I
Para conservar é inflamar más y más el fuego del divino amor en vuestro corazón, acercaos muy á menudo, por cuanto vuestros deberes lo permitan, á los santos Sacramentos de la Confesión y Comunión. La Sagrada Eucaristía reanima el alma y robustece al mismo cuerpo, cuando se recibe con las debidas disposiciones. ¿OH misericordia infinita de nuestro Soberano Bien!
II
La Santa Comunión es el medio más eficaz que se pueda imaginar para unirse á Dios. ¡OH, qué inmensos son los tesoros que se encierran en la divina Eucaristía! Yo os conjuro vivamente á vosotros todos que vivís en el mundo á comulgar con frecuencia y á prepararos bien para este divino banquete.
III
La más digna preparación para acercarse á la Sagrada mesa es tener el corazón bien limpio y purificado, ejercer una gran vigilancia sobre la lengua, que es la primera que toca el Santísimo Cuerpo de jesús, tener una fe viva y una profunda humildad, de donde nace un gran conocimiento de Dios y de nuestra nada.
IV
El día que comulgáis debéis conduciros de manera que vuestro corazón sea un tabernáculo vivo del amabilísimo Jesús. Visitadle á menudo en lo interior de vos mismo, y ofrecedle los homenajes, los sentimientos y las acciones de gracias que os inspire el santo amor.
V
Cada vez que os acerquéis al sagrado banquete, comulgad en forma de Viático, y luego guardad con sumo cuidado día y noche vuestro corazón, tabernáculo vivo de Jesús Eucarístico; el corazón de el que comulga ó celebra, que obra de esta suerte, no tardará en concebir el fuego del santo amor.
VI
Tened siempre vuestro corazón adornado de virtudes, y entretened constantemente en él encendidas las lámparas de la fe y de la caridad. Jesús ha celebrado los divinos misterios en un Cenáculo bien preparado: Coenaculum stratum.
VII
Pues que la Santa Misa es la renovación del sangriento sacrificio del Calvario, cuando asistís á ella, ó la celebráis, figuraos que asistís ó celebráis las exequias del Salvador, penetrándose de los tiernos sentimientos de compunción y de amor de que estaban penetrados la Santísima Virgen y San Juan, José de Arimatea y Nicodemo.
VIII
El corazón del que comulga ó celebra debe ser el sepulcro de Jesucristo; pues así como el sepulcro en donde fue puesto Jesús muerto, era nuevo, así el corazón de el que le recibe debe ser nuevo, es decir, puro, animado de fe viva, de firme confianza, de ardiente caridad y de un vivo deseo de la gloria de Dios y de la salvación de las almas.
IX
La Santa Misa es el acto más solemne de nuestra adorable religión y el momento más favorable para negociar con el Eterno Padre; porque entonces se les ofrece á su Hijo único, encarnado y muerto por nuestra salvación.
Antes de celebrar, ó al asistir á tan solemne acto, revestíos de los sufrimientos de Jesucristo; conversad dulcemente con El, aun en medio de las arideces, y llevad al santo altar las necesidades del mundo entero.
X
Después de la Santa Comunión, Jesús posee vuestro corazón; deteneos á saborear las dulzuras que produce su presentía en el alma. Pero no podréis amarle, si no tenéis la fuente viva del santo y puro amor, es decir, el Espíritu Santo. Es el mismo Jesucristo quien nos lo enseña; “El que cree en mí, dice, vera salir de su seno arroyos de agua viva”, según la expresión de las Escrituras.
XI
Cuando Dios os da sus inspiraciones, que son los favores particulares del Amor divino, Amor que es santo, puro y sin mancha, dejaos desaparecer y perder en el Bien infinito por la gracia, y allí obrad como niño, y dormid el sueño de la fe y del amor en el seno del celestial Esposo. El amor habla poco y dice pocas cosas.
XII
Los antiguos cristianos, aquellos grandes siervos de Dios, comulgaban rara vez, pero se disponían con cuidado, y por eso recibían tan grande abundancia de gracias, que en muy poco tiempo se elevaban á la cumbre de la más alta perfección.
XIII
Con frecuencia la Eucaristía reanima el alma y fortifica aún el cuerpo, ¡OH misericordia infinita de nuestro Soberano Bien! Esta maravilla viene del gran vigor que este Pan de los ángeles comunica al alma y se hace sentir en el cuerpo.
Para conservar é inflamar más y más el fuego del divino amor en vuestro corazón, acercaos muy á menudo, por cuanto vuestros deberes lo permitan, á los santos Sacramentos de la Confesión y Comunión. La Sagrada Eucaristía reanima el alma y robustece al mismo cuerpo, cuando se recibe con las debidas disposiciones. ¿OH misericordia infinita de nuestro Soberano Bien!
II
La Santa Comunión es el medio más eficaz que se pueda imaginar para unirse á Dios. ¡OH, qué inmensos son los tesoros que se encierran en la divina Eucaristía! Yo os conjuro vivamente á vosotros todos que vivís en el mundo á comulgar con frecuencia y á prepararos bien para este divino banquete.
