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domingo, 29 de octubre de 2023

FIESTA DE CRISTO REY - ULTIMO DOMINGO DE OCTUBRE


Oración a Cristo Rey

Oh Cristo Jesús, os reconozco por Rey universal.
Todo cuanto ha sido hecho ha sido creado para Vos.
Ejerced sobre mí todos vuestros derechos.

Renuevo mis promesas del Santo Bautismo renunciando a Satanás, a sus pompas y a sus obras, y prometo vivir como buen cristiano.
Y particularmente me propongo a hacer triunfar, según mis medios, los derechos de Dios y de vuestra Iglesia.

Corazón Divino de Jesús, os ofrezco mis pobres acciones para obtener que todos los corazones reconozcan vuestra Sagrada Realeza y que así se establezca el reinado de vuestra paz en el mundo entero.

Amén.

jueves, 2 de septiembre de 2021

LIBERA NOS A MALO. HISTÓRICO ESTUDIO DE MONSEÑOR VIGANÒ SOBRE EL GRAN REINICIO Y EL NUEVO ORDEN MUNDIAL


Por la Gracia de Dios Monseñor Carlo María Viganò nos ha hecho llegar este histórico documento, que Belén Calvo, de Adoración y Liberación, ha traducido para todo el mundo de habla hispana. En palabras de la propia traductora… «Me ha dejado conmovida: es la declaración más brutal y lúcida que he leído jamás. No tengo ninguna duda de que ha sido divinamente inspirada…»  Y les puedo dar fe de que es así. Rogamos a Dios por el trabajo de alcance espiritual inmenso que está llevando Monseñor Viganò; y por todos sus frutos. Rogamos también por él para que la Santísima Virgen María lo proteja, cuide y sostenga. Y rogamos por todos los hermanos conscientes del papel destructor de Bergoglio, para que apoyen a Monseñor Viganò en esta batalla, y se dejen de discusiones estériles. Santa Lectura. Dios les bendiga.

Vicente Montesinos




LIBERA NOS A MALO

Consideraciones sobre el Gran Reinicio

y el Nuevo Orden Mundial



Nadie será parte del Nuevo Orden Mundial a menos

 que lleve a cabo un acto de adoración a Lucifer.

 Nadie entrará en la Nueva Era a menos 

que reciba la iniciación luciferina.

David Spangler

Director del Proyecto de la Iniciativa Planetaria de las Naciones Unidas

(Reflexiones sobre El Cristo, Findhorn, 1978)


Durante más de año y medio hemos sido testigos impotentes de la sucesión de hechos incongruentes a los que la mayoría de nosotros no podemos dar una justificación plausible. La emergencia pandémica ha puesto de manifiesto en particular las contradicciones e irracionalidades de las medidas que nominalmente pretenden limitar el contagio -cierres, toques de queda, cierres de actividades comerciales, limitaciones de los servicios públicos y clases, suspensión de los derechos de los ciudadanos-, pero que a diario son desmentidas por voces en conflicto, por evidencias claras de ineficacia, por contradicciones por parte de las mismas autoridades sanitarias. No es necesario enumerar las medidas que han tomado casi todos los gobiernos del mundo sin lograr los resultados prometidos. Si nos limitamos a las supuestas ventajas que el suero genético experimental debería haber aportado a la comunidad -sobre todo inmunidad frente al virus y renovada libertad de movimiento- descubrimos que un estudio de la Universidad de Oxford publicado en The Lancet (aquí) afirmó que la carga viral de los vacunados con una dosis doble es 251 veces mayor que las primeras cepas del virus (aquí), a pesar de los proclamas de los líderes mundiales, comenzando por el primer ministro italiano Mario Draghi, según el cual “quien se vacuna vive, quien no se vacuna muere”. Los efectos secundarios del suero genético, inteligentemente disfrazados o deliberadamente no registrados por las autoridades sanitarias nacionales, parecen confirmar el peligro de vacunarse y las inquietantes incógnitas para la salud de los ciudadanos que pronto tendremos que afrontar.

De la ciencia al cientificismo

El arte de la medicina -que no es ciencia, sino la aplicación de principios científicos a diferentes casos cada vez, sobre una base experiencial y experimental- parece haber renunciado a su prudencia, en nombre de una emergencia que se ha elevado al nivel delsacerdociode unareligión-la religión de la ciencia, de hecho- que para serlo se ha enmascarado en un dogmatismo rayano en la superstición. Losministrosde esteculto        se han constituido en una casta de intocables, exentos de toda crítica aun cuando sus pretensiones sean desmentidas por la evidencia de los hechos. Los principios de la medicina, considerados universalmente válidos hasta febrero de 2020, han dado paso a la improvisación, hasta el punto de que se aconseja vacunar en plena pandemia, imponiéndose la obligación de las máscaras aunque sean inútiles, el mandato arbitrario de distancias extrañas, la prohibición de tratamientos con fármacos eficaces y la imposición de terapias genéticas experimentales en violación de los protocolos normales de seguridad. Y así como hay nuevossacerdotesCovid, también hay nuevosherejes, es decir, aquellos que rechazan la nuevareligión     pandémica y quieren permanecer fieles al Juramento Hipocrático. No es infrecuente que el aura deinfalibilidadque envuelve a los virólogos y otros científicos más o menos titulados no parece cuestionarse por sus conflictos de interés o por los sustanciales beneficios económicos que reciben las empresas farmacéuticas, que en condiciones normales serían escandalosas y criminales.  

Lo que muchos no comprenden es la incoherencia entre los objetivos declarados y los medios que se adoptan de una manera en constante cambio para lograrlos. Si en Suecia la ausencia de confinamientos y máscaras no dio lugar a tasas de infección más altas que en los países donde las personas han sido confinadas en sus hogares o donde se han colocado máscaras incluso en las escuelas primarias, este elemento no es considerado una prueba de ineficacia de las medidas. Si en Israel o en Gran Bretaña la vacunación masiva ha incrementado las infecciones y las  hizo más virulentas, su ejemplo no induce a los gobernantes de otros países a ser cautelosos en la campaña de vacunación, sino que los empuja a evaluar la naturaleza obligatoria de su administración de la vacuna. Si la ivermectina o el plasma hiperinmune resultan ser tratamientos válidos,esto no es suficiente para autorizarlos y mucho menos recomendarlos. Y aquellos que se preguntan el motivo de esta desconcertante irracionalidad acaban absteniéndose de juzgar, dando una especie de aceptación fideísta a los pronunciamientos de los sacerdotes Covid, o por el contrario, considerando a los médicos como hechiceros poco fiables.

Un solo guión bajo una sola dirección

Como dije antes, nos enfrentamos a un engaño colosal, basado en mentiras y fraudes. Este engaño parte de la premisa de que las justificaciones presentadas por las autoridades en apoyo de sus acciones son sinceras. Más simplemente, el error consiste en creer que los gobernantes son honestos y en asumir que no nos mienten. Por eso persistimos en encontrar justificaciones más o menos plausibles, con el único propósito de no reconocer que somos objeto de una conspiración planeada hasta el más mínimo detalle. Y mientras tratamos de explicar racionalmente el comportamiento irracional, mientras atribuimos lógica a las acciones ilógicas de quienes nos gobiernan, la disonancia cognitiva nos lleva a cerrar los ojos a la realidad y a creer las mentiras más descaradas.

