domingo, 28 de octubre de 2018

sábado, 20 de octubre de 2018

VIGANÓ RESPONDE A OULLET



En la conmemoración de los mártires de la América Septentrional

Ha sido para mí una decisión dolorosa testimoniar la corrupción que aqueja la la jerarquía de la Iglesia Católica, y sigue siendo doloroso. Pero soy anciano, y sé que pronto habré de rendir cuentas ante el Juez de mis acciones y omisiones, y que teme a Aquel que puede arrojar el cuerpo y el alma al infierno. Juez que, a pesar de su infinita misericordia, retribuirá a cada uno según sus méritos el premio o la pena eternos. Anticipando la terrible pregunta de aquel Juez, «¿cómo pudiste tú, que conocías la verdad, quedarte callado en medio de tanta falsedad y depravación?» ¿Qué podría responderle?

He hablado con pleno conocimiento de que mi testimonio podía ser causa de alarma y consternación en muchas personas eminentes: eclesiásticos, otros obispos, compañeros de fatigas y oraciones. Sabía que muchos se sentirían ofendidos y traicionados. Había previsto que algunos a su vez me acusaran y pusieran en tela de juicio mis intenciones. Pero lo más doloroso de todo es que muchos fieles inocentes quedarían confusos y desconcertados al ver a un obispo que acusa a sus hermanos prelados y sus superiores de actividades ilícitas, pecados sexuales y grave dejación de funciones. Con todo, creo que de haber seguido manteniendo silencio habría puesto a muchas almas en peligro, y desde luego habría condenado la mía. A pesar de haber informado en numerosas ocasiones a mis superiores, e incluso al Papa, de las aberrantes acciones de McCarrick,habría podido denunciar antes en público la verdad que yo conocía. Si tengo alguna culpa en ese retraso me arrepiento de ella, retraso que se debió a la gravedad de la decisión que iba a tomar y al largo sufrimiento que supuso para mí conciencia.

Se me ha acusado de haber sembrado con mi testimonio confusión y división en la Iglesia. A esta afirmación sólo pueden dar credibilidad quienes sostengan que tal confusión y división eran insignificantes antes de agosto de este año. Cualquier observador imparcial habría observado ya perfectamente la prolongada y significativa presencia de ambas en la Iglesia, cosa inevitable cuando el sucesor de San Pedro renuncia a ejercer su principal cometido: confirmar a los hermanos en la Fe y en la sana doctrina moral. Si en vez de hacer eso agrava la crisis con mensajes contradictorios o declaraciones ambiguas, la confusión aumenta.

Por eso hablé. Porque la conspiración de silencio ha causado y sigue causando un daño enorme a la Iglesia, a tantas almas inocentes, a jóvenes con vocación al sacerdocio y a los fieles en general. Con respecto a esta decisión mía, que he tomado en conciencia delante de Dios, acepto de buena gana toda corrección fraterna, consejo, recomendación e invitación a avanzar en mi vida de fe y amor a Cristo, a la Iglesia y al Papa.

Permítanme recordarles de nuevo los puntos principales de mi testimonio:

–En noviembre de 2006 el nuncio en los EE.UU., arzobispo Montalvo, informó a la Santa Sede de las actividades homosexuales del cardenal McCarrick con seminaristas y sacerdotes.

–En diciembre del mismo año el nuevo nuncio, arzobispo Pietro Sambi, informó a la Santa Sede de las actividades homosexuales del cardenal McCarrick con otro sacerdote.

–También en diciembre de 2006, yo mismo dirigí una nota al Secretario de Estado, cardenal Bertone, la cual entregué personalmente al sustituto para asuntos generales, arzobispo Leonardo Sandri, solicitando al Papa que tomase medidas disciplinarias extraordinarias contra McCarrick a fin de impedir más delitos y escándalos. No recibí ninguna respuesta a esta nota.

