sábado, 6 de mayo de 2017

MILAGROS EUCARISTICOS - 49


PAVOR DE UN NIÑO
 Año 1601, Vilueña (España) 

En la villa de Vilueña, situada entre los ríos Jiloca y Mesa, no muy distante de Munébrega, murió el día 8 de noviembre de 1601 D. Pedro de Goñi, marido que fue de doña Juana de Heredia. El sepelio se anunció para el anochecer del mismo día. 

Llegada la hora, subieron dos niños al campanario de la iglesia a tocar el entierro, y concluido aquel piadoso acto, se retiró el pueblo a sus casas. Después de los últimos toques acostumbrados, se bajaron los chicos de la torre, y estando todavía en la escalera, exclamó el uno para intimidar al otro: "¡Qué te coge el difunto! ¡Qué te coge!" A estas voces, lleno de pavor el niño, echó a correr, y al pasar por la iglesia dejó la vela encendida que llevaba en sus manos sobre la mesa del altar mayor, y no paró en su carrera hasta salir a la calle. 

Cerradas poco después las puertas de la iglesia, la llama de la vela consumiéndola en breve, regó con sus despojos los manteles, que así se disponían para mejor cebo. Se quemaron éstos, y prendiendo el fuego en el Sagrario y retablo, comenzó a abrasarlo todo, hasta llegar al hermoso artesonado que adornaba la techumbre de la iglesia. 

Los habitantes de la villa, entregados al sueño, ignoraban por completo que la iglesia estuviese ardiendo. Sin embargo, como un vecino de Munébrega se levantara a media noche para el cuidado de sus caballerías y notase un gran resplandor en el cielo, quiso escudriñar de dónde procedía, y sorprendido vio que se originaba de las llamas de fuego que salían del templo parroquial. Al punto dio aviso a los dormidos vilueños de su desgracia, quienes descalzos y mal vestidos acudieron presurosos a apagar el fuego, que lograron atajar después de esfuerzos inauditos. 

Su mayor cuidado fue luego saber si el Santísimo Sacramento se había reducido a pavesas, y por eso, llenos de fe y devoción, pasaron algunos por medio de aquella multitud de ascuas, entre los cuales fue uno el cura don Pedro Colas, quien viendo el Sagrario quemado, pero cerrado, lo abrió y con gran sorpresa advirtió había desaparecido el Señor, pues nada contenía dentro, ni aun la arquilla de plata que encerraba la sagrada Hostia. 

Comenzaron entonces a separar ascuas de ascuas, apagando por completo aquel volcán, y después de algún rato, a una distancia de quince pies en línea recta del tabernáculo, se descubrió la sagrada Eucaristía puesta sobre un ladrillo, y cubierta con el mismo tafetancillo carmesí que tenía antes por velo. Alrededor de ella se formó durante el incendio una como capilla, una vara en alto, de las mismas ascuas, que parecían adornos de purpúreas rosas, y en el tafetancillo que cubría la arquilla se habían cebado tres centellitas que resplandecían como tres menudas estrellas, sirviendo así de ornato entre tantas flores de maravillas.

Alegres todos los del pueblo por haber hallado el Santísimo Sacramento, alabaron y bendijeron a Dios. dándole infinitas gracias por los prodigios que presenciaban. Abrió la arquilla el cura, y examinadas las sagradas Formas, se hallaron las seis pequeñas y una grande, tan blancas e intactas como cuando allí se depositaron. 

Dio el cura aviso de todo lo acontecido al venerable Obispo de Tarazona, D. Diego de Yepes, quien ordenó se conservaran hasta que en la visita pastoral las examinasen. Llegó ésta, después de siete años que se conservaban incorruptas las sacrosantas Hostias, y a pesar de tan manifiesto prodigio, tuvo dicho venerable Prelado por bien el sumirlas en el santo sacrificio de la Misa. 

Solamente se venera hoy día en Vilueña la arquilla de plata, dichosa concha de aquellas divinas Perlas, con cuya veneración se obtienen extraordinarios favores del cielo. 

(P. Fr. Roque Faci, Aragón, reino de Cristo y dote da María Santísima.) 

P. Manuel Traval y Roset