III
La más digna preparación para acercarse á la Sagrada mesa es tener el corazón bien limpio y purificado, ejercer una gran vigilancia sobre la lengua, que es la primera que toca el Santísimo Cuerpo de jesús, tener una fe viva y una profunda humildad, de donde nace un gran conocimiento de Dios y de nuestra nada.
IV
El día que comulgáis debéis conduciros de manera que vuestro corazón sea un tabernáculo vivo del amabilísimo Jesús. Visitadle á menudo en lo interior de vos mismo, y ofrecedle los homenajes, los sentimientos y las acciones de gracias que os inspire el santo amor.
V
Cada vez que os acerquéis al sagrado banquete, comulgad en forma de Viático, y luego guardad con sumo cuidado día y noche vuestro corazón, tabernáculo vivo de Jesús Eucarístico; el corazón de el que comulga ó celebra, que obra de esta suerte, no tardará en concebir el fuego del santo amor.
VI
Tened siempre vuestro corazón adornado de virtudes, y entretened constantemente en él encendidas las lámparas de la fe y de la caridad. Jesús ha celebrado los divinos misterios en un Cenáculo bien preparado: Coenaculum stratum.
VII
Pues que la Santa Misa es la renovación del sangriento sacrificio del Calvario, cuando asistís á ella, ó la celebráis, figuraos que asistís ó celebráis las exequias del Salvador, penetrándose de los tiernos sentimientos de compunción y de amor de que estaban penetrados la Santísima Virgen y San Juan, José de Arimatea y Nicodemo.
VIII
El corazón del que comulga ó celebra debe ser el sepulcro de Jesucristo; pues así como el sepulcro en donde fue puesto Jesús muerto, era nuevo, así el corazón de el que le recibe debe ser nuevo, es decir, puro, animado de fe viva, de firme confianza, de ardiente caridad y de un vivo deseo de la gloria de Dios y de la salvación de las almas.
IX
La Santa Misa es el acto más solemne de nuestra adorable religión y el momento más favorable para negociar con el Eterno Padre; porque entonces se les ofrece á su Hijo único, encarnado y muerto por nuestra salvación.
Antes de celebrar, ó al asistir á tan solemne acto, revestíos de los sufrimientos de Jesucristo; conversad dulcemente con El, aun en medio de las arideces, y llevad al santo altar las necesidades del mundo entero.
X
Después de la Santa Comunión, Jesús posee vuestro corazón; deteneos á saborear las dulzuras que produce su presentía en el alma. Pero no podréis amarle, si no tenéis la fuente viva del santo y puro amor, es decir, el Espíritu Santo. Es el mismo Jesucristo quien nos lo enseña; “El que cree en mí, dice, vera salir de su seno arroyos de agua viva”, según la expresión de las Escrituras.
XI
Cuando Dios os da sus inspiraciones, que son los favores particulares del Amor divino, Amor que es santo, puro y sin mancha, dejaos desaparecer y perder en el Bien infinito por la gracia, y allí obrad como niño, y dormid el sueño de la fe y del amor en el seno del celestial Esposo. El amor habla poco y dice pocas cosas.
XII
Los antiguos cristianos, aquellos grandes siervos de Dios, comulgaban rara vez, pero se disponían con cuidado, y por eso recibían tan grande abundancia de gracias, que en muy poco tiempo se elevaban á la cumbre de la más alta perfección.
XIII
Con frecuencia la Eucaristía reanima el alma y fortifica aún el cuerpo, ¡OH misericordia infinita de nuestro Soberano Bien! Esta maravilla viene del gran vigor que este Pan de los ángeles comunica al alma y se hace sentir en el cuerpo.
XIV
En vuestras aflicciones y desconsuelos decid con profunda humildad; “¡Oh Jesús Eucarístico! Vos habéis dicho: Si alguien tiene sed, que venga á mi, y yo le daré de beber, apagad, pues, ahora mi sed…” En verdad, en verdad, Jesús la apagará.
XV
No paséis un solo día sin hacer una visita al Dios del tabernáculo. Allí pasmaos de amor hacia vuestro tierno y divino Amante, y de dolor á causa de las irreverencias que El recibe de los malos cristianos que no corresponden á tanto amor sino con ingratitudes y sacrilegios.
XVI
En reparación de los innumerables ultrajes que Jesús recibe en el Sacramento de su amor, el alma amante debe ofrecerse como víctima, consumirse en el fuego de la soberana caridad, amarle, alabarle y visitarle á menudo por aquellos que le maltratan; visitarle sobre todo á las horas en que nadie le hace compañía. ¡Qué felicidad estar durante las horas más silenciosas al pie del santo altar!
XVII
Cuando los deberes de vuestro estado os impidan visitar á Jesús en el tabernáculo, hacedlo en espíritu, y decid: ¡Dios mío, el tabernáculo es el lugar de vuestro amor, preparado por Vos para quien os ama!... ¡’Cuando podré, durante las horas de más profunda soledad, entretenerme con mi Amor Eucarístico á los pies del tabernáculo?
