Monseñor Viganò habla con la Dra. Maike Hicson sobre el altar pontificio vacío.
Omnes dii gentium demonia.
Salmo 95,5
Excelencia, en un artículo reciente señaló que el altar pontificio de la basílica vaticana no se ha vuelto a utilizar desde que se profanó con la ofrenda del ídolo de la Pachamama. En aquel momento, en presencia de Bergoglio y de su corte pontificia, se cometió un gravísimo sacrilegio. ¿Qué opina de ello?
La profanación de la basílica del Vaticano durante la ceremonia de clausura del Sínodo para la Amazonía contaminó el Altar de la Confesión desde el momento en que se colocó sobre la mesa una vasija dedicada al culto infernal de la Pachamama. A mí me parece que ésa y otras profanaciones cometidas en iglesias y altares evocan en cierta forma actos por el estilo que se han dado con anterioridad y nos permiten entender su verdadera naturaleza.
¿A qué se refiere?
Me refiero a ocasiones en que se ha soltado a Satanás contra la Iglesia de Cristo, desde las persecuciones de los primeros cristianos hasta la guerra de Cosroes de Persia contra Bizancio; desde la furia iconoclasta de los mahometanos hasta el Saco de Roma por parte de los lansquenetes alemanes; más tarde vino la Revolución Francesa, luego el anticlericalismo del siglo XIX, el comunismo ateo, la Guerra Cristera de México y la Cruzada de Liberación española; después, los horrendos crímenes de los partisanos comunistas durante la Segunda Guerra Mundial y sus posguerra, y las diversas formas de cristianofobia que observamos hoy en día por todo el mundo. Siempre, sin excepción, la Revolución en todas sus formas confirma su esencia luciferina permitiendo que se manifieste la bíblica enemistad entre el linaje de la Serpiente y el de la Mujer, entre los hijos de Satanás y los de la Santísima Virgen. No tiene otra explicación esta ferocidad contra la Santísima Madre y sus hijos.
Pienso concretamente en la entronización de la Diosa Razón que tuvo lugar el 10 de noviembre de 1793 en la parisina catedral de Notre Dame, durante el apogeo del Terror. También en aquella ocasión el odio infernal de los revolucionarios quiso sustituir el culto a la Madre de Dios por el culto a una prostituta, erigida en símbolo de la religión masónica, la llevaron a hombros en una silla gestatoria y colocada en el santuario. Esto tiene muchas analogías con la Pachamama, y denotan la mentalidad infernal que lo ha inspirado.
No olvidemos que el 10 de agosto de 1793, escasos meses antes de la profanación de Notre Dame, la estatua de la diosa Razón se había erigido en la plaza de la Bastilla con los rasgos de la diosa egipcia Isis. No deja de ser significativo que esta alusión a los cultos egipcios la encontremos también en el horripilante nacimiento que en este momento se alza en la Plaza de San Pedro. Pero está claro que las semejanzas que encontramos en estas cosas que están pasando vienen acompañadas de algo totalmente nuevo.
¿Nos podría explicar en qué consiste ese nuevo elemento?
Me refiero a que mientras que hasta el Concilio –o, para ser menos duros, hasta este pontificado–, las profanaciones y sacrilegios los realizaban enemigos externos de la Iglesia. Desde entonces los escándalos han llegado a los más altos niveles de la Jerarquía, eso sin hablar del culpable silencio de los obispos y el escándalo de los fieles. La Iglesia bergogliana da una imagen cada vez más desconcertante, en la que la negación de las verdades católicas viene acompañada de la afirmación explícita de una ideología intrínsecamente anticatólica y anticristiana en la que el culto idolátrico de deidades paganas –o sea de demonios– ha salido a la luz, y se promueve con actos sacrílegos y profanaciones de objetos sagrados. Colocar una vasija inmunda en el Altar de la Confesión de San Pedro es un gesto litúrgico con un valor concreto y una finalidad que va más allá de lo simbólico. La presencia de un ídolo de la madre tierra es una clara ofensa a Dios y a la Santísima Virgen, una señal palpable que en cierto sentido explica las muchas afirmaciones irreverentes de Bergoglio con relación a nuestra santísima Madre.
No es de extrañar por tanto que quienes se proponen derribar la Iglesia de Cristo y el Papado de Roma lo hagan desde el solio supremo, como dijo la profecía de la Virgen de la Salette: «Roma perderá la fe y se convertirá en la sede del Anticristo». Yo diría que hoy en día ya no se puede hablar de una simple pérdida de la fe, sino que debemos tomar nota del próximo paso, que se expresará en una auténtica apostasía, del mismo modo que la reforma litúrgica va evolucionando hacia una forma de paganismo que incluye la profanación sistemática del Santísimo Sacramento. Sobre todo con la imposición de la Comunión en la mano so pretexto del covid. Así como en una cada vez más evidente aversión a la antigua liturgia.