–En abril de 2008, una carta abierta de Richard Sipe al papa Benedicto fue remitida por el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Levada, al Secretario de Estado, cardenal Bertone. La carta contenía más acusaciones contra McCarrick de que éste se había acostado con seminaristas y sacerdotes. Me fue entregada un mes más tarde, y en mayo de ese mismo año dirigí una segunda nota al entonces Sustituto de Asuntos Generales, arzobispo Fernando Filoni, exponiendo las acusaciones contra McCarrick y solicitando que se le aplicaran sanciones. Esta segunda nota mía tampoco obtuvo respuesta.

–En 2009 ó 2010 supe por el cardenal Re, Prefecto de la Congregación para los Obispos, que el papa Benedicto había ordenado a McCarrick abandonar el ministerio público y adoptar una vida de oración y penitencia. El nuncio Sambi comunicó a McCarrick las órdenes del Papa alzando tanto la voz que se lo oyó en los pasillos de la Nunciatura.

–En noviembre de 2011 el cardenal Ouellet, nuevo prefecto de la Congregación para los Obispos, me expuso una vez más las restricciones que el Santo Padre había impuesto a McCarrick, y o mismo se las transmití a éste cara a cara.

–El 21 de junio de 2013, hacia el final de una reunión de todos los nuncios en el Vaticano, el papa Francisco me dirigió unas palabras de reproche y de difícil interpretación sobre el episcopado de Estados Unidos.

–El 23 de junio, el papa Francisco me recibió en audiencia privada en su apartamento para que me hiciera una aclaración, y me preguntó: «¿Cómo es el cardenal McCarrick?», palabras que no puedo entender sino como una falsa curiosidad por saber si yo era o no aliado de McCarrick. Le dije que McCarrick había corrompido sexualmente a generaciones de sacerdotes y seminaristas, y que el papa Benedicto le había ordenado dedicarse exclusivamente a una vida de oración y penitencia.

–Por el contrario, McCarrick siguió gozando de especial consideración por parte del papa Francisco, el cual siguió confiándole más misiones importantes de gran responsabilidad.

–McCarrick formaba parte de una red de obispos favorables a la homosexualidad que gozando del favor del papa Francisco han promovido nombramientos de obispos para protegerse de la justicia y fomentar la homosexualidad en la jerarquía y en la Iglesia en general.

–Parece que el propio papa Francisco hace la vista gorda mientras se propaga esta corrupción, o bien, sabiendo lo que hace, es gravemente responsable porque no se opone a ella ni intenta erradicarla.

He puesto a Dios por testigo de la veracidad de estas afirmaciones mías, ninguna de las cuales ha sido desmentida. El cardenal Ouellet ha publicado un escrito reprochándome mi temeridad de haber roto el silencio y presentado acusaciones graves contra hermanos obispos y mis superiores, pero en realidad sus reproches me confirman en mi decisión, y de hecho confirman mis afirmaciones, una por una y en su totalidad.

–El cardenal Ouellet reconoce haberme hablado de la situación de McCarrick antes de que yo partiera para Washington a fin de tomar posesión de mi cargo de nuncio.

–El cardenal Ouellet reconoce haberme comunicado por escrito las condiciones y restricciones impuestas a McCarrick por el papa Benedicto.

–El cardenal Ouellet reconoce que dichas restricciones impedían a McCarrick viajar y hacer apariciones en público.

–El cardenal Ouellet reconoce que la Congregación para los Obispos había ordenado por escrito a McCarrick, primero por intermedio del nuncio Sambi y luego de mí, que llevara una vida de oración y penitencia.

¿Y qué alega el cardenal Ouellet?

–El cardenal Ouellet refuta que el papa Francisco hubiera podido acordarse de informaciones importantes sobre McCarrick en un día en que se había encontrado con docenas de nuncios y sólo había podido conversar con cada uno por breves minutos. Pero no fue eso lo que declaré en mi testimonio. Lo que testifiqué fue que en otro encuentro privado informé al Papa respondiendo a una pregunta suya sobre Theodore McCarrick, entonces cardenal arzobispo de Washington, figura destacada de la Iglesia Católica de los EE.UU., y que le dije al Papa que McCarrick había corrompido sexualmente a sus seminaristas y sacerdotes. Ningún papa se olvida de algo así.

