lunes, 31 de agosto de 2009

¿COMULGAR SIN CONFESARSE?

"Recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la comunión sin estar perdonados por la confesión sacramental es un pecado gravísimo que se llama sacrilegio"

San Pablo, divinamente inspirado dice, que quien comulga en pecado mortal "come y bebe su propia condenación"………

De ahí la necesidad que nuestra alma esté limpia de todo pecado mortal para que pueda Cristo ser recibido por nosotros. De ahí la necesidad -también- de la confesión sacramental para todo aquel que se sepa en pecado grave. Recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la comunión sin estar perdonados por la confesión sacramental es un pecado gravísimo que se llama sacrilegio. Todo aquél que está en pecado grave, todo aquél que no esté en gracia santificante - la misma que se obtiene por la absolución personal en el sacramento de la confesión-, todo aquél que viva en ese estado y no se confiese o se confiese mal (sin verdadero arrepentimiento e intención de evitar el pecado; es decir sin contrición y propósito de enmienda) y comulga sacramentalmente está "comiendo y bebiendo su propia condenación", según la Palabra de Dios.

Quienes no creen o no obedecen la moral que la Iglesia enseña, quienes no desean seguir las normas morales que Dios exige y el magisterio custodia, no deben -por ninguna excusa- acercarse a recibir la Sagrada Eucaristía.

Luego, es fundamental estar en gracia santificante para comulgar. ¡Qué importante es que vivamos en gracia y que importante es que comulguemos con frecuencia! Pero que importante es, también, hacerlo con las debidas condiciones y con el amor necesario a Dios, estando conscientes que, precisamente, estamos recibiendo a Dios mismo presente en la hostia consagrada. Recibamos a nuestro Creador y Redentor, recibámoslo como lo que es: Nuestro Dios y Salvador, nuestro Rey y Señor.

Qué tristeza es ver que muchos viven conforme al mundo y de manera contraria a la Ley de Dios, y sin cambiar de actitudes ni confesarse van a recibir a Dios vivo presente en la hostia sin el menor discernimiento de lo que hacen, sólo por el que dirán los demás y sin pensar en lo que Dios sí dice de esto. Es el lamentable "modernismo" que los ha impregnado, es la inconsciencia de lo que es recibir a Dios, es el permanecer en sus errores y en su vida de pecado, creyendo en un falso dios bonachón hecho a su gusto, medida y conveniencia.

Y que tristeza es ver que muchos sacerdotes "modernistas" no enseñan ya esta doctrina católica y con su silencio son cómplices del sacrilegio. Hay en ello mucha culpabilidad y Dios les pedirá cuentas. Algunos fieles tendrán el atenuante de su ignorancia (cuando ésta no sea culpable), ignorancia que no se presenta en los sacerdotes que, como tales, están bien instruídos y callan por contemporizar con el mundo o por una fe débil o por poco celo pastoral y exiguo amor a las ovejas que les han sido encomendadas.

Urge, hoy, que los pastores vuelvan a hablar y enseñar esta doctrina tan olvidada por muchos o desconocida -incluso- de las nuevas generaciones. Si es tan común que nadie la cumpla, ¿les costaría mucho esfuerzo que nos la recordaran -aunque sea brevemente- durante cada celebración litúrgica?

Resulta contrastante ver tantos comulgantes y vacíos los confesionarios. ¿En verdad todos ellos estarán en gracia y no requerirán confesarse? Sin intentar penetrar en la conciencia de alguien en particular, las matemáticas parece que no cuadran y nos indican la tremenda realidad y el significado de este hecho. ¿O será realmente que alguien pueda vivir años y años sin el menor pecado mortal? Ciertamente puede ser el caso de algunas almas buenas. ¿Cuántas serán? Sólo Dios lo sabe. Si así fuera la situación de algunos, deben recordar, también, que existe el mandamiento de la confesión anual.

¿Pero, realmente, la mayoría que lleva meses y meses o años y años sin confesarse, tiene limpia la conciencia de cualquier pecado grave como para saberse en gracia santificante y poder recibir a Cristo vivo y realmente presente en la Eucaristía?

¿Y no contribuirán a este mal -de la comunión sin confesión- aquellos sacerdotes que ya no están disponibles habitualmente en el confesionario?

Por parte de muchos sacerdotes: Omisión de enseñar esta doctrina y poco o nulo tiempo en el confesionario. Por parte de muchísimos fieles: Poca instrucción que genera -en muchos casos- una ignorancia culpable.

En otros, un descuido irredento por los asuntos de Dios y un vivir de acuerdo a las máximas del mundo, adecuando la moral y las enseñanzas de Dios y de la Iglesia a sus propios caprichos y criterios personales. Todo ello, lleva a la sacrílega comunión en pecado grave y sin confesión sacramental que los hace comer y beber su propia condenación. En ambos casos, una multitud que comulga y los confesionarios....¡vacíos!.

Tomado de Semper Fidelis.

LAS APARICIONES MARIANAS - IV

CRITERIOS DE DISCERNIMIENTO

¿Qué cosas analizará la Comisión constituida por el Obispo para estudiar la veracidad de una aparición; cuáles serán las pruebas de la sobrenaturalidad de dicha aparición? Podemos resumirlas en cuatro puntos:

l. El vidente

2. La visión

3. Circunstancias

4. Comprobación sobrenatural: los frutos y los milagros.

1. El vidente

Se lo debe estudiar desde un doble punto de vista: moral y psicofísico. Respecto a lo primero, no se excluye que Dios se sirva como vehículo para transmitir un mensaje del más grande pecador. Pero normalmente, nos lo enseña la historia, se trata de personas que viven santamente. Por ej. si el “vidente” es prepotente, indócil al obispo, busca aparecer ante las personas, etc., difícilmente sea mensajero del Cielo. Respecto a lo segundo: debe tratarse de una persona psíquicamente equilibrada. ”Esto es tanto más verdad cuanto que no son pocos los videntes de buena fe que consideran como apariciones marianas lo que no son más que ilusiones o alucinaciones suyas, productos de un estado morboso... Cualquier indicio de temperamento morboso o anormal, de sensibilidad demasiado acentuada o de imaginación excesivamente viva, de excesiva impresionabilidad y sugestionabilidad, de agudo sentimentalismo, deberá ser ponderado y valorado por médicos, peritos en la materia, y de evidente conciencia cristiana, para establecer el juicio que, desde el punto de vista patológico, deba darse del supuesto vidente. Son muchas las formas de histeria, y en general las psicopatías, que llevan, especialmente en las mujeres, a fenómenos inconscientes de alucinación o ilusión” (M.Cast. p. 482).

Otro punto importante respecto a la persona del vidente es su veracidad; la sencillez de su exposición, si no se contradice, etc. Y aquí debemos hacer dos anotaciones:

- Aunque se trate de una persona honesta, puede transmitir mal el mensaje por diversas causas.

“Acontece con mucha frecuencia en tales revelaciones que la actividad intelectual de quien las recibe, sus conocimientos naturales y hasta sus preocupaciones teológicas o científicas contribuyen poderosamente a la formación de ciertos detalles del cuadro, episodio o discurso revelado, alterando su verdadero sentido o introduciendo elementos humanos en mezcla con los divinos. Muchas veces estas alteraciones son debidas indudablemente a los editores y amanuenses o copistas. Y así acontece v.gr., que las revelaciones de santa Catalina de Siena, dominica, coinciden totalmente, casi siempre, con la doctrina de Santo Tomás y las de Sor María Jesús Agreda con las de Escoto”. (R. Marin (11) p.917).

Se sabe por ej., que Clemente Brentano corrigió y aumentó a su antojo las revelaciones de sor Ana Catalina Emmerick (Cfr. P. Winfried Huempfner, Coup d'oeil sur les publications relatives a A.C. Emerick, en la “Revue d'Ascetique et Mystique 1924, pp. 349-380. Se trata de un padre agustino que trabajó en el proceso de canonización de A.C. Emmerick).

“El hecho que una persona haya tenido revelaciones auténticas no garantiza que todo lo que ella crea verdadero lo sea. Las adulteraciones involuntarias son numerosísimas, y muchas veces imposible de descubrir. Porque el tránsito de vidente a visionario es muy fácil en ambos sentidos. Y el que ha sido favorecido por un don singular del cielo, puede pasar inadvertidamente, una y otra vez, en un misterioso zigzag de la realidad a la ilusión y de la ilusión a la realidad...” (Staehlin (20) p.86).

- El hecho que el visionario sea santo tampoco acredita que sus visiones o revelaciones sean ciertas. Así por ej., Poulin hace un catálogo con unos 32 casos de personas canonizadas o muertas en olor de santidad, caídas en error en las apariciones que creían haber visto y en los mensajes celestiales que creían haber recibido. Staehlin nos dice al respecto: “Recordamos también que, teóricamente, la heroicidad en virtudes no implica la autenticidad sobrenatural de ciertos fenómenos extraordinarios, y que, prácticamente, no pocas santas canonizadas tuvieron visiones, audiciones y revelaciones ciertamente ilusorias” ((20)p. 5).

Debemos también recordar, por último, que existen cuestiones de carácter psíquico que pueden deformar la realidad y hacer creer cosas que no se están produciendo. Estas cosas que a veces parecen milagros, apariciones, pueden tener explicaciones y razonamientos médicos.

Existen y se pueden producir procesos alucinatorios que pueden estar relacionados con ataques de epilepsia, con una insolación severa, con un brote psicótico o con una reacción histérica (neurosis de conversión); psicopatologías, estas últimas, en las que no sólo pueden y suelen oírse voces, sino también, particularmente en las neurosis de conversión, se dan casos en los que se emiten voces muchas veces irreconocibles ya que muchas veces se habla mediante sonidos guturales y/o ventriloquía involuntaria, que producen un gran impacto emocional en las personas crédulas que las oyen.

Por eso, solo se deben tomar como ciertas las aprobadas por la autoridad eclesiástica, y debemos rechazar y alejarnos de aquellas que la autoridad de la Iglesia sabiamente rechaza y condena. Si esto hacemos, nuestra fe nos conducirá a la presencia de Nuestro Señor.

2. La visión o revelación en sí

“Se debe considerar como absolutamente falsa toda aparición o visión que se halle en oposición evidente con las verdades especulativas de la fe, que ofenda a la moral o a la disciplina de la Iglesia; que contenga cualquier afirmación teológica o prédica contra la razón, que vaya abiertamente contra el buen sentido natural y cristiano” (Oddone (16) p.366).

