Llamada en el siglo María Coronel, nació en la villa de Agreda (Soria) en 1602. Falleció en 1665. Entró religiosa Franciscana, y era de una familia tan piadosa que tanto se padre como su madre ingresaron también religiosos. A los veintiséis años fue nombrada Superiora de su convento, y se vio adornada con los dones más extraordinarios, como visiones, revelaciones, levitaciones y casos de bilocación perfectamente comprobados.
Tuvo correspondencia con el Rey Felipe IV, que la visitó varias veces en su convento. Las obras que escribió por mandato de sus directores constituyeron uno de los fenómenos más extraordinarios de la Mística de todos los tiempos. Se conservan tres autógrafos, que volvió a copiar después de haberlos destruido a la menor insinuación de los que gobernaban su alma, y existen copias de otros que andaban entre algunos de sus devotos, como la «Escala Espiritual», «El Jardín Espiritual» y «El Nivel del Alma». Pero la que le proporcionó una fama inusitada fue su «Mística Ciudad de Dios», narración de la vida de la Santísima Virgen con toda suerte de detalles.
Aun considerándola como obra meramente humana, sin intervención de lo alto, resulta un libro sorprendente por ser obra de una mujer sin cultura especial, y a ha constituido el pasmo y sorpresa de muchos teólogos de todas las escuelas, proporcionando a su autora uno de los puestos más excelsos entre los cultivadores de la teología mística de todos los tiempos.
A nosotros sólo nos interesa copiar de alguno de los capítulos de la «Mística Ciudad de Dios» algunos párrafos donde nos pone de relieve la misión de España en los planes de la Providencia y la tutela especialísima que la Santísima Virgen tiene sobre la ciudad de Zaragoza, como se ha comprobado en el trascurso de los siglos, entre los paganos, las invasiones de los sarracenos y los avatares de las guerras y revoluciones, y a través de la ciudad que baña el Ebro y conserva su Pilar como columna indefectible de la Fe a toda la Nación Hispana, bajo cuyo patronazgo se cobija.
Exponemos en primer lugar los Castigos que sucederán al fin de los tiempos para vengar las injurias proferidas contra la Santísima Virgen. Dice a este respecto: «Estos ángeles, de quien habla en este lugar el evangelista, son siete de los que asisten especialmente al trono de Dios y a quien Su Majestad ha dado cargo y potestad para que castiguen algunos pecados de los hombres. Y esta venganza de la ira del Omnipotente sucederá en los últimos siglos del mundo; pero será tan nuevo el castigo, que ni antes ni después en la vida mortal se haya visto otro mayor... Este uno que habló a San Juan es el ángel por quien singularmente vengará Dios las injurias hechas contra su Madre Santísima con formidable castigo. Por haberla despreciado con osadía loca, han irritado la indignación de su omnipotencia, y por estar empeñada toda la Santísima Trinidad en honrar y levantar a esta Reina del Cielo sobre toda criatura humana y angélica y ponerla en el mundo por espejo de la Divinidad y Medianera única de los mortales, tomará Dios señaladamente por su cuenta vengar las herejías, errores y blasfemias y cualquier desacato cometido contra ella, y el no haberle glorificado, conocido y adorado en este su tabernáculo y no haberse aprovechado de tan incomparable misericordia.» (Cf. «Mística Ciudad de Dios», nº 266, pág. 121. Madrid, 1970.)
Después de describir la aparición de la Santísima Virgen al apóstol Santiago, consigna lo siguiente sobre el Pilar de Zaragoza y nuestra Patria:
«Prosiguió la Reina del Cielo y dijo: Hijo mío, Jacobo, siervo del Altísimo, este lugar ha señalado y destinado el Altísimo y Todopoderoso Dios del cielo para que en la tierra lo consagréis y dediquéis en un templo y casa de oración de donde debajo del título de mi nombre quiere que el suyo sea ensalzado y engrandecido, y que los tesoros de su divina diestra se comuniquen, franqueando liberalmente sus antiguas misericordias con todos los fieles y que por mi intercesión las alcance, si las pidieren con verdadera fe y piadosa devoción. Yo, en nombre del Todopoderoso, les prometo grandes favores y bendiciones de dulzura y mi verdadera protección y amparo, porque éste ha de ser templo y casa mía y mi propia herencia y posesión. Y en testimonio de esta verdad y promesa quedara aquí esta columna y colocada mi propia imagen, que en este lugar donde edificareis mi templo perseverara y durara con la santa Fe hasta el fin del mundo.
Dio humildes gracias nuestro apóstol a María Santísima y le pidió el amparo de este Reino de España con especial protección y mucho más de aquel lugar consagrado a su devoción y nombre...
(Cf. «Mistica Ciuda de Dios», libro VII, cap. 17, págs. 1294-5).
Alerta Humanidad.
Capitulo 47.