–El cardenal Ouellet niega que en sus archivos hubiera cartas firmadas por los papas Benedicto o Francisco con relación a sanciones a McCarrick. Pero yo no dije eso en mi testimonio. Yo testifiqué que tenía en sus archivos documentos clave –vinieran de quien vinieran– que incriminaban a McCarrick y documentaban las medidas que se habían tomado al respecto, así como otras pruebas de encubrimiento en su caso. Y vuelvo a confirmarlo.

–El cardenal Ouellet niega que en los archivos de su predecesor el cardenal Re hubiera notas de audiencias que impusieran al cardenal McCarrick las mencionadas restricciones. Pero no fue eso lo que dije en mi testimonio. Lo que declaré fue que hay otros documentos: por ejemplo, una nota del cardenal Re, no ex audiencia SS.mi., o bien firmados por el Secretario de Estado o el Sustituto.

–El cardenal Ouellet alega que es falso que las medidas tomadas contra McCarrick sean sanciones decretadas por el papa Benedicto y anuladas por Francisco. Es cierto que técnicamente no eran sanciones sino medidas, «condiciones y restricciones». Es puro legalismo disputar por una nimiedad como que se tratara de sanciones o de medidas. Desde el punto de vista pastoral son una misma cosa.

En resumen, que el cardenal Ouellet admite las importantes afirmaciones que hice y que mantengo, y niega afirmaciones que nunca he hecho.

Hay un punto que debo refutar totalmente de las afirmaciones de Ouellet. Según él, la Santa Sede sólo estaba al tanto de rumores, lo cual no era motivo suficiente para justificar medidas disciplinarias contra McCarrick. Afirmo en contrario que la Santa Sede tenía conocimiento de una serie de hechos concretos y que está en posesión de pruebas documentales, así como que a pesar de ello los responsables optaron por no intervenir o bien se les impidió hacerlo: las compensaciones pagadas por las archidiócesis de Newark y Metuchen a las víctimas de los abusos sexuales de McCarrick, las cartas del P. Ramsey, las de los nuncios Montalvo en 2000, Sambi en 2006 y el Dr. Sippe en 2008, mis dos notas a los superiores de la Secretaría de Estado pormenorizando las alegaciones contra McCarrick… ¿todo eso son rumores? Es correspondencia oficial,no se trata de chismes de sacristía. Los delitos de los que se informa son muy graves, incluido el de intentar dar la absolución sacramental a cómplices de actos perversos, con la subsiguiente celebración sacrílega de la Misa. Los documentos mencionados especifican la identidad de los culpables y de sus protectores, así como el orden cronológico de los hechos. Se guardan en los archivos correspondientes; no hace falta ninguna investigación extraordinaria para obtenerlos.Se guardan en los archivos correspondientes; no hace falta ninguna investigación extraordinaria para obtenerlos.Se guardan en los archivos correspondientes; no hace falta ninguna investigación extraordinaria para obtenerlos.

En las reconvenciones públicas que se me han dirigido observo dos omisiones, dos silencios atronadores: El primero respecto a la situación de las víctimas. El segundo tiene que ver con el motivo subyacente de que sean tan numerosas las víctimas: la corruptora influencia de la homosexualidad en el sacerdocio y en la jerarquía. En cuanto al primero, resulta desalentador que en medio de tanto escándalo e indignación se tenga tan poco en consideración a quienes se han visto perjudicados por los asaltos sexuales de quienes tenían la misión de ser ministros del Evangelio. No me refiero a ajustar cuentas ni a lamentarse por las vicisitudes de la profesión eclesiástica. No es una cuestión de política. No se trata de las conclusiones que puedan sacar los historiadores de tal o cual pontificado. Aquí lo que está en juego son las almas.Muchas almas han estado y están en peligro de perder su salvación eterna.