En la cita anterior se resume lo que sostiene la Teología ascética-mística sobre este punto: el mensaje debe ser ortodoxo, debe ser útil, y razonable. Dios no puede contradecirse, ni manifestar cosas inútiles o pueriles.

“Pero, aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gal. 1,8).

“Si se levantara en medio de ti un profeta, o un soñador de sueños, que te anuncia una señal o un prodigio, aunque se cumpliere la señal o prodigio de que te habló, diciendo: “Vamos tras otros dioses, que tú no conoces, y sirvámoslos”, no escucharás las palabras de ese profeta, o de ese soñador de sueños porque os prueba Yahvé, vuestro Dios...” (Deut. 13,1-3).

Y Teresa de Ávila nos dice: “Y con este amor a la fe que infunde luego Dios, que es una fe viva, fuerte, siempre procura ir conforme a lo que tiene la Iglesia... que no le moverían cuantas revelaciones pueda imaginar -aunque viera abiertos los cielos- un punto de lo que tiene la Iglesia” (Vida, cap. 25, en la ed.BAC, cap. 12).

“Yo, aunque -como digo- me parecía imposible dejarse de hacer, de tal manera creo ser verdadera la revelación como no vaya contra lo que está en la Sagrada Escritura y contra las leyes de la Iglesia que somos obligadas a hacer...” (Cap. 32).

Las revelaciones que sin ir en contra de algo dogmático, tienen algo que va contra el sentir común de los teólogos son sospechosas. Lo mismo si se da como revelado lo que discuten libremente las escuelas.

- No puede darse por divina una revelación por el hecho de cumplirse en parte o en todo, porque podría ser efecto de la casualidad o de conocimientos naturales.

Dijimos que si existe algún error en la revelación es decisivamente falsa. Pero la contraria no se sigue: aunque el mensaje sea perfectamente ortodoxo, no necesariamente tiene origen divino.

Pero además de que el contenido de la aparición debe ser ortodoxo, no puede ser algo inútil o ridículo, que irían contra la Sabiduría divina.

“Pues se puede estar seguro que las revelaciones no son divinas cuando tienen simplemente por fin hacer conocer cosas vulgares que no tienen utilidad para el bien de las almas. Dios no actúa para satisfacer la curiosidad, sino solamente por un motivo grave. Hay que considerar pues, como “echadores de suertes”, a pesar de la pantomima religiosa que hagan, a esas personas que en nombre de algún espíritu celeste, responden a toda hora y a quien quiera sea, las consultas que se les hacen...” (Bourdier (3)p.34).

3. Las circunstancias (el cómo)

Es importante también considerar las circunstancias en que se da la aparición o revelación. Nos referimos al lugar; a la actividad que estaba desarrollando el vidente en el momento de la aparición; la forma en que se presenta Nuestra Señora o el santo, etc.

Si la memoria no nos traiciona -lo que nos hace con frecuencia- a santa Margarita M. de Alacoque se le apareció un día “Nuestro Señor”. Pero ella notó algo raro, y al echar agua bendita, la imagen desapareció...

De todas maneras, veamos que nos dicen los teólogos:

“Mientras que las visiones divinas, son siempre conformes a la gravedad, a la majestad de las cosas celestiales, las figuras diabólicas tienen infaliblemente alguna cosa indigna de Dios, algo de ridículo, extravagante, de desordenado o ilógico”. (Mons. Farges, Les phenomenes mystiques distingues de leurs contrefacons. Lethielleux, 1923, T. 11, p.24).

“La forma y la naturaleza de los fenómenos que se dicen sobrenaturales deben también servir como criterio para valorar los mismos fenómenos, teniendo presente que las obras de Dios son siempre perfectas. Si Nuestra Señora aparece, ninguna deformidad física o moral es admisible en su aspecto, en su actitud, en sus movimientos; su visión es tranquila, firme y segura. Si además Ella revela los secretos del corazón, cuando es imposible que los penetre la inteligencia humana; si manifiesta una ciencia o un poder superior a todo agente creado (comprendido el demonio), entonces no puede caber duda alguna: es ciertamente la Madre de Dios” (Castellano (5) p. 484).

Dos ejemplos claros de cómo las circunstancias condicen con el origen divino de la aparición son Lourdes (p. ej. la figura y gestos de la Virgen); y Fátima (véase las apariciones del ángel de Portugal).

4. Comprobación sobrenatural

Dos cuestiones sirven de signo cuando se trata de comprobar la sobrenaturalidad de un hecho: los frutos y los milagros.

A. Los frutos de la aparición

Este punto es fundamental, porque sabemos: “por sus frutos los reconoceréis”. Y esos buenos frutos se refieren tanto al vidente como al resto de los cristianos. La aparición o revelación tiene que dar lugar a un fortalecimiento de la fe, acrecentamiento de la esperanza y encendimiento de la caridad.

No sería imaginable un privilegiado del Cielo orgulloso y prepotente. Ni que los fieles realizasen prácticas inmorales, porque el “mensajero del Cielo”, así lo ordenó...

Pero ¡ojo!, el hecho que como fruto de la “aparición”, más gente rece el Rosario, ayune, que alguien vuelva a la Iglesia después de años de no practicar, etc. no implica necesariamente que se trate de algo sobrenatural. El demonio se viste de ángel de luz, y puede permitir un bien parcial para lograr perder a muchos. Esto está comprobado. El P. Poulin dice: “El demonio se parece a los jugadores que buscan engañar: comienzan por hacer ganar a sus contrincantes para hacerles perder luego diez veces más”. Debemos tener pues cuidado, con un entusiasmo precipitado frente a los “frutos” de una aparición. “Se reconoce a la Serpiente por su cola, es decir, por los resultados de su operación y por el fin al, que arrastra” (P.Llallement).

Estos buenos frutos se comprueban visiblemente en los pastorcitos de Fátima. En Francisco y Jacinta que murieron en olor de santidad, y en Lucía que ingresó a la vida religiosa.

B. El sello de Dios: el milagro

El milagro se considerará argumento de veracidad y sobrenaturalidad de la aparición o revelación, pero cuando estas tengan un fin social, no cuando se trate de algo destinado exclusivamente al bien del vidente (como leemos en las vidas de muchos santos). En ese caso sí el milagro desempeñará un rol similar al que tiene respecto de la Revelación dogmática: el de ser el sello, la firma de Dios (Cfr. lo que dice el Concilio Vaticano I respecto a las profecías y Milagros). Pero aún aquí hay que andar con pies de plomo, porque el demonio puede meter la cola. En efecto, él tiene un gran poder y puede realizar cosas que escapan completamente al poder de cualquier mortal. Por eso la Teología distingue entre “milagro” y “prodigio”. El primero tiene como causa a Dios, el segundo al Demonio. Y recordemos que la Sagrada Escritura nos alerta respecto del final de los tiempos, que muchos hombres serán engañados por esos pseudo-milagros de Satanás. Pero para que el milagro sea confirmación de Dios de la aparición, tiene que tener con ella una conexión indudable (aunque sea implícitamente). Por ej., el milagro del sol de Fátima fue anunciado con tres meses de anticipación y comprobado por más de 50.000 testigos (ocurrió el 13 oct. 1917).

Antes de pasar a exponer cómo se da normalmente el proceso canónico de indagación, queremos hacer notar dos cosas: primero, que por todo lo dicho se hace evidente que debemos ser prudentes, no adelantarnos al juicio de la Iglesia, que hombres más sabios que nosotros han caído en las trampas que les tendió el demonio; segundo, que todos los puntos enunciados deben darse en bloque: "Bonum ex integra causa, malum ex quocumque defectu" (Basta un pequeño defecto, para que una cosa no sea buena). Si alguna de las reglas no se cumplen, no puede tratarse de una manifestación sobrenatural aunque se den las demás.

Para cerrar esta parte que se refiere a las apariciones y revelaciones en general, vamos a transcribir parte del trabajo de Mario Castellano, porque describe muy bien cuáles son los pasos que normalmente sigue un obispo frente al caso de una aparición (pp. 486-488):

Apenas el Ordinario del lugar se ha informado de una pretendida aparición o visión mariana, debe ante todo indagar si la cosa puede tener o no alguna consistencia. Muchas veces se trata de hechos tan estúpidos o groseros, que no vale siquiera la pena de tomarlos en consideración: bastará entonces hacer avisar al párroco o a otro sacerdote designado que amoneste al pretendido vidente, para que desista de propagar sus pretendidas apariciones, y advertir prudentemente a los fieles si se presenta el caso para que no se dejen desviar. En suma, tomar las oportunas medidas para que las cosas vuelvan a quedarse tranquilas.

A veces puede ser también útil no hacer nada, mantener una actitud de absoluta indiferencia, y dejar de esta manera que los hechos sin consistencia caigan poco a poco en el olvido. La indiferencia y el silencio de la autoridad eclesiástica consiguen muchas veces que el entusiasmo por la pretendida aparición se extinga rápidamente; mientras que procedimientos drásticos contra uno u otro de los más fervientes propagadores de la nueva devoción, propagarían tal vez insensatas reacciones o rebeliones, que acabarían manteniendo abierta una cuestión que de otra manera se hubiese ahogado.

Si las pretendidas apariciones revisten cierto carácter de seriedad y conmueven a gran número de fieles, el obispo tome las oportunas informaciones, y apenas lo considere oportuno pase a la constitución de una Comisión diocesana para examinar y juzgar los hechos.

Contemporáneamente debe tomar disposiciones para que no se permita en manera alguna el culto público en relación con las apariciones (construcción de capillas, oraciones litúrgicas, etc.).

No es aconsejable que el que el clero les dé valor con intervenciones oficiales. A veces puede ser incluso aconsejable prohibir al clero que se acerque, aun en forma privada, al lugar de las supuestas apariciones.

La Comisión episcopal se compone ordinariamente de teólogos, canonistas y médicos; pueden agregarse a ella, en otros casos, peritos en otras ciencias. Es presidida por el mismo obispo o por un sacerdote, delegado por él, y debe establecer la manera de proceder a una cuidadosa investigación de los hechos, partiendo de las informaciones procuradas por el mismo obispo y regulándose por los criterios arriba expuestos.