Deberíamos haber entendido -lo escribí hace algún tiempo- que el plan delGran Reinicio  no fue el resultado de los desvaríos de algún “teórico de la conspiración” sino la cruda evidencia de un plan criminal, concebido durante décadas y destinado a establecer una dictadura universal en que una minoría de personas inmensamente ricas y poderosas pretende esclavizar y subyugar a toda la humanidad a la ideología globalista. La acusación de “teoría de la conspiración” quizás podría haber tenido sentido cuando la conspiración aún no era evidente, pero hoy en día negar lo que la élite ha planeado desde la década de 1950 es injustificable. Lo que Kalergi, los Rothschild, los Rockefeller, Klaus Schwab, Jacques Attali y Bill Gates vienen diciendo desde la Segunda Guerra Mundial ha sido publicado en libros y periódicos, comentado y recogido por organismos y fundaciones internacionales,formados precisamente por los partidos y gobiernos mayoritarios. Los Estados Unidos de Europa, la inmigración descontrolada, la reducción de salarios, la cancelación de las garantías sindicales, la renuncia a la soberanía nacional, la moneda única, el control de los ciudadanos con el pretexto de una pandemia y la reducción de la población a través del uso de vacunas con nuevas tecnologías no son inventos recientes, sino el resultado de una acción planificada, organizada y coordinada, una acción que claramente se muestra se muestra adherida perfectamente a un solo guión bajo una sola dirección.el control de los ciudadanos con el pretexto de una pandemia y la reducción de la población a través del uso de vacunas con nuevas tecnologías no son inventos recientes, sino el resultado de una acción planificada, organizada y coordinada, una acción que claramente se muestra se muestra adherida perfectamente a un solo guión bajo una sola dirección.el control de los ciudadanos con el pretexto de una pandemia y la reducción de la población a través del uso de vacunas con nuevas tecnologías no son inventos recientes, sino el resultado de una acción planificada, organizada y coordinada, una acción que claramente se muestra se muestra adherida perfectamente a un solo guión bajo una sola dirección.

La mens  criminal

Una vez entendido que los presentes hechos han tenido como finalidad la obtención de ciertos resultados -y consecuentemente perseguir ciertos intereses en beneficio de una parte minoritaria de la humanidad, con un daño incalculable para la mayoría- también debemos tener la honestidad de reconocer a la mens criminal [mens=mente en latín] de los autores de este plan.

Este diseño criminal también nos hace comprender el fraude perpetrado por la autoridad civil al presentar ciertas medidas como una respuesta ineludible a eventos impredecibles, cuando los eventos han sido creados y magnificados ingeniosamente con el único propósito de legitimar una revolución -que Schwab identifica como la cuarta revolución industrial– prevista por la élite en detrimento de toda la humanidad. La esclavitud de la autoridad es, por otra parte, el resultado de un proceso que comenzó incluso antes, con la Revolución Francesa, y que convirtió a la clase política en sierva no de Dios (cuyo Señorío desprecia con desdén) ni del pueblo soberano (al que desprecia y usa solo para legitimarse), sino de los potentados económicos y financieros, de la oligarquía internacional de banqueros y usureros, de multinacionales y empresas farmacéuticas. En realidad, en una inspección más cercana, todos estos sujetos pertenecen a un pequeño número de conocidas familias muy ricas.

Igual esclavitud es también evidente en los medios: los periodistas han aceptado -sin ningún escrúpulo de conciencia- prostituirse ellos mismos a los poderosos, yendo tan lejos como para censurar la verdad y difundir mentiras descaradas sin siquiera intentar darles la apariencia de credibilidad. Hasta el año pasado los periodistas contaban los números de las “víctimas” de Covid presentando a quienes dieron positivo como enfermos terminales, hoy los que mueren después de ser vacunados son siempre y solo tomados por una vaga “enfermedad”, e incluso antes de la autopsia, ellos deciden oficialmente que no existe una correlación entre la muerte de una persona y la administración del suero genético. Tuercen la verdad con impunidad cuando no confirma su narrativa, doblándola para que se ajuste a sus propósitos.

Lo que ha estado sucediendo durante un año y medio había sido ampliamente anunciado, hasta el más mínimo detalle, por los propios creadores del Gran Reinicio; tal y como nos dijeron las medidas que se iban a adoptar. El 17 de febrero de 1950, al testificar ante el Senado de los Estados Unidos, el conocido banquero James Warburg dijo: “Tendremos un gobierno mundial, os guste o no. La única pregunta que surge es si este gobierno mundial se establecerá por consenso o por la fuerza”. Cuatro años después, nació el Grupo Bilderberg, que ha contado entre sus miembros con personajes como el empresario italiano Gianni Agnelli, Henry Kissinger, Mario Monti, y el actual primer ministro italiano Mario Draghi. En 1991, David Rockefeller escribió: “El mundo está listo para un gobierno mundial. La soberanía supranacional de una élite intelectual y los banqueros mundiales es ciertamente preferible a la autodeterminación nacional practicada en los siglos pasados”. Y agregó:“Estamos al borde de una transformación global. Todo lo que necesitamos es la crisis global ‘adecuada’ y las naciones aceptarán el Nuevo Orden Mundial”. Hoy podemos afirmar que esta“crisis del derecho”coincide con la emergencia pandémica y con el “paso a paso” delineado desde 2010 por el documento de la Fundación Rockefeller “Escenarios para el futuro de la tecnología y el desarrollo internacional”, en el que los eventos que ahora estamos presenciando, estaban todos anticipados (aquí).    

En definitiva, han creado un falso problema para poder imponer medidas de control poblacional como aparente solución, cancelar las pequeñas y medianas empresas con confinamientos y el pase verdeen beneficio de unos pocos grupos internacionales, demoler la educación imponiendo educación a distancia, reducir el costo de mano de obra y empleados con «trabajo inteligente», privatizar la salud pública en beneficio de BigPharma, y permitir que los gobiernos utilicen el estado de emergencia para legislar derogando la ley e imponer las llamadas vacunas a toda la población, haciendo que los ciudadanos sean rastreables en todos sus movimientos y sean enfermos crónicos o estériles.    

Todo lo que la élite quería hacer, lo ha hecho. Y lo incomprensible es que ante la evidencia de la premeditación de este terrible crimen de lesa humanidad, que ve a los dirigentes de casi todo el mundo como cómplices y traidores, no hay un solo magistrado que abra un expediente en su contra para esclarecer la verdad y condenar a los culpables y cómplices. Aquellos que no están de acuerdo no solo son censurados sino señalados como enemigos públicos, como ‘infectadores’, como no-personas a las que no se les reconocen derechos.

Estado profundo e iglesia profunda

Ahora bien, ante un plan criminal sería al menos lógico denunciarlo y darlo a conocer, para entonces poder evitarlo y juzgar a los culpables. La lista de traidores debe comenzar con los jefes de gobierno, con los miembros del gabinete y funcionarios electos, para luego continuar con los virólogos y médicos corruptos, los funcionarios cómplices, los líderes de las fuerzas armadas incapaces de oponerse a la violación de la Constitución, los periodistas vendidos, los jueces cobardes y los sindicatos serviles. En esa larga lista que tal vez algún día se confeccione, también deberían figurar los líderes de la Iglesia Católica, empezando por Bergoglio y no pocos de los Obispos, quienes se han convertido en celosos ejecutores de la voluntad del príncipe contra el mandato recibido de Cristo. Y ciertamente, en esa lista, se conocería el alcance de la conspiración y el número de conspiradores, confirmando la crisis de autoridad y la perversión del poder civil y religioso. En resumen, se entendería que la parte corrupta de la autoridad civil -el estado profundo– y la parte corrupta de la autoridad eclesiástica -la iglesia profunda– son dos caras de la misma moneda, ambas fundamentales para el establecimiento del Nuevo Orden Mundial.