Por lo que se refiere al segundo silencio, esta crisis tan grave no se puede remediar si no se llama a las cosas por su nombre. La crisis tiene su origen en la plaga de la homosexualidad, en sus promotores, en sus motivaciones, en la resistencia a las reformas. No exagero si digo que la homosexualidad se ha convertido en una epidemia en el clero, y que sólo se puede erradicar con armas espirituales. Es una hipocresía tremenda condenar los abusos, derramar lágrimas de cocodrilo por las víctimas y sin embargo negarse a denunciar la raíz de tanto abuso sexual: la homosexualidad. Es hipócrita no querer reconocer que esta plaga tiene su origen en una grave crisis en la vida espiritual del clero y no tomar las medias necesarias para ponerle coto.

Es indudable que existen sacerdotes a los que les gusta tener aventuras amorosas, así como que ellos mismos perjudican a su propia alma y la de aquellas personas a quienes pervierten y a la Iglesia en general. Pero esas violaciones del celibato sacerdotal suelen estar limitadas a las personas afectadas. Normalmente esos sacerdotes no reclutan a otros por el estilo, ni los promueven ni encubren sus fechoría; en cambio, las pruebas que demuestran complicidades homosexuales difíciles de erradicar son apabullantes.

Está más que demostrado que los predadores homosexuales explotan sus privilegios clericales en su provecho. Pero afirmar que la crisis es cuestión de clericalismo son puros sofismas. Es tratar de hacer ver que el motivo principal es un medio, un instrumento.

La denuncia de la corrupción homosexual y de la cobardía moral que le permite aumentar no encuentra consenso ni solidaridad en nuestros días, y por desgracia menos aún en las altas esferas de la Iglesia. No me sorprende que al llamar la atención hacia esta plaga se me acuse de deslealtad al Santo Padre y de fomentar una rebelión abierta y escandalosa. Pero rebelarse supondría incitar a otros a derrocar el Papado, y yo he exhortado a nada semejante. Todo los días rezo por el papa Francisco más de lo que he hecho nunca por ningún pontífice. Ruego, y hasta suplico fervientemente, que el Santo Padre se haga cargo de todas las misiones que ha asumido. Al aceptar ser sucesor de San Pedro, ha asumido la misión de confirmar a sus hermanos y la responsabilidad de guiar a todas las almas siguiendo las huellas de Cristo,en el combate espiritual y por el camino de la Cruz. Que reconozca sus errores, se arrepienta, demuestre que quiere llevar a cabo la misión encomendada a San Pedro y una vez de vuelta en el camino, confirme a sus hermanos (Cf. Lc. 22,32).

Para concluir, me gustaría reiterar la exhortación a mis compañeros en el episcopado y el sacerdocio que saben que mis declaraciones son ciertas y que estoy en condiciones de atestiguarlo, o tienen acceso a los documentos que pueden dilucidar esta situación despejando toda duda. Vosotros también os veis obligados a tomar una decisión. Podéis retiraros de la batalla permaneciendo en la conspiración de silencio y cerrar los ojos al avance de la corrupción; idear excusas, avenencias y justificaciones para posponer la hora de la verdad, y consolaros con la falsedad y el engaño de que será más fácil decir la verdad mañana, y más aún pasado mañana.

O bien, podéis optar por hablar. Confiad en Aquel que dijo: «la verdad os hará libres». No dijo que sea fácil distinguir entre callar y hablar. Os exhorto a pensar de qué decisión no tendréis que arrepentiros en el lecho de muerte y ante el Justo Juez.

+Carlo María Viganò, 19 de octubre de 2018

Arzobispo titular de Ulpiana

Conmemoración de los mártires

Nuncio apostólico para la América Septentrional

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)



Francisco se cuelga una cruz del orgullo gay



Detrás de Fco, Baldisseri, uno de los artífices del Sínodo lésbicohomosexual.