Debe desarrollar esta Comisión un verdadero y estricto proceso canónico, usando también muchas solemnidades propias del proceso judicial o administrativo, como el juramento que han de prestar los miembros de la Comisión "de munere fideliter implendo et de secreto servando”, el juramento de cada uno de los testigos sobre decir la verdad (toda y solamente la verdad) y de guardar el secreto, la redacción por escrito de notario del proceso verbal de los interrogatorios y de las reuniones de la Comisión y su firma, etc. Especialmente de los cánones sobre las causas de beatificación de los siervos de Dios y canonización de los beatos (Derecho canónico Pío-Benedictino: cánones 1999 al 2141; y en el nuevo derecho canónico de 1983: canon 1403, y Apéndice III: Constitución Apostólica “Divinus perfectionis Magister), se podrán sacar preciosas ayudas sobre el procedimiento a seguir.

Ordinariamente la Comisión interroga a testigos oculares, y a los mismos pretendidos videntes en sesiones colegiales, en las cuales todos los miembros pueden hacer preguntas; toma información sobre los videntes; va al lugar de las supuestas apariciones, etc.

Muchas veces es ordenado el retiro de los videntes a una casa religiosa, donde puedan ser continuamente observados y mantenidos lejos de la curiosidad morbosa del público y de la influencia de eventuales interesados. A veces se ha descubierto la anomalía psíquica o la mistificación de los videntes poniendo a su lado a una persona de toda confianza e inteligente que los acompañe noche y día.

Si las apariciones continúan, la misma Comisión procure acudir a ellas y observar a los videntes durante los fenómenos.

En el caso de pretendidos milagros o curaciones milagrosas, examina cuidadosamente los hechos para admitir su sobrenaturalidad y la conexión con las apariencias. El estudio de las curaciones consideradas milagrosas debe ser muy cuidadoso y confiarse a médicos especializados, no hostiles a la Iglesia, pero no demasiado fáciles para admitir la intervención divina.

Sobre los interrogatorios de los testigos, y especialmente de los pretendidos videntes, han de hacerse, si es posible, de improviso, para evitar previos acuerdos. Se deben confrontar, durante la misma sesión, las contradicciones del interrogatorio consigo mismo y con los demás testigos; a los videntes se les deben oponer, además, todas las posibles objeciones.

Si los videntes son más de uno, se los convocará al mismo tiempo y se los interrogará separadamente, manteniéndolos a todos esperando en sitios distintos. Los interrogatorios del vidente o de los videntes deben casi siempre ser repetidos a distancia de tiempo y no raras veces ocurre que los falsarios acaban por confesar su ficción; mientras que sean sospechosos se debe insistir en los interrogatorios, haciéndolos cada vez más insistentes. La Comisión no debe tener prisa por terminar.

En cuanto a la decisión, la Comisión, cuando considere que tiene suficientes elementos para pronunciarse, discute colegialmente sobre los hechos y decide por mayoría de votos, sobre su carácter sobrenatural. El obispo puede también exigir de cada uno de los comisarios su voto escrito, que deberá en tal caso ser altamente motivado con datos teóricos y datos de hecho. El juicio de la Comisión puede ser aceptado o rechazado por el obispo, quien puede también, si tiene razones verdaderamente graves, publicar su sentencia disconforme de la propuesta de la Comisión. Pero ordinariamente el obispo publica la decisión de la Comisión, haciéndola suya, y tomando al mismo tiempo, las medidas del caso.

Si el obispo, vista la decisión de la Comisión, considera oportuno remitir al Santo Oficio todas las actas del proceso, para un juicio más seguro, puede libremente hacerlo. En tal caso, el Santo Oficio, o da instrucciones para una investigación complementaria, o comunica su juicio al obispo, para que él tome medidas, o publica él mismo su decisión, acompañándola de las oportunas providencias.

La enérgica formulación de ambos decretos y las drásticas medidas tomadas demuestran cuánto se preocupa la Iglesia por disipar lo más pronto y radicalmente posible todo influjo de pseudo-apariciones marianas o de otro tipo. En su sabiduría verdaderamente admirable, no condesciende con fáciles y aparentemente fructuosos entusiasmos suscitados por pretendidas apariciones de la bienaventurada Virgen; sino que, por el contrario, defiende celosa, tenaz y enérgicamente, el culto verdadero y la auténtica devoción. En esta materia procede justamente con una lentitud y meticulosidad del todo semejante a la que es propia de los procesos de beatificación y canonización.

La práctica canónica sobre las apariciones marianas no es, por consiguiente, un inútil y complicado aparato jurídico, sino un conjunto de reglas esenciales, indispensables, para garantizar al pueblo que cree, que espera y que ama, la pureza de la fe y de las costumbres, para alimentarlo con la verdadera devoción, para tutelar la verdadera gloria de María Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra”.

Padre Brian Moore.

(Continuara)

sábado, 29 de agosto de 2009

EL SÍMBOLO DE LA FE: CONTRA EL FALSO ECUMENISMO

Cuando rezamos el Credo hacemos una profesión resumida de nuestra fe, una fe que es nuestro estandarte y emblema –símbolo–, y que nos distingue claramente de los que profesan las falsas creencias y las herejías.

Este credo de la Fe católica –bien sea el Apostólico, el Niceno-Constantinopolitano, o los menos usuales actualmente como el Atanasiano–, es por designio de Dios, el único que contiene sin mezcla alguna de error el resumen de la divina revelación, transmitido fielmente por los apóstoles y sus legítimos sucesores, los obispos del orbe católico en comunión con el Romano Pontífice.

En efecto, el único Dios verdadero se ha revelado a sí mismo y su doctrina, por medio de los santos profetas, y en la plenitud de los tiempos, por medio de su Hijo Unigénito: Nuestro Señor Jesucristo, Dios y hombre verdadero.

Como la Verdad sólo puede residir en una proposición y no en una que le es contraria, se deduce que los otros “credos” distintos de lo que proclama el dogma católico, como son los de las falsas religiones y las herejías, a la fuerza están en el error.

Nuestra Fe católica es la única verdadera. Las creencias de las otras religiones son creencias humanas de sus impíos fundadores (Mahoma, Buda, Confucio...) incluidos los herejes (Lutero, Arrio, Eutiques, Marción...), lo que las convierten en lo que son: falsas religiones y herejías que hacen gran injuria a la única fe verdadera: la Fe católica.

¿O es qué Mahoma, Buda, o siquiera Arrio, Nestorio, Lutero o Calvino, tienen el mismo credo que nosotros, los católicos, y creen lo mismo? ¡Ni pensarlo!

Si las falsas religiones no tienen la misma doctrina que la Iglesia Católica, es que no tienen el mismo Dios que revela, luego el dios de los mahometanos, budistas, hinduistas y demás paganos, no es nuestro Dios Uno y Trino.

Los paganos IGNORAN a Cristo; los mahometanos BLASFEMAN a Cristo; los judíos ODIAN a Cristo; los herejes de toda especie DESFIGURAN a Cristo y destruyen su doctrina.

Ahora bien, ignorar, blasfemar, odiar y desfigurar a Cristo, son obras impías propias de Satanás. ¿Cómo va a ser lo mismo todo eso, que los católicos que adoramos a Cristo Dios y conservamos íntegra e inmaculada toda su doctrina?

¿Qué clase de ecumenismo cabe que no sea procurar la conversión de todos los que están en el error, como manda Nuestro Señor Jesucristo? La mayor obra de misericordia que se puede hacer por todos esos pobres desgraciados, que profesan la impiedad de las falsas religiones y la herejía, es llevarles la sana doctrina para que alcancen la salvación eterna: “Id y predicad el evangelio...”; “El que crea y se bautice se salvará...”.

Nada de estériles diálogos, que eso no lo mandó Nuestro Señor. Predicar y convertir, que es lo que enseña el propio Evangelio, y nada más en cuanto al ecumenismo.

Nuestro credo es claro:

“Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe católica; y el que no la guardare íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre.” (Simb. Atanas. Dz. 39)“Ésta es la fe católica y el que no la creyere fiel y firmemente, no podrá salvarse.” (Simb Atanas. Dz. 40)

Es todo cuestión de salvación eterna, en la que las medias tintas no llevan a ninguna parte.Por mi parte, jamás consentiré con el ecumenismo; jamás consentiré con la impiedad; jamás consentiré con Satanás.¡Gloria y adoración sólo a Ti, Santísima Trinidad único y verdadero Dios!

Autor: José Andrés Segura Espada

“En el Verbo estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilló en las tinieblas y las tinieblas no la recibieron”(Jo 1, 4-5).”


Tomado de Semper Fidelis.

LA CONFESIÓN: EXAMEN DE CONCIENCIA


(Para preparar una confesión general,
de toda la vida o del año) (1)

Es necesario acusar en confesión al menos todos los pecados mortales que se recuerden. Se debe indicar también su especie y su número. Para ello, pedir a Dios la gracia de conocer bien sus faltas, y examinarse atentamente. Para una confesión general (de toda la vida o de varios años), se puede usar el examen detallado que sigue, escribiendo sus pecados según las diferentes épocas de su vida.

ORACIÓN PARA EXAMINARSE BIEN

Santísima virgen María, Madre mía, dignaos obtenerme un verdadero dolor de haber ofendido a Dios, el firme propósito de corregirme, y la gracia de hacer una buena confesión.

MANDAMIENTOS DE LA LAY DE DIOS

Primer Mandamiento:
Amar a Dios sobre todas las cosas.

Olvidarse de Dios. Faltar a sus oraciones, o hacerlas mal. Negar o dudar de alguna verdad de la fe católica. Descuidar su formación religiosa. Ir a actos de culto de sectas falsas o a reuniones de sociedad prohibidas (sectas protestantes, comunismo, masonería, etc.) Leer libros o revistas impíos. Supersticiones, adivinaciones, horóscopos, etc… Desesperar o hablar contra la Providencia. Callar pecados mortales en la confesión. Comulgar en pecado mortal. Faltarle el respeto a la Iglesia y a sus Ministros. No amar a Dios sobre todas las cosas. Avergonzarse de las prácticas de piedad.

Segundo Mandamiento:
No jurar su santo nombre en vano.

Juramentos falsos, inútiles, o malos (jurar vengarse). Imprecaciones (deseos malos) contra sí mismo o contra otros. Maldecir. Blasfemias o palabras irreligiosas. Usar sin respeto el nombre de Dios o de los Santos, o las palabras de la Sagrada Escritura, Faltar a algún voto o promesa hecha a Dios.

