sábado, 13 de octubre de 2012

MILAGROS EUCARÍSTICOS - 8


NIÑO CRUCIFICADO
Año 1490. Ávila (España)

Irritados los judíos porque el Santo Tribunal de la Inquisición perseguía y castigaba  sus nefandos crímenes, maquinaron matar a todos los cristianos de  España por medio de un hechizo que propuso en el año 1490 un judío venido de Francia, llamado Benito García de las Mesuras, el cual consistía en quemar el corazón de un niño cristiano juntamente con una Hostia consagrada, y echar cenizas en la fuente pública y en los ríos, con lo cual morirían cuantos cristianos bebiesen de aquellas aguas.

Un vecino de La Guardia, llamado Juan Franco, robó en Toledo un niño cristiano y, llevándolo a la Guardia, lo entregó a los judíos, quienes lo crucificaron como a nuestro Señor Jesucristo, y le arrancaron el corazón. Enterrado el santo niño y ya en posesión del corazón, faltábales la Hostia consagrada, que no tardaron en obtener de un mal sacristán, en cambio de un capote que le prometieron.

Pasado algunos días, se reunieron los pérfidos judíos para arreglar el hechizo con la Hostia y el corazón pero antes de poner en ejecución tan diabólicos intentos, quisieron asegurarse, y  determinaron enviar a Benito García de las Mesuras con el corazón del niño y la sagrada Forma a la Aljama de Zamora, sinagoga muy principal, para que los doctos rabinos dispusieran con todo acierto el deseado hechizo.

Puesto en camino el desventurado Mesuras, llegó a la ciudad de Ávila. Apenas entró en la posada y acomodó la caballería, se fue a la iglesia Catedral: allí hincado de rodillas, fingiendose devotísimo cristiano, sacó un librito de Horas, donde había metido la Hostia consagrada, y daba a entender que rezaba en dicho librito.

Detrás de él estaba haciendo oración un fervoroso cristiano, y observó que de aquel librito salían unos resplandores celestiales, y se persuadió que aquel devoto forastero sería un varón justo o que llevaba en  sí algún alto misterio. Con este motivo no quería apartarse de él ni perderlo de vista, y siguiole cuando se salió de la iglesia, hasta ver dónde posaba, y luego sin detenerse se fue presuroso a dar  noticia de lo que había visto a los inquisidores, para que con su autoridad averiguasen que prodigio era aquél que se indicaba con los resplandores.

Los señores inquisidores, tomaron a su cuidado el negocio, enviaron a gentes a la posada, quienes encontraron a Mesuras comiendo y bebiendo con mucho sosiego, mas apenas lo llamaron a su aposento, quedó el infeliz todo inmutado, pálido el rostro, trabada la lengua, temblándole las piernas, helados de pavor y miedo los huesos, mostrando así en su exterior, ser culpable de algún horrendo crimen.

Llévenle al santo Tribunal, hácenle los inquisidores varias preguntas, y conociendo por sus respuestas haber delito encubierto, queda detenido en la cárcel, hasta que por fin se rindió confesando sus crímenes y descubriendo los cómplices, quienes fueron severamente castigados.

Concluida la confesión, exigiéronle al punto las dos santas reliquias. Sacó en seguida un pañuelo, en el que había puesto el corazón del niño, y al desenvolverlo no encontró en él más que las señales de haber estado allí. Quedó atónito el judío y exclamó.

¿Dónde está el corazón?... Yo mismo lo envolví en este pañuelo… Aquí están claras las señales… Yo lo he traído con sumo cuidado… Perderse, no, no ha podido ser, ni persona alguna me lo ha podido quitar… Más ¿Dónde está? Yo no lo sé…

Echo luego mano al libro de Horas, abriolo por donde estaba la sagrada Forma y recibiéndola los inquisidores con reverencia, la colocaron en una caja preciosa, y juntándose toda la clerecía y pueblo, se formó una solemne y majestuosa procesión, en la que uno de los inquisidores, vestido de estola y capa pluvial, acompañado de todos los ministros del Santo Tribunal llevó la Sacrosanto Hostia al convento de  Santo Tomás de la misma ciudad, donde se conserva milagrosamente después de tantos siglos, para gloria del Santísimo sacramento y honor del mártir, el santo niño Cristóbal.

(Doctor Martín Moreno, Pbro. Misionero del Santo Niño de la Guardia)  

P. Manuel Traval y Roset

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