Sin embargo, para entender esta alianza entre el poder civil y religioso, es necesario reconocer la dimensión espiritual y escatológica del presente conflicto, enmarcándolo en el contexto de la guerra que Lucifer, desde su caída, ha librado contra Dios. Esta guerra, cuyos desenlaces se han decidido ab æterno con la inexorable derrota de Satanás y el Anticristo y la abrumadora victoria de la Mujer rodeada de estrellas, se acerca ahora a su conclusión. Es por eso que las fuerzas de las tinieblas son tan salvajes en la actualidad, tan impacientes por suprimir el nombre de Nuestro Señor de la tierra, no solo para destruir su presencia tangible en nuestras ciudades derribando iglesias, demoliendo cruces y suprimiendo las fiestas cristianas; sino también eliminando la memoria, anulando la civilización cristiana, adulterando su enseñanza y degradando su culto. Y para ello, la presencia de una Jerarquía fiel y valiente, dispuesta a sufrir el martirio para defender la fe cristiana y la doctrina moral, es ciertamente un obstáculo. Por eso, desde la fase inicial del plan globalista, fue esencial corromper a la Jerarquía en moral y doctrina, infiltrarla con quintas columnas y células durmientes, para privarla de cualquier anhelo sobrenatural y para hacerla vulnerable al chantaje gracias a escándalos económicos y sexuales; todo ello con el propósito de excluirlo y eliminarlo una vez logrado su propósito, de acuerdo con la práctica establecida.

Esta operación de infiltración comenzó a fines de la década de 1950, cuando el proyecto del Nuevo Orden Mundial estaba tomando forma. Inició su propia obra de subversión unos años más tarde, con el Concilio Ecuménico Vaticano II, ante el cual la elección de Roncalli y la expulsión del cardenal Siri, el “delfín” de Pacelli o probable sucesor como Papa, supuso un motivo de entusiasmo tanto para el elemento progresista y modernista dentro de la Iglesia, así como para el elemento comunista, liberal y masónico del mundo civil. El Vaticano II representó dentro del cuerpo eclesial lo que el Juramento de la Cancha de Tenis [de la Revolución Francesa] fue para la sociedad civil: el comienzo de la Revolución. Y si en muchas ocasiones he llamado la atención sobre el carácter subversivo del Concilio, hoy creo que merece atención un análisis histórico en el que hechos aparentemente inconexos adquieren una significación inquietante, explicando muchas cosas.

Enlaces peligrosos

Como ha informado Michael J. Matt en un video reciente en The Remnant (aquí), hoy empezamos a juntar todas las piezas del mosaico, y descubrimos -por la misma admisión de uno de los protagonistas- que Mons. Hélder Câmara, Arzobispo de Olinda y Recife en Brasil, tuvo un encuentro en esos años con el joven Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial y teórico del Gran Reinicio. Una vez que Schwab reconoció a Câmara por su oposición a la Iglesia tradicional y sus teorías revolucionarias y pauperistas, lo invitó al Foro de Davos, considerando su participación en este evento como de suma importancia en vista del proyecto del Nuevo Orden. Sabemos que Hélder Câmara estuvo entre los organizadores del “Pacto de las Catacumbas”, que fue firmado por unos cuarenta obispos ultraprogresistas el 16 de noviembre de 1965, pocos días antes de la clausura del Concilio. Entre las tesis heréticas de ese documento, también está la colaboración en el establecimiento de “otro nuevo orden social” (aquí, n. 9) basado en la justicia y la igualdad. Y no nos sorprende saber que entre los firmantes también estaba Mons. Enrique Angelelli, obispo auxiliar de Córdoba en Argentina, “[un] punto de referencia para el entonces padre Jorge Mario Bergoglio” (aquí). El propio Bergoglio declaró desde el comienzo de su pontificado que estaba de acuerdo con las exigencias del Pacto de las Catacumbas. El 20 de octubre de 2019, durante el Sínodo sobre la Amazonía, se repitió la celebración del pacto entre los conspiradores en las Catacumbas de Santa Domitilla (aquí), confirmando que el plan iniciado en el Concilio había encontrado cumplimiento precisamente en Jorge Mario Bergoglio. Lejos de distanciarse de los ultraprogresistas que lo apoyan y que determinaron su elección en el último Cónclave, Bergoglio nunca pierde la oportunidad de dar prueba de su perfecta coherencia con el plan del Nuevo Orden Mundial, comenzando por la colaboración de las comisiones y dicasterios del Vaticano con  el ambientalismo de matriz maltusiana y su participación en el Council for Inclusive Capitalism, una alianza global con los Rothschild, la Fundación Rockefeller y los grandes bancos. Así que, por un lado tenemos a David Rockefeller con la Comisión Trilateral, y por el otro tenemos a Klaus Schwab, quien está relacionado por matrimonio con los Rothschild (aquí), con el Foro Económico Mundial, y ambos están ‘codo con codo’ con la cabeza de la Iglesia Católica para establecer el Nuevo Orden por medio del Gran Reinicio, como ha sido planeado desde la década de 1950.

El plan mundial de despoblación

Entre los asociados de este pactum sceleris hay que contar también algunos miembros de la Pontificia Academia para la Vida, cuya estructura organizativa fue recientemente revocada por el propio Bergoglio al destituir a los miembros más fieles al Magisterio, sustituyéndolos por partidarios de la despoblación, anticoncepción y aborto. No debería sorprendernos el apoyo de la Santa Sede a las vacunas: en junio de 2011, el Sovereign Independent  publicó el titular en la portada: “Despoblación por vacunación forzosa: ¡La solución de carbono cero!” (aquí). Junto al titular, una fotografía de Bill Gates iba acompañada de una cita suya: “El mundo hoy tiene 6.800 millones de personas. Eso se dirige a unos 9 mil millones. Ahora, si hacemos un verdadero gran trabajo con las nuevas vacunas, la atención médica y los servicios reproductivos [aborto y anticoncepción], lo reducimos quizás en un 10 o un 15 por ciento ”. Esto es lo que dijo Bill Gates hace once años. Hoy es uno de los accionistas del grupo Black Rock que financia a las empresas farmacéuticas que producen las vacunas, uno de los principales patrocinadores de la Organización Mundial de la Salud (OMS), y también de una miríada de entidades públicas y privadas vinculadas a la salud. A su lado encontramos curiosamente a George Soros, el “filántropo” de la Open Society, que junto con la Fundación Bill y Melinda Gates invirtieron recientemente en una empresa británica que produce hisopos para pruebas de Covid (aquí). Y ya que hablamos de cuestiones económicas, me gustaría recordar que la Santa Sede ha tenido acciones por valor de unos 20 millones de euros en dos empresas farmacéuticas que han producido un medicamento anticonceptivo (aquí), y más recientemente invirtió en un fondo que garantizaba beneficios muy elevados en caso de crisis geopolítica o pandémica gracias a la especulación con las divisas internacionales, el fondo “Geo-Risk” gestionado por el banco de inversión Merrill Lynch, que tuvo que cerrarlo por sus disparados rendimientos tras los primeros meses de la pandemia (aquí). Otro capital, proveniente de la recaudación «Peter’s Pence», ha sido utilizado para financiar otras iniciativas, incluso colaborando con el empresario italiano Lapo Elkann, cuyos esfuerzos incluyen Rocketman, la película autobiográfica de Elton John. Por no hablar de las especulaciones inmobiliarias y la compra del edificio londinense en el 60 de Sloane Avenue del que nos ha informado ampliamente la cobertura de noticias, una compra que sé, de una fuente confiable, fue decidida por el propio Bergoglio. Y luego está China: siempre en nombre de la «coherencia» y la «iglesia de los pobres para los pobres» que es tan querida en el corazón de Bergoglio, hay quienes creen que el Acuerdo secreto preparado por los Jesuitas y el excardenal Theodore McCarrick pudo haber obtenido fondos sustanciales del régimen comunista en Beijing a cambio del silencio del Vaticano sobre la persecución de los católicos y la violación de los derechos humanos (aquí).

