y con él toda la ciudad se alteró; unos por lisonjearle y otros por el temor de la novedad. Y luego, como San Mateo refiere (Mt 2, 1ss), mandó Herodes hacer junta de los príncipes de los sacerdotes y escribas, y les preguntó dónde había de nacer Cristo, a quien ellos, según sus profecías y escrituras, esperaban. Respondiéronle que, según el vaticinio de un profeta, que es Miqueas (Miq 5,2), había de nacer en Belén, porque dejó escrito que de ella saldría el Gobernador que había de regir el pueblo de Israel. 

558. Informado Herodes del lugar del nacimiento del nuevo Rey de Israel y meditando desde luego dolosamente destruirle, despidió a los sacerdotes y llamó secretamente a los Santos Reyes Magos para informarse del tiempo que habían visto la estrella pregonera de su nacimiento. Y como ellos con sinceridad se lo manifestasen, los remitió a Belén, y les dijo, con disimulada malicia: Id y preguntad por el infante, y en hallándole me daréis luego aviso, para que yo también vaya a reconocerle y adorarle.—Partieron los Magos, quedando el hipócrita rey mal seguro y congojado con señales tan infalibles de haber nacido en el mundo el Señor legítimo de los judíos. Y aunque pudiera sosegarle en la posesión de su grandeza el saber que no podía reinar tan prestó un niño recién nacido, pero es tan débil y engañosa la prosperidad humana, que sólo un infante la derriba, y un amago, aunque sea de lejos, y sólo imaginarlo impide todo el consuelo y gusto que engañosamente ofrece a quien la tiene. 

559. En saliendo los Magos de Jerusalén, hallaron la estrella que a la entrada habían perdido y con su luz llegaron a Belén y al portal del nacimiento, sobre el cual detuvo su curso y se inclinó entrando por la puerta y menguando su forma corporal, hasta ponerse sobre la cabeza del infante Jesús, no paró, y le bañó todo con su luz, y luego se deshizo y resolvió la materia de que se formó primero. Estaba ya nuestra gran Reina prevenida por el Señor de la llegada de los Santos Reyes, y cuando entendió que estaban cerca del portal, dio noticia de ello al santo esposo José, no para que se apartase, sino para que asistiese a su lado, como lo hizo. Y aunque el texto sagrado del evangelio no lo dice, porque esto no era necesario para el misterio, como tampoco otras cosas que dejaron los evangelistas en silencio, pero es cierto que el santo José estuvo presente cuando los Reyes adoraron al infante Jesús. Y no era necesario cautelar esto, porque los Magos venían ya ilustrados de que la Madre del recién nacido era Virgen y él Dios verdadero y no hijo de San José. Ni Dios trajera a los Santos Reyes para que le adorasen y, por no estar catequizados, faltasen en cosa tan esencial como juzgarle por hijo de José y de madre no virgen; de todo venían ilustrados y sintiendo altísimamente de lo perteneciente a tan magníficos y encumbrados sacramentos. 

560. Aguardaba la divina Madre con el infante Dios en sus brazos a los devotos y piadosos Reyes, y estaba con incomparable modestia y hermosura, descubriendo entre la humilde pobreza indicios de majestad más que humana, con algo de resplandor en el rostro. El niño le tenía mucho mayor y derramaba grande refulgencia de luz, con que estaba toda aquella caverna hecha cielo. Entraron en ella los tres Santos Reyes orientales y a la vista primera del Hijo y de la Madre quedaron por gran rato admirados y suspensos. Postráronse en tierra y en esta postura reverenciaron y adoraron al infante, reconociéndole por verdadero Dios y hombre y reparador del linaje humano. Y con el poder divino y vista y presencia del dulcísimo Jesús, fueron de nuevo ilustrados interiormente. Conocieron la multitud de espíritus angélicos que, como siervos y ministros del gran Rey de los reyes y Señor de los señores (Ap 19,16), asistían con temblor y reverencia. Levantáronse en pie y luego dieron la enhorabuena a su Reina y nuestra de ser Madre del Hijo del eterno Padre, y llegaron a darle reverencia, hincadas las rodillas. Pidiéronle la mano para besársela, como en sus reinos se acostumbraba con las reinas. La prudentísima Señora retiró la suya y ofreció la del Redentor del mundo, y dijo: Mi espíritu se alegró en el Señor y mi alma le bendice y alaba; porque entre todas las naciones os llamó y eligió, para que con vuestros ojos lleguéis a ver y conocer lo que muchos reyes y profetas desearon (Lc 10,24) y no lo consiguieron, que es al eterno Verbo encarnado y humanado. Magnifiquemos y alabemos su nombre por los sacramentos y misericordias que usa con su pueblo, besemos la tierra que santifica con su real presencia. 

561. Con estas razones de María santísima se humillaron de nuevo los tres Reyes, adorando al infante Jesús, y reconocieron el beneficio grande de haberles nacido tan temprano el Sol de Justicia, para ilustrar sus tinieblas. Hecho esto, hablaron al santo esposo José, engrandeciendo su felicidad de ser esposo de la Madre del mismo Dios, y por ella le dieron la enhorabuena, admirados y compadecidos de tanta pobreza y que en ella se encerrasen los mayores misterios del cielo y tierra. Pasaron en estas cosas tres horas, y los Reyes pidieron licencia a María santísima para ir a la ciudad a tomar posada, por no haber lugar para detenerse en la cueva y estar en ella. Seguíanlos alguna gente, pero solos los Magos participaron los efectos de la luz y de la gracia. Los demás, que sólo paraban y atendían a lo exterior y miraban el estado pobre y despreciable de la Madre y de su esposo, aunque tuvieron alguna admiración de la novedad, no conocieron el misterio. Despidiéronse y fuéronse los Reyes, y quedaron María y José con el infante solos, dando gloria a Su Majestad con nuevos cánticos de alabanza, porque su nombre comenzaba a ser conocido y adorado de las gentes. Lo demás que hicieron los Reyes, diré en el capítulo siguiente. 


Doctrina que me dio la Reina del cielo. 

562. Hija mía, en los sucesos que contiene este capítulo, había gran fundamento para enseñar a los reyes y príncipes, y a los demás hijos de la Iglesia Santa, en la pronta devoción y humildad de los Magos, para imitarla, y en la dureza inicua de Herodes, para temerla; porque cada uno cogió el fruto de sus obras. Los Reyes, de las muchas virtudes y justicia que guardaban, y Herodes, de su ciega ambición y soberbia, con que injustamente reinaba, y de otros pecados en que le despeñó su inclinación sin rienda ni moderación. Pero basta esto para los que viven en el mundo, y las demás doctrinas que tienen en la Santa Iglesia; para ti debes aplicar la enseñanza de lo que has escrito, advirtiendo que toda la perfección de la vida cristiana se ha de fundar en las verdades católicas y en el conocimiento de ellas constante y firme, como lo enseña la santa fe de la Iglesia. Y para más imprimirlas en tu corazón, te has de aprovechar de todo lo que leyeres y oyeres de las divinas Escrituras y de otros libros devotos y doctrinales de las virtudes. Y a esta fe santa ha de seguir la ejecución de ellas, con abundancia de todas las buenas obras, esperando siempre la visitación y venida (Tit 2,13) del Altísimo. 

