martes, 5 de junio de 2012

MILAGROS EUCARÍSTICOS - 1


LA FE DE UN REY

Luis IX, llamado el Santo, uno de los monarcas más respetados de los príncipes de Europa en tiempo que florecieron personajes tan ilustres como su primo San Fernando, Jaime I de Aragón y Federico II de Alemania, se hizo célebre por su religiosidad y gobierno paternal, con que labró la felicidad del pueblo francés, que Dios con particular providencia le había confiado.

Siempre tuvo grabadas en su corazón aquellas palabras de su santa madre la reina Doña Blanca: “Hijo mío, quisiera más verte muerto en mis brazos que manchada tu alma con un pecado mortal”. Máxima que hizo se aventajara desde niño en la piedad y temor de Dios, de suerte que fue dechado de las más heroicas virtudes, descollando como fundamento de todas ellas la fe viva y ardiente con que creía firmemente las verdades reveladas que constituyen el dogma católico.  

Sucedió un día, celebrándose el Santo Sacrificio en Real Capilla, que el sacerdote después de la consagración, tuvo un éxtasis maravilloso. Los que oían la Misa, al advertirlo, vieron llenos de sorpresa entre las manos del celebrante, un Niño el más hermoso y admirable.

Al momento dieron noticia de este milagro a San Luis, rey de Francia, y le rogaron tuviera a bien justificarlo con su persona; más el Santo respondió: “Creo firmemente que Nuestro Señor Jesucristo está realmente en la Eucaristía y no necesito ver el milagro para persuadirme de ello; mi seguridad es completa, y no iré a verlo, para no perder el mérito de la fe”

(P. Lucas Pinelo, S.J., Meditaciones de la Eucaristía. – F. Juan Mayor S.J., Mágnum especulum exemplorum. – P. Fr. Hernando del Castillo, Cent. 1º, cap. 58.)  

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