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domingo, 19 de marzo de 2023

Oración de San Alfonso María de Ligorio a Jesús Sacramentado

 

Señor mío Jesucristo, que por amor a los hombres estás noche y día en este sacramento, lleno de piedad y de amor, esperando, llamando y recibiendo a cuantos vienen a visitarte: creo que estás presente en el sacramento del altar. Te adoro desde el abismo de mi nada y te doy gracias por todas las mercedes que me has hecho, y especialmente por haberte dado tu mismo en este sacramento, por haberme concedido por mi abogada a tu amantísima Madre y haberme llamado a visitarte en este iglesia.

Adoro ahora a tu Santísimo corazón y deseo adorarlo por tres fines: el primero, en acción de gracias por este insigne beneficio; en segundo lugar, para resarcirte de todas las injurias que recibes de tus enemigos en este sacramento; y finalmente, deseando adorarte con esta visita en todos los lugares de la tierra donde estás sacramentado con menos culto y abandono.

viernes, 11 de marzo de 2022

domingo, 4 de octubre de 2020

MILAGROS EUCARISTICOS - 57

 JESUS MIO, LA COMUNIDAD NO TIENE QUE COMER
Año 1760 Italia

Se hallaba un día San Alfonso Mª de Ligorio estudiando en su celda, cuando se acercó al santo el Procurador de la casa y le dijo que estaba próxima la hora de la comida, y no había en la despensa sino tres panes.

—No, os apuréis, Padre: Dios que sustenta las aves del cielo, nos sustentará también a sus siervos.

Admiró el Procurador la confianza de su Superior en la divina Providencia, y no se atrevió a insistir.

Poco después de este diálogo, llamaron a la puerta. A la portería acudió con toda presteza el Procurador, esperando el socorro que iba a sacarle de apuros: más al llegar, se encontró con un mendigo que le pedía una limosna por amor de Dios.

Quedó el Padre perplejo sin saber qué hacer. Más San Alfonso que había oído la petición del mendigo, le sacó pronto de la perplejidad:

—Dele, Padre, —le dijo—, dos panes de los tres que le quedan en la despensa.

Una vez que dio esta orden, se dirigió a la sacristía, se puso la sobrepelliz y la estola, se acercó al Tabernáculo, se postró ante el Santísimo Sacramento y oró un rato. Se puso de pie; y con la confianza de santo y candor de niño, dijo al Señor mientras daba unos golpecitos en el Sagrario:

«Jesús mío, la Comunidad no tiene hoy cosa alguna qué comer, y acude a Vos. No dejéis de socorrerla». Oró de nuevo, y confiado se volvió a su aposento seguro de que el Señor les proveería y no tardaría en mandarles el sustento.

Nuevos golpes a la puerta del convento.

«Si es otro mendigo, se dijo el Procurador, le daré el pan que nos queda».

Con el pan en la mano, se fue a la portería.

—¡Dios con nosotros, Padre!,—le dijo un caballero de porte distinguido, que era quien llamaba.—Aquí tiene usted está limosna, que si no es tal cual sería mi deseo, espero que de algo podrá serviros.

Durante muchas semanas, pudo el Procurador alimentar a la Comunidad.

P. Manuel Traval y Roset

lunes, 24 de febrero de 2020

EL CARNAVAL SANTIFICADO Y LOS BENEFICIOS DIVINOS - SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO

Fidem posside cum amico in paupertate illius, ut et in bonis illius laeteris - "Mantén la fe de tu amigo en su pobreza, para que también te regocijes con él en sus riquezas" (Eclo 22, 28).

Resumen. Para desagraviar al Señor al menos un poco de los ultrajes que se le hacen, los santos se aplicaban en estos días de carnaval, de manera especial, al recogimiento, la oración, la penitencia y multiplicaban los actos de amor, adoración y alabanza, hacia su amado. Intentemos imitar estos ejemplos, y si no podemos hacer más, visitemos el Santísimo Sacramento muchas veces y tengamos la certeza de que Jesucristo nos recompensara con las gracias más señaladas.