563. Con esta disposición estará tu voluntad pronta, como yo la quiero, para que en ti halle la del Todopoderoso la suavidad y rendimiento necesario para no tener resistencia a lo que te manifestare, sino que en conociéndolo lo ejecutes, sin otros respetos de criaturas. Y te ofrezco que, si lo hicieres como debes, yo seré tu estrella y te guiaré por las sendas del Señor (Prov 4,11), para que con velocidad camines hasta ver y gozar en Sión (Sal 83, 8) de la cara de tu Dios y sumo bien. En esta doctrina, y en lo que sucedió a los devotos Reyes del oriente, se encierra una verdad esencialísima para la salvación de las almas; pero conocida de muy pocas y advertida de menos: esto es, que las inspiraciones y llamamientos que envía Dios a las criaturas regularmente tienen este orden: que las primeras mueven a obrar algunas virtudes, y si a éstas responde el alma, envía el Altísimo otras mayores para obrar más excelentemente, y aprovechándose de unas se dispone para otras y recibe nuevos y mayores auxilios; y por este orden van creciendo los favores del Señor, según la criatura va correspondiendo a ellos. De donde entenderás dos cosas: la una, cuan grave daño es despreciar las obras de cualquiera virtud y no ejecutarlas según las divinas inspiraciones dictan; la segunda, que muchas veces daría Dios grandes auxilios a las almas, si ellas comenzasen a responder con los menores; porque está aparejado y como esperando que le den lugar, para obrar según la equidad de sus juicios y justicia, y porque desprecian este orden y proceder de sus vocaciones, suspende el corriente de su divinidad y no concede lo que él desea y las almas habían de recibir, si no pusieran óbice e impedimento, y por esto van de un abismo en otro (Sal 41, 8). 

564. Los Magos y Herodes llevaron encontrados caminos; que los unos correspondieron con buenas obras a los primeros auxilios e inspiraciones, y así se dispusieron con muchas virtudes para ser llamados y traídos por la revelación divina al conocimiento de los misterios de la encarnación, nacimiento del Verbo divino y redención del linaje humano, y de esta felicidad a la de ser santos y perfectos en el camino del cielo. Por el contrario le sucedió a Herodes, que su dureza y desprecio que hizo de obrar bien con los auxilios del Señor, le trajo a tan desmedida soberbia y ambición, y estos vicios le arrastraron hasta el último precipicio de crueldad, intentando quitar la vida, primero que otro alguno de los hombres, al Redentor del mundo, y fingirse para esto piadoso y devoto con simulada piedad, y reventando su furiosa indignación y por encontrarle, quitó la vida a los niños inocentes para que no se frustrasen sus dañados y perversos intentos. 


Vuelven los Reyes magos por segunda vez a ver y adorar al infante Jesús, ofrécenle sus dones y despedidos toman otro camino para sus tierras. 

565. Del portal del nacimiento, a donde los tres Reyes entraron vía recta desde su camino, se fueron a descansar a la posada dentro de la ciudad de Belén; y retirándose aquella noche a un aposento a solas, estuvieron grande espacio de tiempo, con abundancia de lágrimas y suspiros, confiriendo lo que habían visto y los efectos que a cada uno había causado y lo que habían notado en el Niño Dios y en su Madre santísima. Con esta conferencia se inflamaron más en el amor divino, admirándose de la majestad y resplandor del infante Jesús, de la prudencia, severidad y pudor divino de la Madre, de la santidad del esposo San José y de la pobreza de todos tres, de la humildad del lugar donde había querido nacer el Señor de tierra y cielo. Sentían los devotos Reyes la llama del divino incendio que abrasaba sus piadosos corazones, y sin poderse contener rompían en razones de gran dulzura y acciones de mucha veneración y amor. Decían: ¿Qué fuego es éste que sentimos? ¿Qué eficacia la de este gran Rey, que nos mueve a tales deseos y afectos? ¿Qué haremos para tratar con los hombres? ¿Cómo pondremos modo y tasa a nuestros gemidos y suspiros? ¿Qué harán los que han conocido tan oculto, nuevo y soberano misterio? ¡Oh grandeza del Omnipotente escondida (Is 45,15) por los hombres y disimulada en tanta pobreza! ¡Oh humildad nunca imaginada de los mortales! ¡Quién os pudiera traer a todos para que ninguno se privara de esta felicidad! 

566. Entre estas divinas conferencias se acordaron los Magos de la estrecha necesidad que tenían Jesús, María y José en su cueva y determinaron enviarles luego algún regalo en que les mostrasen su caricia, y ellos diesen aquel ensanche al afecto que tenían de servirlos, mientras no podían hacer otra cosa. Remitiéronles con sus criados muchos de los regalos que para ellos estaban prevenidos y otros que buscaron. Recibiéronlos María santísima y San José con humilde reconocimiento; y el retorno fue, no gracias secas, como hacen los demás, sino muchas bendiciones eficaces de consuelo espiritual para los tres Reyes. Tuvo con este regalo nuestra gran Reina y Señora con qué hacerles a sus ordinarios convidados, los pobres, opulenta comida; que acostumbrados a sus limosnas y más aficionados a la suavidad de sus palabras, la visitaban y buscaban de ordinario. Los Reyes se recogieron llenos de incomparable júbilo del Señor, y en sueños los avisó el ángel de su jornada. 

567. El día siguiente en amaneciendo volvieron a la cueva del nacimiento, para ofrecer al Rey celestial los dones que traían prevenidos. Llegaron y postrados en tierra le adoraron con nueva y profundísima humildad, y abriendo sus tesoros, como dice el evangelio (Mt 2, 11), le ofrecieron oro, incienso y mirra. Hablaron con la divina Madre y le consultaron muchas dudas y negocios de los que tocaban a los misterios de la fe y cosas pertenecientes a sus conciencias y gobierno de sus estados; porque deseaban volver de todo informados y capaces para gobernarse santa y perfectamente en sus obras. La gran Señora los oyó con sumo agrado, y cuando la informaban confería con el infante en su interior todo lo que había de responder y enseñar a aquellos nuevos hijos de su ley santa. Y como maestra e instrumento de la sabiduría divina respondió a todas las dudas que le propusieron tan altamente, santificándolos y enseñándoles de suerte que, admirados y atraídos de la ciencia y suavidad de la Reina, no podían apartarse de ella, y fue necesario que uno de los Ángeles del Señor les dijese que era su voluntad y forzoso el volverse a sus patrias. Y no es maravilla que esto les sucediese, porque a las palabras de María santísima fueron ilustrados del Espíritu Santo y llenos de ciencia infusa en todo lo que preguntaron y en otras muchas materias. 


