sábado, 30 de junio de 2012

DE LOS DESEOS DESORDENADOS


Cuantas veces desea el hombre desordenadamente alguna cosa, luego pierde el sosiego. El soberbio y el avariento nunca están quietos; el pobre y el humilde de espíritu viven en mucha paz. El hombre que no es perfectamente mortificado en sí, presto es tentado y vencido de cosas pequeñas y viles. El flaco de espíritu y que aún está inclinado a lo animal y sensible, con dificultad se puede abstener totalmente de los deseos terrenos. Y cuando se abstiene recibe muchas veces tristeza, y se enoja presto si alguno le contradice. 

Pero si alcanza lo que desea, siente luego pesadumbre por el remordimiento de la conciencia; porque siguió a su apetito, el cual nada aprovecha, para alcanzar la paz que busca. En resistir, pues, a las pasiones se halla la, verdadera paz del corazón, y no en seguirlas. No hay, pues, paz en el corazón del hombre carnal, ni del que se entrega a lo exterior, sino en el que es fervoroso y espiritual. 

IMITACIÓN DE CRISTO
Tomás de Kempis

miércoles, 27 de junio de 2012

LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA EN EJEMPLOS - 7


LA BATALLA DE LEPANTO SE GANO POR EL
REZO DEL SANTO ROSARIO

La Historia nos suministra abundantes ejemplos de la solicitud de María en socorrer a los cristianos cuando se hallan en peligro. Referiremos, entre otros, la victoria que los cristianos obtuvieron contra los Turcos, por su protección. Después que esos enemigos de Jesucristo habían triunfado en muchos combates, pasaron al filo de la espada a veinte mil cristianos, en sólo la ciudad de Nicosia, desollando y mutilando un gran número de ellos. No satisfechos con semejantes crueldades, amenazaron con el exterminio a la Cristiandad entera. ¿Qué fuerzas serán poderosas para contener a esos formidables invasores? El Papa Pío V, que a la sazón gobernaba la Iglesia, se esforzó en unir en una santa liga a los príncipes cristianos: exhórteles a armarse contra el enemigo común; pero sólo el Rey de España, Felipe II, el Duque de Saboya, Manuel Filiberto, y algunos otros príncipes italianos, secundaron la voz del Vicario de Jesucristo.

Entonces, Pío V, viendo las fuerzas de los cristianos tan inferiores a las de los infieles, de manera que la victoria, humanamente hablando, hubiera sido imposible, pone toda su confianza en María. Ordena públicas plegarias en toda la Cristiandad: y, lleno de fe, espera el socorro de esta celestial Madre. Enseguida recomienda a todos los generales de la armada cristiana que despidan a todos los hombres de mala vida, y que a los que queden bajo sus órdenes les exija una irreprochable conducta y una perfecta devoción a María. Los combatientes, después de haberse confesado todos, recibido la sagrada Comunión y la bendición papal, se pusieron en marcha contra el enemigo, bajo la égida de la Reina del Cielo.

El ocho de octubre, las dos flotas se encuentran frente a frente en el golfo de Lepanto. Eran las cuatro de la tarde. Las trompetas dan la señal del combate; y los cristianos, al grito de Viva María, se arrojan contra los infieles. Ya hace una hora que se baten con encarnizamiento de una y otra parte, y la victoria está indecisa, cuando he aquí que el generalísimo de la Armada turca cae muerto. De repente los bárbaros caen en el estupor, y la confusión les hace emprender la fuga; sus navíos son tomados al abordaje, arrollados o incendiados, y su derrota es completa. En pocas horas los turcos han perdido treinta mil hombres, doscientos veinticuatro navíos y cuatrocientos veintisiete cañones. Este golpe aplastó el poder musulmán y marcó la era de su decadencia.  


Todos reconocieron que esta prodigiosa victoria fue debida a la protección de María, la que en aquel mismo momento se había dignado revelarlo, por medio de una visión celestial, a su siervo Pío V; quien, en testimonio de gratitud, decretó añadir a las Letanías de la Santísima Virgen, llamadas Lauretanas, la invocación: Auxilium christianorum, ora pro nobis.

(Novena a María Auxiliadora. – San Juan Bosco) 

DICHOS DE SANTOS


El que siempre tiene el infierno delante, no caerá en el:
como al contrario no le evitara el que le desprecia.  

San Juan Crisóstomo 

sábado, 23 de junio de 2012

LE DESTRONARON (VII)


 JESUCRISTO ¿REY DE LAS REPUBLICAS? 

La mayoría no hace la verdad, es la
verdad que debe hacer la mayoría. 

Me queda mucho por decir sobre el liberalismo. Pero querría hacer comprender bien que no son opiniones personales las que propongo. Por eso presento documentos de los Papas y no sentimientos personales, que se atribuirían fácilmente a una primitiva formación recibida en el Seminario Francés de Roma. El Padre Le Floch, que era entonces el superior, ha tenido en efecto una reputación muy marcada de tradicionalista. Se dirá entonces de mí: “¡Fue influenciado por lo que se le dijo en el seminario!” Y bien, no niego esa influencia, más aún, agradezco todos los días a Dios el haberme dado como superior y maestro al Padre Le Floch. Se lo acusó entonces de hacer política; ¡y Dios sabe que es todo lo contrario de un crimen, el hacer la política de Jesucristo y suscitar hombres políticos que usen todoslos medios legítimos, incluso legales, para expulsar de la sociedad a los enemigos de Nuestro Señor Jesucristo!(1) En realidad el Padre Le Floch jamás se metió en la política, ni siquiera en el peor momento del complot tramado contra la Acción Francesa(2) y de la crisis subsiguiente, mientras era yo seminarista. 

En cambio, de lo que el Padre Le Floch sí nos hablaba constantemente, era del peligro del modernismo, del movimiento “Le Sillon”, del liberalismo. Basándose sobre las encíclicas de los Papas, el Padre Le Floch llegó a forjar en nosotros una convicción firme, sólidamente apuntalada, fundada en la doctrina inmutable de la Iglesia, sobre el peligro de esos errores. Deseo comunicar esta misma convicción como una antorcha que se transmite a la posteridad, como una luz que preservará de esos errores que reinan hoy más que nunca in ipsis Ecclesiae venis et visceribus, en las venas mismas y las entrañas de la Iglesia, como decía San Pío X.

De ahí que poco importa, por ejemplo, mi pensamiento político personal sobre el régimen que más conviene a Francia. Además los hechos hablan por sí mismos: lo que la monarquía francesa no había logrado hacer, la democracia lo ha realizado: cinco revoluciones sangrientas (1789, 1830, 1848, 1870, 1945), cuatro invasiones extranjeras (1815, 1870, 1914, 1940), dos despojos de la Iglesia, expulsiones de las órdenes religiosas, supresiones de escuelas católicas, laicización de las instituciones (1789 y 1901), etc... Sin embargo, dirán algunos, el Papa León XIII pidió el “Ralliement”(3) de los católicos franceses al régimen republicano(4) (lo que, entre paréntesis, provocó una catástrofe política y religiosa). Otros critican este acto de León XIII, calificándolo, así como a su autor, de liberal. No creo que León XIII fuera un liberal, ni, menos aún, un demócrata. No; creyó simplemente suscitar una buena combinación política para el bien de la religión en Francia; pero está claro que olvidaba el origen y la constitución irremediablemente liberal, masónica y anticatólica de la democracia francesa. 

La ideología democrática

Nacida del postulado liberal del individuo-rey, la ideología democrática se construye entonces lógicamente; los individuos pasan al estado social por un pacto convencional: el “contrato social”, que es, dice Rousseau, una “alienación total de cada asociado, con todos sus derechos, respecto a toda la comunidad”. De allí vienen: 

– la necesaria soberanía popular: el pueblo es necesariamente soberano, tiene el poder sólo de sí mismo y lo conserva, incluso después de haber elegido a sus gobernantes.

– la ilegitimidad de todo régimen que no tiene por base la soberanía popular o cuyos gobernantes aseguren recibir el poder de Dios.  

De allí, como consecuencia práctica:

– la lucha para el establecimiento universal de la democracia.

– la “cruzada de las democracias”, contra todo régimen que hace referencia a la autoridad divina, calificado entonces de régimen “sacral” y “absolutista”. En relación a esto, el tratado de Versalles de 1919, que suprimía las últimas monarquías verdaderamente cristianas, fue una victoria liberal y, en especial, masónica(5)

– el reino político de las mayorías, que se supone expresan la sacrosanta e infalible voluntad general. 

Frente a ese democratismo que penetra ahora la Iglesia con la colegialidad, suelo repetir que la mayoría no hace la verdad. ¿Qué puede ser construido sólidamente fuera de la verdad y de la verdadera justicia hacia Dios y hacia el prójimo? 

Condenación de la ideología democrática por los Papas

Los Papas no han cesado de condenar esta ideología democrática. León XIII lo ha hecho ex profeso en su encíclica Diuturnum Illud que ya he mencionado. 

