Mientras dura esta vida, vivimos ausentes del Señor (1). Las almas que no aman más que a Dios sobre la tierra suspiran por el día en que les será permitido reunirse con Él en la patria feliz que les espera.
Saben que están siempre en presencia de su Amado, pero que éste se halla oculto a sus ojos como detrás de una cortina. Está como el sol cubierto de nubes, a través de las cuales atraviesan de vez en cuando algunos rayos de su luz. Pero no se manifiesta patentemente: con todo, viven felices, porque obedecen gustosas a su Señor, que las mantiene en el destierro. Suspiran de continuo, llevadas del deseo de verle cara a cara, para aumentar todavía el fuego de su amor divino y arder por El con más vehemencia.
Se quejan dulcemente al señor y le dirigen estas palabras: "Único amor de mi corazón, ya que me amas tanto, ¿por qué evitas mi presencia? ¿por qué me privas de la gloria de verte? Sé que eres la belleza infinita: yo te amo sobre todo lo creado y eso que no te he visto aún. Muéstrame tu hermosa faz: deseo verte sin velo, para no cuidar más de mí, ni de cuantos seres hay en el universo, para no amarte más que a ti, único bien, por quien late mi pecho". Cuando algún destello de divina luz llega a alumbrar a estas fervorosas almas embriagadas de amor por su celestial esposo, quisieran derretirse y deshacerse hasta inundarse de aquella luz en copiosos raudales de amor y de gratitud. Su hermoso sol, a pesar de esto, permanece oculto aún por densos celajes, su frente radiante sigue cubierta por la oscuridad del espeso velo, ellas mismas sienten todavía sobre sus ojos el importuno peso de la venda fatal que les impide contemplarle cara a cara. ¡Cuál será su alegría cuando se disipen las nubes, cuando caiga el velo, cuando se aparte de sus ojos la venda, cuando la hermosa frente de su esposo se manifieste en todo su esplendor y puedan contemplar con la celeste luz su belleza, su bondad, su grandeza y su inmenso amor!
Oh muerte, ¿por qué te acercas con tanta lentitud? Si no apresuras tu golpe, todavía tendré que desfallecer por más tiempo, lejos de la presencia de Dios! Tú eres la que ha de abrirme las puertas de su alcázar, tú la que debes introducirme hasta los santos tabernáculos de mi patria eterna. ¡Oh prometido esposo de mi alma, Jesús mío, mi tesoro, mi todo, cuándo llegará el feliz momento de abandonar para siempre la tierra y unirme a Vos! No merezco tanta ventura, pero el amor que por mí habéis tenido y vuestra bondad infinita me hacen confiar en que seré inscrito algún día bajo las banderas de ese bienaventurado ejército de almas escogidas, que os han sabido amar en la tierra, y que os amarán por una eternidad en el cielo. Oh Jesús mío! ya veis mi estado: quedar unido a Vos para siempre, o ser para siempre separado de Vos. Tened piedad de mí, vuestra preciosa sangre es toda mi esperanza. Madre mía, divina Virgen María, mi apoyo consiste en vuestra intercesión.
Consideraciones Piadosas
San Alfonso Mª de Ligorio
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(1) 3. Color. 5, 6.