568. Recibió la divina Madre los dones de los Reyes y en su nombre los ofreció al infante Jesús. Y su Majestad con agradable semblante mostró que los admitía y les dio su bendición, de manera que los mismos Reyes lo vieron y conocieron que la daba en retorno de los dones ofrecidos, con abundancia de dones del cielo y más de ciento por uno (Mt 19, 29). A la divina Princesa ofrecieron algunas joyas, al uso de su patria, de gran valor, pero esto, que no era de misterio ni pertenecía a él, se lo volvió Su Alteza a los Reyes y sólo reservó los tres dones de oro, incienso y mirra. Y para enviarlos más consolados, les dio algunos paños de los que había envuelto al niño Dios, porque ni tenía ni podía haber otras prendas visibles con que enviarlos enriquecidos de su presencia. Recibieron los tres Reyes estas reliquias con tanta veneración y aprecio, que guarneciéndolas en oro y piedras preciosas las guardaron. Y en testimonio de su grandeza derramaban tan fragancia de sí y daban tan copioso olor, que se percibía casi de una legua de distancia. Pero con esta calidad y diferencia, que sólo se comunicaba a los que tenían fe de la venida de Dios al mundo, y los demás incrédulos no participaron de este favor, ni sentían la fragancia de las preciosas reliquias, con las cuales hicieron grandes milagros en sus patrias. 

569. Ofrecieron también los Reyes a la Madre del dulcísimo Jesús servirla con sus haciendas y posesiones, y que si no gustaba de ellas y quería vivir en aquel lugar del nacimiento de su Hijo santísimo, le edificarían allí casa para estar con más comodidad. Estos ofrecimientos agradeció la prudentísima Madre sin admitirlos. Y para despedirse de ella los Reyes, la rogaron con íntimo afecto del corazón que jamás se olvidase de ellos, y así se lo prometió y cumplió; y lo mismo pidieron a San José. Y con la bendición de todos tres se despidieron con tal afecto y ternura, que parecía dejaban allí sus corazones, en lágrimas y suspiros convertidos. Tomaron otro camino diferente, por no volver a Herodes por Jerusalén, que el Ángel aquella noche les amonestó en sueños no lo hiciesen. Y al partir de Belén fueron guiados por otro camino, apareciéndoles la misma u otra estrella para este intento, y los llevó hasta el lugar donde se habían juntado y de allí cada uno volvió a su patria. 

570. Lo restante de la vida de estos felicísimos Reyes fue correspondiente a su divina vocación, porque en sus estados vivieron y procedieron como discípulos de la Maestra de la santidad, por cuya doctrina gobernaron sus almas y sus reinos. Y con su ejemplo, vida y noticia que dieron del Salvador del mundo, convirtieron gran número de almas al conocimiento de Dios y camino de la salvación. Y después de esto, llenos de días y merecimientos, acabaron su carrera en santidad y justicia, siendo favorecidos en vida y muerte de la Madre de misericordia. Despedidos los Reyes, quedaron la divina Señora y San José en nuevos cánticos de alabanza por las maravillas del Altísimo. Y conferíanlas con las divinas Escrituras y profecías de los Patriarcas, conociendo cómo se iban cumpliendo en el infante Jesús. Pero la prudentísima Madre, que profundamente penetraba estos altísimos sacramentos, lo conservaba todo y lo confería consigo misma en su pecho (Lc 2, 19). Los Santos Ángeles que asistían a estos misterios dieron la enhorabuena a su Reina, de que fuese su Hijo santísimo conocido, adorado por los hombres y Su Majestad humanado, y le cantaron nuevos cánticos, magnificándole por las misericordias que obraban con los hombres. 


Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima. 

571. Hija mía, grandes fueron los dones que ofrecieron los Reyes a mi Hijo santísimo, pero mayor el afecto de amor con que los daban y el misterio que significaban; por todo esto le fueron muy aceptos y agradables a Su Majestad. Esto quiero yo que tú le ofrezcas, dándole gracias porque te hizo pobre en el estado y profesión; porque te aseguro, amiga, que no hay para el Altísimo otro más precioso don ni ofrenda que la pobreza voluntaria, pues son muy pocos hoy en el mundo los que usan bien de las riquezas temporales y que las ofrezcan a su Dios y Señor con la largueza y afecto que estos Santos Reyes. Los pobres del Señor, tanto número como hay, experimentan bien y testifican cuan cruel y avarienta se ha hecho la naturaleza humana, pues con haber tantos necesitados, son tan pocos remediados de los ricos. Esta impiedad tan descortés de los nombres ofende a los Ángeles y contrista al Espíritu Santo, viendo a la nobleza de las almas tan envilecida y abatida, sirviendo todos a la torpe codicia del dinero con sus fuerzas y potencias. Y como si se hubieran criado para sí solos las riquezas, así se las apropian y las niegan a los pobres, sus hermanos de su misma carne y naturaleza; y al mismo Dios que las crió no se las dan, siendo el que las conserva y puede darlas y quitarlas a su voluntad. Y lo más lamentable es que, cuando pueden los ricos comprar la vida eterna con la hacienda (Lc 16 9), con ella misma granjean su perdición, por usar de este beneficio del Señor como hombres insensatos y estultos. 

572. Este daño es general en los hijos de Adán, y por eso es tan excelente y segura la voluntaria pobreza; pero en ella, partiendo con alegría lo poco con el pobre, se hace ofrenda grande al Señor de todos. Y tú puedes hacerla de lo que te toca para tu sustento, dando una parte al pobre, deseando remediar a todos, si con tu trabajo y sudor fuera posible. Pero tu continua ofrenda ha de ser las obras de amor, que es el oro, y la oración continua, que es el incienso, y la tolerancia igual en los trabajos y verdadera mortificación en todo, que es la mirra. Y lo que obrares por el Señor, ofrécelo con fervoroso afecto y prontitud, sin tibieza ni temor, porque las obras remisas o muertas no son sacrificio aceptable a los ojos de Su Majestad. Para ofrecer incesantemente estos dones de tus propios actos es menester que la fe y la luz divina esté siempre encendida en tu corazón, proponiéndote el objeto a quien has de alabar, magnificar y el estímulo de amor con que siempre estás obligada de la diestra del Altísimo, para que no ceses en este dulce ejercicio, tan propio de las esposas de Su Majestad, pues el título es significación de amor y deuda de continuo afecto. 