“Muchos modernos, siguiendo las pisadas de aquéllos, que en el siglo anterior se dieron el nombre de filósofos, dicen que toda potestad viene del pueblo; por lo cual, los que ejercen la autoridad civil, no la ejercen como suya, sino como otorgada por el pueblo; con esta norma, la misma voluntad del pueblo, que delegó la potestad, puede revocar su acuerdo.

Los católicos discrepan de esta opinión al derivar de Dios como de su principio natural y necesario, el derecho de mandar. 

“Importa que anotemos aquí que los que han de gobernar las repúblicas, pueden en algunos casos ser elegidos por la voluntad y juicio de la multitud, sin que a ello se oponga ni le repugne la doctrina católica. Con esa elección se designa ciertamente al gobernante, mas no se confieren los derechos de gobierno, ni se le da la autoridad, sino que se establece quién la ha de ejercer.”(6) 

Por lo tanto toda autoridad viene de Dios, ¡incluso en democracia! Toda autoridad viene de Dios. Esta es una verdad revelada y León XIII la establece sólidamente por la Sagrada Escritura, la tradición de los Padres, y finalmente, por la razón: una autoridad que emana sólo del pueblo, no tendría fuerza para obligar en conciencia, bajo pena de pecado(7)

“Ningún hombre tiene en sí o por sí la facultad de obligar en conciencia la voluntad libre de los demás con los vínculos de tal autoridad. Únicamente tiene esta potestad Dios Creador y Legislador de todas las cosas: los que esta potestad ejercen, deben necesariamente ejercerla como comunicada por Dios.”(8) 

Finalmente, León XIII muestra la falsedad del contrato social de Rousseau, que es el fundamento de la ideología democrática contemporánea.

La Iglesia no condena al régimen democrático

Quiero señalar ahora que no toda democracia es liberal. Una cosa es la ideología democrática, y otra, el régimen democrático; la Iglesia condena la ideología, pero no el régimen, que es propiamente la participación del pueblo en el poder.

Ya Santo Tomás justificaba la legitimidad del régimen democrático:

“Que todos tengan una cierta parte en el gobierno, ayuda a que sea conservada la paz del pueblo; a todos les gusta tal organización; y vigilan para conservarla, como dice Aristóteles en el libro II de su Política.”(9) 

Sin preferir la democracia, el Doctor común estima que el mejor régimen político es concretamente una monarquía en la cual todos los ciudadanos tienen cierta participación en el poder, por ejemplo, eligiendo a aquellos que han de gobernar a las órdenes del monarca; es, dice Santo Tomás, “un régimen que alía bien la monarquía, la aristocracia y la democracia”(10)

La monarquía francesa del Antiguo Régimen, como muchas otras, era más o menos de esa clase, a pesar de lo que digan los liberales; existía entonces entre el monarca y la multitud de súbditos todo un orden y una jerarquía de múltiples cuerpos intermedios, que sabían hacer valer sus pareceres competentes ante la autoridad.

La Iglesia católica no impone preferencia por tal o cual régimen; admite que los pueblos elijan la forma de gobierno más adaptada a su genio propio y a las circunstancias:

“Nada impide que la Iglesia apruebe el gobierno de uno solo o de muchos, con tal que sea justo y tienda al bien común. Por eso, salva la justicia, no se prohíbe a los pueblos el que adopten aquel sistema de gobierno que sea más apto y conveniente a su carácter o a los institutos y costumbres de sus antepasados.”(11) 

¿Qué es una democracia no liberal?

Confieso que una democracia no liberal es una especie rara, hoy desaparecida, pero tampoco es enteramente una quimera, como lo prueba la república de Cristo Rey, aquella del Ecuador de García Moreno en el siglo pasado.

He aquí entonces las características de una democracia no liberal:

1. Primer Principio: El principio de la soberanía popular: en primer lugar, se limita al régimen democrático, y respeta la legitimidad de la monarquía. Además, es radicalmente diferente de aquel de la democracia rousseauniana: el poder reside en el pueblo sí, pero ni original ni definitivamente: es de Dios que viene el poder al pueblo, de Dios Autor de la naturaleza social del hombre, y no de los individuos-reyes. Y una vez que los gobernantes son elegidos por el pueblo, este último no conserva el ejercicio de la soberanía(12)

Primera consecuencia: no gobierna una multitud amorfa de individuos sino el pueblo en cuerpos constituidos: los jefes de familia (quienes podrán legislar directamente en Estados muy pequeños, como p. ej. el de Appenzell en Suiza), los paisanos y comerciantes, industriales y obreros, grandes y pequeños propietarios, militares y magistrados, religiosos, sacerdotes y obispos, es, como dice Mons. de Ségur, “la nación con todas sus fuerzas vivas, constituida en una representación seria y capaz de expresar sus votos por sus verdaderos representantes y de ejercer libremente sus derechos”(13). Pío XII a su vez distingue bien el pueblo y la masa: 

“Pueblo y multitud amorfa, o, como suele decirse, ‘masa’, son dos conceptos completamente diferentes. El pueblo vive y se mueve con vida propia; la masa es de por sí inerte y no puede ser movida sino del exterior. El pueblo vive de la plenitud de la vida de los hombres que lo integran, cada uno de los cuales en su propio puesto y modo particular es una persona consciente de su propia responsabilidad y de sus propias convicciones. La masa, por el contrario, espera un impulso del exterior, es fácil instrumento en manos de cualquiera que conozca sus instintos e impresiones, y está pronta a seguir hoy una bandera y mañana otra.”(14) 

Segunda consecuencia: Los gobernantes elegidos, incluso si se los llama, como dice Santo Tomás, “vicarios de la multitud”, lo son solamente en el sentido de que hacen en su lugar lo que ella no puede hacer por sí misma, a saber, gobernar. Pero el poder les viene de Dios “de quien toda paternidad en el cielo y sobre la tierra recibe su nombre” (Ef. 3, 15). Los gobernantes son por lo tanto responsables de sus actos primero ante Dios, del cual son los ministros, y secundariamente ante el pueblo, por cuyo bien común gobiernan.

2. Segundo principio: Los derechos de Dios (y los de su Iglesia, en una nación católica) son puestos como fundamento de la constitución. El decálogo es entonces el inspirador de toda la legislación.

Primera consecuencia: la “voluntad general” es nula si va contra los derechos de Dios. La mayoría no “hace” la verdad, ella debe mantenerse en la verdad, bajo pena de una perversión de la democracia. Pío XII subraya con razón el peligro inherente al régimen democrático, y contra el cual la constitución debe reaccionar: el peligro de despersonalización, de masificación y de manipulación de la multitud por grupos de presión y mayorías artificiales. 

Segunda consecuencia: la democracia no es laica, sino abiertamente cristiana y católica. Se conforma a la doctrina social de la Iglesia en lo concerniente a la propiedad privada, el principio de subsidiariedad, y a la educación, dejándola al cuidado de la Iglesia y de los padres, etc...

Resumiendo: la democracia, no menos que otro régimen, debe realizar el reino social de Nuestro Señor Jesucristo. La democracia debe también tener un Rey: Jesucristo.  


Notas:

(1) ¡No porque los obispos izquierdistas hagan política socialista o comunista la Iglesia debe abstenerse de hacer política! La Iglesia tiene un poder, sin duda indirecto, pero real, sobre el orden temporal y sobre la vida de la sociedad. El reinado social de N.S.J.C. es una preocupación esencial de la Iglesia.

(2) Periódico y movimiento político dirigidos por Charles Maurras, L’Action Française (Acción Francesa en español) luchaba, basada en verdades naturales sanas, contra el democratismo liberal. Se la acusó falsamente de naturalismo. El Papa Pío XI, engañado, la condenó. Su sucesor, Pío XII debió levantar esta sanción. Pero el mal estaba hecho: 1926 marca en Francia una etapa decisiva en la “ocupación” de la Iglesia por la fracción liberal, llamada “católica liberal”.

(3) “Ralliement” o sea “aceptación leal”, participación, propiciada por León XIII al régimen republicano francés. Significó la quiebra del monarquismo francés y el ahogamiento de la resistencia más puramente católica [N. del T].

(4) Cf. Encíclica Au Milieu des Sollicitudes del 16 de febrero de 1892, a los obispos, cleros y fieles de Francia, en E. P., págs. 454-462.

(5) Cf. H. Le Caron, Le Plan de Domination Mondiale de la Contre-Eglise [El Plan de Dominación Mundial de la Contra-Iglesia], Fideliter, Escurolles, 1985, pág. 22.

(6) En E. P., pág. 269, N° 2-3.

(7) Podría obligar mediante la amenaza de penas, pero ¡no es así, dirá Juan XXIII en Pacem in Terris, que se promueve la búsqueda individual del bien común! La autoridad es, más que nada, una fuerza moral.

(8) Encíclica Diuturnum Illud, en E. P., pág. 270, N° 6.

(9)  I-II, cuest. 105, art. 1.

(10)  Ibid.

