En la Pascua de 1290 una persona no creyente que tenía gran odio hacia la fe y no creía en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, hurtó una Hostia consagrada con el fin de profanarla. Primero la apuñaló y luego la echó al agua hirviendo. Entonces, la Hostia se elevó por sí sola ante la mirada del profanador, que impresionado vio como ésta se posaba en el recipiente de una mujer piadosa quien luego entregó la Partícula al párroco. Las autoridades eclesiales, el rey y todo el pueblo decidieron transformar la casa del profanador en una capilla.