MISTICA CIUDAD DE DIOS 
VIDA DE LA VIRGEN MARÍA 
Venerable María de Jesús de Agreda 
Libro IV, Cap. 16 y 17.

martes, 27 de diciembre de 2016

NACIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO - VENERABLE MADRE AGREDA




Nace Cristo nuestro bien de María Virgen en Belén de Judea. 

468. El palacio que tenía prevenido el supremo Rey de los reyes y Señor de los señores para hospedar en el mundo a su eterno Hijo humanado para los hombres, era la más pobre y humilde choza o cueva, a donde María santísima y San José se retiraron despedidos de los hospicios y piedad natural de los mismos hombres, como queda dicho en el capítulo pasado. Era este lugar tan despreciado y contentible, que con estar la ciudad de Belén tan llena de forasteros que faltaban posadas en que habitar, con todo eso nadie se dignó de ocuparle ni bajar a él, porque era cierto no les competía ni les venía bien sino a los maestros de la humildad y pobreza, Cristo nuestro bien y su purísima Madre. Y por este medio les reservó para ellos la sabiduría del eterno Padre, consagrándole con los adornos de desnudez, soledad y pobreza por el primer templo de la luz y casa del verdadero Sol de Justicia (Mt 5, 48), que para los rectos de corazón había de nacer de la candidísima aurora María, en medio de las tinieblas de la noche —símbolo de las del pecado— que ocupaban todo el mundo. 

469. Entraron María santísima y San José en este prevenido hospicio, y con el resplandor que despedían los diez mil Ángeles que los acompañaban pudieron fácilmente reconocerle pobre y solo, como lo deseaban, con gran consuelo y lágrimas de alegría. Luego los dos santos peregrinos hincados de rodillas alabaron al Señor y le dieron gracias por aquel beneficio, que no ignoraban era dispuesto por los ocultos juicios de la eterna Sabiduría. De este gran sacramento estuvo más capaz la divina princesa María, porque en santificando con sus plantas aquella felicísima cuevecica, sintió una plenitud de júbilo interior que la elevó y vivificó toda, y pidió al Señor pagase con liberal mano a todos los vecinos de la ciudad que, despidiéndola de sus casas, la habían ocasionado tanto bien como en aquella humildísima choza la esperaba. Era toda de unos peñascos naturales y toscos, sin género de curiosidad ni artificio y tal que los hombres la juzgaron por conveniente para solo albergue de animales, pero el eterno Padre la tenía destinada para abrigo y habitación de su mismo Hijo. 

470. Los espíritus angélicos, que como milicia celestial guardaban a su Reina y Señora, se ordenaron en forma de escuadrones, como quien hacía cuerpo de guardia en el palacio real. Y en la forma corpórea y humana que tenían, se le manifestaban también al santo esposo José, que en aquella ocasión era conveniente gozase de este favor, así por aliviar su pena, viendo tan adornado y hermoso aquel pobre hospicio con las riquezas del cielo, como para aliviar y animar su corazón y levantarle más para los sucesos que prevenía el Señor aquella noche y en tan despreciado lugar. La gran Reina y Emperatriz del cielo, que ya estaba informada del misterio que se había de celebrar, determinó limpiar con sus manos aquella cueva que luego había de servir de trono real y propiciatorio sagrado, porque ni a ella le faltase ejercicio de humildad, ni a su Hijo unigénito aquel culto y reverencia que era el que en tal ocasión podía prevenirle por adorno de su templo. 

471. El santo esposo José, atento a la majestad de su divina esposa, que ella parece olvidaba en presencia de la humildad, la suplicó no le quitase a él aquel oficio que entonces le tocaba y, adelantándose, comenzó a limpiar el suelo y rincones de la cueva, aunque no por eso dejó de hacerlo juntamente con él la humilde Señora. Y porque estando los Santos Ángeles en forma humana visible —parece que, a nuestro entender, se hallaran corridos a vista de tan devota porfía y de la humildad de su Reina—, luego con emulación santa ayudaron a este ejercicio o, por mejor decir, en brevísimo espacio limpiaron y despejaron toda aquella caverna, dejándola aliñada y llena de fragancia. San José encendió fuego con el aderezo que para ello traía, y porque el frío era grande, se llegaron a él para recibir algún alivio, y del pobre sustento que llevaban comieron o cenaron con incomparable alegría de sus almas; aunque la Reina del cielo y tierra con la vecina hora de su divino parto estaba tan absorta y abstraída en el misterio, que nada comiera si no mediara la obediencia de su esposo.

472. Dieron gracias al Señor, como acostumbraban, después de haber comido; y deteniéndose un breve espacio en esto y en conferir los misterios del Verbo humanado, la prudentísima Virgen reconocía se le llegaba el parto felicísimo. Rogó a su esposo San José se recogiese a descansar y dormir un poco, porque ya la noche corría muy adelante. Obedeció el varón divino a su esposa y le pidió que también ella hiciese lo mismo, y para esto aliñó y previno con las ropas que traían un pesebre algo ancho, que estaba en el suelo de la cueva para servicio de los animales que en ella recogían. Y dejando a María santísima acomodada en este tálamo, se retiró el santo José a un rincón del portal, donde se puso en oración. Fue luego visitado del Espíritu divino y sintió una fuerza suavísima y extraordinaria con que fue arrebatado y elevado en un éxtasis altísimo, donde se le mostró todo lo que sucedió aquella noche en la cueva dichosa; porque no volvió a sus sentidos hasta que le llamó la divina esposa. Y este fue el sueño que allí recibió José, más alto y más feliz que el de Adán en el paraíso (Gen 2, 21). 

473. En el lugar que estaba la Reina de las criaturas fue al mismo tiempo, movida de un fuerte llamamiento del Altísimo con eficaz y dulce transformación que la levantó sobre todo lo criado y sintió nuevos efectos del poder divino, porque fue este éxtasis de los más raros y admirables de su vida santísima. Luego fue levantándose más con nuevos lumines y cualidades que le dio el Altísimo, de los que en otras ocasiones he declarado, para llegar a la visión clara de la divinidad. Con estas disposiciones se le corrió la cortina y vio intuitivamente al mismo Dios con tanta gloria y plenitud de ciencia, que todo entendimiento angélico y humano ni lo puede explicar, ni adecuadamente entender. Renovóse en ella la noticia de los misterios de la divinidad y humanidad santísima de su Hijo, que en otras visiones se le había dado, y de nuevo se le manifestaron otros secretos encerrados en aquel archivo inexhausto del divino pecho. Y yo no tengo bastantes, capaces y adecuados términos ni palabras para manifestar lo que de estos sacramentos he conocido con la luz divina; que su abundancia y fecundidad me hace pobre de razones. 