I. A través de este amigo, a quien el Espíritu Santo nos exhorta a ser fieles en el momento de su pobreza, podemos entender que es Jesucristo, quien, especialmente en estos días de carnaval, es dejado solo por hombres desagradecidos, y como si fuera reducido a la pobreza extrema. Si un solo pecado, como dicen las Escrituras, ya deshonra a Dios, lo insulta y lo desprecia, imagina cuánto debe ser afligido el Redentor Divino en este momento cuando se cometen miles de pecados de todo tipo, por toda condición de personas, y quizás por personas que están consagradas a Él. Jesucristo ya no es susceptible al dolor; pero si aún pudiera sufrir, moriría en estos días miserables y moriría tantas veces como son las ofensas que se le hacen.

En el tiempo del Carnaval, Santa María Madalena de Pazzi pasaba todas las noches antes del Santísimo Sacramento, ofreciendo a Dios la Sangre de Jesucristo por los pobres pecadores. El Bienaventurado Enrique Suso mantuvo un ayuno riguroso con el fin de expiar los excesos cometidos. San Carlos Borromeo castigaba su cuerpo con extraordinarias disciplinas y penitencias. San Felipe Neri convoco al pueblo a visitar los santuarios con él y hacer ejercicios de devoción. San Francisco de Sales practicó lo mismo, quien, no contento con la vida retirada que entonces llevaba, predicaba en la iglesia, frente a un auditorio muy grande; y, sabiendo que algunas de las personas por el dirigidas, se relajaban un poco durante los días de carnaval, las reprendió con suavidad y las exhortó a la comunión frecuente.

En una palabra, todos los santos, porque amaban a Jesucristo, se esforzaron por santificar lo más posible el tiempo del carnaval. Mi hermano, si también amas a este Redentor amabilísimo, imita a los santos. Si no puede hacer más, al menos trata de quedarte, más tiempo, que otras veces, en presencia de Jesús Sacramentado, o bien recogido en tu casa, a los pies de Jesús crucificado, para llorar las muchas ofensas que se le hacen.

II. Ut et in bonis illius laeteris - "para que te regocijes con él en sus riquezas". El medio para adquirir un tesoro inmenso de méritos y obtener del cielo las gracias más señaladas, es ser fiel a Jesucristo en su pobreza y hacerle compañía en este tiempo en que es más abandonado por el mundo: Fidem posside cum amico in paupertate illius, ut et in bonis illius laeteris. ¡Oh, cómo Jesús agradece y corresponde a las oraciones y los obsequios que en estos días de carnaval le ofrecen sus almas predilectas!

Se cuenta en la vida de Santa Gertrudis que una vez vio en éxtasis al Divino Redentor que ordenaba al Apóstol San Juan que escribiera con letras de oro los actos de virtud realizados por ella en el carnaval, para recompensarla con gracias muy especiales. Al mismo tiempo, mientras Santa Catalina de Sena rezaba y lloraba por los pecados que se cometían el jueves gordo (Jueves gordo, es el día en que la llave de la ciudad es coronada y entregada al rey de la juerga; antes del viernes de carnaval), el Señor la declaro su esposa, en recompensa (como ella dijo) por los obsequios practicados por la Santa en el tiempo de tantas ofensas.

Amabilísimo Jesús no es tanto para recibir vuestros favores como para hacer algo agradable a vuestro divino Corazón, que quiero, en estos días, unirme a las almas que os aman, para liberaros de la ingratitud de los hombres hacia Vos, una ingratitud que también fue mía, cada vez que pecaba. En compensación por cada ofensa que recibís, quiero ofreceros todos los actos de virtud, todas las buenas obras, que todos los justos hicieron o harán, lo que hizo María Santísima, lo que Vos mismo hicisteis, cuando estabais en la Tierra. Tengo la intención de renovar esto cada vez que diga estos días: † Mi Jesús, misericordia (1).

Oh gran Madre de Dios y mi Madre María, presentad este humilde acto de desagravio a vuestro divino Hijo y, por el amor de su Sacratísimo Corazón, obtén para la Iglesia sacerdotes celosos que convertirán a un gran número de pecadores.


San Alfonso María de Ligório.

Meditaciones: Para todos los días y fiestas del año: Tomo I: Desde el primer domingo de Adviento hasta la Semana Santa inclusive.  Friburgo: Herder y Cia, 1921, p. 272-274.

