TODAS LA VACUNAS CONTRA LA COVID-19 LLEVAN MATERIAL GENÉTICO DE BEBÉS EN GESTACIÓN ABORTADOS PARA FINES CIENTÍFICOS
Por Magdalena del Amo
- 17 marzo, 2021
Aparte de otros
adyuvantes y un universo de nanopartículas de dudoso origen y fines, las
vacunas que se están administrando contra la COVID-19 contienen material
genético de fetos abortados, dicho con palabras más claras, bebés en gestación
a los que un médico abortista les arrebató la vida en la camilla de alguna de
esas clínicas creadas para la ejecución de inocentes. Ninguna de las vacunas
que están actualmente en el mercado –Moderna, AstraZeneka, Pfizer o Johnson
& Johnson— para “salvarnos” de esta “mortal” enfermedad está libre de este
material genético, conseguido, además, de manera muy poco honrosa. Hay que
decir que el material genético que se utiliza en investigación no es de abortos
espontáneos, sino de fetos vivos, tal como decimos a continuación.
Hace unos años, a raíz de la grabación con cámara oculta del oscuro negocio
de la International Planed Parenthood IPPF con los bebés abortados se jaleó el
tema en algunos medios de comunicación y, sobre todo, en las redes sociales.
Muchos pudieron enterarse de algunos pormenores del sórdido mundo de la Cultura
de la Muerte, pero fue una noticia más en una sociedad que ha perdido el norte
hace tiempo. No era un tema nuevo. La IPPF, fundada por Margaret Sanger e
íntima de Hitler, es la mayor promotora de abortos del mundo. Su manera de
operar es siniestra e innoble, sobre todo hace unos años, porque muchas mujeres
acudían engañadas a sus consultas.
Desde que en 1973 se implantó el aborto a petición en EE.UU., la
experimentación con tejido fetal inició una carrera imparable que se vio
reforzada con la derogación de las leyes que prohibían los experimentos con
niños abortados, gracias a la administración Clinton, tan dispuesto siempre a
favorecer a la cultura de la muerte. La Liga Nacional del Aborto (NARAL) y Paternidad
Planificada son las organizaciones que más colaboran en promocionar estos
oscuros experimentos.
Si el aborto es un negocio boyante, la investigación con fetos no le anda a
la zaga. El instituto HANA, dedicado a estos menesteres publicita como reclamo
para futuros accionistas los suculentos beneficios de su industria. Estamos
hablando de miles de millones de dólares.
El Colegio Americano de Obstetricia y Ginecología (ACOG, por sus siglas en
inglés), apoya estos trabajos y recibe varios millones de dólares al año para
la investigación con tejido fetal.
El tejido fetal tiene cuatro características que lo hacen muy tentador para
el trasplante en los adultos: 1) capacidad para crecer y multiplicarse. Con la
edad, el cuerpo humano pierde esta cualidad; 2) capacidad de someterse a la
diferenciación de células y tejidos; 3) capacidad de sintetizar factores de
crecimiento. Estos factores aumentan la capacidad de las propias células
fetales y estimulan el crecimiento y la supervivencia de otras células dañadas;
4) capacidad antigénica reducida, es decir, las células fetales tienen menos
probabilidad de ser atacadas y destruidas por el sistema inmunitario del
adulto.
Los primeros informes sobre la experimentación con fetos se remontan al año
1928. Desde el trasplante de huesos de conejo en humanos, citado por Shattuck,
al tejido pancreático de tres fetos humanos en un joven de dieciocho años con
diabetes, realizado por Fishera, o los trasplantes de tejido cerebral de fetos
humanos en ratas de Willis, todos ellos un fracaso, se interrumpió la
investigación durante bastante tiempo y no se reinició hasta finales de los
años setenta cuando la fundación Krock, financiada por McDonald´s, costeó
varias investigaciones que también fracasaron. El parkinson y la diabetes son
las dos enfermedades que persiguen poder curar, sin que hasta la fecha hayan
tenido éxitos sustanciales. En 1985, el doctor Kevin Lafferty de la Universidad
de Colorado, volvió a trasplantar tejido pancreático fetal a tres adultos
diabéticos y también fracasó.
En 1992 el New England Journal of Medicine publicó que los experimentos con
tejido fetal humano para aliviar la enfermedad de Parkinson habían resultado
exitosos. Tal afirmación la avalaba una nutrida colección de documentos
científicos de las universidades de Yale y McGill, el Centro de Ciencias de la
Salud de la Universidad de Colorado y el Hospital Universitario de Lund,
(Suecia). El tratamiento consistía en trasplantar tejido fetal en el cerebro de
los aquejados de la citada enfermedad. Como ya apuntamos, el tejido fetal es el
más adecuado para trasplantes, pues produce menor rechazo porque el sistema
inmunitario reacciona más débilmente.
Estos últimos experimentos, por un lado, hicieron concebir esperanzas a los
enfermos de parkinson, y por otro, suscitaron un gran debate sobre la moralidad
de experimentar con fetos humanos. A este respecto, el doctor Bernard
Nathanson, aun reconociendo que esta utilización sea para bien, siempre se
posicionó en contra argumentando que si los tejidos de los masacrados judíos se
hubieran empleado para curar a los heridos de guerra, no quedarían justificados
los horrendos crímenes.
Pero fueron falsas esperanzas una vez más, pues aunque se habían producido
mejorías, al cabo de un año los enfermos estaban en el mismo estado.
Durante las últimas dos décadas es muy poco lo que ha trascendido sobre la
experimentación con fetos humanos, lo cual no quiere decir que no se esté
experimentando. El secretismo es debido a que la falta de ética de estas
investigaciones supuestamente científicas es más que evidente.
Para los trasplantes, los fetos tienen que ser recién abortados. Para
reponer el páncreas de un enfermo de diabetes sería necesario –en el caso de
que funcionase la técnica—el tejido pancreático de ocho fetos abortados entre
las catorce y las veinte semanas. Para obtener tejido nervioso y cerebral
adecuado para tratar a un enfermo de parkinson son necesarios cinco fetos de
entre nueve y doce semanas. Esto ha propiciado un mercado de fetos vergonzoso,
que tiene entre otros protagonistas a la citada IPPF.
A los científicos no les importa saber cómo se obtienen los tejidos fetales
para sus experimentos. El doctor B. Nathanson relata que: “las mujeres de entre
13 y 18 semanas de embarazo se colocan en una mesa de operaciones, se les
dilata el cuello uterino, se les rompe la bolsa de agua, la cabeza del feto se
guía inmediatamente por encima de la cérvix dilatada, se le perfora el cráneo y
se coloca una bomba de succión en el cerebro. Luego se succiona el contenido
cerebral y se almacena inmediatamente con hielo para preservar su viabilidad
[…] Procedimientos similares se usan para obtener páncreas fetal, fluido fetal,
y timo fetal”.
Espero lector, que conserves la noble capacidad de escandalizarte ante
prácticas como esta que denuncia el doctor Nathanson. Él sabía muy bien toda la
sordidez que escondía el mundo del aborto y quiso regalarnos su testimonio.
Los fetos de abortos espontáneos no son válidos para la experimentación
porque, primero, ya nacen muertos, y, como hemos expresado, es necesario que el
tejido esté vivo. Tampoco sirven los fetos muertos por efecto de la RU 486.
Segundo, porque los fetos de abortos espontáneos no son suficientes para
satisfacer la demanda existente. El negocio del aborto nos lleva a un negocio igual
o mayor: el de la experimentación fetal. Pensar en el horror al que todo esto
nos está llevando es escalofriante. ¡Es hora de abrir los ojos!
Fuente: El Diestro