lunes, 4 de agosto de 2014

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (XX)


CAPÍTULO 20 

De otras razones humanas que nos 
ayudaran a ser humildes. 

San Crisóstomo, sobre aquellas palabras de San Pablo (Rom., 12, 3): [No queráis saber más de lo que conviene, sino saber con moderación], va probando muy de propósito que el soberbio y arrogante no sólo es malo y pecador, sino loco. Y trae para esto aquello de Isaías: (32, 6): El loco dirá locuras, y por las locuras que dice entenderéis que es loco. Pues mirad la locuras que dice el soberbio y arrogante, y veréis cómo es loco. ¿Qué es lo que dijo el primer soberbio, que fue Lucifer? (Is., 14. 13): Subiré al Cielo, y pondré y ensalzaré mi asiento sobre las nubes, y allá encima de las estrellas, seré semejante al Altísimo. ¿Qué cosa más loca y desatinada? Y en el capítulo décimo pone unas palabras muy arrogantes y locas de Asar, rey de los asirios, con que se gloriaba que con su mano poderosa había vencido y sujetado a todos los reyes de la tierra (Is., 10, 14): Como quien toma de un nido los pajaritos pequeños, que crían las aves, y como quien va a coger los huevos que han dejado, así, dice, tomé yo toda la tierra con esa misma facilidad, que no hubo quien se menease, ni osase abrir la boca, ni chistar. ¡Qué mayor locura!, dice San Crisóstomo. Y trae allí otras muchas palabras de soberbios, las cuales muestran bien su locura; de tal manera, que si oís sus palabras, no podréis conocer si son palabras de hombre soberbio o de alguno que está verdaderamente loco, según son de locas y desatinadas. Y así vemos acá que, como los locos nos mueven a risa con las locuras que dicen y hacen, así también los soberbios dan materia de risa y conversación con las palabras que dicen arrogantes y que redundan en su loor, y con los meneos y autoridad con que andan, y con el caso que quieren que se haga le ellos y de sus cosas, y con la estima en que ellos las tienen. 

Y añade San Crisóstomo que es peor locura la del soberbio y digna de mayor vituperio e ignominia que la natural, porque ésta no trae consigo culpa ni pecado alguno, y aquella sí. De donde se sigue otra diferencia entre estas dos locuras, que los locos naturales causan compasión y mueven a que todos se duelan y compadezcan de su trabajo: pero la locura de los soberbios no mueve a compasión ni a misericordia, sino a risa y escarnio. 

De manera que los soberbios son locos, y así tratamos con ellos como con tales. Porque así como condescendéis con lo que dice el loco para tener paz con él, aunque ello no sea así, ni vos lo sintáis así, y no le queréis contradecir, porque está loco, de esa manera hacemos con los soberbios. Y reina tanto el día de hoy este humor y locura en el mundo, que apenas se puede ya hablar con los hombres sin lisonjearlos y decir de ellos lo que verdaderamente no es así, ni vos lo sentís así; porque gusta tanto el otro de entender que contentan y parecen bien sus cosas, que para contentarle y ganarle la voluntad no sabéis mejor entrada que alabarle. Y ésta es una de las vanidades y locuras que dice el Sabio que vio en el mundo: ser alabados los malos por estar en lugares altos, como si fueran buenos (Eccl., 8, 10): [Vi los entierros de los impíos, que en vida estaban en lugar santo, y eran alabados en la ciudad por de buenas obras; pero también es esto vanidad]. ¿Qué mayor vanidad y locura que alabaros los hombres sin sentirlo ellos así? ¿Y que muchas veces os alaban de lo que hicisteis mal, y de lo que a ellos les pareció mal? Y el donaire es que a los otros ya les han dicho la verdad de lo que sienten, sino que con vos, a trueque de contentaros, unas veces no se les da nada de mentir, otras buscan rodeos para sin mentira poder alabar y decir bien de lo que les pareció. Es que os tratan como a loco, condescendiendo con vos. Entiende el otro que vos tenéis ese humor, y que os holgáis de ser tratado de esa manera, y que el mejor bocado de la comida, después que habéis predicado o hecho otra cosa semejante, es deciros que salió muy bien, que quedaron todos muy contentos; y por eso os trata así, para teneros contento y ganaros la voluntad, que por ventura os ha menester. Y de lo que sirve eso es de haceros más loco; porque os alaban de lo que dijisteis o hicisteis mal, y quedáis más confirmado para hacerlo otra vez. 