(11)  León XIII, Encíclica Diuturnum Illud, en E. P., pág. 269, N° 3.

(12) Cf. Diuturnum Illud, citado más arriba y en Mons. de Ségur, La Révolution (expliquée aux Jeunes Gens) [La Revolución (explicada a los Jóvenes)], Trident, París, 1989, págs. 71-73.  

(13) Op. cit. pág. 73. 

(14) Radio Mensaje de Navidad de 1944.  

LE DESTRONARON
Mons. Marcel Lefebvre

viernes, 22 de junio de 2012

MULTAN POR DISFRAZARSE CON BURKA. ¿HARÁN LO MISMO EN EL DESFILE GAY CON LOS DISFRAZADOS DE "OBISPOS" O "MONJAS"?

de Manuel Morillo

La Conselleria de Interior ha multado a 23 personas con 3.000 euros a cada una por acudir al partido entre el FC Barcelona y L´Hospitalet ataviados con burkas por considerar que cometieron una infracción grave prevista en la ley contra la violencia en el deporte, al incitar comportamientos xenófobos.


Estoy seguro, que este hecho creará “doctrina” en las intervenciones administrativas y que Cristina Cifuentes, la militante del PP, delegada del Gobierno en Madrid, ya está dando instrucciones para que las fuerzas de orden público, ante hecho análogos actúen de forma similiar.



Burlas sacrílegas en el “Desfile del Orgullo Gay”

Un amigo más realista me asegura que la delegada del gobierno del PP, con alertas o sin alertas, no va a hacer nada  

Si a uno de los colaboradores necesarios del orgullo gay, y sus manifestaciones sacrílegas año tras año, durante lustros, es decir cómplice de éstas, le premian, precisamente, con el Ministro de Justicia, ¿con el mensaje que le envía la dirección del PP por qué Cristina Cifuentes va a comportarse de otra manera?

miércoles, 20 de junio de 2012

MILAGROS EUCARÍSTICOS - 3


EL DIOS-NIÑO EN LA HOSTIA SANTA

Había en Moncada, ciudad de la provincia de valencia, un sacerdote acosado de graves escrúpulos, y sobre todo, de un vivísimo temor de no haber sido ordenado válidamente, lo cual era causa de que fuese para  él muy penoso la celebración del augusto Sacrificio. A tal punto había llegado esta duda, que había tomado ya la determinación de presentarse al señor Arzobispo para que le ordenase de nuevo. Pero Dios nuestro Señor, que atendía a sus continuas lágrimas y sacrificios, quiso librarle de este temor por medio de un hecho extraordinario.

Acaeció que a las tres misas que celebró aquel sacerdote el día de Navidad, asistió una campesina de costumbres sencillas, con una hija suya de cinco años. Después de consagrarla la Hostia, Jesucristo, que se complace en la inocencia, quiso dejarse ver de aquella niña, la cual vió en la sagrada Forma a un Niño bellísimo y exclamó:

-¡Oh madre qué niño tan hermoso que veo! ¡Oh!, que es hermoso! ¡Mírelo, madre, qué bello es!  

Y mientras aquella niña se extasiaba de gozo, la madre nada veía; así lo quería Dios. La visión duró hasta que el sacerdote sumió la Hostia consagrada, y lo mismo se repitió durante la segunda y la tercera Misa.

Al divulgarse por todas partes esa maravilla, llegó a conocimiento del párroco, el cual llamó a la privilegiada niña y quiso oír de sus labios la narración del hecho. Acudió efectivamente la pequeña, y refirió, con natural y encantadora sencillez, lo que había visto, con gran contento del sacerdote, que dio por ello gracias a Dios, y pidió a aquella buena aldeana que volviese con su hija a oír su Misa. Así lo hicieron, y nuevamente se repitió la milagrosa visión.

Pero no quedó del todo tranquilo aquel sacerdote escrupuloso, porque es cosa sabida que es propio de los escrupulosos no dar fe a lo que a ellos hace referencia. Por esta causa, quiso hacer otra prueba. Tomo un día tres hostias de igual tamaño, consagró dos y, después de la comunión puso la que estaba consagrada al lado de la que no lo estaba, y, presentándolas a la niña dijo:

-¿Ves aquí al divino Niño Jesús?

Y ella, señalando con el dedo la Hostia que estaba consagrada, respondió sonriendo de alegría:

-En ésta, si, en la otra, no –añadiendo-: ¡Qué hermoso es! ¡Miradle, que bello!

No pudiendo resistir el sacerdote a tanta evidencia, colocó la Hostia consagrada en el sagrario, bendijo al Señor que se había dignado librarle de aquellas dudas, y repitió con el corazón lleno de gozo y gratitud, las palabras del viejo Simeón: Nunc dimitis servum tuum. Domine, secundum verbum tuum in pace. Habéis dejado, ¡Oh señor!, a vuestro siervo en paz, según vuestra palabra. 

(Hablan de este prodigio: Oroico Raynaldi, Anales eclésiasticos. - Juan Berni, Vida de la penitetísima Inés de Moncada).

P. Zacarias de LLorens O.F.M.
Flores Eucarísticas

ABERRACIONES POSTCONCILIARES: DOMINICOS BAILANDO UN TEMA DE LADY GAGA

Dominicos bailando un tema de Lady Gaga

lunes, 18 de junio de 2012

DICHOS DE SANTOS


"El amor de Jesucristo me quita el gusto para todo, las criaturas no tienen atractivo alguno para mi, ni los ángeles ni los arcángeles pueden colmar las ansias de mi corazón, los rayos del sol, cuando contemplo el resplandeciente rostro de mi Amado, me parecen densas tinieblas"

"Cuando no puedo asistir a la Santa Misa, adoro el Cuerpo de Cristo con los ojos del espíritu en la oración, lo mismo que le adoro cuando le veo en la Misa."

"La ley de Cristo, que se cumple en el amor, nos obliga a procurar la salvación de las almas más que la del cuerpo"

"Mucho os ama el Creador pues os hace tantos beneficios; por eso debéis guardaros del pecado de la ingratitud y cuidar de alabar siempre a Dios"

"La cortesía es hermana de la caridad, que apaga el odio y fomenta el amor."

"Ninguna otra cosa hemos de hacer sino ser solícitos en seguir la voluntad de Dios y en agradarle en todas las cosas."

"Siempre obedientes y sujetos a los pies de la Santa Iglesia, firmes en la fe católica, guardemos la pobreza y la humildad y el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo."

"Cuanto más tentado te veas, sábete que eres más amado. Nadie debe reputarse siervo de Dios hasta tanto que pase por las tentaciones y arideces".

"Dios os salve, María, Madre de Dios. En Vos está y estuvo todo la plenitud de la gracia y todo bien."

"Amemos a Dios y adorémosle con corazón sencillo y espíritu puro, que eso busca El por encima de todo".  

"La Cruz que llevaba grabada en su corazón, a fuerza de contemplación, le rompió un día la piel, floreciéndosela en llagas".

"Ya no necesito más: conozco a Cristo pobre y crucificado".

"Dichoso quien no tiene más gozo y alegría que las palabras y obras del Señor".

San Francisco de Asís

domingo, 17 de junio de 2012

LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA EN EJEMPLOS - 6


EL DEMONIO, DISFRAZADO DE MONA  

En las Crónicas de los Padres Capuchinos se narra que hubo en Venecia un abogado de fama que había llegado con enredos y engaños a ser hombre rico, sin verse de bueno en él otra cosa que la costumbre de rezar todos los días una oración a Nuestra Señora, la cual bastó, no obstante, para librarle de las penas eternas. 

Fue así que habiendo, por fortuna contraído amistad con un religioso ejemplar, llamado fray Mateo de Basso, logro que un día condescendiese a comer con él. Llegados a la casa, le dijo el abogado; “Padre, va a ver usted una cosa que no habrá visto nunca: tengo una mona tan hábil, que es una admiración, porque me sirve de criado, abriendo la puerta, fregando en la cocina, poniendo la mesa y haciendo todos los otros menesteres de la casa”. El capuchino contestó: “Cuidado no sea ese animal algo más que mona; hágala usted venir”. La llaman, la vuelven a llamar, la buscan por todos los rincones, y la mona no aparece. Finalmente, la encuentran en un cuarto bajo, escondida debajo de la cama, de donde no quería salir. “Vamos allá nosotros”, dijo el Padre. Fueron, y dijo el religioso: “Sal de aquí bestia infernal, y yo te mando, en nombre de Dios, digas quién eres”. A estas palabras habló la mona confesando que era el demonio, que esperaba que aquel hombre desalmado omitiese un día decir su oración a la Virgen para ahogarlo y llevar su alma al infierno, con licencia que para ello tenia de Dios. 

Al oír esto el abogado, sobrecogido y temblando, se echó a los pies del siervo de Dios, pidiéndole favor y consejo. El Padre le animó y mando al diablo irse al instante de aquella casa sin causar daño, y que sólo para señal dejase abierta una brecha en la pared. Apenas dicho esto, se oyó un estallido y se abrió en la pared un boquete que en mucho tiempo no se pudo tapar por más que se hizo, hasta que, por consejo del mismo Padre, se puso allí una imagen de bulto representando un ángel. El abogado se convirtió, y hasta la muerte se cree que perseveró el la mudanza de vida.