Tercer Mandamiento:
Santificar las fiestas.

Faltar a misa en domingo o día de precepto. Llegar a misa con retraso. Distraerse voluntariamente en ella. Profanar el domingo con reuniones o diversiones peligrosas. Trabajar o mandar trabajar, sin necesidad, en trabajos serviles, durante más de 2 ó 3 horas.

Cuarto Mandamiento:
Honrar padre y madre.

Hijos: Desobedecer a los padres. Tratarles con dureza y sin respeto. Causarles pena y disgusto. No asistirles durante su vida y en el momento de su muerte. No rezar por ellos. No tomar en cuenta sus sabios consejos. Tratar mal a sus hermanos, reñir con ellos. Desobedecer a los superiores civiles o religiosos. Juzgarlos y criticarlos injustamente. Fomentar el mal espíritu.
Padres: No hacer rezar en familia. Mal uso de los bienes. Descuidar la educación de sus hijos, catecismo, primera comunión, etc… Mandarlos a escuelas malas. No vigilarlos, corregirlos y castigarlos cuando hace falta. No acostumbrarlos a renunciarse, sacrificarse, vencer sus caprichos. Tratarlos con demasiada aspereza y sin paciencia. Permitirles frecuentaciones, diversiones y películas peligrosas para la fe, la castidad, etc…
Darles mal ejemplo, mentir o discutir en su presencia, etc…

Quinto Mandamiento:
No matar.

Matar, golpear, herir, injuriar. Causar algún daño. Enojarse, desear vengarse, desear el mal. Odio, rencores. Negarse a perdonar. Impaciencia. Dureza para con los pobres y los que sufren. Malos consejos. Escandalizar a otros e inducirlos a pecar con ejemplos, conversaciones, modos de vestir, libros malos, etc… Aborto. (2) Eutanasia. Imprudencias en la carretera.

Sexto y noveno Mandamientos:
No fornicar. No desear la mujer del prójimo.

Detenerse voluntariamente en pensamientos o deseos contrarios a la pureza. Conversaciones deshonestas. Libros, diarios, películas malas, televisión. Miradas culpables. Acciones deshonestas, solo, o con otros. (3) Vestidos indecentes. Familiaridades entre novios. Todo fraude en el uso del matrimonio. Onanismo, preservativos, píldoras, esterilización, etc. Negar injustamente el debido conyugal.

Séptimo y décimo Mandamiento:
No hurtar. No codiciar los bienes ajenos.


Cometer o ayudar a cometer injusticias, fraudes, robos. Causar daño a otro en sus bienes. No restituir. No pagar sus deudas. Engañar en las ventas, contratos, transacciones. Coimas y otras ganancias injustas. Usura. Precios injustos. Juegos por dinero.
Octavo Mandamiento:
No mentir.

Mentiras, juicios temerarios. Hablar mal del prójimo. Sembrar la discordia con chismes. Calumnias. Falsos testimonios. Violar un secreto, leer cartas, etc…

PRECEPTOS DE LA IGLESIA

Primer Precepto:
Oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar (ver el tercer Mandamiento de la ley de Dios).
Segundo Precepto:
Confesar por lo menos una vez dentro del año, o si hay peligro de muerte, o si se ha de comulgar.
Tercero Precepto:
Comulgar por Pascua Florida.
Cuarto Precepto:
Ayuno y abstinencia. (4)
Quinto Precepto:
Ayudar a la Iglesia en sus necesidades.

PECADOS CAPITALES
Soberbia:
Pensamientos de vanidad. Desprecio de los demás. Susceptibilidad. Terquedad. Ser esclavo del “que dirán” y de la moda.

Avaricia:
Apego excesivo al dinero o a otras cosas. No hacer limosnas con algo de mi superfluo.

Lujuria:
(Ver sexto y noveno Mandamientos de la Ley de Dios).

Envidia:
Tristeza por el bien de los demás. Alegría por el mal que les ocurre. Sentimientos de envidia, celos.

Gula:
Exceso en el comer y en el beber. Embriaguez.

Ira:
(Ver quinto Mandamiento de la Ley de Dios).

Pereza:
Al levantarse. En el trabajo. En las obligaciones religiosas. Perder el tiempo. Ociosidad.


VIRTUDES QUE DEBEMOS PRACTICAR (5)

(Examen más detallado para confesarse mejor

Fe

Debemos: Creer todo lo que Dios nos ha revelado, y nos enseña por su Iglesia. Amar la Tradición y desconfiar de las no verdades. Estudiar el catecismo y la doctrina cristiana. Lectura espiritual. Hacer frecuentes actos de fe, especialmente al recibir los sacramentos, al rezar, etc… Conformar nuestra conducta a los principios de fe. Profesar con valor nuestra fe y saber defenderla. Ser apóstol. Luchar contra el error.
El pecado: Rechazar alguna verdad revelada. Consentir en dudas contra la fe. Indiferentismo (pensar o decir que todas las religiones son buenas). Vivir todo el día sin Dios. Esconder su fe por cobardía.

Esperanza

Debemos: Pensar con frecuencia en el Cielo y en los bienes eternos. Desearlos ardientemente. Despreciar los bienes y placeres de esta vida. Vivir en un santo temor de ofender a Dios.
Es pecado: Desconfiar de la bondad y providencia de Dios. Pretender que es imposible vivir como verdadero cristiano. No pedir la gracia para ello. Poner toda su confianza en sus propias fuerzas y no en Dios. Presunción (valerse de la misericordia de Dios para pecar). Ponerse en ocasión de pecado.

Caridad.

Debemos: Amar a Dios más que a todo, y al prójimo por amor de Dios. Hacer frecuentes actos de amor de Dios. Vivir en su presencia. Buscar agradarle en todo. Deseo de la perfección. Servirlo con alegría. Procurar que Jesús reine. Examen de conciencia diario. Confesión frecuente. Visita al Santísimo Sacramento. Estimar y honrar a nuestros hermanos. Asistirlos y ayudarlos. Soportar sus defectos. Delicadeza en el trato con los demás. Guardarse de la murmuración. Limosnas. Buscar con celo el bien de las almas.

Es pecado. Indiferencia religiosa y tibieza espiritual. No obrar con intención recta. Hacer las cosas para ser visto de los hombres. Afecto excesivo por las creaturas. Odio al prójimo. Desprecio. Rencores. Juzgar mal a los demás. Hablar mal de ellos. Murmuración. Envidia. Discordias. Riñas. Dar mal ejemplo. Causar escándalo. Aprobar la mala conducta de los amigos.

Prudencia

Debemos: Obrar en todo con prudencia e inteligencia, según lo que conviene para alcanzar nuestra salvación y perfección. Reflexionar antes de actuar. Docilidad para aprender de la experiencia. Docilidad a los consejos del director espiritual, de los superiores, de los amigos. Organización. Prontitud para obrar el bien.

Es pecado: Precipitación. Hacer todo “a la buena de Dios”. Inconstancia. Negligencia. Usar de astucia y pequeños engaños para “salirme con la suya”. Perder el tiempo.
Justicia.

ebemos: Antes de morir que cometer cualquier injusticia. Restituir si es el caso. Hacer pasar el bien común antes que el interés propio. Tener el culto del deber. Amar el trabajo bien hecho. Obedecer a sus superiores y buscar el bien de sus inferiores. Usar sus bienes para la utilidad de todos y no solamente para la propia. Amar y ayudar a la familia y a la patria.
Pecados: (ver los Mandamientos de la Ley de Dios). Prometer mucho y no cumplir nada. No devolver lo prestado.
Avaricia. Llegar siempre tarde al trabajo, a sus citas, ¡a misa! Descuidar sus obligaciones. No pedir perdón por sus faltas o errores.

Religión

Debemos: Entregarnos a Dios con fervor, para cumplir su voluntad. Rezar con atención y perseverancia. Devoción tierna y sólida a la Santísima Virgen, a los Ángeles y a todos los santos. Reparar por los pecados y consolar al Corazón Inmaculado de María. Imitar sus virtudes. Meditación. Rosario solo o en familia. Adorar a Dios y ofrecerle sacrificios. Asistir con frecuencia a la Santa Misa. Santificar el domingo.

Pecados: Falta de contrición en la confesión, de fervor en la comunión y acción de gracias, y de atención en las oraciones. No cumplir sus votos.

Fortaleza

Debemos para salvarnos estar dispuestos a morir o sufrir cualquier cosa antes que pecar gravemente. Sufrir con paciencia. Atacar con valor y audacia los obstáculos puestos al bien. Desear hacer cosas grandes. Preparar nuestra alma para el martirio si Dios se dignara llamarnos a él. Perseverar en el bien toda nuestra vida, a pesar de las dificultades.

Es pecado: Temer más los males temporales que el infierno.
Apartarse del bien por temor o debilidad. Exponerse al peligro con temeridad, confiando demasiado en sus fuerzas. Ambición, vanagloria, jactancia, hipocresía (fingir una virtud que no se tienen). Molicie (huir de todo esfuerzo, y rendirse a la primera dificultad). Pereza. Ocio. Desaliento.

Templanza

Debemos usar de los bienes sensibles según las necesidades de la vida presente. Huir de las cosas torpes, amar la belleza de la virtud. Abstinencia y sobriedad en las comidas. Pequeñas privaciones. Ayunos. Castidad y pudor. Evitar todo contacto sensual. Huir de las ocasiones. Mortificar la imaginación, pensamientos de vanidad, envidias, etc… Mortificar sobre todo la voluntad propia con la obediencia. Reconocer fácilmente sus faltas o errores y pedir perdón. No singularizarse en nada. No buscar el éxito sino el servicio de Dios. Aceptar y amar las humillaciones, que son lo que más nos santifica. Mansedumbre. Modestia. Amor de la pobreza, moderación y simplicidad. Amar el silencio, recogimiento.

Pecados: Gula. Comer fuera de tiempo o con exceso. Hablar demasiado y con bufonería. Lujuria (ver el sexto Mandamiento). Bailes. Miradas malas. Ver y dejar ver programas malos en la televisión. Droga, etc. Insensibilidad y crueldad. Soberbia. Susceptibilidad. Respeto humano y miedo del “qué dirán”. No aceptar ninguna observación. Amor desordenado de la propia libertad e independencia. Curiosidad en cosas malas o inútiles. Exceso en el juego y diversiones. No tomar nada en serio.

