CAPÍTULO 11
De otro fruto principal que hemos de sacar de la sagrada Comunión,
que es unirnos y transformarnos en Cristo.
que es unirnos y transformarnos en Cristo.
Uno de los más principales efectos y fines para que instituyó Cristo
nuestro Redentor este divino sacramento, o el más principal, dicen los
Santos que fue para unirnos e incorporarnos y hacernos una cosa consigo.
Así como cuando se consagra este divino Sacramento, por virtud de las
palabras de la consagración, lo que era pan se convierte en sustancia de
Cristo, así por virtud de esta sagrada Comunión, el que era hombre se
viene por una maravillosa manera a transformar espiritualmente en Dios.
Y eso es lo que dice el mismo Cristo en el sagrado Evangelio (Jn, 6, 56):
Mi carne verdaderamente es comida; y mi sangre verdaderamente es
bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, está en Mí, y Yo en él. De
manera, que así como el manjar por virtud del calor natural se convierte en
la sustancia del que le come y se hace una misma cosa con él, así el que
come este Pan de ángeles se une y junta y hace una cosa con Cristo, no
convirtiéndose Cristo en el mantenido, sino convirtiendo y transformando
el en sí al que le recibe, como el mismo Señor dijo a San Agustín: Manjar
soy de grandes, crece, y comerme has. Pero te hago saber que no me
mudarás tú a Mí en tu sustancia y naturaleza, como los demás manjares,
sino tú te mudarás y transformarás en Mí. Y así, dice Santo Tomás que el
efecto propio de este Sacramento es transformar el hombre en Dios
haciéndole semejante a Sí. Porque si el fuego, por ser elemento tan noble,
convierte en sí todas las cosas que se juntan con él, gastando primero todo
lo que en ellas le es contrario, y comunicándoles después su forma y
perfección, ¿cuánto más aquel abismo de infinita bondad y nobleza gastará
todo lo malo que hallare en nuestras almas, y las hará semejantes a Sí.
Pero dejando aparte la unión real y verdadera de Cristo con el que le
recibe, que Él nos quiso significar por aquellas palabras: Él está en Mí, y
Yo en Él, la cual declaran los Santos con algunas comparaciones muy
encarecidas; descendiendo más en particular a la práctica, el fruto que
nosotros hemos de procurar sacar de la sagrada Comunión, es unirnos y
mudarnos y transformarnos en Cristo espiritualmente; esto es; que nos
hagamos semejantes a Él en la vida y costumbres, humildes como Cristo,
pacientes como Cristo, obedientes como Cristo, castos y pobres como
Cristo. Esto es lo que el Apóstol dice por otras palabras (Rom., 13, 14) que
nos vistamos de Jesucristo. En la consagración se convierte la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de Cristo, quedándose enteros los
accidentes. En la Comunión es al contrario, que se queda la sustancia del
hombre y se mudan los accidentes, porque el hombre, de soberbio se hace
humilde, de incontinente, casto; de airado, paciente. Y de esta manera se
transforma en Cristo.
San Cipriano, sobre aquellas palabras del Profeta (Sal., 22, 5): [Mi
cáliz, que embriaga, ¡oh qué excelente es! las cuales entiende de este
santísimo Sacramento, dice que así como la embriaguez enajena a un
hombre y le hace otro, así este divino Sacramento enajena a uno de sí y le
hace otro, haciéndole olvidar las cosas del mundo, y que de ahí adelante
todo su trato sea de cosas del Cielo. ¡Qué otros salieron los discípulos de
Emaús después de haber recibido este divino Sacramento! (Lc., 24, 35):
[Le conocieron en el partir del pan]. De dudosos, fieles; de medrosos,
esforzados. Pues así nosotros hemos de salir de la sagrada Comunión,
trocados y mudados en otros hombres (1 Sam., 10, 6). Lo mismo dice San
Basilio, y trae para esto aquello de San Pablo (2 Cor, 5, 15): Para que el
que vive, ya no viva para sí, sino todo para Dios.
Dice una Santa una cosa muy sustancial y muy espiritual a este
propósito. Va tratando de las condiciones y señales en que se conoce ser el
ánima transformada en Dios, y una de ellas, dice, es cuando desea el
hombre ser menospreciado, abatido y deshonrado de toda criatura, y desea
y quiere que todos crean que él es digno de deshonras, y que ninguno se
compadezca de él; y no quiere vivir en el corazón de ninguna criatura, sino
de sólo Dios. Y no solamente no quiere ser reputado de cosa alguna en
ninguna manera, sino tiene por grande honra ser despreciado, por
conformarse con Cristo nuestro Señor, al cual seguir es grande honra; y
dice con San Pablo (Galat., 6, 14): Dios me libre gloriarme si no es en la
cruz de nuestro Señor Jesucristo. Pues de esta manera nos hemos de
transformar en Cristo, esto es lo que hemos de sacar de la sagrada
Comunión.
San Crisóstomo, declarando la obligación que para esto nos pone el
recibir tan alto Sacramento, dice «Cuando nos viéremos acosados de la ira
u otro vicio o tentación, consideremos de cuán grande bien hemos sido
dignos, y sírvanos eso de freno para guardarnos de todo pecado y de toda
imperfección. Lengua que ha tocado a Cristo, razón es que quede
santificada, y que no hable ya liviandades, ni se profane más. Pecho y
corazón que ha recibido al mismo Dios, y sido custodia y relicario del
sacratísimo Sacramento, no es razón que se eche en el estiércol de vanos deseo, ni que trate ni piense ya de otra cosa sino de Dios. Acá come uno
una alcorza y todo el día aspira olor. Habéis comido esta alcorza divina,
que tiene el ámbar celestial, olor de toda virtud y deidad; ¿qué olor será
razón que aspiréis?»
De una Santa virgen se lee que decía: «Cuando comulgo, todo aquel
día guardo con más diligencia mi corazón, imaginando al Señor en él,
como si estuviera reposando en su casa. Por lo cual procuro de guardar
toda la modestia posible, así en el hablar, mirar y andar, como en toda la
conversación exterior; cómo quien pone el dedo sobre la boca, pidiendo
silencio y que no hagan ruido, porque no despierten al que duerme.»
EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y
VIRTUDES CRISTIANAS
Padre Alonso Rodríguez