Quien se avergonzare de Mí, y de mi doctrina, de él se avergonzará el Hijo del hombre cuando venga en su gloria y en la del Padre y de los santos ángeles (Lc. 9,26).
A todo el que me confesare delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos (Mt. 10,32-33).
Muchos de los jefes creyeron en Jesucristo, pero por causa de los fariseos no lo confesaban, por miedo a ser excluidos de la sinagoga, porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios (Jn. 12,42-43).
Una de las sirvientas dijo a Pedro: ¿Eres tu uno de los discípulos de este hombre?, y él contestó: No lo soy (Jn. 18,17)
“Yo no me avergüenzo del Evangelio” (Rom. 1,16).
Si aún buscase agradar a los hombres, no sería siervo de
Jesucristo (Gál. 1,10).