¿Qué más pruebas? Ya al comienzo del pontificado pasó inadvertido que Bergoglio exhibiera públicamente la pulsera del orgullo gay. Nos llamaron malpensados cuando lo hicimos notar como señal de alarma, pero no, tristemente el tiempo nos ha dado la razón, y encima nos hemos quedado cortos en nuestras peores expectativas.

El arcoiris es el símbolo que hizo surgir Dios después del diluvio, prometiendo que no destruiría más la Tierra. Dicen que los sodomitas se lo han apropiado como burla, pues aunque ellos pequen, no sucederá de nuevo el castigo de Sodoma y Gomorra.


Es el símbolo del activismo gay, que promueve la implantación de la homosexualidad en todas partes y de todos los modos, financiado por los malhechores de siempre bajo capa de libertad, incluso desde las escuelas. La sodomía es un pecado que Dios no sólo no acepta sino que le produce especial repugnancia. Un arcoiris en un crucifijo no deja de ser una grave blasfemia.


Actualización: ahora dicen que son colores de un código que nadie conoce y que representa a países sudamericanos. Verde, amarillo, rojo y azul, pero y ¿el naranja? Seamos sinceros. Lo que importa es cómo se percibe, y sobre todo el impacto que tiene ver esa cruz al lado de un crucifijo papal. Además una persona que la ve la identifica con el arcoiris y eso es lo que importa. Estos organizadores del sínodo son tan liantes como el demonio. Y como digo siempre, se pueden burlar de nosotros, pero no de Dios

🌈 cruz llevada por el Papa:
Verde para México y C. América
Amarillo para el Caribe
Rojo para región andina
Azul para la región del Cono Sur.
🌈


miércoles, 17 de octubre de 2018

sábado, 13 de octubre de 2018

Éxtasis y vigilia, es decir, cómo un “santo” interpreta dos papeles



Al poner orden los muchos recortes de prensa que abarrotan nuestros contenedores, hemos repescado un servicio, aparecido en el diario ‘La Verità’, precisamente el 19 de noviembre de 2017, firmado por Francesco Borgonovo, que ofrecía, en exclusiva, una entrevista a Monseñor Mauro Longhi, el cual narra una visión nocturna manifestada al Papa Juan Pablo II en unos días de descanso en marzo/abril de 1993, en las montañas del Gran Sasso en la zona de Montecristo. Un suceso que atrajo nuestra atención y que ahora proponemos a los lectores de sì sì no no por lo paradójico que lo hemos visto.

El Monseñor no narra de relato sino que asegura haber tenido noticia de ello, como confidencia, directamente del mismo Juan Pablo II durante una parada en el paseo matutino. Ofrecemos el núcleo más cargado de significado de la visión así como Monseñor Longhi asegura haberla recibido.

Juan Pablo II narra:

“Recuerda estas palabras porque son palabras de un Papa. Recuérdalo a quienes encontrarás en la Iglesia del tercer milenio. Veo a la Iglesia afligida por una plaga mortal. Más profunda, más dolorosa, más mortal que las de este milenio. Se llama islamismo. Invadirán Europa. He visto a las hordas provenir de oriente. Invadirán Europa, Europa será una cantina, viejas reliquias, penumbra, telarañas. Recuerdos de familia. Vosotros, Iglesia del tercer milenio, deberéis contener la invasión. Pero no con las armas, las armas no bastarán, con vuestra fe vivida con integridad”.

Añade el Monseñor que el Papa enumeró los países que debían ser temidos, los cuales, en la entrevista, no son citados.

Comentario del articulista: “En 1993 habría sido más bien difícil imaginar una situación como la actual.”.