Pero no es pecado: pena de muerte contra los criminales. Guerra justa. Santa indignación contra los que pervierten las almas, difunden el error y escandalizan a los inocentes. (¡Tampoco es pecado cortar un árbol o matar un animal!) Para los casados, es bueno y virtuoso tener muchos hijos, educándolos cristianamente.

DEBERES DE ESTADO

Examinarse diligentemente sobre el cumplimiento de sus obligaciones familiares, profesionales, etc… según el propio estado y condición:

-El religioso sobre el cumplimiento de sus votos y reglas, el sacerdote sobre su breviario, misa, predicaciones, catecismos, confesiones, visita a los enfermos, etc…

-Los padres de familia sobre la educación de sus hijos.

-Los esposos sobre su vida doméstica, amor y ayuda mutua en la virtud, obediencia de la mujer a su marido.

-El estudiantes sobre sus estudios, etc…

-El fiel esclavo de María, por su parte, por su parte, no se olvidará de sus obligaciones particulares de amar y servir nuestra Reina y Madre del Cielo.

MODO PRÁCTICO
DE CONFESARSE


Luego de haber realizado el examen de conciencia,
se reza el acto de contrición:

Pésame: Dios mío, y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido; pésame por el infierno que merecí y por el Cielo que perdí; pero mucho más me pesa porque pecando ofendí a un Dios tan bueno y tan grande como Vos. Antes querría haber muerto que haberos ofendido, y propongo firmemente no pecar más y evitar todas las ocasiones próximas de pecado. Amén.

En España se suele rezar el Señor mio Jesucristo

Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas eternas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.

Luego de rezado el acto de contrición, hay que acercarse al confesor, arrodillándose ante él, diciendo “Ave María Purísima. Padre, hace… que no me confieso, cumplí (o no) la penitencia que se me impuso en la última confesión y me acuso de...” Si uno no se anima a decirlo todo bien, se puede pedirle al sacerdote que nos ayude.

Al terminar la confesión, se puede añadir, sobre todo si en la confesión uno no se ha acusadote nada grave: “Me acuso. Padre, de todos los pecados de mi vida pasada y en particular de aquellos que cometí contra tal mandamiento… o contra la virtud de… Pido perdón a Dios por ellos, y a vos, Padre, penitencia y absolución”.

Atendamos a lo que nos diga el confesor y a la penitencia que nos impondrá, mientras nos dé la absolución, digamos con todo fervor nuevamente el Acto de Contrición.

DESPUES DE LA CONFESIÓN

Se debe cumplir sin demora con la penitencia impuesta por el sacerdote.
No se debe olvidar agradecer a Dios por la gran gracia del perdón recibido. Sobre todo, no hay que dejarse llevar por los escrúpulos. Si el demonio intenta preocuparnos o confundirnos, no debemos discutir con él. Jesús no ha instituido el Sacramento de la Penitencia para torturarnos, sino para liberarnos.
Lo que nos pide, a cambio de su amor, es una gran lealtad al acusarnos de nuestras faltas (especialmente de las graves) y de la sinceridad al prometer evitar realmente todas las ocasiones de pecado.
Esto es lo que acabamos de hacer. Agradezcamos a Nuestro Señor Jesucristo y a su Santísima Madre: “Ve, y no peques más”.
“Señor, abandono mi pasado a vuestra misericordia, mi presente a vuestro amor, mi futuro a vuestra providencia” (Padre Pío).

Notas

(1)Las personas que acostumbran a confesarse cada semana o muy a menudo, bien pueden hacer el examen más sencillo, recorriendo solamente las faltas en que suelen incurrir de ordinario.

(2) El aborto es castigado por la Iglesia con una excomunión.

(3)Todo lo que sea buscar o admitir el placer sexual fuera del uso lícito del matrimonio, es pecado mortal.

(4) Según la disciplina actual, el ayuno obliga solamente el miércoles de ceniza y el Viernes Santo. La abstinencia obliga todos los viernes del año, aunque puede ser sustituida por otra práctica de piedad. El ayuno consiste en una sola comida importante por día; la abstinencia, en la privación de carnes y grasas animales.

(5) La vida moral gira alrededor de las tres virtudes teologales y las cuatro virtudes cardinales. Para cada virtud mencionamos los actos principales que se deben practicar, y luego los pecados contrarios.

Tomado de MISAL Y DEVOCIONARIO, Hermandad Sacerdotal San Pío X.

viernes, 28 de agosto de 2009

ORACIÓN COTIDIANA A LA REINA DE LOS ÁNGELES Y TERROR DEL INFIERNO


Gloriosa Reina del cielo, sublime Señora de los Ángeles, desde el principio Dios os dio la virtud y la misión de aplastar la cabeza de Satanás. Muy humildemente os suplicamos de enviarnos vuestras legiones celestiales para que bajo vuestro mando y por vuestra virtud, repriman a los espíritus malignos, los combatan en todas partes, confundan su osadía y los arrojen al infierno.

Gloriosísima Madre de Dios, enviad vuestros ejércitos invencibles para que nos ayuden en la lucha contra los emisarios del infierno entre los hombres; frustrad los planes de los ateos y confundid a los impíos; concededles la gracia de la luz y conversión, para que con nosotros alaben a la Santísima Trinidad y honren a Vos, nuestra Madre clemente, piadosa y dulce.

Patrona poderosa, que vuestros Ángeles protejan vuestras Iglesias y Santuarios en todo el mundo. Que protejan las casas de Dios, los lugares sagrados, las personas y cosas, y especialmente la Santísima Eucaristía. Preservadlas de la profanación, del robo, de la destrucción y desacralización. Preservadlas, Señora nuestra!

OH Madre celestial, sed asimismo el amparo de nuestras cosas, de nuestras moradas y familias contra la maldad y astucia de nuestros enemigos visibles e invisibles. Que vuestros santos Ángeles habiten en ellas y reine devoción, paz y gozo en el Espíritu Santo!

¿Quién como Dios? ¿Quién como Vos, Reina de los Ángeles y Terror del infierno? OH clemente, OH dulce Madre de Dios, y Madre inmaculada del Rey de los Ángeles “que ven continuamente la cara del Padre que está en los cielos”, Vos sois para siempre nuestro amor y amparo, nuestra esperanza y nuestra gloria!

San Miguel, santos Arcángeles, defendednos, protegednos! Amen.

Exorcismo privado. Cada uno puede y debería utilizarlo y recitarlo sobre sí mismo y otros –también de lejos – usando la señal de la cruz y agua bendita, particularmente en tiempos de graves tentaciones, de pruebas y tribulaciones, de confusión y ofuscación, en momentos de abatimiento y desesperación, al tratar asuntos importantes o al tomar graves decisiones, frente a personas hostiles y especialmente cerca de la cama de los enfermos o moribundos:

En el nombre de Jesús, María y José, yo os mando, espíritus malignos, dejarnos y salir de este lugar (dejarlos y salir de aquel lugar): no os atreváis volver a tentarnos y hacernos nuevamente daño (tentarlos y hacerles nuevamente daño). Jesús! María! José! (tres veces). San Miguel, defiéndenos. Santos Ángeles de la Guarda, protegednos contra toda maldad del diablo.

Bendición: La bendición del Padre, el amor del Hijo y la virtud del Espíritu Santo, la protección maternal de la Reina del Cielo, los méritos de San José, la ayuda de los Ángeles y la intercesión de todos los Santos estén con nosotros (vosotros) y nos (os) acompañen siempre y por todas partes! Amen.

Con licencia Eclesiástica.

miércoles, 26 de agosto de 2009

EL INFIERNO DE SAN ANSELMO


"Yacen en las tinieblas exteriores. Pues, acordaos, el fuego del infierno no emite ninguna luz. Así como, al mandato de Dios, el fuego del horno Babilónico perdió su calor, pero no perdió su luz, así, al mando de Dios, el fuego del infierno, mientras retiene la intensidad de su calor, arde eternamente en las tinieblas. Es una tempestad de tinieblas que nunca más se acaba, de negras llamas y de negra humareda de azufre ardiendo, por entre de las cuales, los cuerpos están amontonados unos sobre los otros sin una brizna de aire. De todas las plagas con que la tierra de los faraones fue flagelada, una plaga sola, la de la tiniebla, fue llamada como horrible. ¿Cuál es entonces el nombre que debemos dar a las tinieblas del infierno, que han de durar no sólo por tres días, sino por toda la eternidad?

"El horror de esta estrecha y negra prisión es aumentado por su tremendo hedor activo. Toda la inmundicia del mundo, todos los amasijos de escorias del mundo, los desperdicios y basuras del mundo, nos fue dicho, correrán para allá como para una vasta y humeante cloaca cuando la terrible conflagración del último día haya purgado el mundo. El azufre también, que arde allá en tan prodigiosa cantidad, llena todo el infierno con su intolerable hedor, y los cuerpos de los condenados, ellos mismos, exhalan una peste tan pestilente que, como dice San Buenaventura, sólo uno de ellos bastaría para infectar todo el mundo. El propio aire de este mundo, ese elemento puro, se torna fétido e irrespirable cuando queda encerrado largo tiempo. Considerad, entonces, cual debe ser la fetidez del aire del infierno. Imaginad un cadáver fétido y pútrido yaciendo descompuesto y podrido en la sepultura, una materia putrefacta de corrupción líquida. Imaginad tal cadáver preso de las llamas, devorado por el fuego del azufre ardiente y emitiendo densos y horrendos humos de nauseante descomposición repugnante. Y a continuación imaginad ese hedor malsano multiplicado un millón y más, otro millón de millones sobre millones de carcasas fétidas comprimidas juntas en la tiniebla humeante, una enorme hoguera de podredumbre humana. Imaginad todo eso y tendréis una cierta idea del horror del hedor del infierno.

