lunes, 4 de julio de 2016

SERMÓN DEL DOMINGO SEXTO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS - R. P. ALTAMIRA



 (Bogotá, año 2016)

Queridos hijos:

Este domingo quería dejarles algunas enseñanzas basándome en la Epístola que la Santa Iglesia Católica nos pone para la Misa de hoy. Veamos entonces un poco los textos y tratemos de sacar algunas enseñanzas.

Escuchemos algunas partes de la Epístola. Es la Carta de San Pablo a los Romanos (6,3-11): Hermanos: Cualesquiera que hemos sido bautizados en Cristo Jesús (“quicumque baptizati sumus in Christo Iesu”), en su muerte hemos sido bautizados (“in norte ipsíus baptizati sumus”). Pues hemos sido con-sepultados (“consepulti”) con Él a través del Bautismo hacia la muerte (“in mortem”).

“Ser bautizados con Cristo en su muerte”, “ser con-sepultados con Él hacia su muerte”. ¿Qué palabras tan misteriosas, tan extrañas? ¿A qué se refieren estas palabras? Muchas cosas se podrían decir.

Por un lado, a través del Santo Bautismo nos hemos hecho hijos de Dios (antes de él, en estrictez, no lo éramos, sino sólo criaturas de Dios). Por el Bautismo nos hemos hecho católicos (antes no lo éramos), por nuestro Bautismo hemos entrado a la Iglesia Católica. Por el Bautismo nos hemos hecho miembros vivos de Dios Nuestro Señor Jesucristo, miembros de Él que es nuestra cabeza, la cabeza del Cuerpo Místico.

Y todos estos efectos se derivan de la Cruz, del Santo Sacrificio de Cruz, pues que -obra culmen de Cristo- de ella y del costado abierto de Él surge el Catolicismo, la Iglesia Católica y los siete Sacramentos, etc. El Bautismo nos lava del pecado original (y hasta pecados actuales, si el bautizando es un adulto), y esto, como en todos los sacramentos, es fruto de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, “en su muerte hemos sido lavados, bautizados”.

La segunda frase, “hemos sido con-sepultados con Él a través del Bautismo hacia la muerte”. Es curioso ese doble aspecto que tiene el Bautismo, porque él, por un lado es nacimiento, y por el otro es muerte. Nacimiento, porque por él nacemos a una nueva vida y nace un nuevo hombre, la nueva vida de la gracia, la nueva vida de los hijos de Dios. Muerte, porque por él y todo lo que él implica debemos morir al hombre viejo, morir a la vida de pecado, “al mundo, demonio y carne”, y en ésta última: morir a nuestra triple concupiscencia. Somos “con-sepultados con Él”, sepultados y “cortados” del mundo, “enterrados” de las cosas mundanas, de la vanidad, no ser mundanos, así “deberíamos” ser (no sé si lo somos). Pero San Pablo agrega –con fuerza- “hacia la muerte”, muerte a “la fea vida”, la vida del pecado. Sin duda que el pecado es feo, y nuestro llamado es a una vida hermosa, llena de buenas obras, de luz, vida linda de Dios.

Siguiendo con el Bautismo y con el texto, todos los conceptos recién vertidos están dichos por San Pablo en una frase que los engloba: Para que como Cristo resucitó de entre los muertos… así también nosotros vivamos (“ambulemos”) una vida nueva (“in novitate vitae”). Vivir una vida nueva, ambular en una vida nueva, “en novedad de vida”: La vida linda y hermosa de los hijos de Dios.

Sigamos: Si pues hemos sido hecho con-plantados (“complantati”) para la semejanza de su muerte, también igualmente (“simul et”) lo seremos para la semejanza de su resurrección (simul et resurrectionis erimus).

Ser “con-plantados” en su muerte también abarca, además de lo que hemos dicho, toda esa vida de sacrificio y de cruz que debemos llevar por amor a Dios Nuestro Señor, para asemejarnos a Él, para pago por nuestros pecados, para obtener gracias para nosotros, gracias para nuestros seres queridos, para los otros católicos (la Comunión de los Santos, como dice el Credo), y para el prójimo en general.

Pero después de ello, de la Cruz, vendrá el premio, la resurrección, premios imperfectos en esta vida, los perfectos en el Cielo. AD VICTORIAM, PER CRUCEM: a la victoria, al Cielo, a los premios, a la felicidad, a través de la Cruz, a través del sufrimiento: Era preciso que el Cristo, que el Mesías, padeciera y muriese, y así entrara en su Gloria, en la Vida Eterna. Y lo mismo ha de pasar con nosotros: Primero la Cruz, después el premio.

Siguen las mismas ideas: Hoc scientes: Sabiendo esto, que el viejo hombre nuestro (“vetus homo noster”) de igual manera ha sido crucificado, para que sea destruido el cuerpo de pecado, y ya no sirvamos más al pecado (“et ultra non serviamus peccato”). Pues quien ha muerto, ha sido justificado del pecado.

Nosotros hemos sido, o deberíamos ser, crucificados al igual que Cristo, de la misma manera que Él, “simul”, para que nuestro cuerpo de pecado, las malas tendencias que nos quedan (la triple concupiscencia: de la carne, de los ojos o deseo de los bienes materiales, y la soberbia), para que eso “sea destruido”, desaparezca, tenerlo a raya en realidad. ¡Y que ya no sirvamos más al pecado! “Ser siervos del pecado”, ser esclavos –siervos- de nuestras malas acciones. El pecado es una esclavitud, sobre todo cuando ya son vicios. Piensen –si alguno padece un vicio, ojalá que no- piensen si el pecado no es una esclavitud, ¡es una tremenda esclavitud!, es un peso que oprime el alma, que asfixia y que quita alegría. Los pecadores, los que están atrapados en sus pecados, son gente triste.

Terminamos con una insistencia final de San Pablo sobre por qué debemos “recédere a malo et fácere bonum”, “alejarnos del mal y hacer el bien”: Si bien antes que nada es por Dios mismo, aquí San Pablo nuevamente insistirá en la consideración de los premios que Dios nos tiene reservados si somos sus hijos fieles: Si autem mortui sumus cum Christo: crédimus quia simul etiam vivemus cum Chisto: Si hemos muerto con Cristo, creemos que también igualmente viviremos con Cristo… Quod enim mortuus est peccato, mortuus est semel: quod autem vivit, vivit Deo: Pues lo que está muerto al pecado, ha muerto una vez, pero lo que vive, vive para Dios. Así también vosotros considerad que estáis ciertamente muertos al pecado, pero vivos para Dios, en Cristo Jesús, Señor nuestro.

AVE MARÍA PURÍSIMA

P. Fernando Altamira