(San Alfonso Mª de Ligorio, en Las Glorias de  María)

jueves, 14 de junio de 2012

ORACIÓN DE SAN FRANCISCO DE ASÍS


                 Señor, hazme un instrumento de tu paz. 
                 Donde haya odio, permíteme sembrar amor; 
                 donde haya agravio, perdón; 
                 donde haya duda, fe; 
                 donde haya desesperación, esperanza; 
                 donde haya tinieblas, luz; y 
                 donde hay tristeza, alegría.  

                 Oh Divino Maestro, 
                 concédeme que no busque tanto 
                 ser consolado, como consolar; 
                 ser comprendido, como comprender; 
                 ser amado, como amar; 
                 porque es dando como recibimos; 
                 perdonando, como somos perdonados; 
                 y muriendo como nacemos a la vida eterna.  

San Francisco de Asís

MILAGROS EUCARÍSTICOS - 2


MILAGRO DE UNA PRIMERA COMUNION

Yo mismo conocí, escribe Mons. de Segur, a una niña curada por el Santísimo Sacramento, el 20 de septiembre de 1860.
Estando la pobrecita ejercitándose en la gimnasia, tuvo la desgracia de caer sobre un aparato de hierro, que le produjo una herida en el cráneo con lesión de las membranas del cerebro. Los médicos no sabían dar otra respuesta a los afligidos padres que palabras de consuelo por la irremediable pérdida de su hija.  
Sin embargo, Dionisia, que este era el nombre de la niña, no cesaba de pedir que le concediesen recibir por vez primera a Jesús sacramentado, en un Santuario de su particular devoción. –“Llévenme ustedes allá, repetía con instancia, déjenme hacer la primera Comunión, y sin duda sanaré”.  
Al fin vinieron en darle gusto, a pesar de que el médico declaró que probablemente moriría por el camino, y aunque no sucedió tan triste augurio, es indecible lo que la pobre niña padeció.  
Llegada al Santuario recibió a Jesús Sacramentado, objeto de su ardiente amor y término al cual se dirigían las más risueñas esperanzas de su alma candorosa… Todavía duraban las sagradas ceremonias cuando de pronto la niña se levantó se puso de rodillas y sintió en sí la vida y fuerzas primeras.  
Al volver a su casa salió al encuentro su afligido padre, y al verla sana y ágil como antes de la enfermedad, no acababa de dar crédito a lo que veía, ni a las voces de su hija que no cesaba de repetir con alborozo: “Papá, ya estoy curada”.
De él mismo, añade Mons. de Segur, he sabido estos pormenores, y la afortunada niña no ha notado el más leve dolor en la parte lesionada.

(Mons. Segur. La presencia real, pág. 94) 

miércoles, 13 de junio de 2012

LOS DEMONIOS

Jesucristo exorcizando demonios

Una verdad de fe y un peligro que hoy criminalmente se oculta a los fieles Jesús exorcizando demonios

El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos. Su pecado consistió en que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Precisamente, el carácter irrevocable de su elección es lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. Viven así, con odio a Dios y a los hombres eternamente. Satanás es el jefe o príncipe de los demonios.

Satanás es el mal en continuo movimiento, es la mentira y la oscuridad personificadas, es lo opuesto al amor de Dios, es el odio y la violencia en persona... y quiere dominar sobre toda la humanidad y construirse su propio reino de tinieblas y oscuridad, imitando en todo lo que puede a Dios. Por eso, se le llama con frecuencia "el mono de Dios".

"Es el príncipe de este mundo" (Jn. 12,31). San Juan dirá que es el que "peca desde el principio" (1 Jn. 3,8). Él es la serpiente antigua, que tentó a nuestros primeros padres, y Dios la maldijo: "Maldita serás... pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Ella (la Sma. Virgen) te aplastará la cabeza" (Gén 3,14-15).

Satanás tiene mucho poder debido a su naturaleza angélica. Él es el jefe de millones y millones de demonios entre los que hay una jerarquía o sumisión de esclavitud y no de amor. Ellos están llenos de odio contra Dios y los hombres.

Pueden manifestarse de diferentes formas a los ojos humanos, pues son espíritus y, por tanto, sus apariencias visibles dependerán de lo que quieren causarnos. Si quieren causarnos agrado y atractivo, pueden presentarse como ángeles de luz, incluso pueden tomar la apariencia de Jesús o de caballeros o damas bellas y simpáticas... o de niños inocentes, que nos invitan a desobedecer. También pueden presentarse bajo las formas más horripilantes que podamos imaginar, cuando quieren inculcarnos miedo y temor. A veces, a los santos se les presentan como gigantes con cuernos o sin cuernos, con alas negras o sin ellas, con olores agradables o desagradables.

La imaginación se queda corta ante la gran variedad de figuras bajo las cuales se pueden presentar, generalmente, para asustar. Y esto, no solamente en apariencias visibles, también lo hacen -y de manera más común y frecuente- a través de pensamientos, fantasías e imaginaciones de las más variadas e inculcando sentimientos de suicidio, tristeza, temor a condenarse, miedo, desesperación, etc. Su presencia, aunque invisible, siempre causa inquietud y desasosiego; mientras que Dios y sus ángeles siempre nos dejan alegría y paz. Algunos santos, sabiendo que pueden presentarse bajo la apariencia de Jesús, de María o de santos y ángeles, para no engañarse, les echaban agua bendita o les hacían repetir: ¡Viva Jesús! ¡Viva María!

De todos modos, el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por ser espíritu puro, pero siempre criatura. Es un gran misterio el que Dios permita la actividad diabólica, pero nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para el bien de los que le aman (Rom 8,28).  
El poder de Cristo sobre el demonio 
se manifiesta vivamente por medio
de la medalla de San Benito.

El holocausto de 60 millones de abortos anuales, las limpiezas étnicas, los narcotraficantes o los terroristas que matan sin piedad... son claros ejemplos de la influencia del maligno en el mundo. El poder y la influencia del maligno se manifiesta, de modo especial, en los grupos ocultistas, que buscan poderes superiores. Y caen muy fácilmente en la magia, hechicería, espiritismo, adivinación, etc. Son grupos que tratan de llenar el vacío de Dios existente en tantos contemporáneos nuestros, que ya no quieren creer en la religión tradicional y buscan nuevas experiencias o revelaciones. Buscan gurús extraños y profetas en cualquier sitio y van de secta en secta, buscando la verdad y la felicidad. Caen en las redes del error sin discernir la verdad de la mentira. Cuando se dan cuenta, muchas veces es quizás demasiado tarde y habrán podido caer en graves problemas de salud, sobre todo, mental.

El mayor triunfo del demonio es que no crean en él y en sus asechanzas o, en su defecto, que crean en él y le rindan tributo. La existencia del demonio es un dogma de nuestra fe que enseña la Sagrada Escritura y proclama el magisterio infalible de la Iglesia. La herejía modernista ha suprimido en la doctrina o, cuando menos, en la catequesis y el púlpito, la enseñanza sobre este enemigo de nuestro alma que ronda como león para devorarnos con sus tentaciones, como a él se refiere la Palabra de Dios.

La vida del católico es una milicia. ¿Cómo podrá combatir cuando no conoce a su adversario? ¿Cómo enfrentarse a sus asechanzas si no tiene presente al maligno, al gran tentador, cuyo objetivo principal es envolvernos en una vida de pecado sin arrepentimiento para arrastrarnos al infierno eternamente con él? Es un acto criminal que no se predique este peligro al pueblo fiel. ¿Cuántas veces se habla hoy del demonio y de las tentaciones con que nos intenta seducir? Los herejes modernistas callan porque ya no creen en él y los que aún tienen fe muchas veces tampoco predican en su contra por no sentirse "anticuados". Todos darán cuenta al Señor de estas omisiones gravísimas que dejan a los fieles indefensos. Huyamos de los falsos pastores que no hablan del demonio ni del infierno. La Santísima Virgen -según los herejes modernistas, "muy anticuada" y con muy "poca pedagogía"- mostró el infierno a unos pequeños pastorcillos en Fátima para prevenirlos del demonio.

Pidamos a Dios, una y otra vez, en el Padrenuestro, no caer en la tentación y que nos libre del mal, es decir del maligno. Confesémonos con frecuencia, pues el sacramento de la Penitencia es el mayor enemigo de Satanás. Portemos la medalla de San Benito y oremos diariamente a San Miguel Arcángel:

"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha, sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Que Dios manifieste su poder contra él, es nuestra humilde súplica. Y tú, oh príncipe de la milicia celestial, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás y a los demás espíritus malignos que ambulan por el mundo para la ruina y perdición de las almas".