No se atreven los hombres el día de hoy a decir lo que sienten, porque saben que las verdades amargan, y saben que así como el que está loco y frenético resiste a las medicinas y escupe al médico que le quiere curar, así el soberbio resiste al aviso y a la corrección. Y por eso no quieren los hombres decir al otro lo que saben que no le ha de hacer buen estómago, porque nadie quiere buscar ruido por sus dineros; antes le dan a entender que les parece bien lo que les parece mal; y el otro está tan pagado de sí que lo cree. De donde se verá también lo que decíamos en el capítulo pasado, cuán grande vanidad y locura sea hacer caso de las alabanzas de los hombres, pues sabemos que el día de hoy todo es cumplimiento, engaño, lisonja y mentira; que aun ellos interpretan así el nombre cumplimiento, «cumplo y miento: miento para cumplir». 

Más: los soberbios, dice San Crisóstomo, son aborrecidos de todos. De Dios primeramente, como dice el Sabio (Prov., 16, 5): Todo hombre arrogante y soberbio es abominación delante de Dios. Y de siete cosas que aborrece Dios, la primera pone la soberbia (Prov., 6, 17). Y no sólo de Dios, sino también de los hombres son aborrecidos (Eccli., 10, 7): [Aborrecible es a Dios y a los hombres la soberbia]. Así como los que tienen los hígados y entrañas dañadas echan un olor muy malo de sí, que no hay quien lo sufra, así son los soberbios (Eccli., 11, 32): El mismo mundo les da aquí el pago de su soberbia, castigándoles en lo mismo que ellos pretendían. Porque todo les sale muy al revés. Ellos pretenden ser tenidos y estimados de todos, y vienen a ser tenidos por locos. Ellos pretenden ser queridos de todos, y al revés. De todo el mundo es aborrecido el soberbio; de los mayores, porque se les quiere igualar; de los iguales, porque los quiere sobrepujar; de los menores, porque quiere más de lo que es razón. Aun los criados dicen mal de su amo cuando es soberbio, y no le pueden sufrir. (Prov., 11, 2): [Donde hubiere soberbia, allí habrá ignominia). Por el contrario, el humilde es tenido y estimado, querido y amado de todos. Así como los niños, por su bondad, inocencia y simplicidad son muy amables, así, dice el glorioso San Gregorio, lo son los humildes; porque aquella simplicidad y llaneza en las palabras y en la manera de tratar sin fingimiento y doblez, roba el corazón. Es piedra imán la humildad, que trae a sí a los corazones: todos parece que querrían meter en las entrañas al humilde. 

Para que nos acabemos de persuadir que es locura el andar deseando y procurando la estima y opinión de los hombres, hace San Bernardo un dilema muy bueno, y que concluye: O fue locura la del Hijo de Dios en abatirse y apocarse tanto, y escoger menosprecios y deshonras, o es gran locura la nuestra en desear tanto la honra y estimación de los hombres. No fue locura la del Hijo de Dios, ni lo pudo ser, aunque al mundo le pareció tal, como dice San Pablo (1 Cor., 1, 23): [A Cristo crucificado predicamos, que es para los judíos materia de escándalo, y de locura y desatino para los gentiles; mas para los escogidos a la fe, así de los judíos como de los griegos y gentiles, es Cristo argumento de la omnipotencia y sabiduría de Dios]. A los ciegos y soberbios gentiles paréceles locura la de Cristo; pero a nosotros, que tenemos luz de fe, nos parece suma sabiduría y amor infinito. Pues si aquélla fue suma sabiduría, luego la nuestra es locura, y nosotros somos los locos en hacer tanto caso de la opinión y estima de los hombres y de la honra del mundo. 

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS. 
Padre Alonso Rodríguez, S.J.