jueves, 28 de noviembre de 2013

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (XIV)


CAPÍTULO 14 

De algunos grados y escalones por donde hemos de subir a 
la perfección de este segundo grado de humildad. 

Por ser este segundo grado de humildad de lo más práctico y dificultoso que hay en el ejercicio de esta virtud, dividámosle, como lo dividen algunos Santos, y haremos de él cuatro grados o escalones, para que así poco a poco, y como por sus pasos contados, vayamos subiendo a la perfección de la humildad que este grado nos pide. 

El primer escalón es no desear ser honrado y estimado de los hombres, antes huir de todo lo que dice honra y estimación. Llenos tenemos los libros de ejemplos de Santos que estaban tan lejos de desear ser tenidos y estimados del mundo, que huían de las honras y dignidades y de todas las ocasiones que les podían acarrear estimación delante de los hombres como de un enemigo capital. 

De esto nos dio primero ejemplo Cristo nuestro Redentor y Maestro, que huyó cuando entendió que querían venir a elegirle por rey (Jn 6, 15), después de aquel famoso milagro de haber hartado a cinco mil hombres con cinco panes y dos peces, no teniendo Él peligro alguno en ningún estado, por alto que fuese, sino para darnos ejemplo. Y por la misma razón, cuando manifestó la gloria de su sacratísimo cuerpo a sus tres discípulos en su admirable transfiguración, les mandó que no lo dijesen a nadie hasta después de su muerte y gloriosa Resurrección (Mt 9, 30); y dando vista a los ciegos y haciendo otros milagros, les encargaba el secreto (Mc., 7, 36); todo para darnos a nosotros, ejemplo que huyamos de la honra y estimación de los hombres, por el gran peligro que en ello hay de desvanecernos y perdernos.

En las Crónicas de la Orden del bienaventurado San Francisco se cuenta que oyendo fray Gil contar la caída de fray Elías, que había sido ministro general y gran letrado, y entonces era apóstata y descomulgado, porque se fue para el emperador Federico II, rebelde a la Iglesia, se echó fray Gil en tierra oyendo estas cosas, y se apretaba fuertemente con ella. Y preguntado por qué hacía aquello, respondió: Quiero descender cuanto pudiere, porque aquél cayó por subir mucho. Gerson trae a este propósito aquello que fingen los poetas de Anteo, gigante, hijo de la Tierra, que peleando con Hércules, cada vez que se echaba en la tierra cobraba nuevas fuerzas, y así no podía ser vencido; pero Hércules, cayendo en la cuenta, le levantó en alto y así le cortó la cabeza. Eso, dice Gerson, pretende el demonio con las alabanzas, honra y estimación del mundo, levantarnos en alto para degollarnos y hacernos dar mayor caída; y por eso el verdadero humilde se echa en la tierra de su propio conocimiento, y teme y huye tanto ser levantado y estimado. 

El segundo escalón, dice San Anselmo, es sufrir con paciencia ser despreciado de otros; qué cuando se os ofreciere alguna ocasión que parezca que en menoscabo y desprecio vuestro, la llevéis bien. Ahora no tratamos que deseéis injurias y afrentas, y que la andéis a buscar y os holguéis y regocijéis en ellas; de eso trataremos después, que es cosa más alta y más perfecta. Lo que decimos es que a lo menos cuando se nos ofreciere la ocasión de alguna cosa que toque a vuestro desprecio, la llevéis con paciencia, si no podéis con alegría, conforme a aquello del Sabio (Eccli 2, 41): Todo lo que se te ofreciere, aunque sea muy contrario al gusto y a la sensualidad, recíbelo bien, y aunque te duela; súfrelo con humildad y paciencia. Este es un medio muy grande para alcanzar la humildad y para conservarla. Porque así como honra y estimación de los hombres es ocasión para ensoberbecernos y desvanecernos, y por eso huían tanto de ella los Santos; así, todo lo que es en nuestro desprecio y desestima, es muy grande medio para alcanzar la humildad y conservarnos y crecer en ella. 

Decía San Laurencio Justiniano que la humildad es semejante al arroyo o corriente, que en el invierno lleva grande avenida y en el verano pequeña; así, la humildad, con la prosperidad desmedra y con la adversidad crece. Muchas son las ocasiones que de esto se nos ofrecen cada día, y grande ejercicio de humildad podríamos traer si anduviésemos con atención y cuidado de aprovecharnos de ellas. Dice muy bien aquel Santo: «Lo que agrada a los otros, irá adelante; lo que a ti te contenta, no se hará; lo que dicen los otros, será oído; lo que dices tú, será contado por nada: pedirán los otros, y recibirán; tú pedirás, y no alcanzarás; otros serán muy grandes en la boca de los hombres; de ti no se hará cuenta; a los otros se encargarán los negocios; tú serás tenido por inútil. Por esto se entristecerá la naturaleza; mas será grande cosa si lo sufres callando.» Cada uno entre en cuenta consigo y vaya discurriendo en particular por las ocasiones que se pueden y suelen ofrecer, y vea cómo le va en ellas. Mirad cómo os va cuando alguno os manda con imperio y resolución; mirad cómo lo tomáis cuando os avisan o reprenden alguna falta; mirad lo que sentís cuando os parece que el superior no hace mucha confianza de vos, sino que antes anda con recato. Dice San Doroteo: Cualquier ocasión de éstas que se os ofreciere, recibidla como remedio y medicina para curar y sanar vuestra soberbia, y rogad a Dios por el que os ofrece esa ocasión, como por médico de vuestra alma, y persuadíos que el que aborrece estas cosas, aborrece la humildad. 