Fuente: Católicidad

lunes, 11 de junio de 2012

LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA EN EJEMPLOS - 5


NO EXPLOTARON LAS BOMBAS

El 3 de agosto de 1936, el alférez de aviación, villa caballos, que luego murió en el frente, arrojó saber la basílica del Pilar varias bombas, las cuales no explotaron, según él mismo cuenta:

“La cosa fue de este modo, El coronel Sandino recibió en Barcelona, donde yo prestaba entonces mis servicios, la confidencia de que dentro del Templo del Pilar se recogían durante la noche algunas centurias de Falange Española. Sandino es como mi padre espiritual. Tiene en mis condiciones de piloto una confianza absoluta. Me llamó aparte y me dijo: tienes que salir esta noche para un servicio especial. Vas a volar sobre Zaragoza a bombardear el Templo del Pilar… Me dispuse a cumplir lo ordenado. Preparé mi aparato y mandé equiparlo con seis bombas de cincuenta kilos cada una. Salí el aeródromo del Prat de Llobregat con tiempo magnífico. Desde nuestro frente de Aragón me habían enviado datos sobre las condiciones atmosféricas. Todo invitaba a elevarse, noche tranquila, visibilidad absoluta gracias a la luna llena, horizonte despejado…

Volé hasta Zaragoza sin la menor novedad. Estaba seguro de que mi llegada había de ser una gran sorpresa y de que nadie me aguardaba. Iba a bastante altura, pero una vez que me encontré sobre la ciudad, descendí tranquilamente y empecé a fijarme en las siluetas de la seo y del Pilar. Divisaba perfectamente los dos templos. No tuve, pues, inconveniente en colocarme encima del segundo. Los que me vieron debían creer por algunos signos del aparato que se trataba de un avión amigo. El caso es que llegué a descender hasta unos cincuenta metros sobre las bóvedas de la iglesia. Di una pequeña vuelta a fin de centrar bien mis blancos y, una vez que obtuve la seguridad del éxito, lancé cuatro bombas seguidas, una cayó al río, dos entraron en el Templo, lo vi perfectamente, la cuarta cayó delante de la puerta. Me eleve rápidamente a fin de evitar los efectos de la explosión y, cuando hube ganado altura, advertí que la explosión no llegaba. Mi asombro no tuvo límites. ¿Qué acontecía? Rondé el Pilar durante un par de minutos y nada. No estallaron las bombas. Me quedé perplejo. Estuve tentado de lanzar las dos que e quedaban en el aparato, pero mi extrañeza fue tan que preferí poner rumbo a Barcelona y averiguar la causa de lo ocurrido”.

¿No le pareció al coronel Sandino poco verosímil que pernoctasen las tropas en una iglesia? ¿Ni se acordaba que él mismo había sido bautizado en ese Santuario? Reconoce el aviador que por algunos signos debieron creer en Zaragoza que era avión amigo. Efectivamente, llevaba las luces encendidas y engañosamente pintada la bandera nacional. Después, los informes técnicos del Parque de Artillería confirmaban que la bombas llevaban espoleta, no les faltaba nada… nadie se explicaba por qué no explotaron… nadie, excepto Sta. María, la Reina y los ángeles “poderosos ejecutores de las órdenes divinas” (Salm. 102).

(P. José Luis de Urrutia, S. I. – Colección:
“Apariciones de la Virgen”)  

viernes, 8 de junio de 2012

DE LA LECCION DE LAS SANTAS ESCRITURAS


En las Santas Escrituras se debe buscar la verdad, no la elocuencia. Toda la Escritura. santa se debe leer con el espíritu que se hizo. Más debemos buscar el provecho en la Escritura que no la sutileza de palabras. De tan buena gana debemos leer los libros sencillos y devotos como los sublimes y profundos. No te mueva la autoridad del que escribe si es de pequeña o grande ciencia; mas convídete a leer el amor de la pura verdad. No mires quién lo ha dicho, mas atiende qué tal es lo que se dijo.

Los hombres pasan; mas la verdad del Señor permanece para siempre (Salmo 116, 2). De diversas maneras nos habla Dios sin acepción de personas. Nuestra curiosidad nos impide muchas veces el provecho que se saca en leer las Escrituras, cuando queremos entender y escudriñar lo que llanamente se debía creer. Si quieres aprovechar, lee con humildad fiel y sencillamente, y nunca desees nombre de letrado. Pregunta de buena voluntad y oye callado las palabras de los Santos; y no te desagraden las sentencias de los ancianos, porque no las dicen sin causa. 

IMITACIÓN DE CRISTO
Tomás de Kempis

jueves, 7 de junio de 2012

LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA EN EJEMPLOS- 4


MARÍA SOCORRE A SAN FRANCISCO DE SALES

Tenía el santo unos diecisiete años y se encontraba en París dedicado al estudio y entregado al santo amor de Dios, disfrutando de dulces delicias de cielo. Mas el Señor, para probarlo y estrecharlo más a su amor, permitió que el demonio le obsesionase con la tentación de que todo lo que hacía era perdido porque en los divinos decretos estaba reprobado. La oscuridad y aridez en que Dios quiso dejarlo al mismo tiempo, porque se encontraba insensible a los pensamientos más dulces sobre la divina bondad, hicieron que la tentación tomara más fuerza para afligir el corazón del santo joven, hasta el punto de que por esos temores y desolaciones perdió el apetito, el sueño, el color y la alegría, de modo que daba lástima a todos los que lo veían. 

Mientras duraba aquella terrible tempestad, el santo joven no sabía concebir otros pensamientos ni proferir otras palabras que no fueran de desconfianza y de dolor. “¿Con que –decía– estaré privado de la gracia de Dios, que en lo pasado se me ha mostrado tan amante y suave? ¡Oh amor, oh belleza a quien he consagrado todos mis afectos! ¿Ya no gozaré más de tus consolaciones? ¡Oh Virgen Madre de Dios, la más hermosa de todas las hijas de Jerusalén! ¿Es que no te he de ver en el paraíso? Ah Señor, ¿es que no he de ver tu rostro? Al menos no permitas que yo vaya a blasfemar y maldecirte en el infierno”. Estos eran los tiernos sentimientos de aquel corazón afligido y enamorado de Dios y de la Virgen.

La tentación duró un mes, pero al fin el Señor se dignó librarlo por medio de María santísima, la consoladora del mundo, a la que el santo había consagrado su virginidad y en la que afirmaba tener puesta toda su confianza.

Entre tanto, una tarde, yendo hacia casa, vio una tablilla pegada al muro. La leyó, y era la siguiente oración: “Acordaos, piadosísima María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a ti se haya visto por ti desamparado”. Postrado junto al altar de la Madre de Dios rezó con afecto aquella oración, le renovó su voto de castidad y prometió rezarle todos los días un rosario. Y luego añadió: “Reina mía, sé mi abogada ante tu divino Hijo, al que no me atrevo a recurrir. Madre mía, si yo, infeliz, en la otra vida no puedo amar a mi Señor que es tan digno de ser amado, al menos consígueme que te ame en este mundo inmensamente. Esta es la gracia que te pido y de ti la espero”. Así rezó a la Virgen y se abandonó por completo en brazos de la divina misericordia, resignado completamente a la voluntad de Dios. Pero apenas había concluido su oración, en un instante la Virgen le libró de la tentación. Recuperó del todo la paz del alma y la salud corporal y siguió viviendo devotísimo de María, cuyas alabanzas y misericordias no cesó de anunciar en predicaciones y libros toda la vida.  

(San Alfonso Mª de Ligorio, en Las Glorias de María)

martes, 5 de junio de 2012

MILAGROS EUCARÍSTICOS - 1


LA FE DE UN REY

Luis IX, llamado el Santo, uno de los monarcas más respetados de los príncipes de Europa en tiempo que florecieron personajes tan ilustres como su primo San Fernando, Jaime I de Aragón y Federico II de Alemania, se hizo célebre por su religiosidad y gobierno paternal, con que labró la felicidad del pueblo francés, que Dios con particular providencia le había confiado.

Siempre tuvo grabadas en su corazón aquellas palabras de su santa madre la reina Doña Blanca: “Hijo mío, quisiera más verte muerto en mis brazos que manchada tu alma con un pecado mortal”. Máxima que hizo se aventajara desde niño en la piedad y temor de Dios, de suerte que fue dechado de las más heroicas virtudes, descollando como fundamento de todas ellas la fe viva y ardiente con que creía firmemente las verdades reveladas que constituyen el dogma católico.  

Sucedió un día, celebrándose el Santo Sacrificio en Real Capilla, que el sacerdote después de la consagración, tuvo un éxtasis maravilloso. Los que oían la Misa, al advertirlo, vieron llenos de sorpresa entre las manos del celebrante, un Niño el más hermoso y admirable.