474. Declaróle el Altísimo a su Madre Virgen cómo era tiempo de salir al mundo de su virginal tálamo, y el modo cómo esto había de ser cumplido y ejecutado. Y conoció la prudentísima Señora en esta visión las razones y fines altísimos de tan admirables obras y sacramentos, así de parte del mismo Señor, como de lo que tocaba a las criaturas, para quien se ordenaban inmediatamente. Postróse ante el trono real de la divinidad y, dándole gloria y magnificencia, gracias y alabanzas por sí y las que todas las criaturas le debían por tan inefable misericordia y dignación de su inmenso amor, pidió a Su Majestad nueva luz y gracia para obrar dignamente en el servicio, obsequio, educación del Verbo humanado, que había de recibir en sus brazos y alimentar con su virginal leche. Ésta petición hizo la divina Madre con humildad profundísima, como quien entendía la alteza de tan nuevo sacramento, cual era el criar y tratar como madre a Dios hecho hombre, y porque se juzgaba indigna de tal oficio, para cuyo cumplimiento los supremos serafines eran insuficientes. Prudente y humildemente lo pensaba y pesaba la Madre de la sabiduría (Eclo 24, 24), y porque se humilló hasta el polvo y se deshizo toda en presencia del Altísimo, la levantó Su Majestad y de nuevo la dio título de Madre suya, y la mandó que como Madre legítima y verdadera ejercitase este oficio y ministerio: que le tratase como a Hijo del eterno Padre y juntamente Hijo de sus entrañas. Y todo se le pudo fiar a tal Madre, en que encierro todo lo que no puedo explicar con más palabras. 

475. Estuvo María santísima en este rapto y visión beatífica más de una hora inmediata a su divino parto; y al mismo tiempo que salía de ella y volvía en sus sentidos, reconoció y vio que el cuerpo del niño Dios se movía en su virginal vientre, soltándose y despidiéndose de aquel natural lugar donde había estado nueve meses, y se encaminaba a salir de aquel sagrado tálamo. Este movimiento del niño no sólo no causó en la Virgen Madre dolor y pena, como sucede a las demás hijas de Adán y Eva en sus partos, pero antes la renovó toda en júbilo y alegría incomparable, causando en su alma y cuerpo virgíneo efectos tan divinos y levantados, que sobrepujan y exceden a todo pensamiento criado. Quedó en el cuerpo tan espiritualizada, tan hermosa y refulgente, que no parecía criatura humana y terrena: el rostro despedía rayos de luz como un sol entre color encarnado bellísimo, el semblante gravísimo con admirable majestad y el afecto inflamado y fervoroso. Estaba puesta de rodillas en el pesebre, los ojos levantados al cielo, las manos juntas y llegadas al pecho, el espíritu elevado en la divinidad y toda ella deificada. Y con esta disposición, en el término de aquel divino rapto, dio al mundo la eminentísima Señora al Unigénito del Padre y suyo (Lc 2, 7) y nuestro Salvador Jesús, Dios y hombre verdadero, a la hora de media noche, día de domingo, y el año de la creación del mundo, que la Iglesia romana enseña, de cinco mil ciento noventa y nueve; que esta cuenta se me ha declarado es la cierta y verdadera. 

476. Otras circunstancias y condiciones de este divinísimo parto, aunque todos los fieles las suponen por milagrosas, pero como no tuvieron otros testigos más que a la misma Reina del cielo y sus cortesanos, no se pueden saber todas en particular, salvo las que el mismo Señor ha manifestado a su santa Iglesia en común, o a particulares almas por diversos modos. Y porque en esto creo hay alguna variedad, y la materia es altísima y en todo venerable, habiendo yo declarado a mis Prelados que me gobiernan lo que conocí de estos misterios para escribirlos, me ordenó la obediencia que de nuevo los consultase con la divina luz y preguntase a la Emperatriz del cielo, mi madre y maestra, y a los Santos Ángeles que me asisten y sueltan las dificultades que se me ofrecen, algunas particularidades que convenían a la mayor declaración del parto sacratísimo de María, Madre de Jesús, Redentor nuestro. Y habiendo cumplido con este mandato, volví a entender lo mismo, y me fue declarado que sucedió en la forma siguiente: 

477. En el término de la visión beatífica y rapto de la Madre siempre Virgen, que dejo declarado (Cf. supra n. 473), nació de ella el Sol de Justicia, Hijo del eterno Padre y suyo, limpio, hermosísimo, refulgente y puro, dejándola en su virginal entereza y pureza más divinizada y consagrada; porque no dividió, sino que penetró el virginal claustro, como los rayos del sol, que sin herir la vidriera cristalina, la penetra y deja más hermosa y refulgente. Y antes de explicar el modo milagroso como esto se ejecutó, digo que nació el niño Dios solo y puro, sin aquella túnica que llaman secundina en la que nacen comúnmente enredados los otros niños y están envueltos en ella en los vientres de sus madres. Y no me detengo en declarar la causa de donde pudo nacer y originarse el error que se ha introducido de lo contrario. Basta saber y suponer que en la generación del Verbo humanado y en su nacimiento, el brazo poderoso del Altísimo tomó y eligió de la naturaleza todo aquello que pertenecía a la verdad y sustancia de la generación humana, para que el Verbo hecho hombre verdadero, verdaderamente se llamase concebido, engendrado y nacido como hijo de la sustancia de su Madre siempre Virgen. Pero en las demás condiciones que no son de esencia, sino accidentales a la generación y natividad, no sólo se han de apartar de Cristo Señor nuestro y de su Madre santísima las que tienen relación y dependencia de la culpa original o actual, pero otras muchas que no derogan a la sustancia de la generación o nacimiento y en los mismos términos de la naturaleza contienen alguna impuridad o superfluidad no necesaria para que la Reina del cielo se llame Madre verdadera y Cristo Señor nuestro hijo suyo y que nació de ella. Porque ni estos efectos del pecado o naturaleza eran necesarios para la verdad de la humanidad santísima, ni tampoco para el oficio de Redentor o Maestro; y lo que no fue necesario para estos tres fines, y por otra parte redundaba en mayor excelencia de Cristo y de su Madre santísimos, ¿no se ha de negar a entrambos? Ni los milagros que para ello fueron necesarios se han de recatear con el Autor de la naturaleza y gracia y con la que fue su digna Madre, prevenida, adornada y siempre favorecida y hermoseada; que la divina diestra en todos tiempos la estuvo enriqueciendo de gracias y dones y se extendió con su poder a todo lo que en pura criatura fue posible. 