En esencia, muchas formas de prudencia inicial ocultando las verdadera intenciones de los novadores, poniendo cada vez más al descubierto la verdadera naturaleza de la obra que realizan los enemigos de Dios. Ya no hace falta el pretexto de la oración en común por la paz que legitimó la matanza de gallinas y otras escandalosas abominaciones en Asís, y ya hay quien teoriza que la hermandad entre los hombres puede prescindir de Dios y de la misión salvífica de la Iglesia.
¿Qué piensa de los sucesos que se han dado a partir de octubre de 2019? En particular, de que Bergoglio haya abandonado el título de Vicario de Cristo, así como de que haya dejado de celebrar la Misa en el altar pontificio y de la suspensión de la celebración de misas públicas en Santa Marta.
El principio filosofico para seguirlo; el modo de obrar sigue al de ser, nos enseña que todo actúa en conformidad con lo que es. Quien renuncia a ser llamado Vicario de Cristo da la impresión de entender que el título no le corresponde, o incluso de que desprecia la posibilidad de ser el vicario de Aquel que Bergoglio demuestra con sus palabras y sus actos que no quiere reconocer y adorar como a Dios. O, expresado más sencillamente, que no le parece que su misión como máxima autoridad de la Iglesia tenga que coincidir con el concepto católico de pontificado, sino con una versión supuesta actualizada y desmitologizada. Al mismo tiempo, como no cree ser el Vicario de Cristo, Bergoglio puede eximirse de actuar como tal, adulterando como si nada el Magisterio y escandalizando a todo el pueblo cristiano. Celebrar in pontificatibus en el altar erigido sobre la tumba del apóstol San Pedro invisibilizaría al argentino, eclipsaría sus excentricidades y su perpetua expresión de disgusto que no consigue ocultar cada vez que celebra como Papa. Al contrario, le resulta mucho más fácil destacar en la Plaza de San Pedro en pleno confinamiento, atrayendo hacia sí la atención de los fieles, que de lo contrario pondrían en Dios.
¿Reconoce entonces el valor simbólico de los actos del papa Francisco?
Los símbolos tienen un valor preciso: el nombre que eligió, la decisión de vivir en Santa Marta, el abandono de insignias y vestiduras propias del Romano Pontífice, como la muceta roja, el roquete y la estola, o el escudo de armas pontificio en el fajín. La obsesión por todo lo profano es simbólica, como lo es también la intolerancia hacia todo lo que evoque un sentido católico. Y quizá sea también simbólico el gesto con que en la epiclesis, durante la Consagración, Bergoglio cubra siempre el cáliz con las manos, como si quisiera impedir el derramamiento del Espíritu Santo.
Del mismo modo, así como cuando uno se arrodilla ante el Santísimo Sacramento da testimonio de fe en la Presencia Real y realiza un acto de latría o adoración a Dios, al no arrodillarse ante el Santísimo, Bergoglio proclama públicamente que no quiere humillarse ante Dios. Eso sí, no tiene problema para postrarse a cuatro patas ante inmigrantes o ante funcionarios de repúblicas africanas. Y al postrarse ante la Pachamama, algunos frailes, monjas, curas y seglares realizaron un acto de auténtica idolatría, honrando a un ídolo y rindiendo culto a un demonio. Símbolos, signos y gestos rituales son los instrumentos por los que la iglesia bergogliana se manifiesta sin tapujos.
Todos esos ritos de la neoiglesia, esas ceremonias más o menos indicadas, esos elementos tomados de liturgias profanas, no son casuales ni mucho menos. Constituyen uno de los cambios de la ventana de Overton que Bergoglio ya ha teorizado en sus intervenciones y en los actos de su magisterio. Por otra parte, los hechiceros que trazaron el signo de Shiva en la frente de Juan Pablo II y el buda que se adoró en el tabernáculo de Asís se pueden entender en plena coherencia con los horrores que estamos presenciando. Exactamente igual que, en el ámbito social, antes de considerar aceptable el aborto en el noveno mes de gestación éste tuvo que ser legalizado en casos más limitados, y que antes de legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo se prefirió prudentemente dejar que la gente creyese que la protección legal de la sodomía no terminaría por poner en tela de juicio la institución del matrimonio natural entre un hombre y una mujer.
¿Cree Vuestra Excelencia que estas cosas irán a más?
Si el Señor, Sumo y Eterno Sacerdote, no se digna poner fin a esta perversión generalizada de la Jerarquía, la Iglesia Católica quedará cada vez más opacada por la secta que se le está superponiendo abusivamente. Confiamos en las promesas de Cristo y en la asistencia especial del Espíritu Santo, pero no olvidemos que la apostasía de la cúpula de la Iglesia forma parte de los acontecimientos esjatológicos y no se podrá evitar.