(1) Indulgencia de 300 días, cada vez que se dice.

domingo, 5 de mayo de 2019

UN MORIBUNDO A SU CRUCIFIJO - SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO


Jesús, mi Redentor que vais a ser mi juez dentro de poco, tened misericordia de mí antes que llegue el terrible momento en que me habéis de juzgar. Ni la enormidad de mis culpas, ni la severidad de vuestra sentencia me intimidan ya, viéndoos muerto en esta cruz para salvarme.

Consoladme, sin embargo, en la agonía en que me encuentro: mis enemigos quieren asustarme, diciéndome que no hay salvación para mí; pero yo no quiero perder ni por un instante mi confianza en vuestra infinita bondad, ni cesar de exclamar con el Profeta: Tú eres mi amparo. Consoladme, decid a mi alma: Yo soy tu salud.

No se pierdan las ignominias y el dolor que habéis sufrido, ni la preciosa sangre que habéis derramado por mí. Os ruego sobre todo, por el dolor que experimentasteis cuando vuestra alma se separó de vuestro cuerpo, tengáis piedad de mi alma cuando salga del barro de que se compone el mío.

Verdad es que a menudo os he ofendido con mis pecados, pero en este momento os amo más que a todas las cosas, más que a mí mismo: me arrepiento de todo corazón de los disgustos que os he causado con mis pecados y los detesto y abomino. Conozco que por las ofensas que os he hecho he merecido mil veces el infierno, pero la dolorosa muerte que por mí sufristeis, y las gracias sin número que me habéis, concedido, me permiten esperar que al entrar en la eternidad, me daréis el beso de paz.

Lleno de confianza en vuestra bondad, oh Dios mío, me arrojo en vuestros paternales brazos. Las ofensas que os he hecho me han merecido el infierno, pero por esa sangre preciosa espero que ya me habréis perdonado y podré algún día ir a cantar en el cielo vuestras misericordias: Misericordias Domini in aeternum cantabo.

De buena voluntad acepto las penas que me están preparadas en el purgatorio; justo es que el fuego purifique mis pecados. ¡Oh santa prisión! ¿Cuándo seré yo tú habitante? yo estaré sufriendo en tu seno, pero con la certidumbre de no haber perdido a mi Dios y Señor. ¡Oh sagrado fuego del purgatorio! ¡Cuándo será que purifiques mi alma de todas esas manchas y me hagas digno de atravesar el umbral del paraíso!

¡Eterno Padre! por los merecimientos de la pasión de Jesucristo, hacedme morir en vuestra gracia y en vuestro amor para que os ame eternamente en el cielo. Os doy gracias por los beneficios que me habéis concedido durante mi vida y sobre todo por haber permitido que en estos días, los últimos de mi vida, recibiera todos los santos sacramentos.

Ya que disponéis mi muerte, quiero morir por agradaros, que poco es que yo muera por vos, ¡oh Jesús mío, si vos habéis muerto por mí! Diré con San Francisco: Moriré por tu amor puesto que tú te dignaste morir por el mío.

Recibo la muerte con tranquilidad: acepto con gozo todas las penas que tendré que sufrir aún, hasta el momento en que expire. Dadme fuerza para sufrirlas con resignación y con paciencia. Ofrezco estas penas para mayor gloria vuestra y las uno a las que sufristeis en vuestra pasión. Eterno Padre, os consagro el término de mi vida y todo mi ser: os pido que os dignéis aceptar este sacrifico, por los méritos de vuestro divino Hijo que se ofreció en espontánea ofrenda para la salvación del linaje humano.

Virgen María, madre de Dios, que me habéis alcanzado tantos favores del Señor durante mi vida, os doy gracias de todo corazón; no, no me abandonéis en mis últimos instantes, en los que más que nunca necesito del apoyo de vuestra intercesión. Rogad a Jesús que me conceda el más sincero arrepentimiento de mis pecados y el más perfecto amor hacia El: mis remordimientos y mi amor son el único medio por el que me es dado esperar que algún día conseguiré amarle eternamente en el cielo. Virgen María, mi única esperanza, confío enteramente en vos.

