¡Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano! Miradnos humildemente postrados delante de vuestro altar; vuestros somos y vuestros queremos ser; y a fin de vivir más estrechamente unidos con Vos, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón.
Muchos, por desgracia, jamás os han conocido; muchos despreciando vuestros mandamientos, os han desechado. ¡Oh Jesús benignísimo! Compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón Santísimo.
¡Oh Señor! Sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado; haced que vuelvan pronto a la casa paterna para que no perezcan de hambre y de miseria.
Sed Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordias, viven separados de Vos; devolvedlos al puerto de la verdad y la unidad de la fe, para que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor. Sed Rey de los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría o del islamismo: dignaos atraerlos a todos a la luz de vuestro reino.
Mirad finalmente, con ojos de misericordia, a los hijos de aquel pueblo que en otro tiempo fue vuestro predilecto: descienda también sobre ellos, como bautismo de redención y de vida, la sangre que un día contra sí reclamaron.
Conceded, ¡oh Señor!, incolumidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos los pueblos la tranquilidad en el orden; haced que del uno al otro con fin de la tierra no resuene sino esta voz: ¡Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud! A Él se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos.
Amén.
Pío XI