478. Conforme a esta verdad, no derogaba a la razón de madre verdadera que fuese virgen en concebir y parir por obra del Espíritu Santo, quedando siempre virgen. Y aunque sin culpa suya pudiera perder este privilegio la naturaleza, pero faltárale a la divina Madre tan rara y singular excelencia; y porque no estuviese y careciese de ella, se la concedió el poder de su Hijo santísimo. También pudiera nacer el niño Dios con aquella túnica o piel que los demás, pero esto no era necesario para nacer como hijo de su legítima Madre, y por esto no la sacó consigo del vientre virginal y materno, como tampoco pagó a la naturaleza este parto otras pensiones y tributos de menos pureza que contribuyen los demás por el orden común de nacer. El Verbo humanado no era justo que pasase por las leyes comunes de los hijos de Adán, antes era como consiguiente al milagroso modo de nacer, que fuese privilegiado y libre de todo lo que pudiera ser materia de corrupción o menos limpieza; y aquella túnica secundina no se había de corromper fuera del virginal vientre, por haber estado tan contigua o continua con su cuerpo santísimo y ser parte de la sangre y sustancia materna; ni tampoco era conveniente guardarla y conservarla, ni que la tocasen a ella las condiciones y privilegios que se le comunican al divino cuerpo, para salir penetrando el de su Madre santísima, como diré luego. Y el milagro con que se había de disponer de esta piel sagrada, si saliera del vientre, se pudo obrar mejor quedándose en él, sin salir fuera. 

479. Nació, pues, el niño Dios del tálamo virginal solo y sin otra cosa material o corporal que le acompañase, pero salió glorioso y transfigurado; porque la divinidad y sabiduría infinita dispuso y ordenó que la gloria del alma santísima redundase y se comunicase al cuerpo del niño Dios al tiempo del nacer, participando los dotes de gloria, como sucedió después en el Tabor (Mt 17, 2) en presencia de los tres Apóstoles. Y no fue necesaria esta maravilla para penetrar el claustro virginal y dejarle ileso en su virginal integridad, porque sin estos dotes pudiera Dios hacer otros milagros: que naciera el niño dejando virgen a la Madre, como lo dicen los doctores santos (S. Tomás, Summa, III, q. 28 a. 2 ad 2) que no conocieron otro misterio en esta natividad. Pero la voluntad divina fue que la beatísima Madre viese a su Hijo hombre-Dios la primera vez glorioso en el cuerpo para dos fines: el uno, que con la vista de aquel objeto divino la prudentísima Madre concibiese la reverencia altísima con que había de tratar a su Hijo, Dios y hombre verdadero; y aunque antes había sido informada de esto, con todo eso ordenó el Señor que por este medio como experimental se la infundiese nueva gracia, correspondiente a la experiencia que tomaba de la divina excelencia de su dulcísimo Hijo y de su majestad y grandeza; el segundo fin de esta maravilla fue como premio de la fidelidad y santidad de la divina Madre, para que sus ojos purísimos y castísimos, que a todo lo terreno se habían cerrado por el amor de su Hijo santísimo, le viesen luego en naciendo con tanta gloria y recibiesen aquel gozo y premio de su lealtad y fineza. 

480. El sagrado Evangelista San Lucas dice (Lc 2, 7) que la Madre Virgen, habiendo parido a su Hijo primogénito, le envolvió en paños y le reclinó en un pesebre. Y no declara quién le llevó a sus manos desde su virginal vientre, porque esto no pertenecía a su intento. Pero fueron ministros de esta acción los dos príncipes soberanos San Miguel y San Gabriel, que como asistían en forma humana corpórea al misterio, al punto que el Verbo humanado, penetrándose con su virtud por el tálamo virginal, salió a luz, en debida distancia le recibieron en sus manos con incomparable reverencia, y al modo que el Sacerdote propone al pueblo la Sagrada Hostia para que la adore, así estos dos celestiales ministros presentaron a los ojos de la divina Madre a su Hijo glorioso y refulgente. Todo esto sucedió en breve espacio. Y al punto que los santos Ángeles presentaron al niño Dios a su Madre, recíprocamente se miraron Hijo y Madre santísimos, hiriendo ella el corazón del dulce niño y quedando juntamente llevada y transformada en él. Y desde las manos de los dos santos príncipes habló el Príncipe celestial a su feliz Madre, y le dijo: Madre, asimílate a mí, que por el ser humano que me has dado quiero desde hoy darte otro nuevo ser de gracia más levantado, que siendo de pura criatura se asimile al mío, que soy Dios y hombre por imitación perfecta.— Respondió la prudentísima Madre: Trahe me post te, in odorem unguentorum tuorum curremos (Cant 1, 3). Llévame, Señor, tras de ti y correremos en el olor de tus ungüentos.—Aquí se cumplieron muchos de los ocultos misterios de los Cantares; y entre el niño Dios y su Madre Virgen pasaron otros de los divinos coloquios que allí se refieren, como: Mi amado para mí y yo para él (Cant 2,16), y se convierte para mí (Cant 7, 10). Atiende qué hermosa eres, amiga mía, y tus ojos son de paloma. Atiende qué hermoso eres, dilecto mío (Cant 1, 14-15); y otros muchos sacramentos que para referirlos sería necesario dilatar más de lo que es necesario este capítulo. 

481. Con las palabras que oyó María santísima de la boca de su Hijo dilectísimo juntamente le fueron patentes los actos interiores de su alma santísima unida a la divinidad, para que imitándolos se asimilase a él. Y este beneficio fue el mayor que recibió la fidelísima y dichosa Madre de su Hijo, hombre y Dios verdadero no sólo porque desde aquella hora fue continuo por toda su vida, pero porque fue el ejemplar vivo de donde ella copió la suya, con toda la similitud posible entre la que era pura criatura y Cristo hombre y Dios verdadero. Al mismo tiempo conoció y sintió la divina Señora la presencia de la Santísima Trinidad, y oyó la voz del Padre eterno que decía: Este es mi Hijo amado, en quien recibo grande agrado y complacencia (Mt 17, 5).—Y la prudentísima Madre, divinizada toda entre tan encumbrados sacramentos, respondió y dijo: Eterno Padre y Dios altísimo, Señor y Criador del universo, dadme de nuevo vuestra licencia y bendición para que con ella reciba en mis brazos al deseado de las gentes (Ag 2, 8), y enseñadme a cumplir en el ministerio de madre indigna y de esclava fiel vuestra divina voluntad.—Oyó luego una voz que le decía: Recibe a tu unigénito Hijo, imítale, críale y advierte que me lo has de sacrificar cuando yo te le pida. Aliméntale como madre y reverencíale como a tu verdadero Dios.—Respondió la divina Madre: Aquí está la hechura de vuestras divinas manos, adornadme de vuestra gracia para que vuestro Hijo y mi Dios me admita por su esclava; y dándome la suficiencia de vuestro gran poder, yo acierte en su servicio, y no sea atrevimiento que la humilde criatura tenga en sus manos y alimente con su leche a su mismo Señor y Criador. 

