CAPÍTULO 40
En que se confirma lo dicho con algunos ejemplos.
Cuentan Severo Sulpicio, y Surio en la Vida de San Severino Abad,
de un santo varón muy señalado en virtudes y milagros, que sanaba
enfermos, echaba demonios de los cuerpos y hacia otras muchas
maravillas, por lo cual acudían a él de todo el mundo y le venían a visitar
señores de título y obispos, y tenían por gran dicha poder tocar sus
vestiduras y que les echase su bendición. Con estas cosas sentía el Santo
que se le comenzaba a entrar alguna vanidad en su corazón. Y viendo por
una parte que no podía estorbar el concurso del pueblo, y por otra que no
podía librarse de aquellos pensamientos de vanidad, se afligía mucho, y
poniéndose un día en oración, pidió a nuestro Señor con mucha instancia
que, para remedio de aquella tentación y para que él se conservase en
humildad, permitiese su Majestad y diese licencia al demonio que entrase
en su cuerpo por algún tiempo y le atormentase como a los otros endemoniados.
Oyó Dios su oración y entra el demonio en él, y era cosa de
espanto y admiración ver a aquel a quien solían poco antes traer los
endemoniados para que los curase, atado con cadenas como furioso
endemoniado, y ser así llevado a que hiciesen sobre él los exorcismos y
todo lo demás que se suele hacer con los tales. Y estuvo así cinco meses, y
al cabo de ellos, dice la historia que fue curado y no sólo del demonio que
había entrado en su cuerpo, sino de la soberbia y vanidad que se le entraba
en el alma.
Surio cuenta otro ejemplo semejante: dice que el santo abad Severino
tenía en su Monasterio tres monjes altivos, tocados de soberbia y vanidad. Les había avisado de ello y perseveraban en su falta. El Santo, con el deseo
que tenía de verlos enmendados y humildes, pidió al Señor con lágrimas
que los corrigiese y castigase de su mano con algún castigo que les
humillase y enmendase; y antes que se levantase de la oración, permitió el
Señor que tres demonios se apoderasen de ellos y los atormentasen
reciamente, confesando a voces la soberbia e hinchazón de su corazón;
castigo proporcionado a su culpa, que el espíritu de soberbia entrase y
morase en sujetos soberbios y llenos de vanidad. Y porque veía el Señor
que ninguna cosa tanto les humillaría, estuvieron así cuarenta días, y al
cabo de ellos pidió el Santo al Señor los librase del poder del demonio, lo
cual alcanzó y ellos quedaron sanos del cuerpo y alma, y bien humillados
con este castigo del Señor.
Cuenta Cesáreo que trajeron a un convento del Cister un endemoniado
para ser sano. Salió el prior y llevó consigo a un religioso mozo de
gran opinión de virtud, que sabía que era virgen. Y dijo el prior al
demonio: «Si este monje te mandare salir, ¿osarás quedarte? Respondió el
demonio: «No le temo, porque es soberbio.»
Cuenta San Juan Climaco que una vez los demonios malvados
comenzaron a sembrar ciertas alabanzas en el corazón de un fortísimo
caballero de Cristo que corría a esta virtud de la humildad; mas él, movido
por inspiración de Dios, halló un brevísimo atajo para vencer la malicia de
estos espíritus perversos; y fue que escribió en la pared de su celda los
nombres de algunas altísimas virtudes, conviene a saber: caridad perfecta,
humildad profundísima, castidad angélica, oración purísima y altísima, y
otras semejantes; y cuando aquellos malos pensamientos comenzaron a
tentarle, respondía él a los demonios: Vamos a la prueba de estos, y leía
todos aquellos títulos: Profundísima humildad: ésa no tengo yo; con
profunda nos contentaríamos: aun no sé si hemos concluido con el primer
grado. Caridad perfecta. Caridad, sí; pero no es muy perfecta, algunas
veces hablo a mis hermanos alto y sacudidamente. Castidad angélica. No;
que muchos malos pensamientos, y aun muchos malos movimientos siento
en mí. Oración altísima. No; me duermo y distraigo mucho en ella. Y se
decía a sí mismo: después que hubieres alcanzado todas esas virtudes, aún
has de decir que eres siervo inútil y sin provecho, y que por tal has de te
has de tener, conforme a aquellas palabras de Cristo nuestro Redentor (Lc.,
17, 10): [Después que hubieres hecho todas las cosas que os son mandadas,
decid: Siervos somos sin provecho]. Pues ahora que estáis tan lejos de
eso, ¿qué serás?
EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y
VIRTUDES CRISTIANAS
Padre Alonso Rodríguez, S.J.