Contra-comentario nuestro: es extraño que fuera difícil 1) porque ya en Poitiers (732), en Lepanto (1571), en Viena (1683), el Islam intentó esclavizar a la Catolicidad; 2) porque esto significaban las amenazadoras ‘profecías’ del difunto presidente argelino Houari Boumediènne, que, en 1972, previó la invasión islámica del tercer milenio realizada por hombres jóvenes, mujeres y niños; 3) porque otras voces autorizadas habían puesto en guardia a Europa del peligro que le incumbía, entre las cuales Ida Magli y Oriana Fallaci.

Pero el tema de nuestra intervención no es tanto hacer una disquisición sobre cómo y cuándo intervenir para detener el flujo masivo de clandestinos islámicos como descubrir la contradictoriedad que estalla entre el Wojtila extático y el Wojtila despierto. Sí, porque respecto a este trágico asunto todo desentona en la conducta de Juan Pablo II, que, a distancia de 24 años, nos es presentado como aquel que nos había avisado y que, si viviera todavía, nos podría decir: “¡Os lo había dicho!”.

Sin embargo, sin embargo… Juan Pablo II es el mismo que cuando está despierto:

1 – el 11 de diciembre de 1984 mandó un representante suyo a presidir la colocación de la primera piedra de la mezquita de Roma – la más grande de Europa – aprobando así la falsa religión del Islam, que niega la Santísima Trinidad, la Divinidad de Cristo y persigue a los cristianos;

2 – organizó, en octubre de 1986, en Asís el primer festival multi-religioso, convencido, como afirmó en el discurso a los cardenales el 22 de diciembre, de que toda oración auténtica – y, por tanto, también la islámica, la budista, la animista, la hinduista, la luterana, la anglicana, la judía – “está animada por el Espíritu Santo, que está presente, de manera misteriosa, en el corazón de todo hombre”, negando, de tal manera, el salmo 95 – palabra de Dios –, que, en el versículo 5, afirma: “omnes dii gentium daemonia” – todos los ídolos de los paganos son demonios;

3 – en una confidencia ‘ecuménica’ del 12 de diciembre de 1968, hecha al Gran Muftí de Siria, Ahmed Kaftaro, importante autoridad musulmana, confesó: “Todos los días leo un fragmento del Corán.”;

4 – en visita en Sudán – febrero de 1993 – termina su discurso impartiendo la bendición en nombre de Alá, con la fórmula “Baraka Allah as-Sudan” (Alá bendiga a Sudán) – L’Osservatore Romano, 15 de febrero de 1993 – expresando su agradecimiento al gobierno sudanés por la gran estima demostrada hacia la Iglesia católica, sin recordar Juan Pablo II que, desde mayo de 1983 a 1993, habían sido masacrados, por aquel régimen, más de un millón tres cientos mil sudaneses, entre los cuales miles de cristianos católicos;

5 – reconoció valor salvífico a todas las religiones, cuyos fundadores – Mahoma, Buda, Lao Tse, Zoroastro, Confucio – “tuvieron, con la ayuda del Espíritu de Dios, una profunda experiencia religiosa” (L’Osservatore Romano, 10 de septiembre de 1998), poniendo a Jesús, Hijo de Dios y Segunda Persona de la Trinidad, al mismo nivel de los profetas falsos y paganos, como anunciador de una ‘experiencia’ personal suya;

6 – ante una delegación cristiano-islámica iraquí, el 14 de mayo de 1999 besa el Corán, que, por lo revelado por él mismo, ¡es un libro que lee todos los días!;

Juan Pablo II besando el Corán

7 – el 13 de abril de 2000 recibe en audiencia privada al joven soberano y jefe espiritual del Marruecos islámico, Mohamed VI, hijo del desaparecido rey Hasán II, saludándolo como “descendiente directo del profeta Mahoma”;

8 – el 6 de mayo de 2001 – primer Papa en esta circunstancia – visita la mezquita de Omeya, orando con las autoridades islámicas locales.