Lo mismo ocurre con el negocio de la inmigración: entre los que obtienen beneficios de la industria de la acogida de inmigrantes se encuentran las comisiones vaticanas y las conferencias episcopales, a las que varias naciones aportan fondos sustanciales para la recepción de inmigrantes ilegales. El horrendo monumento con la barca de bronce erigida por Bergoglio en la plaza de San Pedro es la representación plástica de una hipocresía que es el sello distintivo de este pontificado. En una audiencia de miércoles reciente pudimos escuchar estas palabras: “Los hipócritas son personas que fingen, adulan y engañan porque viven con una máscara en el rostro y no tienen el valor de enfrentar la verdad. […] La hipocresía en la Iglesia es particularmente detestable; y lamentablemente, la hipocresía existe en la Iglesia y hay muchos cristianos y ministros hipócritas” (aquí). Creo que no es necesario ningún comentario.

Interferencia de estado profundo

Ha habido múltiples ejemplos de interferencia del estado profundo en la vida de la Iglesia. No podemos olvidar los correos electrónicos de John Podesta y Hillary Clinton, que muestran la intención de expulsar a Benedicto XVI del papado y así iniciar una nueva “primavera de la Iglesia” que sería progresista y globalista, que luego surgió con la renuncia de Benedicto y la elección del argentino. Tampoco podemos pasar por alto la injerencia de entidades e instituciones que no son nada cercanas a la religión, como los B’nai B’rith, al dictar la dirección de la “renovación” de la Iglesia después del Concilio Vaticano II y, sobre todo, bajo este Pontificado. Finalmente, conviene recordar, por un lado, las desdeñosas negativas a conceder audiencias a personalidades políticas e institucionales conservadoras, y por otro, los apasionados y sonrientes encuentros con líderes de izquierda y del progresismo, junto con expresiones de entusiasta satisfacción con motivo de su elección. Muchos de ellos deben su éxito a haber asistido a universidades dirigidas por la Compañía de Jesús o círculos del catolicismo que en Italia se llamarían Dossettian,[1] donde la red de relaciones sociales y políticas constituye una especie de masonería progresista y asegura carreras deslumbrantes para los llamados «católicos adultos», aquellos que usan el nombre «cristiano» sin comportarse consistentemente con la fe y la moral cristianas en su servicio a los asuntos públicos: Joe Biden y Nancy Pelosi; Romano Prodi, Mario Monti, Giuseppe Conte y Mario Draghi; por nombrar sólo algunos. Como podemos ver, la cooperación entre el estado profundo y la iglesia profunda es de larga data y ahora ha producido los resultados esperados por sus partidarios, con un daño muy grave tanto para el Estado como para la religión.

El cierre de iglesias a principios de 2020, incluso antes de que las autoridades civiles impusieran los cierres; la prohibición de la celebración de Misas y la administración de los sacramentos durante la emergencia pandémica; la grotesca ceremonia realizada el 27 de marzo de 2020 en la Plaza de San Pedro (aquí); la insistencia en las vacunas y su promoción como moralmente legítima a pesar de haber sido producidas con líneas celulares originadas en fetos abortados; Las declaraciones de Bergoglio de que el suero genético representa un «deber moral» para todo cristiano; la introducción del pasaporte sanitario “Green Pass” en el Vaticano y más recientemente en las escuelas católicas y en algunos seminarios; la Santa Sede prohibiendo

a los obispos anunciar que están en contra de la obligación de vacunación, prontamente respaldados por ciertas Conferencias Episcopales: todos estos son elementos que demuestran la subordinación de la iglesia profunda a las órdenes del estado profundo, y la forma en la que la iglesia bergogliana es una parte integral del plan globalista. Si combinamos todo esto con el culto idólatra de la pachamama justo debajo de los arcos de la Basílica de San Pedro; la insistencia en el ecumenismo, el pacifismo y el pauperismo irenista; el aval de la ética situacional y la sustancial legitimación del adulterio y el concubinato en Amoris Laetitia; la declaración de que la pena de muerte es moralmente ilícita; el respaldo de políticos de izquierda, líderes revolucionarios y activistas del aborto; las palabras de entendimiento para temas LGBT, homosexuales y transexuales; el silencio sobre la legitimación de las uniones homosexuales y el silencio aún más desconcertante sobre la bendición de parejas sodomíticas por parte de obispos y sacerdotes alemanes; y la prohibición de la Misa Tridentina con la abolición del Motu Proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI, nos damos cuenta de que Jorge Mario Bergoglio está cumpliendo la tarea que le ha encomendado la élite globalista, que quiere que sea el liquidador de la Iglesia Católica y de el fundador de una secta filantrópica y ecuménica de inspiración masónica que está destinada a constituir la Religión Universal en apoyo del Nuevo Orden. Ya sea que esta acción se lleve a cabo con plena conciencia, por miedo o bajo chantaje, nada resta  gravedad a lo que está sucediendo, ni a la responsabilidad moral de quienes la promueven.

La matriz luciferina del Nuevo Orden Mundial

En este punto, es necesario aclarar qué se entiende por “Nuevo Orden Mundial”, o más bien qué quieren decir sus creadores, independientemente de lo que digan públicamente. Porque por un lado, es cierto que hay un proyecto, que ciertas personas lo concibieron y se encargan de llevarlo a cabo; pero por otro lado también es cierto que los principios inspiradores del proyecto no siempre se dan a conocer, o al menos no  pueden admitirse abiertamente como que estén estrechamente relacionados con lo que está sucediendo hoy, ya que tal admisión suscitaría oposición incluso de quienes son los más pacíficos y moderados. Una cosa es imponer el “Pase Verde” con la excusa de la pandemia; pero otra muy distinta es reconocer que la finalidad del pasaporte es acostumbrarnos a que nos rastreen; y otra más decir que este control total es la “marca de la Bestia” de la que habla el Libro del Apocalipsis (Ap 13, 16-18). El lector me perdonará si, para demostrar mi argumento, debo recurrir a citas de tal gravedad y maldad que despiertan desconcierto y horror, pero esto es necesario si queremos comprender cuáles son las verdaderas intenciones de los arquitectos de esta trama, y la verdadera naturaleza de la batalla trascendental que están librando contra Cristo y Su Iglesia.

Para comprender las raíces esotéricas del pensamiento que se encuentra en la base de las Naciones Unidas, una vez anhelado por el activista político italiano del siglo XIX Giuseppe Mazzini, no podemos dejar de considerar personajes como Albert Pike, Eliphas Levi, Helena Blavatsky, Alice Ann Bailey u otros discípulos de sectas luciferinas. Sus escritos, publicados desde finales del siglo XIX, son bastante reveladores.

Albert Pike, amigo de Mazzini y compañero masón, pronunció un discurso en 1889 en Francia a los más altos niveles de la masonería, que luego fue reimpreso el 19 de enero de 1935 por la revista inglesa The Freemason. Pike declaró:

Lo que debemos decir a la multitud es,   adoramos a un dios, pero es el dios que uno adora sin superstición […]. La religión masónica debería ser mantenida en la pureza de la doctrina luciferina por todos nosotros que somos iniciados de los más altos grados. Si Lucifer no fuera Dios, ¿Adonay [sic] [el Dios de los cristianos] cuyas acciones prueban su crueldad, perfidia y odio al hombre, barbarie y repulsión de la ciencia, Adonay y su sacerdote lo calumniarían?

“Sí, Lucifer es Dios y, lamentablemente, Adonay también es Dios. Porque la ley eterna es que no hay luz sin sombra, no hay belleza sin fealdad, no hay blanco sin negro, porque lo absoluto sólo puede existir como dos dioses: la oscuridad es necesaria para que la luz sirva de su contraste, como el pedestal es necesario para la estatua, y el freno para la locomotora … la doctrina del satanismo es una herejía; y la religión filosófica pura y verdadera es la creencia en Lucifer, el igual de Adonay; pero Lucifer, Dios de la Luz y Dios del Bien, está luchando por la humanidad contra Adonay, el Dios de las Tinieblas y el Mal.

