martes, 2 de junio de 2015

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (XXXI)


CAPÍTULO 31 

Declarase en qué consiste el tercer grado de humildad. 

No hemos acabado de declarar bien en que consiste este tercer grado de humildad; y así será menester declararlo un poco más, para que mejor podamos ponerle por obra, que es lo que pretendemos. Este grado de humildad, dicen los Santos que consiste en saber distinguir entre el oro que nos viene de Dios, de sus dones y beneficios, y entre el lodo y miseria que somos nosotros, y dar a cada uno lo que le pertenece: atribuir a Dios lo que es de Dios y a nosotros lo que es nuestro, y que todo esto sea prácticamente en lo cual está todo el punto de este negocio. De manera que no consiste la humildad en conocer especulativamente que de nosotros no podemos ni valemos nada, y que todo el bien nos ha de venir de Dios, y que Él es el que obra en nosotros el querer y el comenzar y el acabar por su libre y buena voluntad, como dice San Pablo (Filip., 2, 13): que conocer eso especulativamente, porque así nos lo dice la fe, fácil cosa es y todos los cristianos lo conocemos y creemos así; sino en conocer y ejercitar eso prácticamente, y en estar tan llanos y tan asentados en esto, como si lo viésemos con los ojos y lo tocásemos y palpásemos con las manos. Lo cual, dice San Ambrosio, que es particularísimo don y merced grande de Dios. Y trae para esto aquello de San Pablo (1 Cor., 2, 12): Nosotros hemos recibido, no el espíritu de este mundo, sino el espíritu de Dios, para que conozcamos y sintamos los dones que hemos recibido de su mano. Sentir y reconocer uno los dones que ha recibido de Dios, como ajenos y como recibidos y dados de la liberalidad y misericordia de Dios, es particular don y merced suya. Y el sabio Salomón dice que ésta es suma sabiduría (Sab., 8, 21): [Conocí que no podía ser continente si Dios no me lo diese: y esto mismo era sabiduría, saber cuyo era este don]; otra letra dice [esto era suma sabiduría]. Entender y conocer prácticamente que el ser continente no es cosa que podamos nosotros alcanzar por nuestras fuerzas, y que no basta ningún trabajo ni industria nuestra para eso, sino que es don de Dios y que nos ha de venir de su mano, es suma sabiduría. Pues en esto que San Pablo dice que es particular don y merced de Dios, y Salomón suma sabiduría, consiste este grado de humildad. ¿Qué tienes que no lo hayas recibido y sea ajeno?, dice el Apóstol San Pablo (I Cor., 4, 7): todo cuanto bien tenemos es recibido y ajeno, de nosotros no tenemos bien ninguno; pues si lo has recibido y es ajeno, ¿por qué te glorias como si no lo hubieses recibido y como si fuese tuyo propio?

Ésta era la humildad de los Santos, que con estar enriquecidos de dones y gracias de Dios, y haberles Él levantado a la cumbre de la perfección, y con eso a grande honras, estimación del mundo, con todo eso se tenían ellos por tan viles en sus ojos; y se quedaba su ánima tan entera en su bajeza y humildad como si no tuvieran nada de aquellos dones. No se les pegaba ninguna vanidad en su corazón, ni cosa alguna de aquella honra y estima en que el mundo los tenía, porque sabían bien distinguir entre lo que era ajeno y lo que era suyo propio: y así todos los dones, honra y estimación lo miraban como cosa ajena recibida de Dios, y a Él le daban y atribuían toda la gloria y alabanza de ello, quedándose ellos enteros en su bajeza, mirando que de sí no tenían nada, ni podían bien alguno. Y de ahí les venía que aunque todo el mundo los ensalzase, ellos no se ensalzaban ni se tenían por eso en más, ni se les pegaba nada de aquello al corazón, sino les parecía que aquellas alabanzas no decían ni hablaban con ellos, sino con otro a quien pertenecían que es Dios, y en Él y en su gloria ponían su gozo y contento. 

Y así con mucha razón dicen ser esta humildad de grandes y perfectos varones. Lo primero, porque presupone grandes virtudes y dones de Dios, que es lo que hace a uno grande delante de Él; lo segundo, porque ser uno verdaderamente grande delante de los ojos de Dios y muy aventajado en virtud y perfección, y por eso tenido y estimado en mucho de Dios y de los hombres, y tenerse él por pequeño y vil en sus ojos, es grande y maravillosa perfección. Y eso es de lo que se maravillan San Crisóstomo y San Bernardo de los Apóstoles y otros, que con ser tan grandes Santos y tan encumbrados en dones de Dios, y haciendo su Majestad por ellos tantas maravillas y milagros, y resucitando muertos, y siendo por eso tan estimados de todo el mundo, con todo eso se quedasen ellos tan enteros en su humildad y bajeza como si no tuvieran nada de aquello. Y como si otro hiciera aquellas cosas y no ellos, y como si toda aquella honra, estima y alabanza fuera ajena y se hiciera a otro y no a ellos.

 Dice San Bernardo: «No es mucho humillarse uno en la pobreza y abatimiento, porque eso de suyo ayuda a conocerse y tenerse en lo que es; pero que sea uno honrado y estimado de todos, y tenido por santo y por varón admirable, y se quede él tan entero en la verdad de su bajeza y de su nada como si no hubiera nada de aquello en él, ésa es rara y excelente virtud y cosa de grande perfección. «En éstos, dice San Bernardo, conforme al mandamiento del Señor (Mt., 5, 16), su luz luce y resplandece delante de los hombres, para glorificar, no a sí mismos, sino a su Padre que está en los Cielos. Estos son verdaderos imitadores del Apóstol San Pablo (2 Cor., 4, 5; 12, 14) y de los predicadores evangélicos, que no se predican a sí mismos, sino a Jesucristo. Éstos son buenos y fieles siervos, que no buscan sus comodidades, ni se alzan con cosa alguna, ni se atribuyen nada a sí, sino todo lo atribuyen fielmente a Dios. Y a Él dan la gloria de todo. Y así oirán de la boca del Señor aquellas palabras del Evangelio (Mt., 25, 21): Alégrate, siervo bueno y fiel; porque fuiste fiel en lo poco, te constituiré sobre lo mucho».

 EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
 VIRTUDES CRISTIANAS. 
 Padre Alonso Rodríguez, S.J.