Estos son los actos ‘ecuménicos’, documentados e incontestables, que muestran la doble personalidad de Juan Pablo II, un Papa que, mientras, en éxtasis nocturno, tiene la visión de la horda islámica y nos invita a estar vigilantes, en la vigilia diurna les abre de par en par las puertas europeas. Y no hay que decir que la supuesta visión – o, quizá, más probablemente un sentimiento de culpa materializado en forma de visión nocturna – sucedió poco antes de su deceso, de modo que pueda considerarse una tardía pero eficaz toma de conciencia y de auténtica petición de perdón que deba unirse a las precedentes con las que, en nombre de la Iglesia, había pronunciado el ‘mea culpa’ por las iniquidades con las que la Esposa de Cristo se había manchado, en el curso de su historia: cruzadas, dictaduras, antisemitismo, inquisición, esclavitud, mafia, racismo,guerras de religión, conflictos con la ciencia, humillación de la mujer, shoah…

¿Y cómo es que el testigo, Monseñor Mauro Longhi, cree que debe revelar esta advertencia, a distancia de 24 años, cuando la invasión está en pleno e irrefrenable flujo? ¿Quiere hacernos creer que el ‘santo’ Papa vaticanosegundista, con esta revelación suya, gozaba del don de la profecía? Y si así fuera, ¿por qué la confió a una sola persona y no a la comunidad católica? ¿Y por qué, aun conociendo por adelantado los desarrollos de un fenómeno, inicialmente migratorio, que se ha revelado, después, ser una verdadera invasión, ha callado y continuado dispensando diplomas y certificados de credibilidad y de verdad al Islam? Santidad, ¿a qué ha jugado?

¿Con qué fe deberemos resistir a las hordas? ¿Con una como la suya, firme de noche e inerte de día, que se parece más a la cobardía, a la hipocresía, al oportunismo, o, deberíamos decir, a la apostasía?

Y así, henos aquí invadidos, bellacos, pegados en la melaza de la acogida, en la telaraña pegajosa de un bergoglismo que, con actos de traición iscariota, está entregando en manos de los enemigos al pequeño rebaño de Cristo.

Exsurge Domine!

LP

SÍ SÍ NO NO

(Traducido por Marianus el eremita)


domingo, 7 de octubre de 2018

NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO - 7 DE OCTUBRE


LAS QUINCE PROMESAS
DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
A QUIENES RECEN EL ROSARIO 

1.- El que me sirva, rezando diariamente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.

2.- Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.

3.- El Rosario será un fortísimo escudo de defensa contra el infierno, destruirá los vicios, librará de los pecados y exterminará las herejías.

4.- El Rosario hará germinar las virtudes y también hará que sus devotos obtengan la misericordia divina; sustituirá en el corazón de los hombres el amor del mundo al amor por Dios y los elevará a desear las cosas celestiales y eternas. ¡Cuántas almas por este medio se santificarán!.

5.- El alma que se encomiende por el Rosario no perecerá.

6.- El que con devoción rezare mi Rosario, considerando misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá muerte desgraciada; se convertirá, si es pecador; perseverará en la gracias, si es justo, y en todo caso será admitido a la vida eterna.

7.- Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin auxilios de la Iglesia.

8.- Quiero que todos los devotos de mi Rosario tenga en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia, y sean partícipes de los méritos de los bienaventurados.

9.- Libraré pronto del purgatorio a las almas devotas del Rosario.

10.- Los hijos verdaderos de mi Rosario gozarán en el cielo una gloria singular.

11.- Todo lo que se me pidiere por medio del Rosario se alcanzará prontamente.

12.- Socorreré en todas sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.

13.- Todos los que recen el Rosario tendrán por hermanos en la vida y en la muerte a los bienaventurados del cielo.

14.- Los que rezan mi Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.

15.- La devoción al santo Rosario es una señal manifiesta de predestinación a la gloria.


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La tradición atribuye al beato Alan de la Roche (1428 aprox. - 1475) de la orden de los dominicos el origen de estas promesas hechas por la virgen María. Es mérito suyo el haber restablecido la devoción al santo rosario enseñada por Santo Domingo apenas un siglo antes y olvidada tras su muerte.