Consideraciones Piadosas
San Alfonso María de Ligorio

sábado, 9 de febrero de 2019

LAS ALMAS QUE AMAN A DIOS SUSPIRAN POR VERLE EN EL CIELO - SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO



Mientras dura esta vida, vivimos ausentes del Señor (1). Las almas que no aman más que a Dios sobre la tierra suspiran por el día en que les será permitido reunirse con Él en la patria feliz que les espera.

Saben que están siempre en presencia de su Amado, pero que éste se halla oculto a sus ojos como detrás de una cortina. Está como el sol cubierto de nubes, a través de las cuales atraviesan de vez en cuando algunos rayos de su luz. Pero no se manifiesta patentemente: con todo, viven felices, porque obedecen gustosas a su Señor, que las mantiene en el destierro. Suspiran de continuo, llevadas del deseo de verle cara a cara, para aumentar todavía el fuego de su amor divino y arder por El con más vehemencia.

Se quejan dulcemente al señor y le dirigen estas palabras: "Único amor de mi corazón, ya que me amas tanto, ¿por qué evitas mi presencia? ¿por qué me privas de la gloria de verte? Sé que eres la belleza infinita: yo te amo sobre todo lo creado y eso que no te he visto aún. Muéstrame tu hermosa faz: deseo verte sin velo, para no cuidar más de mí, ni de cuantos seres hay en el universo, para no amarte más que a ti, único bien, por quien late mi pecho". Cuando algún destello de divina luz llega a alumbrar a estas fervorosas almas embriagadas de amor por su celestial esposo, quisieran derretirse y deshacerse hasta inundarse de aquella luz en copiosos raudales de amor y de gratitud. Su hermoso sol, a pesar de esto, permanece oculto aún por densos celajes, su frente radiante sigue cubierta por la oscuridad del espeso velo, ellas mismas sienten todavía sobre sus ojos el importuno peso de la venda fatal que les impide contemplarle cara a cara. ¡Cuál será su alegría cuando se disipen las nubes, cuando caiga el velo, cuando se aparte de sus ojos la venda, cuando la hermosa frente de su esposo se manifieste en todo su esplendor y puedan contemplar con la celeste luz su belleza, su bondad, su grandeza y su inmenso amor!

Oh muerte, ¿por qué te acercas con tanta lentitud? Si no apresuras tu golpe, todavía tendré que desfallecer por más tiempo, lejos de la presencia de Dios! Tú eres la que ha de abrirme las puertas de su alcázar, tú la que debes introducirme hasta los santos tabernáculos de mi patria eterna. ¡Oh prometido esposo de mi alma, Jesús mío, mi tesoro, mi todo, cuándo llegará el feliz momento de abandonar para siempre la tierra y unirme a Vos! No merezco tanta ventura, pero el amor que por mí habéis tenido y vuestra bondad infinita me hacen confiar en que seré inscrito algún día bajo las banderas de ese bienaventurado ejército de almas escogidas, que os han sabido amar en la tierra, y que os amarán por una eternidad en el cielo. Oh Jesús mío! ya veis mi estado: quedar unido a Vos para siempre, o ser para siempre separado de Vos. Tened piedad de mí, vuestra preciosa sangre es toda mi esperanza. Madre mía, divina Virgen María, mi apoyo consiste en vuestra intercesión.

Consideraciones Piadosas
San Alfonso Mª de Ligorio
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(1) 3. Color. 5, 6.

sábado, 12 de enero de 2019

UN JOVEN Y PIADOSO PAJE SE LIBRA DE SER QUEMADO VIVO POR ASISTIR A LA SANTA MISA - SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO



Se cuenta que en la corte de un rey servía en calidad de paje un joven y piadoso caballero, el cual ni un solo día dejaba de oír Misa. Otro paje, movido por sentimientos de envidia, lo acusó delante del rey de permitirse excesivas confianzas con su esposa la reina. Se enojó el monarca y, sin más averiguaciones, ordenó a los fogoneros de unos hornos de calcinación que al primer paje de la corte que a ellos viniera lo prendiesen y arrojasen en mitad del horno y que, apenas cumplida la ejecución se lo comunicasen. Llamando luego al calumniado paje, lo envió con un pretexto cualquiera a la calera. Más he aquí que apenas se hubo puesto en camino, oyó tocar a Misa en una iglesia y en ella entró para asistir al santo sacrificio. El rey, entre tanto impaciente por saber si se habían cumplido sus órdenes,envió al otro paje (al vil calumniador) a informarse de lo que pasaba allá en el horno. Este infeliz fue el primero en llegar; los fogoneros que lo vieron, le echaron mano y lo quemaron vivo en medio de las llamas. Al poco rato se presentaba en palacio, de vuelta de su encargo, el paje inocente, el cual, preguntado por el rey por qué no había ejecutado sus órdenes con más presteza, respondió que por haberse detenido en la iglesia a oír la santa Misa. Más tarde, sospechando el rey la falsedad de la acusación, se informó mejor y descubrió la inocencia del piadoso paje y fiel servidor.preguntado por el rey por qué no había ejecutado sus órdenes con más presteza, respondió que por haberse detenido en la iglesia a oír la santa Misa. Más tarde, sospechando el rey la falsedad de la acusación, se informó mejor y descubrió la inocencia del piadoso paje y fiel servidor.preguntado por el rey por qué no había ejecutado sus órdenes con más presteza, respondió que por haberse detenido en la iglesia a oír la santa Misa. Más tarde, sospechando el rey la falsedad de la acusación, se informó mejor y descubrió la inocencia del piadoso paje y fiel servidor.

San Alfonso María de Ligorio
LOS DIEZ MANDAMIENTOS

martes, 4 de diciembre de 2018

VER Y AMAR A DIOS EN LA OTRA VIDA ES EL PARAISO DE LOS ELEGIDOS - SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO


¿Qué es lo que constituye la bienaventuranza de los elegidos en el cielo? El alma viendo a Dios cara a cara, contemplando su belleza infinita, percibiendo todas sus perfecciones dignas de un inmenso amor, no puede dejar de amarle. Ama a Dios más que a sí misma, se olvida de sí propia para no desear más que la felicidad de su muy amado, de su Dios y viendo que Dios, único objeto de su ternura, goza de una felicidad infinita, esta felicidad es su paraíso. Si ella fuese capaz de lo infinito, viendo a su muy amado gozar de una dicha infinita, su dicha propia vendría a ser también infinita; pero como la criatura no es capaz de infinita felicidad, queda de tal modo saciada de gozo, que nada más desea. Es la beatitud que ambicionaba David cuando exclamaba: Seré saciado cuando apareciere tu gloria .

Así se verifica lo que Dios dice al alma, cuando la admite en el paraíso: Entra en el gozo de tu Señor. No manda a la alegría que entre dentro del alma, porque siendo esta alegría infinita, el alma no podría contenerla; lo que ordena, es que el alma entre en la alegría, eterna, para tomar parte en ella, para alimentarse de ella hasta la saciedad.

Yo, pues, soy de parecer que no hay acto de amor más perfecto en la oración, que gozarse en la alegría infinita del Señor. Esta es la continua preocupación de los bienaventurados en el cielo, de modo que el que a menudo se goza en la alegría del Señor, empieza ya desde ahora, a experimentar parte de las delicias de que se verá colmado en el paraíso.

Este contento que es el que constituye el paraíso, será aumentado por el esplendor de aquella ciudad de Dios, por la hermosura de sus habitantes y sobre todo por la presencia de la Reina de los Cielos, más bella que el paraíso entero, y por la de Jesucristo, cuya belleza sobrepujará infinitamente la belleza de María.

El júbilo de los elegidos aumentará aún con el recuerdo de los peligros que cada uno habrá corrido de perder tan inmensa bienaventuranza. Cuáles serán las gracias que dirigirán al Señor aquéllos que habiendo merecido el infierno por sus pecados, se encontrarán en aquel lugar de delicias, desde donde contemplarán a sus plantas tantos otros que por pecados menores que los suyos, arderán en el fuego del infierno. Se encontrarán salvos, seguros de que jamás perderán a Dios, llamados a gozar eternamente de aquellas supremas delicias, de aquellos placeres que no cansarán, jamás. Por vehementes y grandes que sean los placeres de la tierra acaban por cansarnos; pero los gozos del paraíso, cuanto más se gustarán, más serán apetecidos, de modo que los elegidos se verán saciados con tantos placeres, sin dejar de desearlos siempre; y cuantos más recibirán,más les quedarán por recibir, deseando siempre y quedando siempre satisfechos.

