Un día fuimos a pasar las horas de la siesta junto al pozo de
mis padres. Jacinta, se sentó al borde del pozo; Francisco, vino conmigo a
buscar miel silvestre en las matas de un retamar que había allí en una ribera. Pasado
un rato, Jacinta me llama:
-¿No viste
al Santo Padre?
-No.
-No sé
cómo fue, yo vi al Santo Padre en una casa muy grande, de rodillas, delante de
una mesa, con las manos en la cara, llorando. Fuera de la casa había mucha
gente, unos le tiraban piedras, otros le maldecían y le decían muchas palabras
feas. ¡Pobrecito el Santo Padre! Tenemos que pedir mucho por él.
Ya dije cómo un día dos sacerdotes nos recomendaron la oración por el Santo Padre y nos explicaron quién era el Papa. Jacinta me preguntó después:
-¿Es el
mismo que yo vi llorando y del cual aquella Señora nos habló en el Secreto?
-Lo es –le respondí.
-Ciertamente, aquella Señora
también lo mostró a estos señores Padres; ves, yo no me engañé; es necesario
rezar mucho por él.
En otra ocasión fuimos a
“Lapa do Cabezo”; llegados allí, nos postramos en tierra, para rezar las
oraciones del Ángel. Pasado un tiempo, Jacinta se levanta y me llama:
-¿No ves tantas carreteras,
tantos caminos y campos llenos de gente, que llora de hambre y no tienen nada
para comer? ¿Y al Santo Padre, en una Iglesia, delante del Inmaculado Corazón
de María, rezando? ¿Y a mucha gente rezando con él?
Pasados unos días, me
preguntó:
-¿Puedo
decir, que vi al Santo Padre y a toda aquella gente?
-No. ¿No ves que eso hace parte
del Secreto? ¿Qué por eso, luego se descubriría todo?
-Está bien, entonces no digo
nada.
Fuente: MEMORIAS DE LUCIA.
Ediciones
"Sol de Fátima".