482. Acabados estos coloquios tan llenos de divinos misterios, el niño Dios suspendió el milagro o volvió a continuar el que suspendía los dotes y gloria de su cuerpo santísimo, quedando represada sólo en el alma, y se mostró sin ellos en su ser natural y pasible. Y en este estado le vio también su Madre purísima, y con profunda humildad y reverencia, adorándole en la postura que ella estaba de rodillas, le recibió de manos de los Santos Ángeles que le tenían. Y cuando le vio en las suyas, le habló y le dijo: Dulcísimo amor mío, lumbre de mis ojos y ser de mi alma, venid en hora buena al mundo, Sol de Justicia (Mal 4, 2), para desterrar las tinieblas del pecado y de la muerte. Dios verdadero de Dios verdadero, redimid a vuestros siervos, y vea toda carne a quien le trae la salud (Is 52, 10). Recibid para vuestro obsequio a vuestra esclava y suplid mi insuficiencia para serviros. Hacedme, Hijo mío, tal como queréis que sea con vos.— Luego se convirtió la prudentísima Madre a ofrecer su Unigénito al eterno Padre, y dijo: Altísimo Criador de todo el universo, aquí está el altar y el sacrificio aceptable a vuestros ojos. Desde esta hora, Señor mío, mirad al linaje humano con misericordia, y cuando merezcamos vuestra indignación, tiempo es de que se aplaque con vuestro Hijo y mío. Descanse ya la justicia, y magnifíquese vuestra misericordia, pues para esto se ha vestido el Verbo divino la similitud de la carne del pecado (Rom 8, 3) y se ha hecho hermano de los mortales y pecadores. Por este título los reconozco por hijos y pido con lo íntimo de mi corazón por ellos. Vos, Señor poderoso, me habéis hecho Madre de vuestro Unigénito sin merecerlo, porque esta dignidad es sobre todos merecimientos de criaturas, pero debo a los hombres en parte la ocasión que han dado a mi incomparable dicha, pues por ellos soy Madre del Verbo humanado pasible y Redentor de todos. No les negaré mi amor, mi cuidado y desvelo para su remedio. Recibid, eterno Dios, mis deseos y peticiones para lo que es de vuestro mismo agrado y voluntad. 

483. Convirtióse también la Madre de Misericordia a todos los mortales, y hablando con ellos dijo: Consuélense los afligidos, alégrense los desconsolados, levántense los caídos, pacifíquense los turbados, resuciten los muertos, letifíquense los justos, alégrense los santos, reciban nuevo júbilo los espíritus celestiales, alíviense los profetas y patriarcas del limbo y todas las generaciones alaben y magnifiquen al Señor que renovó sus maravillas. Venid, venid, pobres; llegad, párvulos, sin temor, que en mis manos tengo hecho cordero manso al que se llama león; al poderoso, flaco; al invencible, rendido. Venid por la vida, llegad por la salud, acercaos por el descanso eterno, que para todos le tengo y se os dará de balde y le comunicaré sin envidia. No queráis ser tardos y pesados de corazón, oh hijos de los hombres. Y vos, dulce bien de mi alma, dadme licencia para que reciba de vos aquel deseado ósculo de todas las criaturas. — Con esto la felicísima Madre aplicó sus divinos y castísimos labios a las caricias tiernas y amorosas del niño Dios, que las esperaba como Hijo suyo verdadero. 

484. Y sin dejarle de sus brazos, sirvió de altar y de sagrario donde los diez mil Ángeles en forma humana adoraron a su Criador hecho hombre. Y como la beatísima Trinidad asistía con especial modo al nacimiento del Verbo encarnado, quedó el cielo como desierto de sus moradores, porque toda aquella corte invisible se trasladó a la feliz cueva de Belén y adoró también a su Criador en hábito nuevo y peregrino. Y en su alabanza entonaron los Santos Ángeles aquel nuevo cántico: Gloria in excelsis Deo, et in terra pax hominibus bonae voluntatis (Lc 2, 14). Y con dulcísima y sonora armonía le repitieron, admirados de las nuevas maravillas que veían puestas en ejecución y de la indecible prudencia, gracia, humildad y hermosura de una doncella tierna de quince años, depositaría y ministra digna de tales y tantos sacramentos. 

485. Ya era hora que la prudentísima y advertida Señora llamase a su fidelísimo esposo San José, que, como arriba dije (Cf. supra n. 472), estaba en divino éxtasis, donde conoció por revelación todos los misterios del sagrado parto que en aquella noche se celebraron. Pero convenía también que con los sentidos corporales viese y tratase, adorase y reverenciase al Verbo humanado, antes que otro alguno de los mortales, pues él solo era entre todos escogido para despensero fiel de tan alto sacramento. Volvió del éxtasis mediante la voluntad de su divina Esposa, y restituido en sus sentidos, lo primero que vio fue el niño Dios en los brazos de su virgen Madre, arrimado a su sagrado rostro y pecho. Allí le adoró con profundísima humildad y lágrimas. Besóle los pies con nuevo júbilo y admiración, que le arrebatara y disolviera la vida, si no le conservara la virtud divina, y los sentidos perdiera, si no fuera necesario usar de ellos en aquella ocasión. Luego que el santo José adoró al niño, la prudentísima Madre pidió licencia a su mismo Hijo para asentarse, que hasta entonces había estado de rodillas, y administrándole San José los fajos y pañales que traían, le envolvió en ellos con incomparable reverencia, devoción y aliño, y así empañado y fajado, con sabiduría divina le reclinó la misma Madre en el pesebre, como el Evangelista San Lucas dice (Lc 2, 7), aplicando algunas pajas y heno a una piedra, para acomodarle en el primer lecho que tuvo Dios hombre en la tierra fuera de los brazos de su Madre. Vino luego, por voluntad divina, de aquellos campos un buey con suma presteza, y entrando en la cueva se juntó al jumentillo que la misma Reina había llevado; y ella les mandó adorasen con la reverencia que podían y reconociesen a su Criador. Obedecieron los humildes animales al mandato de su Señora y se postraron ante el niño y con su aliento le calentaron y sirvieron con el obsequio que le negaron los hombres. Así estuvo Dios hecho hombre envuelto en paños, reclinado en el pesebre entre dos animales, y se cumplió milagrosamente la profecía: que conoció el buey a su dueño y el jumento al pesebre de su señor, y no lo conoció Israel, ni su pueblo tuvo inteligencia (Is 1, 3). 


Doctrina de la Reina María santísima. 

