LA CRUZ DE CARAVACA
Año 1227 Caravaca (España)
En el año 1227 reinaba en Valencia el príncipe morisco Zeyd-Abu-Zeyd, cuando aconteció el prodigioso hecho de su conversión al Cristianismo, referido por los historiadores de la siguiente manera:
Un santo presbítero, deseoso de que los moros se convirtiesen a la verdadera fe, no tuvo el menor reparo de predicar en sus mismos conventículos. Se irritarón los sectarios de la media luna por tal atrevimiento, y no pararon hasta que el sacerdote fue preso y llevado a la presencia de Zeyd-Abu-Zeyd.
El Rey, como deseaba, hacía mucho tiempo, la oportunidad de tener quien le declarase los misterios de la Religión Cristiana, al ver al sacerdote, le dijo: «que habiendo oído hablar del santo sacrificio de la Misa, gustaría saber la razón de esta ceremonia».
—Sabed, ¡oh Rey! respondió el cautivo, que a todo sacerdote, legítimamente ordenado, le otorga el cielo un poder sublime en virtud del cual ofrece el Santo Sacrificio. Cuando, pues, revestidos de los ornamentos sagrados se acerca al altar y pronuncia las mismas palabras que el divino Salvador pronunció el jueves de la última Cena, la Hostia que tiene en sus manos se convierte en la carne adorable de Jesucristo y el vino en su preciosísima sangre: de manera que, bajo las especies sacramentales, se contiene la presencia real de Jesucristo que se ofrece de un modo incruento al Padre Eterno, por la salud del género humano.
—¿Cómo podré creer esto, replicó el Rey, si vos no me hacéis ver tan gran maravilla de un modo visible?. El sacerdote inspirado de Dios, respondió que él celebraría la santa Misa en su presencia si le procuraba todo lo necesario para ello. Al punto envió el Rey un mensajero a la villa de Cuenca, que estaba en poder de los cristianos, para que proveyera todo lo necesario. Cuando el mensajero estuvo de vuelta, el sacerdote se dispuso en seguida a cumplir su promesa. Había empezado ya las ceremonias santas, dicho el Confiteor y acercándose al altar, cuando queriendo hacer reverencia a la Cruz, nota y volviéndose al Rey le avisa que no puede continuar la santa Misa porque le falta una cosa necesaria.
«¿Cuál?—pregunta el Príncipe—, ¿sera tal vez, designando Zeyd-Abu-Zeyd el altar, esto que veo aparecer misteriosamente sobre vuestra cabeza?».
El sacerdote levanta los ojos. Dos ángeles le presentan una Cruz venida del cielo La coloca y prosigue con sumo gozo de espíritu el Santo Sacrificio.
El Rey repara con mucha atención cada nueva ceremonia, y su corazón estaba dominado de una impresión muy nueva. Le parecía que el sacerdote con los ornamentos sagrados era, en aquel momento, más que un hombre mortal. Llega, por fin, el ansiado instante de la elevación y ¡oh prodigio! ve con toda claridad transformarse la Hostia sacrosanta en un hermoso Niño rodeado de celestiales resplandores.
Esta maravilla triunfa de la infidelidad del Rey moro. Iluminado su espíritu por la gracia interior, conoce la verdad de los misterios de la fe católica, y desde aquel momento cree firmemente en Jesucristo, permite a sus vasallos abandonar los dogmas impíos del Corán y él mismo recibe el Bautismo, tomando el nombre de Fernando en memoria del santo Rey de Castilla.
—¿Cómo podré creer esto, replicó el Rey, si vos no me hacéis ver tan gran maravilla de un modo visible?. El sacerdote inspirado de Dios, respondió que él celebraría la santa Misa en su presencia si le procuraba todo lo necesario para ello. Al punto envió el Rey un mensajero a la villa de Cuenca, que estaba en poder de los cristianos, para que proveyera todo lo necesario. Cuando el mensajero estuvo de vuelta, el sacerdote se dispuso en seguida a cumplir su promesa. Había empezado ya las ceremonias santas, dicho el Confiteor y acercándose al altar, cuando queriendo hacer reverencia a la Cruz, nota y volviéndose al Rey le avisa que no puede continuar la santa Misa porque le falta una cosa necesaria.
«¿Cuál?—pregunta el Príncipe—, ¿sera tal vez, designando Zeyd-Abu-Zeyd el altar, esto que veo aparecer misteriosamente sobre vuestra cabeza?».
El sacerdote levanta los ojos. Dos ángeles le presentan una Cruz venida del cielo La coloca y prosigue con sumo gozo de espíritu el Santo Sacrificio.
El Rey repara con mucha atención cada nueva ceremonia, y su corazón estaba dominado de una impresión muy nueva. Le parecía que el sacerdote con los ornamentos sagrados era, en aquel momento, más que un hombre mortal. Llega, por fin, el ansiado instante de la elevación y ¡oh prodigio! ve con toda claridad transformarse la Hostia sacrosanta en un hermoso Niño rodeado de celestiales resplandores.
Esta maravilla triunfa de la infidelidad del Rey moro. Iluminado su espíritu por la gracia interior, conoce la verdad de los misterios de la fe católica, y desde aquel momento cree firmemente en Jesucristo, permite a sus vasallos abandonar los dogmas impíos del Corán y él mismo recibe el Bautismo, tomando el nombre de Fernando en memoria del santo Rey de Castilla.
Se retiro, luego, a vivir entre cristianos, acabando santamente sus días en Zaragoza el año 1248.
(Bolandistas, 30 de Mayo).
P. Manuel Traval y Roset