"Pero tal hedor no es en absoluto, horrible pensamiento es éste, el mayor tormento físico al cual los condenados están sujetos. El tormento del fuego es el mayor tormento al cual el demonio tiene siempre sujetas a sus criaturas. Colocad vuestro dedo por un momento en la llama de una vela y sentiréis el dolor del fuego. Pero nuestro fuego terreno fue creado por Dios para beneficio del hombre, para mantener en él la centella de la vida y para ayudarlo en las artes útiles, por el contrario, el fuego del infierno es de otra cualidad y fue creado por Dios para torturar y castigar al pecador sin arrepentimiento. Nuestro fuego terrestre, por otra parte, se consume más o menos rápidamente, conforme el objeto que ataca fuere más o menos combustible, al punto de que la ingeniosidad humana siempre se ha entregado a inventar preparados químicos para garantizar o frustrar su acción. Pero la sulfurosa brea que arde en el infierno es una sustancia que fue especialmente designada para arder para siempre e ininterrumpidamente con indecible furia. Aparte de eso, nuestro fuego terrestre destruye al mismo tiempo que arde, de manera que cuanto más intenso fuere, más corta será su duración, sin embargo, el fuego del infierno tiene la propiedad de preservar aquello que quema, y, aunque arda con increíble ferocidad, arderá para siempre.

"Nuestro fuego terrestre, no importa que intensidad o tamaño pueda tener, es siempre de una extensión limitada; pero el lago de fuego del infierno es ilimitado, no tiene playas ni fondo. Está documentado que el propio demonio, al serle hecha la pregunta por un soldado, fue obligado a confesar que si una montaña entera fuese lanzada dentro del océano ardiente del infierno, sería quemada en un instante, como un pedazo de cera. Y ese terrible fuego no aflige a los condenados solamente por fuera, pues cada alma perdida se transforma en un infierno dentro de si misma. El fuego sin límites se enraiza en su misma esencia. ¡Oh! ¡Cuán terrible es la suerte de estos desgraciados seres! La sangre hierve y rehierve en las venas, los cerebros quedan hirviendo en los cráneos, el corazón en el pecho llameante y ardiente; los intestinos, una masa roja y caliente de pulpa ardiente; los ojos, cosa tan tierna, llameando como bolas fundidas.

"Aún así, cuanto os hablé de la fuerza, de la calidad y la infinitud de ese fuego, es como si fuese nada cuando lo comparamos con su intensidad, una intensidad que es justamente tenida como el instrumento escogido por el Designio divino para castigo del alma así como del cuerpo igualmente. Se trata de un fuego que procede directamente de la ira de Dios, trabajando no sólo por su propia actividad, sino como un instrumento de venganza divina. Así como las aguas del bautismo limpian tanto el alma como el cuerpo, así el fuego del castigo tortura el espíritu junto con la carne. Todos los sentidos de la carne son torturados, y todas las facultades del alma otro tanto: los ojos con impenetrables tinieblas; la nariz con fetideces nauseantes; los oídos con gritos, chillidos y blasfemias; el paladar con materia sórdida, corrupción leprosa, jugos sofocantes e innombrables; el tacto con aguijones y chuzos en brasa y crueles lenguas de llamas. Es a través de varios tormentos de los sentidos que el alma inmortal es torturada eternamente, en su esencia misma, en el medio de leguas y leguas de ardientes fuegos prendidos en los abismo por la majestad ofendida de Dios Omnipotente y soplados en una perenne y siempre creciente furia por el soplo de la ira de la Divinidad.

"Considerad finalmente que el tormento de esa prisión infernal está acrecentado por la compañía de los propios condenados. Las malas compañías sobre la tierra son tan nocivas que las plantas, como que por instinto, se apartan de la compañía, sea la que fuere, que les es mortal o funesta. En el infierno, todas las leyes están cambiadas. Allá no hay ningún pensamiento de familia, de patria, de lazos, de relaciones. El condenado maldice y grita uno contra el otro, y su tortura y rabia se intensifica por la presencia de los seres torturados y enfurecidos como él.

"Todo sentido de humanidad es olvidado. Los lamentos de los pecadores sufrientes llenan los más olvidados rincones del vasto abismo. Las bocas de los condenados están llenas de blasfemias contra Dios, de odio por sus compañeros de suplicio y de maldiciones contra las almas que fueron sus compañeros en el pecado. Era costumbre, en los tiempos antiguos, castigar al parricida, al hombre que habia erguido su mano asesina contra el padre, arrastrándolo a las profundidades del mar en un saco dentro del cual también se colocaban un gallo, un burro y una serpiente. La intención de esos legisladores al inventar tal ley, la cual parece cruel en nuestros tiempos, era castigar al criminal con la compania de animales malignos y abominables. ¿Pero que es la furia de esas bestias estúpidas comparada con la furia de la execración que vomitan los labios abrasados y las gargantas inflamadas de los condenados en el infierno cuando contemplan en sus compañeros de miseria a aquellos mismos que los ayudaran e incitaran al pecado, aquellos cuyas palabras sembraran las primeras simientes del mal en el pensamiento y en la acción de sus espíritus, aquellos cuyas sugerencias insensatas los condujeran al pecado, aquellos cuyos ojos los tentaron y los desviaron del camino de la virtud? Se vuelven contra tales cómplices y los maldicen y odian. No tendrán nunca jamás socorro ni ayuda, ya es demasiado tarde para el arrepentimiento.

"Por último de todo, considerad el tremendo tormento de aquellas almas condenadas, las que tentaron y las que fueron tentadas, ahora juntas, y aún por encima, en la compañía de los demonios. Esos demonios afligirán a los condenados de dos maneras: con su presencia y con sus amonestaciones. No podemos tener una idea de cuan terribles son esos demonios. Santa Catalina de Siena una vez vio a un demonio y escribió que prefería caminar hasta el fin de su vida por un camino de carbones en brasa que tener que mirar de nuevo un único instante para tan horroroso monstruo. Tales demonios, que otrora fueron hermosos ángeles, se tornaron tan repelentes y feos como antes eran de hermosos. Escarnecen y se ríen de las almas pedidas que arrastraron a la ruina. Es con ellos que se hacen, en el infierno, las voces de la conciencia. ¿Por qué pecaste? ¿Por qué diste oído a las tentaciones de los amigos? ¿Por qué abandonaste tus prácticas piadosas y tus buenas acciones? ¿Por qué no evitaste las ocasiones de pecado? ¿Por qué no dejaste aquel mal compañero? ¿Por qué no desististe de aquel mal hábito, aquel hábito impuro? ¿Por qué no oíste los consejos de tu confesor? ¿Por que incluso después de iniciar la primera, o la segunda, o la tercera, o la cuarta, o la centésima vez, no te arrepentiste de tus malas obras y no volviste a Dios, que esperaba simplemente por tu arrepentimiento para absolverte de tus pecados? Ahora el tiempo del arrepentimiento se fue. ¡Tiempo existe, tiempo existió, pero tiempo ya no existirá más para ti! Tiempo hubo para pecar a escondidas, para satisfacerte en la pereza y en el orgullo, para ambicionar lo ilícito, para ceder a las instigaciones de tu baja naturaleza, para vivir como las bestias del campo, o aún peor de lo que las bestias del campo, porque ellas, por lo menos, no son sino brutos y no poseen una razón que las guíe, tiempo hubo, pero tiempo ya no habrá más. Dios te habló por intermedio de tantas voces... pero no quisiste oír. No quisiste aplastar ese orgullo y ese odio de tu corazón, no quisiste arrepentirte de aquellas acciones mal obradas, no quisiste obedecer los preceptos de la Santa Iglesia ni cumplir tus deberes religiosos, no quisiste abandonar aquellos pésimos compañeros, no quisiste evitar aquellas peligrosas tentaciones. Tal es el lenguaje de esos demoníacos atormentadores, palabras de sarcasmo y de reprobación, de odio y de aversión. ¡De aversión, sí! Pues incluso ellos, los mismos demonios, cuando pecaron, pecaron por medio de un pecado que era compatible con tan angélicas naturalezas: fue una rebelión del intelecto, y ellos, estos mismos demonios, tienen que apartarse asqueados y con enojo de tener que contemplar aquellos pecados innombrables con los cuales el hombre degradado ultraja y profana el templo del Espíritu Santo y se ultraja y desprecia a si mismo"

San Anselmo

lunes, 24 de agosto de 2009

LAS APARICIONES MARIANAS - III


A QUIEN COMPETE JUZGAR
VALOR DE SUS DECISIONES

“... Por lo cual es un derecho y un deber del Magisterio de la Iglesia dar un juicio sobre la verdad y sobre la naturaleza de hechos o revelaciones que se dicen acontecidos por especial intervención divina. Es un deber de todos los hijos buenos de la Iglesia someterse a este juicio”. (Ottaviani,(17), p.193).

Según, pues el sabio cardenal, es a la Iglesia, maestra infalible, a quien compete juzgar. Pero más concretamente, al obispo de la diócesis donde el suceso tiene lugar. En efecto, los obispos son verdaderos maestros de la fe y verdaderos pastores, que no sólo han de guiar la grey a ellos confiada hacia los pastos de la fe, sino también vigilar para que no se infiltren errores o abusos en la devoción de los fieles y en las prácticas de piedad. (Cfr. Derecho canónico Pío-Benedictino: cánones 1326; 336,2; 1261,1, etc. y en el Nuevo Código de 1983: cánones 753, 392, 838.4). Y es justamente a los obispos que el Vaticano dirigió un documento en 1978 “Normas de la Sagrada Congregación de la Fe sobre cómo proceder al juzgar presuntas apariciones o revelaciones” (Cfr. (9)).

Fue el Concilio de Trento quien los hizo responsables directos de esta clase de cuestiones porque en el Concilio V de Letrán se exigía remitir la causa al Sumo Pontífice, salvo caso de necesidad:

“Y como ese género de cosas es de gran importancia -porque, según el Apóstol, no hay que creer fácilmente a todo espíritu, sino que hay que probar los espíritus para saber si son de Dios (l jn. 4,1)-, Nos queremos que las susodichas inspiraciones como regla habitual, antes de ser publicadas o predicadas al pueblo, sean de ahora en más sometidas al examen de la Sede Apostólica. Si no se pudiera proceder así sin que el retardo presentase un peligro, o bien si una necesidad imperiosa pareciera exigir otro proceder, en ese caso, respetando la misma disciplina, que el asunto sea notificado al Ordinario del lugar. Este, con la ayuda de tres o cuatro hombres doctos y serios, examinará diligentemente el asunto.

Hecho eso, cuando ellos consideren que es conveniente -respecto a los cuales Nos cargamos su conciencia- podrán conceder la autorización de publicar y predicar las revelaciones.