Los cánticos melodiosos que entonan los santos en el cielo para dar gracias a Dios por su felicidad se llaman cánticos nuevos, porque las delicias del cielo parecerán siempre tan nuevas, como la primera vez. Se gozarán siempre, se pedirán sin cesar y se obtendrán sin interrupción.

Con razón decía San Agustín que para conseguir tan eterna beatitud, sería necesario que trabajásemos eternamente. ¿Qué son, pues las penitencias y las oraciones de los anacoretas? ¿Qué han hecho los Santos con abandonar las riquezas, las posesiones y hasta las coronas y los cetros: y los mártires en arrostrar los potros, los hierros ardientes y la muerte cruel para obtener el paraíso? Poco, o casi nada. Pero este poco ha bastado.

Procuremos llevar sin queja la cruz que nos envía el Señor porque todos nuestros padecimientos se trocarán un día en eternos gozos. Cuando las enfermedades, las penas, los reveses nos agobien, levantemos los ojos al cielo y digamos: Todas estas penas acabarán algún día y después de este día, gozaré para siempre de la presencia de Dios. No desfallezcamos; suframos con paciencia; despreciemos el mundo y cuanto él puede darnos. Dichoso el que en la hora de la muerte podrá decir con santa Agueda: Recibid, Señor, mi alma a la que habéis apartado del amor a lo terreno otorgándole en cambio el vuestro. Sufrámoslo todo, despreciemos las criaturas; Jesús nos aguarda con la corona en las manos para consagrarnos reyes del cielo si le somos fieles.

Pero ¿cómo podré yo, Jesús mío, aspirar a tan grande felicidad, yo que por las cosas terrenas he renunciado tantas veces al paraíso y con soberbia planta he ultrajado vuestra santa gracia? Pero vuestra preciosa sangre me infunde valor para esperar el paraíso después de haber merecido tantas veces el infierno, porque quisisteis morir en una cruz para dar el paraíso a los que sin esto jamás hubieran sido dignos de él. Redentor mío, Dios mío, no quiero volver a perderos. Dadme fuerza para seros fiel: Venga a nos él tu reino. Por los méritos de vuestra sangre, permitid que algún día pueda yo también introducirme en vuestro reino: mientras llega la hora de mi muerte, haced que cumpla en todo vuestra santa voluntad. Hágase tu voluntad. Este es el mayor bien, el verdadero paraíso de los que os aman en este mundo. ¡Almas afortunadas que sabéis amar a Dios,mientras vivamos en este valle de lágrimas, suspiremos siempre por el paraíso!

Consideraciones Piadosas
San Alfonso Mª de Ligorio

martes, 8 de marzo de 2016

R. P. ALTAMIRA: SERMON DEL III DOMINGO DE CUARESMA


CONFORMARSE CON LA VOLUNTAD DIVINA

Queridos fieles: El domingo pasado les hablábamos de las obras para hacer en tiempo de Cuaresma, o, mejor dicho, sobre la insistencia de la Santa Iglesia Católica sobre esas obras (oración, penitencia o sacrificio, limosna), profundización o mayor llamado a hacerlas, pues, en realidad, dichas obras deben ser siempre realizadas por nosotros los católicos. Quería predicarles algo, para seguir insistiendo en el sacrificio, por el espíritu de la Cuaresma, introduciendo esto a través de San Luis María Grignon de Monfort, pero su núcleo será San Alfonso María de Ligorio.

Ahora en Cuaresma, debemos insistir en hacer algún “sacrificio de Cuaresma”, para amar a Dios Nuestro Señor Jesucristo, para unirnos a Él en su sacrificio de la Cruz y en la Misa (que es el mismo sacrificio), para santificarnos, para alcanzar gracias que necesitamos y que queremos obtener (para nosotros, para esposos, hijos, familia), para expiar o pagar por nuestros pecados, en sufragio o en favor de almas del Purgatorio (de nuestros parientes y amigos fallecidos; o de todas las Benditas Almas).

San Luis María Grignon de Monfort, en su breve, fuerte, y hermosísimo texto “Carta a los Amigos de la Cruz”, nos relata muy bien sobre la necesidad de hacer sacrificio. Sería bueno que muchos o todos ustedes leyeran o releyeran dicho texto ahora en la Cuaresma.

