Comenzó a maldecir a Dios
Abrió su boca para blasfemar de Dios.
(Rev. 13, 6)
La profanación del Santo Nombre de Dios es considerada en la Sagrada Escritura como una de las más espantosas plagas que el anticristo desencadenará sobre la tierra. Jesucristo lo predijo y San Juan, su discípulo amado, lo describe en el Apocalipsis con términos terribles: «Y he aquí que la bestia abrió su boca para blasfemar contra Dios, contra su Santo Nombre, contra su tabernáculo y contra los que habitan en el cielo.» (Apoc. 13, 6. ) La blasfemia es toda palabra injuriosa contra Dios y sus Santos. No hay crimen más horrible que maldecir de Dios.
a) Poco es decir que la blasfemia es el lenguaje de los hombres sin educación.
b) Poco es decir que la blasfemia es el lenguaje de los cobardes. Quiere el cobarde, con sus blasfemias, demostrar que es valiente y que no teme a nadie. No está la valentía en pronunciar palabras fuertes, sino en afrontar sin miedo todos los peligros y dificultades que exige el cumplimiento del deber. El blasfemo es generalmente un cobarde fanfarrón.
c) Lo peor de la blasfemia consiste en que es:
- un sacrilegio,
- una locura,
- un mal del infierno,
- un escándalo.
1.- La blasfemia es un sacrilegio.
Sacrilegio es la profanación de una cosa santa.
Y ¿qué cosa hay más santa que el Nombre de Dios? Nada más grande y digno de respeto en el cielo y en la tierra.
Nombre adorable que los ángeles no se atreven a pronunciar sin cubrir el rostro con sus alas. «Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los Ejércitos.»
A este Dios tres veces Santo, infinitamente Santo, es a quien ultraja el blasfemo, y lo ultraja en su misma cara, ya que Dios en todas las partes está presente.
Hablando el gran orador Bossuet de los blasfemos decía: «La tierra produce pocos monstruos semejantes. Hasta los paganos y los incrédulos les tienen horror.»
2.- La blasfemia es una locura.
Perder el soberano Bien y exponerse a penas eternas sin motivo ninguno es una inmensa locura. Es lo que hace el blasfemo.
Porque ¿qué utilidad saca el blasfemo de sus blasfemias? Ninguna. Es más insensato que ninguno otro pecador, ya que con sus pecados no logra ninguna utilidad o satisfacción.
Se le puede preguntar al blasfemo: «¿Crees o no crees en Dios?»
Si crees en Dios, debes saber que es todopoderoso e infinitamente justiciero para castigarte; luego eres un loco al insultarle.
Si no crees en Dios, eres también un loco, pues locura es no creer en una cosa tan evidente; y loco deslenguado igualmente por no respetar los sentimientos de los que, creyendo, nos sentimos sumamente ofendidos al oír tus blasfemias.
3.- La blasfemia es un mal del infierno.
La blasfemia es el lenguaje de los demonios y de los condenados del infierno. Los blasfemos como que aprenden este lenguaje de Satanás.
Es más, los blasfemos sobrepasan en maldad a los demonios, porque éstos, al fin y al cabo, castigados por Dios, sufren horrorosos tormentos, sin esperanza de salvación, mientras que los blasfemos están recibiendo continuos beneficios de las manos amorosas de Dios Nuestro Señor, a quien blasfeman.
Blasfemo desgraciado, ¿por qué maldices al Señor tu Dios? ¿Porque te creó a su imagen y semejanza? ¿Porque te entregó su Hijo Unigénito, que te libró del pecado y del infierno, muriendo por ti en una cruz? ¿Porque te ha conservado la vida, a pesar de tus crímenes? ¿Porque te dio lo necesario para el cuerpo y para el alma? El Señor te colma de favores, y tú le insultas; ¿puede haber mayor ingratitud? ¿No es esto sobrepasar al demonio en maldad?
La patria del blasfemo es el infierno; de no arrepentirse y enmendarse, en el infierno vendrá a parar.
4.- La blasfemia es un escándalo.
La blasfemia es una peste contagiosa que se hereda de los anteriores y se transmite a los posteriores. Los padres se la pasan a sus hijos; los grandes, a los más chicos.
Oye, blasfemo, ¿desde cuándo aprendiste a blasfemar? Quizás desde los quince años, desde los diecisiete años, quizás antes. Luego seguiste blasfemando. ¿Cuántos años tienes ahora? Acaso treinta, cuarenta, sesenta, y aún sigues blasfemando. En este tiempo, ¡cuántos escándalos! ¡Cuántos se han animado a blasfemar, oyendo tus blasfemias! Tus hijos blasfemarán, siguiendo tu mal ejemplo.
Triste herencia, maldito lastre, que sumergirá a padres e hijos en el infierno.
Conclusión.
San Luis IX, rey de Francia, tan perfecto cristiano como valiente caballero, que ordenó atravesar de parte a parte la lengua de los blasfemos, se lamentaba diciendo: « ¡Y que no pueda yo, recibiendo en mí mismo esta deshonra, desterrar de mis reinos la blasfemia!» Tan horrible le parecía este crimen.
En un pueblo muy cristiano, un domingo, después del Rosario, se hallaba reunida la mayoría de la gente en la plaza. Cierto individuo, conocido con el nombre de «PEDRO EL MALDITO» a causa de su indigna conducta, al perder en el juego, echó una blasfemia contra Dios. Todos los presentes quedaron consternados. «¡Ha blasfemado contra Dios -exclamaron-; Dios nos va a castigar!»
Consultaron unos con otros lo que había que hacer con el blasfemo. Arrastráronle hasta la puerta de la iglesia y le obligaron a orar y pedir perdón delante de una gran cruz. Luego le hicieron recorrer con las mismas súplicas las catorce estaciones del Viacrucis, que estaba erigido en los alrededores de la iglesia. Cuando terminó este castigo, condujéronle a la raya del pueblo, con prohibición de que no volviera más. En adelante nada se supo de «Pedro el Maldito».
Concibamos horror a tan detestable lenguaje. El que haya contraído tan fatal costumbre, corríjase más que de prisa. Por la mañana, al levantarse, tome la firme resolución de no proferir ninguna blasfemia durante el día, diciéndole al Señor: «Dios mío, dame la gracia de no decir ninguna blasfemia en este día.» Si, a pesar de sus buenos propósitos, volviese a caer, diga de nuevo: «Oh Dios mío, te pido perdón de todo corazón por haberte ofendido»; renueve el propósito y haga alguna penitencia por su blasfemia.
Y que todos seamos valientes para llamar la atención a los blasfemos; por nuestro propio bien, por el bien del mismo blasfemo, por él honor de Dios y por el bien y honor de nuestra patria.
Duhayon-Lyna-Junquera S. J.