Al momento dieron noticia de este milagro a San Luis, rey de Francia, y le rogaron tuviera a bien justificarlo con su persona; más el Santo respondió: “Creo firmemente que Nuestro Señor Jesucristo está realmente en la Eucaristía y no necesito ver el milagro para persuadirme de ello; mi seguridad es completa, y no iré a verlo, para no perder el mérito de la fe”

(P. Lucas Pinelo, S.J., Meditaciones de la Eucaristía. – F. Juan Mayor S.J., Mágnum especulum exemplorum. – P. Fr. Hernando del Castillo, Cent. 1º, cap. 58.)  

sábado, 2 de junio de 2012

LA MUERTE DEL PECADOR Y LA DEL JUSTO POR SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO



LA MUERTE DEL PECADOR

Sobreviniendo la aflicción, buscarán la paz
y no la habrá; turbación sobre
turbación vendrá. 
Ez. 7, 25-26 

PUNTO 1

Rechazan los pecadores la memoria y el pensamiento de la muerte, y procuran hallar la paz (aunque jamás la obtienen) viviendo en pecado. Mas cuando se ven cerca de la eternidad y con las angustias de la muerte, no les es dado huir del tormento de la mala conciencia, ni hallar la paz que buscan, porque ¿cómo ha de hallarla un alma llena de culpas, que como víboras la muerden? ¿De qué paz podrán gozar pensando que en breve van a comparecer ante Cristo Juez, cuya ley y amistad han despreciado? Turbación sobre turbación vendrá (Ez. 7, 26).

El anuncio de la muerte ya recibido, la idea de que ha de abandonar para siempre todas las cosas de este mundo, el remordimiento de la conciencia, el tiempo perdido, el tiempo que falta, el rigor del juicio de Dios, la infeliz eternidad que espera al pecador, todo esto forma tempestades horribles, que abruman y confunden el espíritu y aumentan la desconfianza. Y así, confuso y desesperado, pasará el moribundo a la otra vida.

Abrahán, confiando en la palabra divina, esperó en Dios contra toda humana esperanza, y adquirió por ello mérito insigne (Ro. 4, 18). Mas los pecadores, por desdicha suya, desmerecen y yerran cuando esperan, no solo contra toda racional esperanza, sino contra la fe, puesto que desprecian las amenazas que Dios dirige a los obstinados. Temen la mala muerte, pero no temen llevar mala vida.

Y, además, ¿quién les asegura que no morirán de repente, como heridos por un rayo? Y aunque tuvieren en ese trance tiempo de convertirse, ¿quién les asegura de que verdaderamente se convertirán?...

Doce años tuvo que combatir San Agustín para vencer sus inclinaciones malas... Pues ¿cómo un moribundo que ha tenido casi siempre manchada la conciencia podrá fácilmente hacer una verdadera conversión, en medio de los dolores, de los vahídos de cabeza y de la confusión de la muerte?

Digo verdadera conversión, porque no bastará entonces decir y prometer con los labios, sino que será preciso que palabras y promesas salgan del corazón. ¡Oh Dios, qué confusión y espanto no serán los del pobre enfermo que haya descuidado su conciencia cuando se vea abrumado de culpas, del temor del juicio, del infierno y de la eternidad! ¡Cuán confuso y angustiado le pondrán tales pensamientos cuando se halle desmayado, sin luz en la mente y combatido por el dolor de la muerte ya próxima! Se confesará, prometerá, gemirá, pedirá a Dios perdón..., mas sin saber lo que hace. Y, en medio de esa tormenta de agitación, remordimiento, afanes y temores, pasará a la otra vida (Jb. 34, 20).

Bien dice un autor que las súplicas, llanto y promesas del pecador moribundo son como los de quien estuviere asaltado por un enemigo que le hubiere puesto un puñal al pecho para arrebatarle la vida. ¡Desdichado del que sin estar en gracia de Dios pasa del lecho a la eternidad!


PUNTO 2

No una sola, sino muchas, serán las angustias del pobre pecador moribundo. Atormentado será por los demonios, porque estos horrendos enemigos despliegan en este trance toda su fuerza para perder el alma que está a punto de salir de esta vida. Conocen que les queda poco tiempo para arrebatarla, y que si entonces la pierden, jamás será suya.

No habrá allí uno solo, sino innumerables demonios, que rodearán al moribundo para perderle (Is. 13, 21). Dirá uno: “Nada temas, que sanarás”. Otro exclamará: “Tú, que en tantos años no has querido oír la voz de Dios, ¿esperas que ahora tenga piedad de ti?” “¿Cómo –preguntará otro– podrás resarcir los daños que hiciste, devolver la fama que robaste?” Otro, por último, te dirá: “¿No ves que tus confesiones fueron todas nulas, sin dolor, sin propósitos? ¿Cómo es posible que ahora las renueves?”.

Por otra parte, se verá al moribundo rodeado de sus culpas. Estos pecados, como otros tantos verdugos –dice San Bernardo–, le tendrán asido, y le dirán: “Obra tuya somos, y no te dejaremos. Te acompañaremos a la otra vida, y contigo nos presentaremos al Eterno Juez”.

Quisiera entonces el que va a morir librarse de tales enemigos y convertirse a Dios de todo corazón. Pero el espíritu estará lleno de tinieblas y el corazón endurecido. El corazón duro mal se hallará a lo último; y quien ama el peligro, en él perece (Ecl. 3, 27).

Afirma San Bernardo que el corazón obstinado en el mal durante la vida se esforzará en salir del estado de condenación, pero no llegará a librarse de él; y oprimido por su propia maldad, en el mismo estado acabará la vida. Habiendo amado el pecado, amaba también el peligro de la condenación. Por eso permitirá justamente el Señor que perezca en ese peligro, con el cual quiso vivir hasta la muerte.

San Agustín dice que quien no abandona el pecado antes que el pecado le abandone a él, difícilmente podrá en la hora de la muerte detestarle como es debido, pues todo lo que hiciere entonces, a la fuerza lo hará.

¡Cuán infeliz el pecador obstinado que resiste a la voz divina! El ingrato, en vez de rendirse y enternecerse por el llamamiento de Dios, se endurece más, como el yunque por los golpes del martillo (Jb. 41, 15). Y en justo castigo de ello, así seguirá en la hora de morir, a las puertas de la eternidad. El corazón duro mal se hallará al fin.

Por amor a las criaturas –dice el Señor–, los pecadores me volvieron la espalda. En la muerte recurrirán a Dios y Dios les dirá: “¿Ahora recurrís a Mí? Pedid auxilio a las criaturas, ya que ellas han sido vuestros dioses” (Jer. 2, 28).

Esto dirá el Señor, pues aunque acudan a Él, no será con afecto de verdadera conversión. Decía San Jerónimo que él tenía por cierto, según la experiencia se lo manifestaba, que no alcanzaría buen fin el que hasta el fin hubiera tenido mala vida.


PUNTO 3 

¡Cosa digna de admiración! Dios no cesa de amenazar al pecador con el castigo de la mala muerte. “Entonces me llamarán, y no oiré” (Pr. 1, 28). ¿Por ventura oirá Dios su clamor cuando viniere sobre él la angustia? (Jb. 27, 9). Me reiré en vuestra muerte y os escarneceré (Pr. 1, 26). El reír de Dios es no querer usar de su misericordia. “Mía es la venganza, y Yo les daré el pago a su tiempo, para que resbale su pie” (Dt. 32, 35).

Lo mismo dice en otros lugares; y, con todo, los pecadores viven tranquilos y seguros, como si Dios les hubiese prometido para la hora de la muerte el perdón y la gloria. Sabido es que, cualquiera que fuere la hora en que el pecador se convierta, Dios lo perdonará, como tiene ofrecido. Mas no ha dicho que en el trance de morir se convertirá el pecador. Antes bien, muchas veces ha repetido que quien vive en pecado, en pecado morirá (Jn. 8, 21, 24), y que si en la muerte le busca, no le encontrará (Jn. 7, 34).

Menester es, por tanto, buscar a Dios cuando es posible hallarle (Is. 55, 6), porque vendrá un tiempo en que no le podremos hallar. ¡Pobres pecadores! ¡Pobres ciegos que se contentan con la esperanza de convertirse a la hora de la muerte, cuando ya no podrán! Dice San Ambrosio: Los impíos no aprendieron a obrar bien sino cuando ya no era tiempo. Dios quiere salvarnos a todos; pero castiga a los obstinados.

Si a cualquier infeliz que estuviese en pecado le asaltase repentino accidente que le privara de sentido, ¡qué compasión no excitaría en cuantos le vieran a punto de muerte sin recibir sacramentos ni dar muestras de contrición! ¡Y qué júbilo tendrían todos luego si aquel hombre volviera en sí y pidiese la absolución de sus culpas e hiciese actos de arrepentimiento!

Mas ¿no es un loco el que, teniendo tiempo de hacer todo esto, sigue viviendo en pecado, o vuelve a pecar y se pone en riesgo de que le sorprenda la muerte cuando tal vez no pueda arrepentirse? Nos espanta el ver morir a alguien de repente, y con todo, muchos se exponen voluntariamente a morir así estando en pecado.