Esta profesión de fe en la divinidad de Satanás no es solo una admisión de quién es el verdadero Gran Arquitecto que adora la masonería, sino también un proyecto político blasfemo que pasa por el ecumenismo conciliar, cuyo primer teórico fue la masonería:

El cristiano, el judío, el musulmán, el budista, el seguidor de Confucio y Zoroastro pueden unirse como hermanos y unirse en oración al único dios que está por encima de todos los demás dioses (cf. Albert Pike, Morals and Dogma, ed. Bastogi, Foggia 1984, vol. VI, p. 153).

Y la identidad del «único dios que está por encima de todos los demás dioses» ha sido bien explicada en la cita anterior.

 

En otra carta, Pike le escribió a Mazzini:

Desencadenaremos a los nihilistas y ateos y provocaremos un formidable cataclismo social que demostrará claramente a las naciones, en todo su horror, el efecto del ateísmo absoluto, origen de la barbarie y la subversión sangrienta. Entonces los ciudadanos de todas partes, obligados a defenderse de una minoría mundial de revolucionarios, […] recibirán la verdadera luz a través de la manifestación universal de la pura doctrina de Lucifer, finalmente revelada a la vista del público; una manifestación que será seguida por la destrucción del cristianismo y también del ateísmo, ¡que será conquistado y aplastado al mismo tiempo! (cf. Carta del 15 de agosto de 1871 a Giuseppe Mazzini, Biblioteca del Museo Británico, Londres).

No pasará desapercibido que la “gran herejía de la separatividad” suena curiosamente en concordancia con el ecumenismo condenado por Pío XI en su Encíclica Mortalium Animos, un ecumenismo que fue adoptado por la Declaración Dignitatis Humanae y recientemente fusionado con la doctrina de la “inclusividad” formulado por quienes permitieron que se ofreciera el culto idólatra a la pachamama en la Basílica de San Pedro. Es claro que el término “separatividad” pretende designar en clave negativa la necesaria separación entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso, entre lo correcto y lo incorrecto que constituye el criterio del juicio moral de la conducta humana. La “inclusividad” se opone a esta distinción, dejándose deliberadamente contaminar por el mal para adulterar el bien, equiparando lo verdadero y lo falso para corromper al primero y legitimar al segundo.

Las raíces ideológicas compartidas del ecumenismo

Si uno no comprende que las raíces ideológicas del ecumenismo están intrínsecamente ligadas al esoterismo luciferino masónico, no podrá captar la conexión que vincula las desviaciones doctrinales del Vaticano II con el plan del Nuevo Orden Mundial. La revolución de 1968 fue un triste ejemplo de esas ambiciones pacifistas y ecumenistas, en las que la “Era de Acuario” fue celebrada por el musical Hair (1969) y luego por John Lennon con Imagine (1971):

Imagina que no hay cielo. Es fácil si lo intentas.

Ningún infierno bajo nosotros. Sobre nosotros sólo el cielo.

Imagina a todas las personas, viviendo para hoy.

Imagina que no hay países. No es difícil de hacer.

Nada por lo que matar o morir, y tampoco religión.

Imagina toda la gente, viviendo la vida en paz.

Podrás decir que soy un soñador, pero no soy el único.

Espero que algún día te unas a nosotros, y el mundo sea uno.

Imagina no posesiones. Me pregunto si puedes.

No hay necesidad de codicia o hambre, una hermandad de hombres.

Imagina a toda la gente, compartiendo todo el mundo.

Este manifiesto del nihilismo masónico puede considerarse el himno del globalismo y la nueva religión universal: no es casualidad que se haya utilizado como tema principal de los Juegos Olímpicos de 2012 en Londres y, más recientemente, de los de Tokio. Un alma que no se extravía solo puede sentir horror ante estas palabras blasfemas. Lo mismo ocurre con las palabras de la no menos blasfema canción God (1970) de Lennon:

Dios es un concepto con el que medimos nuestro dolor. […]

Yo sólo creo en mí.

Entiendo que para muchos es angustioso aceptar que la Jerarquía se haya dejado engañar por sus enemigos, haciendo suyas sus peticiones en cuestiones que tocan el alma misma de la Iglesia. Es cierto que hubo prelados masónicos que lograron introducir sus ideas en el Concilio disfrazándolas, pero con plena conciencia de que conducirían inexorablemente a la realización de esa demolición de la religión que es la premisa para el establecimiento de la Nueva Era -la Era de Acuario- en la que Nuestro Señor es desterrado de la sociedad para recibir al Anticristo. Se comprende entonces el guiño de indulgencia que muchas personalidades católicas han dado a la masonería -me refiero a los cardenales Martini y Ravasi, entre muchos- y su oposición a las excomuniones que los Papas renovaron contra la secta. También se comprende el motivo del entusiasmo de las Logias Masónicas por la elección de Bergoglio y, a la inversa, su odio mal disimulado hacia Benedicto XVI, considerado como el kathèkon [“el que refrena” (cfr. 2 Ts 6, 7)] para ser eliminado.

También hay que recordar, con cierta vergüenza, que ciertas declaraciones de Ratzinger sugieren un intento de “cristianizar” el proyecto globalista, sin condenarlo como anticristico y anticristiano:

¡Deja que el Niño de Belén te tome de la mano! No temas; ¡confía en él! El poder vivificante de su luz es un incentivo para construir un nuevo orden mundial (aquí).

Estas palabras, lamentablemente, confirman la falacia del pensamiento hegeliano, que influyó en el profesor desde Tubinga hasta el Trono. Ciertamente, el hecho de que el Pontífice no se posicionara le permitió ser considerado de alguna manera un aliado del plan globalista, si el presidente italiano Giorgio Napolitano pudo afirmar en su discurso de fin de año de 2006 al pueblo italiano: “Hay armonía entre el Papa Benedicto y yo en nuestro apoyo a un Nuevo Orden Mundial” (31 de diciembre de 2006). Por otro lado, el proceso hegeliano de tesis-antítesis-síntesis se hace eco del lema de la alquimia, Solve et Coagula, que fue adoptado por la masonería y por el esoterismo luciferino. Es el lema que aparece en los brazos de Baphomet, el ídolo infernal adorado por los más altos niveles de la secta masónica, como lo admiten sus miembros más autorizados. En su ensayoLucifer Rising, Philip Jones especifica que la dialéctica hegeliana“combina una forma de cristianismo como tesis con un espiritualismo pagano como antítesis, con el resultado de una síntesis muy similar a las religiones mistéricas babilónicas”.  

 El panteísmo globalista de Theilard de Chardin

El ecumenismo es uno de los temas clave del pensamiento globalista. Esto ha sido confirmado por Robert Muller, quien fue el Subsecretario General de las Naciones Unidas:«Debemos avanzar lo más rápido posible hacia un gobierno mundial, una religión mundial y un líder mundial único». Antes que él, uno de los defensores de la Liga de Naciones, Arthur Balfour, creó la «Sociedad Sintética», que tenía como propósito la creación de la «religión mundial». El propio Pierre Theilard de Chardin, hereje jesuita condenado por el Santo Oficio y hoy célebre teólogo del progresismo, consideraba a las Naciones Unidas como “la encarnación progresista institucional de su filosofía”, expresando su esperanza de que   “una convergencia general de religiones en un Cristo universal, que las cumple todas … me parece la única conversión posible del mundo, y la única forma en que se puede concebir una religión del futuro” para “reducir la brecha entre panteísmo y cristianismo dibujando lo que podría llamarse el alma cristiana del panteísmo o el aspecto panteísta del cristianismo». No pasará desapercibido que la pachamama y la atribución de connotaciones marianas a la Madre Tierra convierte estos conceptos de Theilard de Chardin en una inquietante realidad. Y eso no es todo: Robert Muller, el teórico del gobierno mundial y también discípulo de la teósofa Alice A. Bailey, declara: “Teilhard de Chardin influyó en su compañero  [el padre jesuita Emmanuel Saguez de Breuvery, quien ocupó cargos importantes en la ONU], quien a su vez inspiró a sus colegas, quienes a su vez iniciaron un rico proceso de pensamiento global y de largo plazo dentro de las Naciones Unidas, que ha afectado a muchas naciones y personas de todo el mundo. Teilhard me influenció profundamente». En su libro El futuro del hombre, Theilard escribe: «Incluso si su forma aún no es visible, mañana la humanidad se despertará en un mundo panorganizado». Muller fue el fundador del World Core Curriculum, que tenía como objetivo «orientar a nuestros hijos hacia la ciudadanía global, las creencias centradas en la tierra, los valores socialistas y la mentalidad colectiva, que se están convirtiendo en un requisito para la fuerza laboral del siglo XXI» (New Man Magazine ). Y si afirma con orgullo a Alice A. Bailey entre sus inspiradoras, descubrimos que fue discípula del Movimiento Teosófico fundado por Helena Blavatsky, una declarada luciferina. Para comprender correctamente el carácter de Blavatsky, aquí hay algunas citas de sus escritos:

Lucifer representa la Vida, el Pensamiento, el Progreso, la Civilización, la Libertad, la Independencia … Lucifer es el Logos, la Serpiente, el Salvador.

Y, casi anticipando la pachamama:

La Virgen Celestial se convierte así, al mismo tiempo, en Madre de Dioses y Demonios, porque es la Divinidad siempre amorosa y benéfica … Pero en la antigüedad y en realidad el nombre [de este dios] es Lucifer. Lucifer es la Luz divina y terrenal, tanto el Espíritu Santo como Satanás al mismo tiempo ”.

Y por último pero no menos importante:

Satanás es el dios de nuestro planeta y el único dios.

Fue Alice A. Bailey quien fundó la Lucifer Publishing Company, que ahora se conoce como Lucis Publishing Company, estrechamente relacionada con Lucis Trust, anteriormente Lucifer Trust, reconocida como una ONG por las Naciones Unidas. Si a este montón de divagaciones infernales le sumamos las palabras de David Spangler, Director del Planetary Initiative Project de las Naciones Unidas, nos daremos cuenta de lo terrible que es la amenaza que se cierne sobre todos nosotros:

Nadie será parte del Nuevo Orden Mundial a menos que lleve a cabo un acto de adoración a Lucifer. Nadie entrará en la Nueva Era a menos que reciba una iniciación luciferina (Reflexiones sobre el Cristo, Findhorn, 1978).

Alice A. Bailey escribe sobre la New Age:

 Los logros de la ciencia, las conquistas de naciones y las conquistas de territorios son todos indicativos del método de la Era de Piscis [la era de Cristo], con su idealismo, su militancia y su separatividad en todos los campos: religioso, político, y económico. Pero la era de la síntesis, de la inclusión y la comprensión está sobre nosotros, y la nueva educación de la Era de Acuario [la era del Anticristo] debe comenzar a penetrar muy delicadamente en el aura humana.

Hoy vemos cómo los métodos de enseñanza teorizados por Muller en el World Core Curriculum han sido adoptados por casi todas las naciones, incluida la ideología LGBT, la teoría de género y todas las demás formas de adoctrinamiento. Así lo confirma el exdirector de la OMS, Dr. Brock Chisolm, al explicar lo que a la política educativa de la ONU le gustaría lograr:

Para lograr un gobierno mundial, es necesario quitar de la mente de los hombres su individualismo, la fidelidad a las tradiciones familiares, el patriotismo nacional y los dogmas religiosos (cf. Christian World Report, Marzo 1991, Vol. 3).

He aquí una vez más el fil rouge que une no solo a Klaus Schwab con Hélder Câmara, sino también a Robert Muller y Alice A. Bailey a Pierre Theilard de Chardin y Emmanuel Saguez de Breuvery, siempre en clave globalista y bajo la nefasta inspiración del pensamiento luciferino. Un análisis en profundidad de estos inquietantes aspectos permitirá arrojar luz sobre la verdad y revelar la complicidad y traiciones de no pocos eclesiásticos esclavizados por el enemigo.

Nuestra respuesta a la crisis de autoridad

La corrupción de la autoridad es tal que es muy difícil -al menos en términos humanos-, plantear la hipótesis de una salida pacífica. A lo largo de la historia, los regímenes totalitarios han sido derrocados por la fuerza. Es difícil pensar que la dictadura de la salud que se ha instaurado en los últimos meses se pueda combatir de otra manera, ya que todos los poderes del Estado, todos los medios de información, todas las instituciones internacionales públicas y privadas, todas los potentados económicos y financieros son cómplices de este crimen.

Ante este sombrío escenario de corrupción y conflicto de intereses, es indispensable que todos aquellos que no están subordinados al plan globalista se unan en un frente compacto y cohesionado, para defender sus derechos naturales y religiosos, su propia salud y la de sus seres queridos, su libertad y sus bienes. Donde la autoridad falla en sus deberes y de hecho traiciona el propósito para el cual ha sido establecida, la desobediencia no solo es legal sino obligatoria: desobediencia no violenta, al menos por ahora, pero decidida y valiente. Desobediencia a los dictados ilegítimos y tiránicos de la autoridad eclesiástica, dondequiera que se muestre cómplice del plan infernal del Nuevo Orden Mundial.

Conclusión

Permítanme concluir esta reflexión con un breve pensamiento espiritual. Todo lo que sabemos, descubrimos y entendemos sobre la conspiración global que se desarrolla actualmente nos muestra una tremenda realidad que también es al mismo tiempo nítida y claramente definida: hay dos lados, el lado de Dios y el lado de Satanás, el lado de los hijos de la luz y del lado de los hijos de las tinieblas. No es posible reconciliarse con el enemigo, ni servir a dos amos (Mt 6, 24). Las palabras de Nuestro Señor deben quedar grabadas en nuestra mente: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que  no recoge conmigo, desparrama” (Mt 12:30). Esperar construir un gobierno mundial en el que el Reinado Divino de Jesucristo sea ilegal es una locura y una blasfemia, y nadie que tenga un plan así tendrá éxito jamás. Donde reina Cristo, reinan la paz, la armonía y la justicia; donde no reina Cristo, Satanás es un tirano. ¡Consideremos esto bien, siempre que tengamos que elegir si hacemos acuerdos con el adversario en nombre de una falsa convivencia pacífica! Y que también lo consideren bien aquellos prelados y dirigentes civiles que piensan que su complicidad solo afecta a temas económicos o de salud, pretendiendo no saber qué hay detrás de todo esto.

Acudamos a Cristo, Cristo Rey de corazones, familias, sociedades y naciones. Proclamémoslo como Nuestro Rey y María Santísima como Nuestra Reina. Solo de esta manera se podrá derrotar el malvado proyecto del Nuevo Orden Mundial. Solo así la Santa Iglesia podrá purificarse de traidores y renegados. Y que Dios escuche nuestra oración.

+ Carlo Maria Viganò, arzobispo

28 de agosto 2021

San Agustín, obispo y confesor y de la Iglesia

Fuente: Adoración y Liberación

miércoles, 19 de agosto de 2020

Monseñor Viganò: “Cristo Rey no sólo ha sido destronado de la sociedad, sino también de la Iglesia”


Texto completo de sus comentarios en el encuentro anual de LifeSiteNews

TE ADORET ORBIS SUBDITUS

O ter beata civitas
cui rite Christus imperat,
quae jussa pergit exsequi
edicta mundo caelitus!

Ciudad tres veces dichosa
en que Cristo bien gobierna impera,
la que obedece gozosa

la ley que del Cielo llega.

Tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, a un monte alto. Y se transfigure ante ellos; brilló su rostro como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías hablando con Él Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Aún estaba él hablando, cuando los cubrió una nube resplandeciente, y salió de la nube una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadle.» Al oírla, los discípulos cayeron sobre su rostro, sobrecogidos de gran temor. Jesús se acercó, y tocándolos dijo: «Levantaos, no temáis». Alzando ellos los ojos, no vieron a nadie, sino solo a Jesús. Al bajar del monte, les mandó Jesús diciendo: «No deis a conocer a nadie esta visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos» (Mt. 17, 1-9).

Permítanme, queridos amigos, que les transmita algunas reflexiones sobre la realeza de Nuestro Señor Jesucristo, que se manifestaron en la Transfiguración que celebramos hoy, después de otros episodios importantes de la vida terrena del Señor: desde los ángeles que se cernían sobre la cueva de Belén hasta su bautizo en el río Jordán, pasando por la adoración de los Magos.

He escogido este tema porque creo que en cierta forma sintetiza el hilo conductor de nuestro compromiso católico; no sólo en privado y en la vida familiar, sino también y ante todo en la vida social y política.

Para empezar, reavivemos nuestra fe en la realeza universal de nuestro Divino Salvador.

Él es verdaderamente Rey del Universo. Es decir, posee soberanía absoluta sobre toda la creación, toda la especie humana, incluso sobre quienes no pertenecen a su grey, que es la Iglesia Santa, Católica, Apostólica y Romana.

Toda persona es ciertamente una criatura de Dios. Toda persona le debe todo su ser, tanto en el conjunto de su naturaleza como en cada una de las partes que la componen: cuerpo, alma, facultades, inteligencia, voluntad y sentidos. Las acciones de dichas facultades, así como las de todos los órganos corporales, son dones de Dios, cuyo dominio se extiende a todos sus bienes como frutos de su inefable generosidad. La mera consideración de que nadie elige ni puede elegir la familia a la que pertenece en este mundo basta para convencernos de esta verdad fundamental sobre nuestra existencia.

De ello se desprende que Dios Nuestro Señor es el soberano de todos los hombres, tanto individualmente como reunidos en grupos sociales, pues aunque se agrupen en diversas comunidades no por ello pierden su condición de criaturas. Es más, la misma existencia de la sociedad civil obedece a los designios de Dios, que creó al hombre como un ser social por naturaleza. Por ello, todos los pueblos y naciones, desde los más primitivos a los más civilizados, están sujetos a la divina soberanía y tienen de por sí el deber de reconocer este dulce gobierno del Cielo.

LA REALEZA DE JESUCRISTO

Dios ha otorgado esa soberanía a su Hijo Unigénito, como atestiguan con frecuencia las Sagradas Escrituras.

En sentido general, San Pablo afirma que Dios ha constituido a su Hijo «heredero de todo» (Heb. 1,2). Por su parte, San Juan corrobora en muchos pasajes de su Evangelio lo que dice el Apóstol de los Gentiles; por ejemplo, cuando recuerda que «el Padre no juzga a nadie, sino que ha entregado al Hijo todo el poder de juzgar» (Jn.5,22). De hecho, la prerrogativa de administrar justicia corresponde al Rey, y quien la tiene la tiene porque está investido de poder soberano.

La realeza universal que el Hijo ha heredado del Padre no se debe entender meramente como la herencia eterna mediante la cual, en su naturaleza divina, ha recibido todos los atributos que lo hacen igual y consustancial a la Primera Persona de la Santísima Trinidad en la unidad de la esencia divina.

La realeza también se le atribuye a Jesucristo de un modo especial en tanto que es verdadero hombre, el Mediador entre los Cielos y la Tierra. Es más, la misión del Verbo Encarnado consiste precisamente en establecer el Reino de Dios en la Tierra. Observamos que cuando la Sagrada Escritura habla de la realeza de Jesús se refiere sin asomo de duda a su condición humana.

Él se presenta ante el mundo como el hijo del rey David, en nombre del cual viene a heredar el trono de su Padre, que se extiende hasta los confines de la Tierra y se hace eterno, por los siglos de los siglos. Así fue cuando el arcángel San Gabriel anunció a María la dignidad del Hijo: «Darás a luz a un Hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos de los siglos, y su reino no tendrá fin» (Lc.1,31-33). No sólo eso; los Magos que vienen de Oriente para adorarlo lo buscan como a Rey: «¿Dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer?» (Mt.2,2) La misión que el Padre Eterno confía al Hijo en el misterio de la Encarnación consiste en fundar el Reino de Dios en la Tierra, el Reino de los Cielos. Al fundar este Reino se concreta la inefable caridad con que Dios ama a todos los hombres desde la eternidad atrayéndolos misericordiosamente a Él: «Dilexi te, ideo attraxite, miserans». «Con amor eterno te amé; por eso te he mantenido favor» (Jer. 31:3).

Jesús consagra su vida pública a proclamar y establecer su Reino, al que unas veces se llama Reino de Dios y otras Reino de los Cielos. Con arreglo a la costumbre oriental, Nuestro Señor expone unas fascinantes parábolas para inculcar el concepto y la naturaleza del Reino que ha venido a instaurar. Sus milagros tienen por objeto convencer de que su Reino ya ha venido; se encuentra en medio de las personas. «Si in digito Dei eiicio daemonia, profecto pérvenit in vos regnum Dei»: «Si expulso a los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el Reino de Dios ha llegado a vosotros» (Lc.11,20).

Hasta tal punto ha absorbido la misión de Jesús instaurar este Reino que sus enemigos aprovecharon la idea para justificar las acusaciones que le hicieron ante el tribunal de Pilatos: «Si sueltas a Ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey va contra el César» (Jn.19,12). Corroborando la opinión de sus enemigos, Jesucristo confirma al gobernador romano que es verdaderamente Rey: «Tú dices que soy Rey» (Jn.18,37).

REY EN EL VERDADERO SENTIDO DE LA PALABRA

Es imposible poner en duda el carácter real de la obra de Jesucristo. Es Rey.

Ahora bien, nuestra fe exige que entendamos bien el alcance y sentido de la realeza del Divino Redentor. Pío XI rechaza desde el primer momento el sentido metafórico por el que calificamos de Rey y de real todo lo que hay de excelente en una manera humana de ser o de comportarse. No; Jesucristo no es Rey en sentido metafórico. Es Rey en el sentido propio de la palabra. En las Sagradas Escrituras Jesús aparece ejerciendo las prerrogativas reales de una autoridad soberana, dicta leyes y manda castigos para los transgresores. Se puede decir que en el famoso Sermón de la Montaña promulgó la Ley de su Reino. Como verdadero soberano, exige obediencia a sus leyes so pena de nada menos que la condenación eterna. Y también en la escena del Juicio que anuncia para el fin del mundo cuando el Hijo de Dios venga a juzgar a vivos y muertos: «Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria (…) separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos (…) Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha: “Venid, benditos de mi Padre” (…) Y dirá a los de la izquierda: “Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno (…) E irán al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna» (Mt.25,31 ss.)

Considerarlo así basta para comprender lo vital que es identificar claramente dónde está el Reino de Jesucristo en la Tierra, ya que nuestro destino eterno depende de pertenecer o no a su Reino. Decimos aquí en la Tierra porque el hombre se hace en este mundo merecedor de premio o de castigo en la vida eterna. Por tanto, en la Tierra los hombres tienen que entrar en el inefable Reino de Dios e integrarse a él; Reino que es a la vez temporal y eterno, porque se forma en este mundo y alcanza su plenitud en el Cielo.

LA SITUACIÓN ACTUAL

El furor del Enemigo, que detesta el género humano, se desata en primer lugar contra la doctrina de la realeza de Cristo, porque la realeza está unida a la persona de Nuestro Señor, verdadero Dios y verdadero Hombre. El secularismo del siglo XIX, fomentado por la Masonería, ha conseguido reorganizarse con una ideología aún más perversa, pues no sólo ha extendido la negación de los derechos del Redentor a la sociedad civil, sino también al Cuerpo de la Iglesia.