El tercer escalón que hemos de subir es no holgarnos ni tornar contentamiento cuando somos alabados y estimados de los hombres. Esto es más dificultoso que lo pasado. Dice San Agustín: «Aunque es fácil cosa carecer de alabanzas y no se nos dar nada de no ser alabados y honrados cuando eso no se ofrece; pero no holgarse uno cuando le alaban y estiman, y no tomar contentamiento en eso, es muy dificultoso.» San Gregorio trata muy bien este punto, sobre aquellas palabras de Job (31, 26): Si vi al sol cuando resplandecía, y la luna cuando andaba claramente, y se alegró allá dentro mi corazón. Dice San Gregorio, que esto dice Job porque no se holgaba ni tomaba vano contentamiento en las alabanzas y estimación de los hombres, que eso es mirar al sol cuando resplandece, y a la luna cuando está con gran claridad; mirad uno la buena fama y opinión que tiene cerca de los hombres y sus alabanzas, y holgar alabanzas suya, de allí toma ocasión para humillarse y contentarse de eso. 

Pues dice que esta diferencia hay entre los soberbios y los humildes, que los soberbios se huelgan cuando los alaban, y aunque sea mentira el bien que dicen de ellos, se huelgan, porque no tienen cuenta con lo que son verdaderamente en sí y delante de Dios; sólo pretenden ser tenidos y estimados de los hombres, y así se alegran y engríen con eso como quien ha alcanzado el fin que pretendía. Empero el verdadero humilde de corazón, cuando ve que le alaban y estiman y dicen bien de él, entonces se encoge y se confunde más, conforme a aquello del Profeta (Sal 87, 16): Cuando me ensalzaban, entonces me humillaba yo más, y andaba con mayor vergüenza y tentar. Y con razón, porque teme no sea más castigado de Dios por no tener aquello de que es alabado, o si por ventura lo tiene, teme no se libre su premio y galardón en aquellas alabanzas: y le digan después (Lc 16, 25): Ya recibiste en tu vida el premio de tus obras. De manera, que de lo que los soberbios toman ocasión para engreírse y desvanecerse, que es de las alabanzas de los hombres, de eso toman los humildes ocasión para confundirse y humillarse. 

Y eso es, dice San Gregorio, lo que dice el Sabio (Prov. 27, 21): Así como la plata se prueba en el lugar donde es fundida, y el oro en el crisol, así es probado el hombre en la boca de quien le alaba. La plata o el oro, si es malo, en el fuego se consume, mas si es bueno, en el fuego se clarifica y purifica más. Pues así, dice el Sabio, se prueba el hombre con las alabanzas. Porque el que cuando es alabado y estimado se ensalza y envanece con las alabanzas que oye, ése es oro o plata no buena, sino reprobada, pues le consume el crisol de la lengua; pero el que oyendo alabanzas suyas, de allí toma ocasión para humillarse y confundirse más, es plata y oro finísimo, pues no se consumió con el fuego de las alabanzas; antes quedó más acendrado y clarificado con ellas, porque quedó más humillado y confundido. Pues tomad ésta por señal de si vais aprovechando en virtud y humildad, o no, pues por tal nos la da el Espíritu Santo. Mirad si os pesa cuando os alaban y estiman, o si os holgáis y contentáis de eso, y ahí veréis si sois oro u oropel. 

De nuestro Padre San Francisco de Borja leemos que ninguna cosa le daba tanta pena como cuando se veía honrar por santo o por siervo de Dios Y preguntado una vez por qué se afligía tanto de ello, pues él no lo deseaba ni procuraba, respondió que temía la cuenta que había de dar a Dios por ello, siendo el tan otro del que se pensaba; que es lo que decíamos de San Gregorio. Así nosotros hemos de estar tan fundados en nuestro propio conocimiento, que no basten los vientos de las alabanzas y estimación de los hombres a levantarnos y sacarnos de nuestra nada. Antes entonces nos hemos de confundir y avergonzar más, viendo que son falsas aquellas alabanzas, y que no hay en nosotros aquella virtud de que nos alaban, ni somos tales, cuales el mundo nos predica y habíamos de ser. 

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS.
Padre Alonso Rodríguez, S.J.