Si algunos tuvieran la audacia de cometer cualquier cosa contra las reglas dadas, además de las penas fijadas por el derecho contra tales delitos. Nos queremos que ellos incurran igualmente en la sentencia de excomunión de la cual no podrán ser absueltos sino solamente por el Romano Pontífice, excepto en el artículo de muerte. Y para que los demás no tengan la audacia de cometer, siguiendo su ejemplo, faltas similares, Nos decidimos que les sea prohibida para siempre la predicación” (7a).

Si hoy día existiera el mismo rigor disciplinar, pocos curas se atreverían a propagar con tanta ligereza las supuestas apariciones de la Virgen, que pululan por los cuatro rincones del mundo...

No existen fórmulas obligatorias para aprobar o desaprobar una aparición o revelación, pero sí hay algunas de uso común: “Constare de supernaturalitate apparitionum”, para decir que los hechos ocurridos no tienen explicación natural. O, al contrarío: “Constare apparitiones et revelaciones quovis supernaturali charactere penitus esse destitutas”, o, “constare de non supernaturalitate apparitionum”.

Pero, ¿qué busca la Iglesia con estas aprobaciones o desaprobaciones? No nos parece estar concordes los teólogos en este tema. Algunos, aseverando ciertos textos pontificios nos dicen: “cada uno es libre de creer o no creer en la aparición aprobada oficialmente por la Iglesia; otros dicen lo contrario, empeñando incluso la propia consciencia. Veamos algunos textos:

- Benedicto XIV (o.c.): “De todo lo cual se sigue que uno puede, conservando íntegra y salva la fe católica, no prestar asentimiento a dichas revelaciones y apartarse de ellas, con tal de que esto se haga sin destemplanzas indebidas, no sin razón, y sin llegar al desprecio”.

“¿Qué se ha de pensar de las revelaciones privadas aprobadas por la Santa Sede, como las de santa Hildegarda, santa Brígida, santa Catalina de Siena? Ya he dicho que ni es obligatorio ni posible prestarles un asentimiento de la fe católica”.

“... Es preciso saber que tal aprobación no significa otra cosa que el permiso para que, después de maduro examen, se publiquen para instrucción y utilidad de los fieles, pues a estas revelaciones, aprobadas en esta forma, aunque no se les deba ni se les pueda dar un asentimiento de fe católica, se les debe, sin embargo, un asentimiento de fe humana, conforme a las reglas de prudencia, según las cuales esas revelaciones son probables y piadosamente creíbles” (Cfr.(1)).

- San Pío X: “Cuando se trata de formar juicio acerca de las piadosas tradiciones conviene recordar que la Iglesia usa en esta materia de tal gran prudencia, que no permite que tales tradiciones se refieran por escrito, sino con giran cautela y hecha la declaración previa ordenada por Urbano VIII; y aunque esto se haga como se debe, la Iglesia no asegura la verdad del hecho, sino limitase a no prohibir creer al presente, salvo que falten argumentos de credibilidad. Enteramente lo mismo decretaba hace treinta años la Sagrada Congregación de Ritos (Decr. 2 mayo 1877): “Tales apariciones y revelaciones no han sido ni aprobadas ni reprobadas por la Sede Apostólica, la cual permite sólo que se crean piadosamente, con mera fe humana, según la tradición que dicen existir, aunque esté confirmada con testimonios y documentos idóneos. Quien esta regla siguiere, estará libre de todo temor, pues la devoción de cualquier aparición, en cuanto mira al hecho mismo y se llama “relativa”, contiene siempre implícita la condición de la verdad del hecho; mas en cuanto es “absoluta”, se funda siempre en la verdad, por cuanto se dirige a las mismas personas de los santos a quienes se venera” (Pascendi, AAS vol XL, p.649).

Relacionado con la materia que estamos tratando, pero sin referimos al peso de una aprobación eclesiástica, queremos transcribir aquí las palabras de un jesuita estudioso de esta cuestión: “¿Cuál es, pues, en último análisis, la autoridad de las revelaciones privadas? Tienen el valor del testimonio de la persona que las refiere, ni más ni menos.

Ahora bien, esta persona nunca es infalible; es pues, manifiesto que las cosas que ella atestigua nunca son absolutamente ciertas, salvo caso único de un milagro directamente realizado en favor de ese testimonio. En una palabra: las revelaciones privadas no tienen que una autoridad puramente humana y probable” ((19) p-61 y 62).

“Es por tanto, evidente que la aprobación de la Iglesia no es propiamente tal: significa que se puede creer con fe únicamente humana en las apariciones en cuanto que en ellas no aparece nada contra la fe y las costumbres y consta que son debidas a causas sobrenaturales. Naturalmente, la iglesia puede avanzar más; por ej., admitir que se constituya una fiesta litúrgica referida a una determinada aparición... Finalmente, es evidente que la aprobación, o mejor, permisión de la Iglesia, no garantiza de eventuales errores que se puedan infiltrar. Se ha constatado muchas veces que los privilegiados de Nuestra Señora han mezclado en el relato de las apariciones pensamientos propios, maneras propias de pensar o expresarse, que ellos de buena fe atribuían a Nuestra Señora misma.

No sería, por tanto, exacto pretender que la aprobación eclesiástica de una aparición mariana garantiza la autenticidad de todas las palabras de los videntes, como si hubiesen sido dictadas por María Santísima y referidas con perfecta exactitud. No se trata aquí de la Sagrada Escritura ni de inspiración divina” (M.Castellano, (5) p. 489-490).

Sin embargo, el mismo autor últimamente citado, nos dice que no hay esa libertad, cuando se trata del caso en que la Iglesia ha desaprobado, o no permitido la difusión de una revelación o aparición.

“Surge entonces el problema del valor que tienen los decretos de la competente autoridad eclesiástica (obispo, Santo Oficio) ¿son estos decretos meramente disciplinaras, que exigen exclusivamente una actitud externa, cualquiera que fuere el ánimo con que se obedece, o imponen también una actitud interior de conformidad? Hemos de advertir, ante todo, que quien obedece interiormente a la Iglesia respecto a determinadas apariciones expresamente reprobadas, no admite en su corazón que no sean sobrenaturales y, por consiguiente, está convencido de que en aquel caso la Iglesia se ha equivocado; su juicio es exacto, no el de la Iglesia, la cual -piensa él- ha juzgado precipitadamente, no bien informada, sugestionada, etc. Puesto que todas estas razones no son más que pretextos sin fundamento, y la realidad es la adhesión exclusiva al propio juicio, es evidente que todos los que siguen pertinaces en tal actitud son, por lo menos, temerarios... En realidad, los decretos con que la autoridad eclesiástica prohíbe devociones relacionadas con las pretendidas apariciones tocan en cierto modo la materia de la fe y las costumbres, y no son por consiguiente, meramente disciplinaras. De donde, de suyo, obligan también en el fuero interno, en conciencia”. (M. Cast. o.c. p.492-493).

Retornando pues toda la cuestión de la obligatoriedad de aceptar los decretos del obispo o de la Santa Sede, sobre una aparición o revelación determinada, podemos concluir que: cuando la Iglesia aprueba la aparición, no por ello está comprometiendo su infalibilidad, y uno es libre de creer o no (no de hacer público su disentimiento de lo que ha dicho la jerarquía); cuando -en cambio- la Iglesia desaprueba una aparición, se le debe sometimiento interno (Cfr. Nota 51, pp. 2 19 / 20 de M.Trinité (12).

Padre Brian Moore.
(Continuara)

domingo, 23 de agosto de 2009

BREVE RESUMEN DE LOS PRINCIPALES ERRORES DE LA ECLESIOLOGÍA CONCILIAR


SS. EE. RR. Mons. Marcel Lefebvre
Mons. Antonio de Castro Mayer

I. Concepción "latitudinarista" y ecuménica de la Iglesia.

La concepción de la Iglesia como "pueblo de Dios", en adelante ya se encuentra en numerosos documentos oficiales: las actas del Concilio "Unitatis Redintegratio" y "Lumen Gentium", -el nuevo Derecho Canónico- (C. 2o4 1)- la carta del Papa Juan Pablo II "Catechesi tradendae" y la alocución en la Iglesia anglicana de Canterbury- el Directorio ecuménico "ad totam Ecclesiam" del Secretariado para la Unidad de los Cristianos.

Ella respira un sentido latitudinarista y un falso ecumenismo.

Los hechos manifiestan con evidencia esta concepción heterodoxa: las autorizaciones para la construcción de salones destinados al pluralismo religioso -la edición de biblias ecuménicas que no son conformes con la exégesis católica- las ceremonias ecuménicas como las de Canterbury.

En "Unitatis Redintegratio" se enseña que la división de los cristianos "es para el mundo un objeto de escándalo y es un obstáculo para la predicación del Evangelio a toda creatura... que el Espíritu Santo no rehúsa servirse de otras religiones como medios de salvación". Este mismo error es repetido en el documento "Catechesi tradendae" de Juan Pablo II. En el mismo espíritu, y con afirmaciones contrarias a la fe tradicional, Juan Pablo II declaró en la Catedral de Canterbury, el 25 de Mayo de 1982 "que la promesa de Cristo nos inspira la confianza de que el Espíritu Santo curará las divisiones introducidas en la Iglesia desde los primeros tiempos después de Pentecostés" como si la unidad de Credo no hubiera existido jamás en la Iglesia.

El concepto de "Pueblo de Dios" lleva a creer que el protestantismo no es sino una forma particular de la misma religión cristiana.

Este ecumenismo es igualmente contrario a las enseñanzas de Pío XI en la Encíclica "Mortalium animos" : "Sobre este punto es oportuno exponer y rechazar cierta opinión falsa que está en la raíz de este problema y de este movimiento complejo por medio del cual los no católicos se esfuerzan por realizar una unión de las Iglesias cristianas. Quienes adhieren a esta opinión citan constantemente las palabras de Cristo "Que ellos sean uno... y que no exista sino un sólo rebaño y un sólo pastor" (Jn 17, 21 y 10, 16) y pretenden que por estas palabras Cristo expresa un deseo o una plegaria que jamás ha sido realizada. Pretenden de hecho que la unidad de fe y de gobierno, que es una de las notas de la verdadera Iglesia de Cristo, prácticamente hasta hoy no ha existido jamás y hoy no existe".

Este ecumenismo condenado por la Moral y el Derecho católicos, llega hasta permitir recibir los sacramentos de la Penitencia, Eucaristía y Extrema Unción de "ministros no católicos" (Canon 844 N. C ) y favorece "la hospitalidad ecuménica autorizando a los ministros católicos para dar el sacramento de la Eucaristía a no católicos.