Esta ofensiva se consumó con la renuncia por parte del Papado al concepto mismo de la realeza vicaria del Romano Pontífice, introduciendo con ello en la propia Iglesia las exigencias de la democracia y el parlamentarismo que ya se habían utilizado para socavar las naciones y la autoridad de los gobernantes. El Concilio Vaticano II debilitó en gran medida la monarquía pontificia como consecuencia de haber negado implícitamente la divina realeza del Eterno Sumo Sacerdote. Al hacerlo asestó un golpe maestro a la institución que hasta entonces se había mantenido como muralla defensiva contra la secularización de la sociedad cristiana. La soberanía del Vicario quedó menoscabada, y a ello siguió la paulatina negación de los derechos soberanos de Cristo sobre su Cuerpo Místico. Cuando Pablo VI depositó la tiara, haciendo alarde de ello, como si abdicara de su sagrada monarquía vicaria, despojó también a Nuestro Señor de su corona, reduciendo la realeza de Jesús a un sentido meramente esjatológico. Prueba de ello son los significativos cambios introducidos en la liturgia de la festividad de Cristo Rey y el traspaso de ésta al final del año litúrgico.

El objeto de dicha fiesta, la celebración del Reinado Social de Cristo, ilumina también su puesto en el calendario. En la liturgia tradicional tenía señalado el último domingo de octubre, con la que la festividad de Todos los Santos, que reinan por participación, estaba precedida por la fiesta de Cristo, que reina de pleno derecho. Con la reforma litúrgica aprobada por Pablo VI en 1969, la festividad de Cristo Rey se trasladó al último domingo del año litúrgico, borrando con ello la dimensión social del Reinado de Cristo y relegándola a una dimensión puramente espiritual y esjatológica.

¿Se dieron cuenta todos los padres conciliares que aprobaron con su voto Dignitatis humanae y proclamaron la libertad de culto de Pablo VI de que en la práctica lo que hicieron fue derrocar a Nuestro Señor Jesucristo despojándolo de su corona y de su reinado en la sociedad? ¿Entendieron que claramente habían destronado a Nuestro Señor Jesucristo de su dominio divino sobre nosotros y sobre el mundo entero? ¿Comprendieron que al hacerse portavoces de naciones apóstatas hicieron subir a su trono estas execrables blasfemias: «No queremos que reine sobre nosotros» (Lc. 19,14) y «no tenemos más rey que al César» (Jn.19, 15)? Pero Él, en vista de la confusa algarabía de aquellos insensatos, apartó su espíritu de ellos.

Quien no esté cegado por prejucios no puede menos que ver la perversa intención de minimizar la festividad instituida por Pío XI y la doctrina que ésta expresa. Destronar a Cristo, no sólo en la sociedad sino también en la Iglesia, es el mayor crimen con el que se ha podido manchar la jerarquía, incumpliendo su misión de custodia de la enseñanzas del Salvador. Consecuencia inevitable de semejante traición ha sido que la autoridad otorgada por Nuestro Señor al Príncipe de los Apóstoles haya desaparecido sustancialmente. Lo hemos visto confirmado desde la proclamación del Concilio, cuando la autoridad infalible del Romano Pontífice fue deliberadamente excluida en favor de una pastoralidad que ha creado las condiciones para se hagan formulaciones equívocas gravemente sospechosas de herejía, cuando no descaradamente heréticas. Con lo que no sólo nos vemos acosados en el plano de lo civil, en el que durante siglos las fuerzas de las tinieblas han rechazado el dulce yugo de Cristo e impuesto la odiosa tiranía de la apostasía y el pecado a las naciones, sino también en el ámbito religioso, en el que la Autoridad se derriba a sí misma y niega que el Dios Rey deba reinar también sobre la Iglesia, sus pastores y sus fieles. También en este caso el dulce yugo de Cristo es sustituido por la odiosa tiranía de los novadores, que con su autoritarismo no diferente de sus equivalentes seculares imponen una nueva doctrina, una nueva moral y una nueva liturgia en las que la sola mención de la realeza de Nuestro Señor se considera una molesta herencia de otra religión, de otra Iglesia. Como dijo San Pablo, «Dios les envía un poder engañoso para que crean la mentira» (2 Tes.2,11).

No es sorprendente, pues, que así como en el plano secular los jueces subvierten la justicia condenado a inocentes y absolviendo a culpables, los gobernantes abusan de su poder oprimiendo a los ciudadanos, los médicos incumplen el juramento de Hipócrates haciéndose cómplices de quienes fomentan la propagación de las enfermedades y transforman a los enfermos en pacientes crónicos, y los maestros no enseñan a amar el conocimiento sino a cultivar la ignorancia y manipulan ideológicamente a sus alumnos, también en el corazón de la Esposa de Cristo hay cardenales, obispos y sacerdotes que escandalizan a los fieles con su reprensible conducta moral, difunden herejías desde los púlpitos, promueven la idolatría celebrando a la Pachamama y el culto a la Madre Tierra en nombre de un ecologismo de clara matriz masónica y en total consonancia con el plan disolvente ideado por el mundialismo. «Ésta es vuestra hora, el poder de las tinieblas» (Lc.22,53). Se diría que ha desaparecido el katejón, si no contáramos con las promesas de nuestro Salvador, Señor del mundo, de la historia y de la propia Iglesia.

CONCLUSIÓN

Y sin embargo, mientras ellos destruyen, nosotros tenemos la dicha y el honor de reconstruir. Y hay una dicha todavía mayor: una nueva generación de laicos y sacerdotes participan ardorosamente en esta labor de reconstrucción de la Iglesia para la salvación de las almas. Lo hacen bien conscientes de sus debilidades y miserias, pero también dejando que Dios se sirva de ellos como dóciles instrumentos en sus manos: manos útiles, manos fuertes, las manos del Todopoderoso. Nuestra fragilidad pone de relieve más todavía que se trata de una obra del Señor, y más cuando esa fragilidad humana va acompañada de humildad.

Esa humildad debería llevarnos a instaurare omnia in Christo, empezando por el corazón de la Fe, que es la oración oficial de la Iglesia. Volvamos a la liturgia que reconoce a Nuestro Señor el primado absoluto, al culto que los novatores adulteraron ni más ni menos que por odio a la Divina Majestad a fin de exaltar con soberbia a la criatura humillando al Creador, afirmando su derecho a rebelarse contra el Rey en un delirio de omnipotencia y proclamando su non serviam contra la adoración debida a Nuestro Señor.

Nuestra vida es una guerra: la Sagrada Escritura nos lo recuerda. Pero es una guerra en la que sub Christi Regis vexillis militare gloriamur (Postcomunión de la Misa de Cristoi Rey), y en la que tenemos a nuestra disposición armas espirituales muy potentes y contamos con un despliegue de fuerzas angélicas con las que no puede ninguna fortaleza de la Tierra o del Infierno.

Si Nuestro Señor es Rey por derecho de herencia (por ser de linaje real), por derecho divino (en virtud de la unión hipostática) y por derechos de conquista (al habernos redimido con el Sacrificio de la Cruz), no debemos olvidar que en el plan de la Divina Providencia este Divino Soberano tiene a su lado a Nuestra Señora y Reina, su augusta Madre María Santísima. No puede haber realeza de Cristo sin la dulce y maternal realeza de María, la cual nos recuerda San Luis María Griñón de Monfort que es nuestra Mediadora ante el Trono de la Majestad de su Hijo, ante el que se encuentra como Reina que intercede ante el Rey.

El triunfo del Rey Divino en la sociedad y en las naciones parte de que ya reina en nuestros corazones, almas y familias. Que reine también Cristo en nosotros, y junto con Él su Santísima Madre. Adveniat regnum tuum: adveniat per Mariam.

Marana Tha, Veni Domine Iesu ! ¡Ven, Señor Jesús!

+ Carlo Maria Viganò, arzobispo

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)