Allí, él nos invita a que cada uno elija o escoja algún sacrificio personal. Pero, y a eso voy, nos explica que el mejor sacrificio, es el sacrificio de nuestra propia voluntad y el saber conformarnos con la Voluntad Divina, saber aceptar bien todas las cosas penosas que nos ocurren, porque son sacrificios que no dependen de nuestra voluntad propia, son sacrificios que están regulados por la Providencia, por la Voluntad de Dios, y entonces son más excelentes, producen más fruto, nos santifican más, y tienen más mérito. Saber conformarse con la Voluntad de Dios. Allí está el secreto, o uno de los secretos, del amor a Dios y de la santidad personal.

Y decimos “uno de los secretos”, porque jamás podemos olvidar el amor al prójimo, caridad segunda que debe ser realizada con motivo o por amor a Dios -que es la caridad primera- y como manifestación de este amor a Él. Por otra parte, el maldito pecado es voluntad propia, voluntad propia contra o en oposición a la Voluntad de Dios: Hago lo que yo quiero, y no lo que Dios quiere.

Por lo que acabamos de decir, vemos la importancia de saber conformarnos con la Voluntad Divina. Y de allí que el núcleo de esta prédica quería hacerlo con un resumen de las profundas y hermosísimas palabras de San Alfonso María Ligorio sobre este punto de conformarse con la Voluntad de Dios. Aclaramos que es un resumen y una “adaptación” . Escuchemos:

[Punto 1.] Et vita in voluntate eius: Y la vida en su voluntad (Salmo 29,6). Todo el fundamento de la salud [de la salvación] y de la perfección [de la santidad+ consiste en el amor a Dios *en la caridad a Dios+. “Quien no ama está en la muerte.

La caridad es vínculo de perfección” (I Jn 3,14; Col 3,14). Mas la perfección del amor [la perfección de la caridad, la cual produce la santidad] es la unión de nuestra propia voluntad con la voluntad de Dios. Porque en esto se cifra –como dice el Areopagita- el principal efecto del amor [el principal efecto de la caridad], en unir de tal modo la voluntad de los amantes, que no tengan más que un solo corazón y un solo querer [una sola voluntad].

Santa Teresa dice que lo que ha de procurar el que se ejercita en oración es conformar su voluntad con la divina, y que en eso consiste la más encumbrada perfección [la más encumbrada santidad]. Jesucristo nos enseñó que pidiéramos la gracia de cumplir en la tierra la voluntad de Dios, como los santos en el Cielo: Fiat voluntas tua sicut in coelo et in terra. En tanto, pues, agradan al Señor nuestras obras, penitencias, limosnas, comuniones, en cuanto se conforman con su divina voluntad, pues, de otra manera, incluso esas buenas obras no serían virtuosas sino viciosas y dignas de castigo. El beato Enrique Susón decía: “Preferiría ser el gusano más vil de la tierra, por voluntad de Dios, que ser por la mía un serafín”.

[Punto 2.] Menester es conformarnos con la voluntad divina, no sólo en las cosas que recibimos directamente de Dios, como son las enfermedades, las desolaciones espirituales, las pérdidas de hacienda y de parientes, sino también en las que proceden sólo mediatamente de Dios, el cual nos las envía por medio de los hombres, como la deshonra, desprecios, injusticias y toda suerte de persecuciones.

Adviértase que Dios no quiere el pecado de quien nos ofende o daña, pero sí la humillación, pobreza o daño que de los hombres nos resulta. Y esto para santificarnos y hacernos humildes. En el Eclesiástico leemos: “Los bienes y los males, la vida y la muerte, vienen de Dios”. Si queremos vivir en continua paz, procuremos unirnos a la voluntad divina y decir siempre en todo lo que nos acaezca: “Señor, si así te agrada, hágase así” (Mateo 11,26).

[Punto 3.] El que está unido a la divina voluntad disfruta, aun en este mundo, de admirable y continua paz. “No se contristará el justo por cosa alguna que le acontezca” (Proverbios 12,21).

