CAPÍTULO 14
De algunos grados y escalones por donde hemos de subir a
la
perfección de este segundo grado de humildad.
Por ser este segundo grado de humildad de lo más práctico y
dificultoso que hay en el ejercicio de esta virtud, dividámosle, como lo
dividen algunos Santos, y haremos de él cuatro grados o escalones, para
que así poco a poco, y como por sus pasos contados, vayamos subiendo a
la perfección de la humildad que este grado nos pide.
El primer escalón es no desear ser honrado y estimado de los
hombres, antes huir de todo lo que dice honra y estimación. Llenos
tenemos los libros de ejemplos de Santos que estaban tan lejos de desear
ser tenidos y estimados del mundo, que huían de las honras y dignidades y
de todas las ocasiones que les podían acarrear estimación delante de los
hombres como de un enemigo capital.
De esto nos dio primero ejemplo Cristo nuestro Redentor y Maestro,
que huyó cuando entendió que querían venir a elegirle por rey (Jn 6, 15),
después de aquel famoso milagro de haber hartado a cinco mil hombres
con cinco panes y dos peces, no teniendo Él peligro alguno en ningún
estado, por alto que fuese, sino para darnos ejemplo. Y por la misma
razón, cuando manifestó la gloria de su sacratísimo cuerpo a sus tres
discípulos en su admirable transfiguración, les mandó que no lo dijesen a
nadie hasta después de su muerte y gloriosa Resurrección (Mt 9, 30); y
dando vista a los ciegos y haciendo otros milagros, les encargaba el secreto
(Mc., 7, 36); todo para darnos a nosotros, ejemplo que huyamos de la
honra y estimación de los hombres, por el gran peligro que en ello hay de
desvanecernos y perdernos.
En las Crónicas de la Orden del bienaventurado San Francisco se
cuenta que oyendo fray Gil contar la caída de fray Elías, que había sido
ministro general y gran letrado, y entonces era apóstata y descomulgado,
porque se fue para el emperador Federico II, rebelde a la Iglesia, se echó
fray Gil en tierra oyendo estas cosas, y se apretaba fuertemente con ella. Y
preguntado por qué hacía aquello, respondió: Quiero descender cuanto
pudiere, porque aquél cayó por subir mucho. Gerson trae a este propósito
aquello que fingen los poetas de Anteo, gigante, hijo de la Tierra, que
peleando con Hércules, cada vez que se echaba en la tierra cobraba nuevas
fuerzas, y así no podía ser vencido; pero Hércules, cayendo en la cuenta, le levantó en alto y así le cortó la cabeza. Eso, dice Gerson, pretende el
demonio con las alabanzas, honra y estimación del mundo, levantarnos en
alto para degollarnos y hacernos dar mayor caída; y por eso el verdadero
humilde se echa en la tierra de su propio conocimiento, y teme y huye
tanto ser levantado y estimado.
El segundo escalón, dice San Anselmo, es sufrir con paciencia ser
despreciado de otros; qué cuando se os ofreciere alguna ocasión que
parezca que en menoscabo y desprecio vuestro, la llevéis bien. Ahora no
tratamos que deseéis injurias y afrentas, y que la andéis a buscar y os
holguéis y regocijéis en ellas; de eso trataremos después, que es cosa más
alta y más perfecta. Lo que decimos es que a lo menos cuando se nos
ofreciere la ocasión de alguna cosa que toque a vuestro desprecio, la
llevéis con paciencia, si no podéis con alegría, conforme a aquello del
Sabio (Eccli 2, 41): Todo lo que se te ofreciere, aunque sea muy contrario
al gusto y a la sensualidad, recíbelo bien, y aunque te duela; súfrelo con
humildad y paciencia. Este es un medio muy grande para alcanzar la
humildad y para conservarla. Porque así como honra y estimación de los
hombres es ocasión para ensoberbecernos y desvanecernos, y por eso huían tanto de ella los Santos; así, todo lo que es en nuestro desprecio y
desestima, es muy grande medio para alcanzar la humildad y conservarnos
y crecer en ella.
Decía San Laurencio Justiniano que la humildad es semejante al
arroyo o corriente, que en el invierno lleva grande avenida y en el verano
pequeña; así, la humildad, con la prosperidad desmedra y con la
adversidad crece. Muchas son las ocasiones que de esto se nos ofrecen
cada día, y grande ejercicio de humildad podríamos traer si anduviésemos
con atención y cuidado de aprovecharnos de ellas. Dice muy bien aquel
Santo: «Lo que agrada a los otros, irá adelante; lo que a ti te contenta, no
se hará; lo que dicen los otros, será oído; lo que dices tú, será contado por
nada: pedirán los otros, y recibirán; tú pedirás, y no alcanzarás; otros serán
muy grandes en la boca de los hombres; de ti no se hará cuenta; a los otros
se encargarán los negocios; tú serás tenido por inútil. Por esto se
entristecerá la naturaleza; mas será grande cosa si lo sufres callando.»