Peso y balanza son los juicios del Señor (Pr. 16, 11). Nosotros no llevamos cuenta de las gracias que Dios nos da; pero Él las cuenta y mide, y cuando las ve despreciadas en los límites que fija su justicia, abandona al pecador a sus pecados, y así le deja morir...

¡Desdichado del que difiere la conversión hasta el día postrero! La penitencia que se pide a un enfermo, enferma es, dice San Agustín. Y San Jerónimo decía que de cien mil pecadores que vivan en pecado hasta que les llegue la muerte, apenas si uno se salvará. San Vicente Ferrer afirmaba que la salvación de uno de ésos sería mayor milagro que la resurrección de un muerto.

¿Qué arrepentimiento se puede esperar en la muerte del que hubiera vivido amando el pecado, hasta aquel instante? Refiere San Belarmino que, asistiendo a un moribundo y habiéndole exhortado a que hiciera un acto de contrición, le respondió el enfermo que no sabía lo que era contrición. Procuró San Belarmino explicárselo, pero el enfermo dijo: “Padre, no lo entiendo, ni estoy ahora capaz de esas cosas”. Y así falleció, “dando visibles señales de su condenación”, como San Belarmino dejó escrito. Justo castigo del pecador –dice San Agustín– será que al morir se olvide de sí mismo el que en la vida se olvidó de Dios.

No queráis engañaros –nos dice el Apóstol (Ga. 6, 7)–. Dios no puede ser burlado. Porque aquello que sembrare el hombre, eso también segará. Y así, el que siembra en su carne segará corrupción. Sería burlarse de Dios el vivir despreciando sus leyes y alcanzar después eterna recompensa y gloria. “Pero Dios no puede ser burlado”.

Lo que en esta vida se siembra, en la otra se recoge. El que siembra acá vedados placeres carnales, no recogerá luego más que corrupción, miseria y muerte perdurables.

Cristiano mío, lo que para otros se dice, también se dice para ti, si te vieras a punto de morir, desahuciado de los médicos, privado el uso de los sentidos y agonizando ya, ¿cuánto no rogarías a Dios que te concediese un mes, una semana más de vida para arreglar la cuenta de tu conciencia? Pues Dios te concede ahora ese tiempo, dale mil gracias, remedia pronto el mal que has hecho y acude a todos los medios precisos para estar en gracia cuando la muerte llegue, porque entonces ya no habrá tiempo de remediarlo.

AFECTOS Y SÚPLICAS

¡Ah Dios mío! ¿Quién, sino Vos, pudiera haber tenido toda la paciencia que para conmigo habéis usado? Si no fuese infinita vuestra bondad, yo desconfiaría de alcanzar perdón. Pero mi Dios murió para perdonarme y salvarme; y pues me ordena que tenga esperanza, en Él esperaré. Si mis pecados me espantan y condenan, vuestros merecimientos y promesas me infunden valor.

Prometisteis la vida de la gracia a quien vuelva a vuestros brazos. Convertíos y vivid (Ez. 18, 32). Prometisteis abrazar al que a Vos acudiere. Volveos a Mí y Yo me volveré a vosotros (Zac. 1, 3). Dijisteis que no despreciaríais al que se arrepintiera y humillase (Sal. 50, 19). Pues heme aquí, Señor; a Vos vuelvo y recurro; confiésome merecedor de mil infiernos y me arrepiento de haberos ofendido. Ofrezco firmemente no más ofenderos y amaros siempre.

No permitáis que sea en adelante ingrato a tanta bondad. Padre Eterno, por los méritos de la obediencia de Jesucristo, que murió por obedeceros, haced que yo obedezca a vuestra voluntad hasta la muerte. Os amo, Sumo Bien mío, y por el amor que os tengo quiero obedeceros en todas las cosas. Dadme la santa perseverancia; dadme vuestro amor, y nada más os pido.

María, Madre mía, rogad por mí.  



LA MUERTE DEL JUSTO 

Es preciosa en la presencia de Dios
la muerte de sus Santos. 
Ps. 115, 15 

PUNTO 1

Mirada la muerte a la luz de este mundo, nos espanta e inspira temor; pero con la luz de la fe es deseable y consoladora. Horrible parece a los pecadores; mas a los justos se muestra preciosa y amable. “Preciosa –dice San Bernardo– como fin de los trabajos, corona de la victoria, puerta de la vida”.

Y en verdad, la muerte es término de penas y trabajos. El hombre nacido de mujer, vive corto tiempo y está colmado de muchas miserias (Jb. 14, 1).

Así es nuestra vida tan breve como llena de miserias, enfermedades, temores y pasiones. Los mundanos, deseosos de larga vida –dice Séneca (Ep. 101)–, ¿qué otra cosa buscan sino más prolongado tormento? Seguir viviendo –exclama San Agustín– es seguir padeciendo. Porque –como dice San Ambrosio (Ser. 45)– la vida presente no nos ha sido dada para reposar, sino para trabajar, y con los trabajos merecer la vida eterna; por lo cual, con razón afirma Tertuliano que, cuando Dios abrevia la vida de alguno, acorta su tormento. De suerte que, aunque la muerte fue impuesta al hombre por castigo del pecado, son tantas y tales las miserias de esta vida, que –como dice San Ambrosio– más parece alivio al morir que no castigo.

Dios llama bienaventurados a los que mueren en gracia, porque se les acaban los trabajos y comienzan a descansar. “Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor”. “Desde hoy –dice el Espíritu Santo (Ap. 14, 13)– que descansen de sus trabajos”.

Los tormentos que afligen a los pecadores en la hora de la muerte no afligen a los Santos. “Las almas de los justos están en mano de Dios, y no los tocará el tormento de la muerte” (Sb. 3, 1).

No temen los Santos aquel mandato de salir de esta vida que tanto amedrenta a los mundanos, ni se afligen por dejar los bienes terrenos, porque jamás tuvieron asido a ellos el corazón. “Dios de mi corazón –repitieron siempre–; Dios mío por toda la eternidad” (Salmo 72, 26).

“¡Dichosos vosotros! –escribía el Apóstol a sus discípulos, despojados de sus bienes por confesar a Cristo–. Con gozo llevasteis que os robasen vuestras haciendas, conociendo que tenéis patrimonio más excelente y duradero” (He. 10, 34).

No se afligen los Santos a dejar las honras mundanas, porque antes las aborrecieron ellos y las tuvieron, como son, por humo y vanidad, y sólo estimaron la honra de amar a Dios y ser amados de Él. No se afligen al dejar a sus padres, porque sólo en Dios los amaron, y al morir los dejan encomendados a aquel Padre celestial que los ama más que a ellos; y esperando salvarse, creen que mejor los podrán ayudar desde el Cielo que en este mundo. En suma: todos los que han dicho siempre en la vida Dios mío y mi todo, con mayor consuelo y ternura lo repetirán al morir.

Quien muere amando a Dios no se inquieta por los dolores que consigo lleva la muerte; antes bien se complace en ellos, considerando que ya se le acaba la vida y el tiempo de padecer por Dios y de darle nuevas pruebas de amor; así, con afecto y paz, le ofrece los últimos restos del plazo de su vida y se consuela uniendo el sacrificio de su muerte con el que Jesucristo ofreció por nosotros en la cruz a su Eterno Padre. De este modo muere dichosamente, diciendo: “En su seno dormiré y descansaré en paz” (Sal. 4, 9).

¡Oh, qué hermosa paz, morir entregándose y descansando en brazos de Cristo, que nos amó hasta la muerte, y que quiso morir con amargos tormentos para alcanzarnos muerte consoladora y dulce!


 PUNTO 2 

Limpiará Dios toda lágrima de los ojos de ellos, y la muerte no será ya más (Ap. 21, 4). En la hora de la muerte enjugará Dios de los ojos de sus siervos las lágrimas que hubieren derramado en esta vida, en medio de los trabajos, temores, peligros y combates con el infierno. Y lo que más consolará a un alma amante de su Dios cuando sepa que llega la muerte será el pensar que pronto ha de estar libre de tanto peligro de ofender a Dios como hay en el mundo, de tanta tribulación espiritual y de tantas tentaciones del enemigo.

La vida temporal es una guerra continua contra el infierno, en la cual siempre estamos en riesgo grandísimo de perder a Dios y a nuestra alma.

Dice San Ambrosio que en este mundo caminamos constantemente entre asechanzas del enemigo, que tiende lazos a la vida de la gracia. Este peligro hacía temblar a San Pedro de Alcántara cuando ya estaba agonizando: “Apartaos, hermano mío –dirigiéndose a un religioso que, al auxiliarle, le tocaba con veneración–, apartaos, pues vivo todavía, y aún hay peligro de que me condene”.

Por eso mismo se regocijaba Santa Teresa cada vez que oía sonar la hora del reloj, alegrándose de que ya hubiese pasado otra hora de combate, porque decía: “Puedo pecar y perder a Dios en cada instante de mi vida”.

De aquí que todos los Santos sentían consuelo al conocer que iban a morir, pues pensaban que presto se acabarían las batallas y riesgos y tendrían segura la inefable dicha de no poder ya perder a Dios jamás.