Considero que las premisas que hemos visto hasta ahora, y que se remontan en buena parte al Concilio, conducirán inexorablemente de un modo cada vez más explícito a una profesión de apostasía por parte de la cúpula de la iglesia bergogliana. El Enemigo exige fidelidad a sus siervos, y si al principio, parece contentarse con un ídolo de madera adorado en los jardines vaticanos o de una oblación de tierra y plantas sobre el Altar de San Pedro, dentro de poco exigirá un culto público y oficial que reemplace al Sacrificio Perpetuo. En ese caso se cumplirá lo que profetizó Daniel de la abominación desoladora en el lugar santo. Me llama la atención la expresión precisa que emplea la Sagrada Escritura: «Cum videritis abominationem desolationis stantem in loco sancto» [cuando veáis la abominación desoladora en el lugar santo] (Mt.24,15). Está escrito con toda claridad que esta abominación estará en una descarada y arrogante imposición en el lugar más ajeno e impropio para ella. Será una vergüenza, un escándalo, algo sin precedentes, y no hay palabras para calificar y condenarla.
¿Qué nos espera si todo sigue así?
A mi modo de ver, estamos presenciando el ensayo general previo a la instauración del reino del Anticristo, que será precedido por la predicación del Falso Profeta, precursor de aquél que desencadenará la persecución final de la Iglesia antes de la victoria aplastante y definitiva de Nuestro Señor.
El vacío simbólico del altar pontifico es algo más que una advertencia para quienes fingen no ver los escándalos de este pontificado. En cierta forma, Bergoglio se está valiendo de ello para que nos acostumbremos a tomar nota de la mutación sustancial del papado y de la propia Iglesia. También lo es para que veamos en él algo más que el último en el largo linaje de romanos pontífices a los que Cristo mandó apacentar sus ovejas y sus corderos: el primer jefe de una organización filantrópica multinacional que ha usurpado el nombre de Iglesia Católica sólo porque le permite disfrutar de un prestigio y autoridad sin igual, incluso en tiempos de crisis religiosa.
La paradoja es patente: Bergoglio sabe que sólo puede destruir a todos los efectos la Iglesia Católica si se lo reconoce como Papa, pero al mismo tiempo no puede ejercer el pontificado en sentido estricto, ya que ello exigiría que hablase y se comportase como el Vicario de Cristo y Sucesor del Príncipe de los Apóstoles, y se manifestara como tal. Es la misma paradoja que observamos en los ámbitos civil y político, en los que quienes han sido constituidos como autoridades para gobernar los asuntos públicos y promover el bien común son al mismo tiempo emisarios de la élite con la misión de destruir su país y vulnerar los derechos de los ciudadanos. Por detrás del estado profundo y la iglesia profunda siempre hay un mismo instigador: Satanás.
¿Qué pueden hacer los laicos y el clero para prevenir está carrera desenfrenada hacia el precipicio?
La Iglesia no es propiedad del Papa, ni tampoco de una camarilla de herejes y fornicarios que ha conseguido acceder al poder mediante engaños y fraudes. Por eso, debemos unir nuestra fe sobrenatural en que Dios obra constantemente en medio de su pueblo a una labor de resistencia, como aconsejan los Padres de la Iglesia. Los católicos tienen el deber de enfrentarse a la infidelidad de sus pastores, porque el objeto de la obediencia que les deben es la gloria de Dios y la salvación de las almas. Por consiguiente, denunciamos todo lo que suponga traición a la misión de los pastores, mientras imploramos al Señor que abrevie estos tiempos de prueba. Y si algún día Bergoglio nos dijera que para estar en comunión con él tenemos que hacer algo que ofenda a Dios, tendremos más confirmación de que es un impostor y de que, como tal, carece de autoridad.
Oremos, pues. Recemos mucho y con fervor, conscientes de las palabras del Salvador y de su victoria final. No se nos juzgará por los escándalos de Bergoglio y sus secuaces, sino por nuestra fidelidad a las enseñanzas de Cristo; fidelidad que comienza por vivir en gracia de Dios, recibiendo con frecuencia los sacramentos y ofreciendo sacrificios y penitencias por la salvación de los ministros de Dios.
¿Cuál es su petición para esta Navidad?
Me gustaría que estos tiempos difíciles nos permitan ver que donde no reina Cristo se instaura irremediablemente la tiranía de Satanás. Donde no impera la Gracia, se imponen el pecado y el vicio. Donde no se ama la verdad, la gente termina por abrazar el error y la herejía. Si hasta ahora muchas almas tibias no han sabido volverse a Dios, reconociendo que su vida sólo puede hallar plena y perfecta realización en él, quizás puedan entender ahora que la vida sin Dios se convierte en un infierno.
Como los pastores se postraron adorantes a los pies del Niño Rey, acostado en un pesebre pero significativamente arropado en unas telas que antiguamente eran prerrogativa de reyes, también nosotros debemos congregarnos en oración en torno al altar, aunque sea en un desván o en sótano para escapar a la persecución o burlar la prohibición de reuniones. Porque aun en la pobreza de una capilla clandestina o una iglesia abandonada el Señor desciende sobre el altar para sacrificarse místicamente en aras de nuestra salvación.
Roguemos porque un día veamos a un pontífice que vuelva a celebrar el Santo Sacrifico sobre el Altar de la Confesión de San Pedro según el rito que enseñó Nuestro Señor a los Apóstoles y que se ha transmitido íntegro a lo largo de los siglos. Será la señal de que se han restaurado el papado y la Iglesia de Cristo.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada)
Fuente: Adelante la Fe