Oh Sangre Preciosísima de Vida Eterna,
precio y rescate de todo el Universo
bebida y purificación de nuestras almas,
que defiendes continuamente la causa de
los hombres ante el Trono de la Suprema
Misericordia! Os adoro profundamente,
y quisiera desagraviaros, hasta donde
me sea posible, de las injurias y ultrajes
que recibís continuamente de las criaturas
humanas; y especialmente de aquellas que
se
atreven temerariamente a blasfemar de Vos.
Y ¿quién no bendecirá esta Preciosa Sangre
de infinito valor? ¿Quién no se sentirá lleno
de amor para con Nuestro Señor Jesucristo
que la derramó? ¿Qué sería de mí si no hubiese
sido rescatado por esta Divina Sangre?
¿Quién os sacó hasta la última gota de las
venas, mi Señor? ¡Ah! el Amor fue ciertamente.
¡Oh Amor inmenso, que nos has dado
este bálsamo saludable!
¡Oh bálsamo inestimable emanado de la
fuente de un Amor inmenso! haced que todos
los corazones y todas las lenguas puedan
alabaros, encomiaros y daros gracias ahora
y siempre y hasta el día de la Eternidad. Amén.
(300 días de indulgencia, concedida por el Papa
Pío VII, 18 de Octubre de 1815)