CADENAS DESATADAS
Año 604, Lethe Persia
La Sagrada Eucaristía ofrecida en el santo sacrificio
de la Misa, aprovecha no sólo a los difuntos, mas
también a los vivos por quienes se aplica, siendo en
muchísimas ocasiones el consuelo y alivio de los
pobres cautivos cristianos, arrojados por los
infieles en las más horribles mazmorras.
En confirmación de esta verdad, San Juan el
Limosnero, patriarca de Alejandría en el año 608,
solía referir a sus feligreses el hecho en su tiempo
reciente, de un joven natural de Chipre que tuvo la
desgracia de caer en manos de los persas y fue llevado
cautivo a una lejana y obscura cárcel de Lethe, donde
le cargaron de grillos y cadenas.
Varios de los presos que allí estaban supieron burlar
un día la vigilancia de los guardas y huyendo se fueron
a Chipre. A la noticia de su llegada corren a su
encuentro los padres del joven cautivo, para preguntarles si sabían de él, a lo cual respondieron,
confundiéndole con otro, que había fallecido y que
ellos mismos le habían dado cristiana sepultura.
Al recibir tan triste noticia fue grande el desconsuelo
de los padres, brotando de sus amantes corazones los
sentimientos del más profundo dolor; pero no se
olvidaron en su aflicción de hacer celebrar tres veces
al año, Misas en sufragio del hijo que creían difunto,
hasta que después de cuatro años, habiendo éste
podido escapar de tan dura prisión se embarcó para
Chipre, apareciendo inopinadamente entre sus
deudos y allegados.
No hay para qué ponderar la grata sorpresa que
todos experimentaron cuando contemplaban con sus
propios ojos al supuesto difunto, hasta que algún tanto
calmadas emociones tan vivas, empezó el hijo a
referir, una por una, las innumerables penalidades
sufridas en su largo cautiverio.
Dijéronle luego los padres cómo hacían celebrar tres
veces al año en los días de los Santos Teófanes y en la
semana antes de Pentecostés, Misas por él, a lo cual
después de reflexionar un momento, respondió que
coincidía precisamente con los tres días del año que
en la cárcel se le aparecía radiante de luz y claridad un
joven de incomparable hermosura, el cual de un modo
invisible le desataba las cadenas y entonces se movía
libremente por doquiera sin ser visto ni molestado de
nadie, pero al día siguiente, sin saber cómo, se
encontraba de nuevo atado con ellas.
La relación de este prodigio hizo que todos
reconocieron haberse obrado en virtud del santo
sacrificio de la Misa, ofrecido para bien de un hijo que
se suponía difunto, y le aprovechó vivo, aliviándole en
su triste y penosa condición de cautivo cristiano.
San Juan el Limosnero murió hacia el año 615 en
Amathonte (isla de Chipre), y la Iglesia le con-
memora el día 23 de enero.
(Surio, Vida de San Juan el Lismonero, §25.—Baronius,
Annales Ecclesiastici, tom. 8, pág. 238, litt. e, pág. 289, litt a.)
P. Manuel Traval y Roset
P. Manuel Traval y Roset