El alma del justo se contenta y satisface al ver que sucede todo cuanto Dios desea. El alma resignada, dice Salviano, si recibe humillaciones, quiere ser humillada; si la combate la pobreza, complácese en ser pobre; en suma: quiere cuanto le sucede y tiene vida venturosa. Padece las molestias del frío, del calor, la lluvia o el viento, y con todo ello se conforma y regocija, porque así lo quiere Dios.3 Ésta es aquella paz que –como dice el Apóstol (Filipenses 4,7)- supera todas las delicias: paz continua, serena, permanente, inmutable. Con todo, las facultades de nuestra parte inferior no dejarán de hacernos sentir algún dolor o inquietud en las cosas adversas. Pero en la voluntad superior, si está unida a la de Dios, reinará siempre profunda e inalterable paz.

Indecible locura es la de aquéllos que se oponen a la voluntad de Dios. Lo que Dios quiere ha de cumplirse. “¿Quién resiste a su voluntad?” (Romanos 9,19). De suerte que esos desventurados tienen que llevar su cruz con inquietud y sin provecho. “¿Quién le resistió y tuvo paz?” (Job 9,4). Ni los mismos castigos temporales vienen para nuestra ruina, sino a fin de que nos enmendemos y alcancemos la eterna felicidad (Jdt 8,27). Cuando nos suceda alguna adversidad, digamos enseguida: “Hágase así, Dios mío, porque Tú así lo quieres” (Mateo 11,26).

Nuestros pecados, nuestra falta de paz, están siempre relacionados con nuestra voluntad propia: El día entero en el vértigo de perseguir y querer hacer “lo que nosotros queremos”, sin considerar “lo que Dios quiere”. En las cosas malas, en los pecados, es muy fácil distinguir la voluntad propia (el pecado), de la Voluntad de Dios.

Pero un punto muy importante, y allí es donde se nos presenta más sutil y difícil todo esto, es en el punto de las “buenas” obras. ¿Por qué? Porque muchas veces, muchísimas veces, queremos hacer nuestras buenas obras, oración, etc “porque yo quiero” y no por Dios, no “porque Dios lo quiere”. Es decir: Las hacemos sin pureza de intención, sin unión a la Voluntad de Dios, sin saber conformarnos a la Voluntad Divina en dichas buenas obras. Eso lleva algo o mucho de pecado, por la imperfección de nuestro obrar, y lleva mucho de pérdida de paz. E incluso, y es un tercer punto en esto que estamos diciendo, Dios, para santificar a sus elegidos, para la Cruz, para mostrar que Él es el Señor y dueño de los hechos y acontecimientos, puede querer contradicciones y dificultades en las obras buenas de sus santos o de sus hijos, aun cuando éstas se hagan con pureza de intención y en unión con Dios.

Por todas estas cosas, para terminar, queremos rezar con San Alfonso, y queremos que ustedes recen, para que todos tengamos pureza de intención, para que tengamos Conformidad con la Voluntad de Dios. Y adaptamos también al santo, en las palabras finales, en la oración con concluimos; la cual se termina en relación con nuestro sacrificio, con el Sacrificio de la Cruz, y lo usamos entonces por la Cuaresma: Señor mío:

Todas mis desventuras han ocurrido por no querer rendirme a vuestra santa voluntad, en esas ocasiones en que por cumplir mi voluntad contradije y me opuse a vuestro querer.
Ahora os doy mi voluntad toda. Disponed de mí y de todas mis cosas como os agrade. Haz que yo no desee sino lo que Vos queréis. Bien sé cuánto os he ofendido oponiéndome a vuestra santa voluntad. Merezco castigo y no lo rechazo.
Desde ahora quiero hacer cuanto Vos queráis para amaros y llegar a la santidad. Señor, amaros quiero y hacer cuanto Vos queréis. Desde ahora acepto todos los dolores y sacrificios que me enviéis, uniendo éstos al gran sacrificio vuestro en la Cruz. Dadme la gracia de que yo esté en esta vida conforme siempre con vuestras disposiciones.

Virgen Santísima, que cumpliste continua y perfectamente la voluntad divina, alcanzadme que yo la cumpla también con perfección.

“Mi amado para mí y yo para mi amado” (Cantar 2,16).

AVE MARÍA PURÍSIMA.

P. Fernando Altamira