Refiérese en la vida de los Padres que uno de ellos, en extremo anciano, hallándose en la hora de la muerte, reíase mientras sus compañeros lloraban, y como le preguntaran el motivo de su gozo, respondió: “Y vosotros, ¿por qué lloráis, cuando voy a descansar de mis trabajos?”. También Santa Catalina de Siena dijo al morir: “Consolaos conmigo, porque dejo esta tierra de dolor y voy a la patria de paz”.

Si alguno –dice San Cipriano– habitase en una casa cuyas paredes estuvieran para desplomarse, cuyo pavimento y techo se bambolearan y todo ello amenazase ruina, ¿no desearía mucho salir de ella?... Pues en esta vida todo amenaza la ruina del alma: el mundo, el infierno, las pasiones, los sentidos rebeldes, todo la atrae hacia el pecado y la muerte eterna.

¿Quién me librará –exclamaba el Apóstol (Ro. 7, 24)– de este cuerpo de muerte? ¡Oh, qué alegría sentirá el alma cuando oiga decir: “Ven, esposa mía; sal del lugar del llanto, de la cueva de los leones que quisieran devorarte y hacerte perder la gracia divina” (Cant. 4, 8).

Por eso San Pablo (Fil. 1, 21), deseando morir, decía que Jesucristo era su única vida, y que estimaba la muerte como la mayor ganancia que pudiera alcanzar, ya que por ella adquiría la vida que jamás tiene fin.

Gran favor hace Dios al alma que está en gracia llevándosela de este mundo, donde pudiera no perseverar y perder la amistad divina (Sb. 4, 11). Dichoso en esta vida es el que está unido a Dios; pero así como el navegante no puede tenerse por seguro mientras no llegue al puerto y salga libre de la tormenta, así no puede el alma ser verdaderamente feliz hasta que salga de esta vida en gracia de Dios.

Alaba la ventura del caminante; pero cuando haya llegado al puerto –dice San Ambrosio–. Pues si el navegante se alegra cuando, libre de tantos peligros, se acerca al puerto deseado, ¿cuánto más no debe alegrarse el que esté próximo a asegurar su salvación eterna?

Además, en este mundo no podemos vivir sin culpas, por lo menos leves; porque siete veces caerá el justo (Pr. 24, 16). Mas quien sale de esta vida mortal, cesa de ofender a Dios. ¿Qué es la muerte –dice el mismo Santo– sino el sepulcro de los vicios? Por eso los que aman a Dios anhelan vivamente morir. Por eso, el venerable Padre Vicente Caraffa consolábase al morir diciendo: Al acabar mi vida, acaban mis ofensas a Dios. Y el ya citado San Ambrosio decía: ¿Para qué deseamos esta vida, si cuando más larga fuere, mayor peso de pecado nos abruma?

El que fallece en gracia de Dios alcanza el feliz estado de no saber ni poder ofenderle más. El muerto no sabe pecar. Por tal causa, el Señor alaba más a los muertos que a los vivos, aunque fueren santos (Ecl. 4, 2). Y aún no ha faltado quien haya dispuesto que, en el trance de la muerte, le dijese al que fuese a anunciársela: “Alégrate, que ya llega el tiempo en que no ofenderás más a Dios”.


 PUNTO 3

No solamente es la muerte fin de los trabajos, sino también puerta de la vida, como dice San Bernardo. Necesariamente, debe pasar por esa puerta el que quisiere entrar a ver a Dios (Sal. 117, 20). San Jerónimo rogaba a la muerte y le decía: “¡Oh muerte, hermana mía; si no me abres la puerta no puedo ir a gozar de la presencia de mi Señor!” (Cant. 5, 2).

San Carlos Borromeo, viendo en uno de sus aposentos un cuadro que representaba un esqueleto con la hoz en la mano, llamó al pintor y le mandó que borrase aquella hoz y pintase en su lugar una llave de oro, queriendo así inflamarse más en el deseo de morir, porque la muerte nos abre el Cielo para que veamos a Dios.

Dice San Juan Crisóstomo que si un rey tuviese preparada para alguno suntuosa habitación en la regia morada, y por de pronto le hiciese vivir en un establo, ¡cuán vivamente debería de desear este hombre el salir del establo para habitar en el real alcázar!... Pues en esta vida, el alma justa, unida al cuerpo mortal, se halla como en una cárcel, de donde ha de salir para morar en el palacio de los Cielos; y por esa razón decía David (Sal. 141, 8): “Saca mi alma de la prisión”. Y el santo anciano Simeón, cuando tuvo en sus brazos al Niño Jesús, no supo pedirle otra gracia que la muerte, a fin de verse libre de la cárcel de esta vida: “Ahora, Señor, despide a tu siervo...” (Lc. 2, 29), “es decir –advierte San Ambrosio–, pide ser despedido, como si estuviese por fuerza”. Idéntica gracia deseó el Apóstol, cuando decía (Fil. 1, 23): Tengo deseo de ser desatado de la carne y estar con Cristo.

¡Cuánta alegría sintió el copero de Faraón al saber por José que pronto saldría de la prisión y volvería al ejercicio de su dignidad! Y un alma que ama a Dios, ¿no se regocijará al pensar que en breve va a salir de la prisión de este mundo y que irá a gozar de Dios? Mientras vivimos aquí unidos al cuerpo estamos lejos de ver a Dios y como en tierra ajena, fuera de nuestra patria; y así, con razón, dice San Bruno que nuestra muerte no debe de llamarse muerte, sino vida.

De eso procede el que suela llamarse nacimiento a la muerte de los Santos, porque en ese instante nacen a la vida celestial que no tendrá fin. “Para el justo –dice San Atanasio– no hay muerte, sino tránsito, pues para ellos el morir no es otra cosa que pasar a la dichosa eternidad”.

“¡Oh muerte amable! –exclamaba San Agustín–. ¿Quién no te deseará, puesto que eres fin de los trabajos, término de las angustias, principio del descanso eterno?” Y con vivo anhelo añadía: ¡Ojalá muriese, Señor, para poder veros!

Tema la muerte el pecador –dice San Cipriano–, porque de la vida temporal pasará a la muerte eterna, mas no el que, estando en gracia de Dios, ha de pasar de la muerte a la vida. En la historia de San Juan el Limosnero se refiere que de cierto hombre rico recibió el Santo grandes limosnas y la súplica de que pidiera a Dios vida larga para el único hijo que aquél tenía. Mas el hijo murió poco después. Y como el padre se lamentaba de esa inesperada muerte, Dios le envió un ángel, que le dijo: “Pediste larga vida para tu hijo; pues sabe que ya está en el Cielo gozando de eterna felicidad”.

Tal es la gracia que nos alcanza Jesucristo, como se nos ofreció por Oseas (13, 14): ¡Seré tu muerte, oh muerte! Muriendo Cristo por nosotros, hizo que nuestra muerte se trocase en vida.

Los que llevaban al suplicio al santo mártir Plonio le preguntaron maravillados cómo podía ir tan alegre a la muerte. Y el Santo les respondió: “Engañados estáis. No voy a la muerte, sino a la vida”. Así también exhortaba su madre al niño San Sinfroniano cuando éste iba a recibir el martirio: “¡Oh, hijo mío, no van a quitarte la vida, sino a cambiarla en otra mejor!”.


AFECTOS Y SÚPLICAS

¡Oh Dios de mi alma! Os ofendí en lo pasado apartándome de Vos; mas vuestro Divino Hijo os honró en la cruz con el sacrificio de su vida. Por esa honra que tributó vuestro Hijo amadísimo, perdonadme las injurias que os he hecho.

Me arrepiento, Señor, de haberos ofendido, y prometo amar sólo a Vos en lo por venir. De Vos espero mi eterna salvación, así como reconozco que cuantos bienes poseo, de Vos los recibí; dones son todos de vuestra bondad. “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Co. 15, 10). Si antes os ofendí, espero honraros eternamente alabando vuestra misericordia... Vivísimo deseo tengo de amaros... Vos me lo inspiráis, Señor, por ello, amor mío, os doy fervorosas gracias. Seguid, seguid ayudándome como ahora, que yo espero ser vuestro, totalmente vuestro.

Renuncio a los placeres del mundo, pues ¿qué mayor placer pudiera lograr que el de complaceros a Vos, Señor mío, que sois tan amable y que tanto me habéis amado?

No más que amor os pido, ¡oh Dios de mi alma! Amor y siempre amor espero pediros, hasta que, en vuestro amor muriendo, alcance la señal del verdadero amor; y sin pedirlo, de amor me abrase, no cesando de amaros ni un momento por toda la eternidad y con todas mis fuerzas.

¡María, Madre mía, que tanto amáis a Dios y tanto deseáis que sea amado, haced que le ame mucho en esta vida, a fin de que pueda amarle para siempre en la eternidad!

PREPARACIÓN PARA LA MUERTE
SanAlfonso Mª de Ligorio