486. Hija mía, si los mortales tuvieran desocupado el corazón y sano juicio para considerar dignamente este gran sacramento de piedad que el Altísimo obró por ellos, poderosa fuera su memoria para reducirlos al camino de la vida y rendirlos al amor de su Criador y Reparador. Porque siendo los hombres capaces de razón, si de ella usaran con la dignidad y libertad que deben, ¿quién fuera tan insensible y duro que no se enterneciera y moviera a la vista de su Dios humanado y humillado a nacer pobre, despreciado, desconocido, en un pesebre entre animales brutos, sólo con el abrigo de una madre pobre y desechada de la estulticia y arrogancia del mundo? En presencia de tan alta sabiduría y misterio, ¿quién se atreverá a amar la vanidad y soberbia, que aborrece y condena el Criador de cielo y tierra con su ejemplo? Ni tampoco podrá aborrecer la humildad, pobreza y desnudez, que el mismo Señor amó y eligió para sí, enseñando el medio verdadero de la vida eterna. Pocos son los que se detienen a considerar esta verdad y ejemplo, y con tan fea ingratitud son pocos los que consiguen el fruto de tan grandes sacramentos.

487. Pero si la dignación de mi Hijo santísimo se ha mostrado tan liberal contigo en la ciencia y luz tan clara que te ha dado de estos admirables beneficios del linaje humano, considera bien, carísima, tu obligación y pondera cuánto y cómo debes obrar con la luz que recibes. Y para que correspondas a esta deuda, te advierto y exhorto de nuevo que olvides todo lo terreno y lo pierdas de vista y no quieras ni admitas otra cosa del mundo más de lo que te puede alejar y ocultar de él y de sus moradores, para que desnudo el corazón de todo afecto terreno, te dispongas para celebrar en él los misterios de la pobreza, humildad y amor de tu Dios humanado. Aprende de mi ejemplo la reverencia, temor y respeto con que le has de tratar, como yo lo hacía cuando le tenía en mis brazos; y ejecutarás esta doctrina cuando tú le recibas en tu pecho en el venerable Sacramento de la Eucaristía, donde está el mismo Dios y hombre verdadero que nació de mis entrañas. Y en este Sacramento le recibes y tienes realmente tan cerca, que está dentro de ti misma con la verdad que yo le trataba y tenía, aunque por otro modo. 

488. En esta reverencia y temor santo quiero que seas extremada, y que también adviertas y entiendas, que con la obra de entrar Dios sacramentado en tu pecho te dice lo mismo que a mí me dijo en aquellas razones: Que me asimilase a él, como lo has entendido y escrito. El bajar del cielo a la tierra, nacer en pobreza y humildad, vivir y morir en ella con tan raro ejemplo y enseñanza del desprecio del mundo y de sus engaños, y la ciencia que de estas obras te ha dado, señalándose contigo en alta y encumbrada inteligencia y penetración, todo esto ha de ser para ti una voz viva que debes oír con íntima atención de tu alma y escribirla en tu corazón, para que con discreción hagas propios los beneficios comunes y entiendas que de ti quiere mi Hijo santísimo y mi Señor los agradezcas y recibas, como si por ti (Gal 2, 20) sola hubiera bajado del cielo a redimirte y obrar todas las maravillas y doctrina que dejó en su Iglesia santa.

MISTICA CIUDAD DE DIOS 
VIDA DE LA VIRGEN MARÍA 
Venerable María de Jesús de Agreda 
Libro IV, Cap. 10.

lunes, 26 de diciembre de 2016

RENCOR NAVIDEÑO


Ya decía mi abuela con su estilo palentino que el rencoroso, mejor en un foso. Solamente en ese lugar de aislamiento puede estar, recomiéndose de rabia y sin poder hacer nada contra nadie. También escuché alguna vez de labios de mi maestro de novicios que el rencoroso en invierno, mejor está en el infierno. Viene a ser lo mismo. Ignoro por qué tiene que ser en invierno; quizá tenga que ver con lo frío y sombrío que es este pecado. Por eso decía el Señor que en el infierno será el llanto y el rechinar de dientes. Odio eterno a Dios y todo lo que se le parezca. Rencor eterno.

Feo es el rencor en cualquier persona. Si algo no soporta Dios, es este vicio atroz, que al fin y al cabo cierra las puertas a una actitud de misericordia. Si alguien –supongamos-, se pasara la vida hablando de la misericordia y luego resultara un rencoroso redomado, probablemente habría que concluir que todo en él es falso. Porque si algo destruye la misericordia, es el rencor. Incluso cuando Dios castiga, lo hace por justicia. Nunca por rencor. Pero algunos humanos gozan impartiendo SU propia justicia, mientras hablan de la misericordia divina. Cosas del pecado original, digo yo.

En Navidad se disipan (aunque sea momentáneamente) todos los rencores. Todos se felicitan, todos se tratan con amabilidad. Incluso los no-creyentes -como ahora se suele decir-, actúan con estos sentimientos, por más que sean temporales. En todo caso, se dejan de lado durante estos días las hostilidades. Aunque sea a modo de pequeña tregua navideña, como en las guerras de antaño. Porque ha nacido el Redentor.

Estaba ayer en estos pensamientos en el pequeño rincón del claustro, donde se concentra el único rayo de sol del mediodía, cuando mi querido colega Fray Malaquías me informó del discurso que Francisco había dirigido a la Curia de Roma con motivo de la Navidad. Si no fuera porque ya estoy acostumbrado, me habría producido un chok de esos que dicen ahora. Pero por desgracia, el corazón se va habituando a los malos tiempos. Ha sido un discurso con pasajes en los que el rencor iba y venía, con mensajes mefíticos y una especie de ajuste de cuentas. Como en el viejo Chicago, pero con ametralladoras autoritarias y amenazantes.

A los que no estamos en los intríngulis de la política vaticana y en los altos puestos dirigentes de nuestra Madre la Iglesia, nos extraña que se aprovechen estos momentos navideños para soltar lastre y zahorra sobre los que piensan de modo distinto, pero dentro de la doctrina de siempre; para los que piden una aclaración ante sus legítimas dudas. Estacazo y tentetieso, para los que se limitan a preguntar y solicitar aclaraciones.

Contrasta con el bálsamo acariciante y aterciopelado, compresivo y temperado, que se manifiesta con los que niegan claramente la doctrina. Herejes palmarios y definidos a los que nada se reprocha. Uno de ellos, también ha aprovechado la Navidad para expeler sus excrementos teológicos sobre la Virginidad de María. Aún sigue en su puesto jesuítico, seguro de que nada pasará.

Estamos en Navidad. El Señor ha venido a traer la luz a un mundo en oscuridad. A despejar las dudas y las ambigüedades provocadas por los vándalos hodiernos. A clarificar el ambiente. A sanear lo que está podrido. A librarnos del pecado. Dios sí que responde a nuestras preguntas.

Ya lo dijo el anciano Simeón a Nuestra Señora: Este ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel y para signo de contradicción. Y de otro modo lo dijo también el propio Jesús refiriéndose a Sí mismo: Quien caiga sobre esta piedra se despedazará y al que le caiga encima lo aplastará.

Celebremos la Navidad sin rencores. Basta con que pidamos al Dios-Niño que guarde a Su Iglesia, la libre del error y no la deje caer en manos de sus enemigos.