Todas estas cosas son abiertamente contrarias a la Revelación divina que prescribe la "separación" y rechaza la unión "entre la luz y las tinieblas, entre el fiel y el infiel, entre el templo de Dios y el de las sectas" (II Corint. 6,14-18).

II. Gobierno colegial-democrático de la Iglesia

Después de haber quebrantado la unidad de la fe, los modernistas de hoy se esfuerzan por quebrantar la unidad de gobierno y la estructura jerárquica de la Iglesia.

La doctrina, ya sugerida por el documento Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, será retornada explícitamente por el nuevo Derecho Canónico (Can.336); doctrina según la cual el colegio de los Obispos unido al Papa goza igualmente del poder supremo en la Iglesia; y esto, de manera habitual y constante.

Esta doctrina del doble poder supremo es contraria a la enseñanza y a la práctica del Magisterio de la Iglesia, especialmente en el Concilio Vaticano I (DS 3055) y en la Encíclica de León XIII "Satis cognitum". Sólo el Papa tiene el poder supremo que él comunica, en la medida en que lo juzga oportuno y en circunstancias extraordinarias.

Con este grave error se relaciona la orientación democrática de la Iglesia, residiendo los poderes en el "Pueblo de Dios" tal como lo define el nuevo Derecho Canónico. Este error jansenista es condenado por la Bula "Auctorem Fidei" de Pio VI (DS 2592 ).

Esta tendencia, de hacer participar a la "base" en el ejercicio del poder, se reencuentra en la institución del Sínodo y de las Conferencias episcopales, de los Consejos presbiteriales, pastorales y en la multiplicación de las Comisiones romanas y de las Comisiones nacionales, así como en el seno de las Congregaciones religiosas (ver al: respecto Concilio Vaticano I, DS 3061- Nuevo Derecho Canónico, can.447).

La degradación de la autoridad en la Iglesia es la fuente de la anarquía y del desorden que hoy reinan en Ella por todas partes.

III. Los falsos derechos naturales del hombre

La declaración "Dignitatis humanae" del Concilio Vaticano II afirma la existencia de un falso derecho natural del hombre en materia religiosa, en contradicción con las enseñanzas pontificias, que niegan formalmente semejante blasfemia.

Así Pio IX en su Encíclica "Quanta Cura" y el Syllabus, León, XIII en sus Encíclicas "Libertas praestantissimum" e "Immortale Dei" y Pio XII en su alocución "Ci Riesce" a los juristas católicos italianos, niegan que la razón y la Revelación funden un derecho semejante.

El Vaticano II cree y profesa, de manera universal, que "la Verdad no puede imponerse sino por la propia fuerza de la Verdad", lo que se opone formalmente a las enseñanzas de Pío VI contra los jansenistas del Concilio de Pistoya (DS 2604).

El Concilio aquí llega hasta el absurdo de afirmar el derecho de no adherir y de no seguir la Verdad, y de obligar a los gobiernos civiles a no hacer más discriminación por motivos religiosos estableciendo la igualdad jurídica entre las falsas y la verdadera religión.

Estas doctrinas se basan en una falsa concepción de la dignidad humana, proveniente de los pseudofilósofos de la Revolución francesa, agnósticos y materialistas, que ya han sido condenados por San Pio X en la instrucción pontifical "Notre Chtarge Apostolique".

El Vaticano II dice que de la Libertad religiosa saldrá una era de estabilidad para la Iglesia. Gregorio XVI al contrario afirma que es un supremo atrevimiento afirmar que la libertad inmoderada de opinión sería benéfica para la Iglesia.

El Concilio expresa en "Gaudium et Spes" un principio falso cuando estima que la dignidad humana y cristiana vienen del hecho de la Encarnación, que ha restaurado esta dignidad para todos los hombres. Este mismo error es afirmado en la Encíclica "Redemptor hominis" de Juan Pablo II.

Las consecuencias del reconocimiento, por parte del Concilio, de este falso derecho del Hombre, arruinan los fundamentos del Reino social de Nuestro Señor, quebrantan la autoridad y el poder de la Iglesia en su Misión de hacer reinar a Nuestro Señor, en los espíritus y en los corazones, conduciendo el combate entre las fuerzas satánicas que subyugan las almas. El espíritu misionero será acusado de proselitismo exagerado.

La neutralidad de los Estados en materia religiosa es injuriosa para Nuestro Señor y su Iglesia, cuando se trata de Estados con mayoría católica.

IV. Poder absoluto del Papa

Sin duda el poder del Papa en la Iglesia es un poder supremo, pero no puede ser absoluto y sin límites, en cuanto que está subordinado al poder divino, que se expresa en la Tradición, la Escritura Santa y las definiciones ya promulgadas por el Magisterio eclesiástico (DS 3116).

El poder del Papa está subordinado y limitado por el fin para el cual le ha sido dado. Este fin está claramente definido por el Papa Pio IX en la Constitución "Pastor aeternus" del Concilio Vaticano I (DS 3070). Sería un abuso de poder intolerable modificar la constitución de la Iglesia y pretender apelar aquí al derecho humano contra el derecho divino, como en la libertad religiosa, como en la hospitalidad eucarística autorizada en el nuevo Derecho, como la afirmación de los dos poderes supremos en la Iglesia.

Es claro que en estos casos y en otros semejantes, es un deber para todo clérigo y todo fiel católico resistir y negar la obediencia. La obediencia ciega es un contrasentido y nadie está exento de responsabilidad por haber obedecido a los hombres más que a Dios (DS 3115): y esta resistencia dele ser pública si el mal es público y objeto de escándalo para las almas (Sto. Tomás 11,11,33,4)

Estos son principios elementales de moral, que regulan las relaciones de los sujetos con todas las autoridades legítimas.

Esta resistencia, por lo demás, encuentra una confirmación en el hecho de que en adelante están unidos quienes firmemente se atienen a la Tradición y a la Fe católicas, mientras que aquellos que profesan doctrinas heterodoxas o que realizan verdaderos sacrilegios no son molestados en absoluto. Esta es la lógica del abuso de poder.

V. Concepción protestante de la Misa

La nueva concepción de la Iglesia tal como la define el Papa Juan Pablo II, en la Constitución que precede el nuevo Derecho, evoca un cambio profundo en el acto principal de la Iglesia que es el Sacrificio de la Misa. La definición de la nueva Eclesiología da exactamente la definición de la nueva Misa; es decir, un servicio y una comunión colegial y ecuménica. No se puede definir mejor la nueva Misa, que, como la nueva Iglesia conciliar, está en ruptura profunda con la Tradición y el Magisterio de la Iglesia.

Es una concepción más protestante que católica la que explica todo lo que ha sido exaltado de manera indebida y todo lo que ha sido disminuido.

En contra de las enseñanzas del Concilio de Trento en la sesión XXII, en contra de la Encíclica "Mediator Dei" de Pío XII, se ha exagerado la importancia de la participación de los fieles en la Misa y disminuido la del sacerdote, llegando a ser simple presidente. Se exageró la importancia de la Liturgia de la Palabra y se disminuyó la del sacrificio propiciatorio. Se exaltó el ágape comunitario y se le laicizó, en detrimento del respeto y de la fe en la presencia real por la transubstanciación.

Suprimiendo la lengua sagrada, se pluralizaron al infinito los ritos profanándolos con aportes mundanos o paganos y se difundieron falsas traducciones en detrimento de la verdadera fe y de la verdadera piedad de los fieles.

Y sin embargo los Concilios de Florencia y de Trento habían pronunciado anatemas contra todos estos cambios y afirmaron que nuestra Misa, en su Canon, remontaba a los tiempos apostólicos.

Los Papas San Pío V y Clemente VIII han insistido sobre la necesidad de evitar los cambios y las mutaciones, guardando de manera perpetua el rito Romano consagrado por la Tradición.

La desacralización de la Misa, su laicización conllevan la laicización del Sacerdocio, a la manera protestante.

La Reforma litúrgica al estilo protestante es uno de los mayores errores de la Iglesia conciliar y uno de los más destructores de la fe y de la gracia.

VI. La libre difusión de errores y de herejías

La situación de la Iglesia, puesta en estado de búsqueda, introduce, en la práctica, el libre examen protestante, resultado de la pluralidad de credos en el interior de la Iglesia.

La supresión del Santo Oficio, del Index y del juramento antimodernista, han fomentado en los teólogos modernos una necesidad de teorías nuevas que desorientan a los fieles y los incitan hacia el carismatismo, el pentecostalismo y las comunidades de base. Es una verdadera revolución dirigida, en definitiva, contra la autoridad de Dios y de la Iglesia.

Los graves errores modernos, siempre condenados por los Papas, se desarrollan en lo sucesivo con libertad en el interior de la Iglesia:

• 1 - Las Filosofías modernas antiescolásticas, existencialistas, anti-intelectualistas, son enseñadas en las Universidades católicas y en los Seminarios mayores.

• 2 - El humanismo es favorecido por esta necesidad de hacer eco al mundo moderno, por parte de las autoridades eclesiásticas, haciendo del hombre el fin de todas las cosas.

• 3 - El Naturalismo, la exaltación del hombre y de los valores humanos hace olvidar los valores sobrenaturales de la Redención y de la gracia.

• 4 - El Modernismo evolucionista causa el rechazo de la Tradición, de la Revelación, del Magisterio de veinte siglos. No hay más Verdad fija, ni dogma.

• 5 - El Socialismo y el Comunismo - El rechazo de condenar estos errores por parte del Concilio ha sido escandaloso y hace creer legítimamente que el Vaticano sería favorable a un socialismo o un comunismo más o menos cristiano. La actitud de la Santa Sede, durante estos últimos 15 años, confirma este juicio, tanto más allá como más acá de la cortina de hierro.

• 6 - En fin, los acuerdos con la masonería, con el Consejo ecuménico de las Iglesias y con Moscú, reducen a la Iglesia al estado de prisionera y la hacen totalmente incapaz de realizar libremente su Misión. Estas son verdaderas traiciones que claman venganza al cielo, igualmente los elogios otorgados en estos días al heresiarca más escandaloso y el más nocivo para la Iglesia.

Ya es tiempo que la Iglesia recobre la libertad de realizar el Reino de Nuestro Señor Jesucristo y el Reino de María sin preocuparse de sus enemigos.