Año 1725, Paris (Francia)
Corría el año 1725, y la joven Ana de la Fosse hacía ya veinte años que en París sufría un pertinaz y casi continuo flujo de sangre, a consecuencia del cual había llegado a un extremo tal de debilidad y falta de fuerzas, que ni con muletas podía dar un paso. Sus ojos no podían soportar la luz y todo su cuerpo estaba tan dolorido, que el menor movimiento le causaba indecibles dolores y desmayos. Un vivo dolor de costado le impedía estar en el lecho, siendo preciso llevarla en brazos para que pudiera ir de un lugar a otro.
En este estado se hallaba la enferma, según el testimonio jurado de diversos testigos dignos de fe, cuando se acercaba la festividad del Corpus Christi. En este tiempo excitó Dios en el corazón de la enferma un gran deseo de pedir su curación a Jesucristo en el Santísimo Sacramento, cuando por su casa pasase la procesión.
Animada de viva fe y gran confianza, se hizo llevar junto a la puerta de la calle y allí esperó orando con fervor, el momento que pasase el divino Redentor, y cuando le dijeron: «He aquí el Santísimo Sacramento», quiso ponerse de rodillas, pero faltándole las fuerzas, pidió la mantuviesen en esa postura, no cesando de clamar en alta voz: «Señor, si queréis, podéis curarme».
Entre la muchedumbre que acompañaba al Santísimo, unos se mostraban maravillados, otros, en cambio, se enojaron del singular proceder de esta mujer, y aun hubo quienes la tuvieron por loca. Se acercaban, pues, las gentes diciéndole se retirase, pero ella permanecía firme, moviéndose como podía hacia adelante, diciendo: «Dejadme seguir a mi Dios...». ¡Fe tan grande no podía quedar sin recompensa.
De repente se sintió fortalecida, y con ayuda de dos personas que la acompañaban, se puso en pie. Pero como apenas levantada corriese peligro de caer en tierra, exclamó entonces con más fuerza de voz que antes: «Señor, dejadme entrar en vuestro templo y quedaré sana» Luego dijo a las compañeras que la dejasen ir sola, y, en efecto, se puso por sí misma a andar, con gran admiración de todos, hasta llegar a la parroquia de Santa Margarita a donde llevaban el Santísimo Sacramento. La hemorragia no había cesado del todo, pero en el momento mismo que puso el pie en el templo del Señor, cesó por completo.
La enferma, perfectamente curada, permaneció hora y media delante del altar, ya de pie, ya sentada, ya de rodillas, y después de haber dado gracias a su divino Bienhechor, volvió a su casa sin auxilio de nadie y acompañada de mucha gente que la quería ver, para persuadirse de tan milagrosa curación.
Un sinnúmero de protestantes creyeron en el Santísimo Sacramento, y uno de ellos, dijo solemnemente delante del tribunal eclesiástico, que tal curación era obra milagrosa del Poder divino, y que no creía hubiese milagro mejor probado que éste.
(Cardenal Noailles, arzobispo de Paris, Pastoral del mismo año.)
P. Manuel Traval y Roset