XVIII
Durante el día recogeos de tiempo en tiempo en el santuario interior de vuestro corazón, y decid al Señor que allí reside: “¡OH Señor, qué dulce es vuestro espíritu! Yo sé á quien creo, y estoy cierto que estáis realmente en el tabernáculo del amor… ¡OH, quién me diera a las de paloma para tomar mi vuelo de amor hacia vuestro divino Corazón!”
XIX
La fiesta del Santísimo Sacramento es la fiesta del amor. ¡OH, qué grande amor! ¡OH caridad! ¡OH amor imponderable! La mariposa vuela alrededor de la llama, y se quema. Que vuestra alma vuele alrededor de esta luz divina, y se queme, y se reduzca á cenizas, máxime en los días de la octava del Santísimo Sacramento.
XX
¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros, después de haberse dado á nosotros como alimento de vida y de inmortalidad? ¡Ah! Comed, bebed, embriagaos; volad llenos de júbilo y de alegría, haced fiesta á vuestro dulce Amante, á vuestro divino Esposo.
XXI
Que vuestro corazón se consuma siempre más y más en holocausto en el santuario del Sagrado Corazón de Jesús. Dejad caer las cenizas de la víctima en el océano sin límites de la divina caridad. Ha llegado el momento de morir más que nunca á cuanto no es Dios, para vivir sola y exclusivamente en Dios y para Dios.
XXII
Vivid siempre oculto y encerrado en el gran santuario del Corazón divino; allí es donde el celestial Esposo da de beber el vino que embriaga, embalsama, fortifica, vivifica, inflama, eleva y hace volar á la contemplación del Supremo Monarca; allí es donde se aprende la ciencia de los Santos, que no se comunica sino á los humildes.
XXIII
Despojaos enteramente de vosotros mismos, y luego retiraos, anonadaos en el Sagrado Corazón de Jesús… En ese divino Corazón el alma amante se compadece de las penas de Jesús, y se sumerge en el baño saludable de su preciosísima Sangre; Sangre vertida por nosotros, y que tiene la virtud de hacernos arder en llamas de amor.
XXIV
En el Corazón de Jesús guardad un profundo y total recogimiento; ninguna aridez debe serviros de obstáculo. Poco importa no tener el sentimiento y el gusto de la divina presencia; lo único que importa mucho es manteneros en la divina presencia por la fe pura, desprendiéndoos de toda satisfacción propia.
XXV
Entrad en el dulcísimo Corazón de Jesús, ó más bien, deteneos á la puerta de ese divino Corazón, allí humillaos, y pedid perdón de tantas imperfecciones é ingratitudes; luego aprovechad el permiso que Jesús os dará para entrar; peor haceos pequeño y reducíos á cenizas; dejad que el Espíritu Santo eleve y sumerja esas cenizas en el abismo inmenso de la Divinidad.
XXVI
Cuando estuviereis bien anonadado, bien despreciado, bien abatido en vuestra nada, pedid á Jesucristo que os oculte en su Sagrado Corazón. Allí poneos como una víctima sobre este divino altar en que arde siempre el fuego del santo amor; dejaos penetrar hasta la médula de los huesos por estas sagradas llamas; y si el Espíritu Santo os eleva á la contemplación de los divinos misterios, dejad á vuestra alma la libertad de abismarse en esta santa contemplación. ¡Oh, cuánto agrada á Dios esta práctica!
XXVII
Cuando os sentís tentado, atribulado, refugiaos en el Calvario, y entrad en el Sagrado Costado de Jesús Crucificado; y decid penetrado de amor y de compasión: ¡Oh Jesús, mi Soberano Bien! Cuando fuisteis azotado ¿cuáles eran los sentimientos de vuestro santísimo Corazón? ¡Oh Amor mío! ¡Qué no pueda yo morir por Vos!
XXVIII
Si la vista de vuestras imperfecciones y pecados os espanta y acobarda, id con la confianza de un tierno niño á echaros en el seno amoroso de Jesús, y pedidle su divino amor, diciendo profundamente compungido: “¡Oh Corazón del amado Esposo de mi alma! ¡Cuánto os aflige la vista de mis pecados é ingratitudes! ¡Perdón, oh Jesús, perdón!”
XXIX
En todos los contratiempos de la vida contemplad el afligido Corazón de Jesús, y decidle: “¡Oh amante Corazón de mi Señor y Redentor, que tan duras penas sufristeis en todo el discurso de vuestra vida mortal, ¿no sufriré yo esta pena, este trabajo por vuestro amor? Sí, ¡oh mi dulce Jesús! ó sufrir o morir.”
XXX
Permaneced siempre en el Corazón de Jesús, ofreciéndole de día y de noche un sacrificio de alabanzas, de honor y de bendición; reposad en El, y dormid el sueño del amor hasta perderos y morir á todo lo criado. ¡Dichosa pérdida! ¡Muerte infinitamente más preciosa que la vida! Esta pérdida será vuestra salvación; esta muerte será vuestra vida, vida divina, vida beata, vida perdurable por los siglos de los siglos.
San Pablo de la Cruz