Cada uno entre en cuenta consigo y vaya discurriendo en particular por las
ocasiones que se pueden y suelen ofrecer, y vea cómo le va en ellas. Mirad
cómo os va cuando alguno os manda con imperio y resolución; mirad
cómo lo tomáis cuando os avisan o reprenden alguna falta; mirad lo que
sentís cuando os parece que el superior no hace mucha confianza de vos,
sino que antes anda con recato. Dice San Doroteo: Cualquier ocasión de éstas que se os ofreciere, recibidla como remedio y medicina para curar y
sanar vuestra soberbia, y rogad a Dios por el que os ofrece esa ocasión,
como por médico de vuestra alma, y persuadíos que el que aborrece estas
cosas, aborrece la humildad.
El tercer escalón que hemos de subir es no holgarnos ni tornar
contentamiento cuando somos alabados y estimados de los hombres. Esto
es más dificultoso que lo pasado. Dice San Agustín: «Aunque es fácil cosa
carecer de alabanzas y no se nos dar nada de no ser alabados y honrados
cuando eso no se ofrece; pero no holgarse uno cuando le alaban y estiman,
y no tomar contentamiento en eso, es muy dificultoso.» San Gregorio trata
muy bien este punto, sobre aquellas palabras de Job (31, 26): Si vi al sol
cuando resplandecía, y la luna cuando andaba claramente, y se alegró
allá dentro mi corazón. Dice San Gregorio, que esto dice Job porque no se
holgaba ni tomaba vano contentamiento en las alabanzas y estimación de
los hombres, que eso es mirar al sol cuando resplandece, y a la luna
cuando está con gran claridad; mirad uno la buena fama y opinión que
tiene cerca de los hombres y sus alabanzas, y holgar alabanzas suya, de
allí toma ocasión para humillarse y contentarse de eso.
Pues dice que esta diferencia hay entre los soberbios y los humildes,
que los soberbios se huelgan cuando los alaban, y aunque sea mentira el
bien que dicen de ellos, se huelgan, porque no tienen cuenta con lo que son
verdaderamente en sí y delante de Dios; sólo pretenden ser tenidos y
estimados de los hombres, y así se alegran y engríen con eso como quien
ha alcanzado el fin que pretendía. Empero el verdadero humilde de
corazón, cuando ve que le alaban y estiman y dicen bien de él, entonces se
encoge y se confunde más, conforme a aquello del Profeta (Sal 87, 16):
Cuando me ensalzaban, entonces me humillaba yo más, y andaba con
mayor vergüenza y tentar. Y con razón, porque teme no sea más castigado
de Dios por no tener aquello de que es alabado, o si por ventura lo tiene,
teme no se libre su premio y galardón en aquellas alabanzas: y le digan
después (Lc 16, 25): Ya recibiste en tu vida el premio de tus obras. De
manera, que de lo que los soberbios toman ocasión para engreírse y
desvanecerse, que es de las alabanzas de los hombres, de eso toman los
humildes ocasión para confundirse y humillarse.
Y eso es, dice San Gregorio, lo que dice el Sabio (Prov. 27, 21): Así
como la plata se prueba en el lugar donde es fundida, y el oro en el crisol,
así es probado el hombre en la boca de quien le alaba. La plata o el oro, si
es malo, en el fuego se consume, mas si es bueno, en el fuego se clarifica y purifica más. Pues así, dice el Sabio, se prueba el hombre con las
alabanzas. Porque el que cuando es alabado y estimado se ensalza y
envanece con las alabanzas que oye, ése es oro o plata no buena, sino
reprobada, pues le consume el crisol de la lengua; pero el que oyendo
alabanzas suyas, de allí toma ocasión para humillarse y confundirse más,
es plata y oro finísimo, pues no se consumió con el fuego de las alabanzas;
antes quedó más acendrado y clarificado con ellas, porque quedó más
humillado y confundido. Pues tomad ésta por señal de si vais
aprovechando en virtud y humildad, o no, pues por tal nos la da el Espíritu
Santo. Mirad si os pesa cuando os alaban y estiman, o si os holgáis y
contentáis de eso, y ahí veréis si sois oro u oropel.
De nuestro Padre San Francisco de Borja leemos que ninguna cosa le
daba tanta pena como cuando se veía honrar por santo o por siervo de Dios
Y preguntado una vez por qué se afligía tanto de ello, pues él no lo
deseaba ni procuraba, respondió que temía la cuenta que había de dar a
Dios por ello, siendo el tan otro del que se pensaba; que es lo que
decíamos de San Gregorio. Así nosotros hemos de estar tan fundados en
nuestro propio conocimiento, que no basten los vientos de las alabanzas y
estimación de los hombres a levantarnos y sacarnos de nuestra nada. Antes
entonces nos hemos de confundir y avergonzar más, viendo que son falsas
aquellas alabanzas, y que no hay en nosotros aquella virtud de que nos
alaban, ni somos tales, cuales el mundo nos predica y habíamos de ser.
EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y
VIRTUDES CRISTIANAS.
Padre Alonso Rodríguez, S.J.