FIESTA DE LA ASUNCIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA
(Bogotá, año 2016)
(Introducción)
Queridos hijos: Hoy, Fiesta de la Asunción de María Santísima, queríamos hacerles una prédica breve y sencilla, dándoles algún concepto de este dogma de nuestra Santa Religión Católica y haciendo una petición a Nuestra Señora –entre tantas cosas que necesitamos-.
(Cuerpo 1: El texto de la definición dogmática, Papa Pío XII)
Comencemos, pues, dando algún concepto de este dogma católico.
Este dogma fue definido por el Papa Pío XII a través de la Constitución “Munificentíssimus Deus”, 1º de noviembre de 1950. Ya les daremos el texto en su parte principal. Por esta Constitución se define el dogma de la Asunción de María Santísima en cuerpo y alma a los Cielos. La Virgen que, estrechísimamente unida a su Hijo, fue inmaculada en su concepción, virgen en su maternidad y asociada al Divino Redentor como Corredentora, también consiguió, como corona, el ser exceptuada de la corrupción de su cuerpo en el sepulcro y ser elevada en cuerpo y alma al Cielo, donde brilla como Reina de todo lo creado. Pío XII dice en la parte más importante de dicho documento lo siguiente: “creemos que ha llegado ya el momento preestablecido por el consejo de Dios providente, en que solemnemente proclamemos este singular privilegio de la Virgen María. Por eso... para gloria de Dios omnipotente... para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos... para aumento de la gloria de la misma augusta Madre, y para gozo y regocijo de toda la Iglesia, por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles San Pedro y San Pablo y la nuestra, proclamamos, declaramos y definimos ser dogma revelado por Dios (“divínitus”): Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial. De allí que, si alguno, lo que Dios no permita, se atreviese a negar, o voluntariamente poner en duda, lo que por Nos ha sido definido, sepa que se ha apartado totalmente de la fe divina y católica”.
(Cuerpo 2: Una enseñanza sobre un punto no zanjado en esta definición dogmática)
Ahora un pequeño punto, entre tantas cosas que se podrían enseñar. No sé si notaron, en la parte importante, propiamente en la definición dogmática, donde dice de la Asunción de la Virgen, que ello ocurrió “cumplido el curso de su vida terrestre”. Relacionado con esto, la pregunta sería: La Virgen María, ¿murió o no murió? Este es un tema discutido en teología. Y el Papa Pío XII deja abierta la cuestión, ya que al definir la Asunción de María, no ha querido zanjar el tema de su muerte. Unos dicen: La Santísima Virgen no murió, pues ella era inmaculada, no tuvo el pecado original ni ningún pecado actual. Por lo cual, siendo que la muerte sólo nos ha venido a los seres humanos como castigo por el pecado, y ya que Ella no ha tenido ninguno (y de ninguna clase), Ella estaba preservada de morir. De allí que en el momento final del “curso de su vida terrestre”, cumplido éste, sólo se produjo una “dormición” de María Santísima y Ella fue elevada en cuerpo y alma a los Cielos. Otros dicen: Tal vez Ella por ser inmaculada estaba exenta de la muerte, pero para mayor unión e imitación de su Santísimo Hijo, para unirse al que murió en la Cruz, Ella se sometió o fue sometida a la muerte. Inclusive se habla de una tradición en que se nos enseña que, al momento de morir Ella, uno de los Apóstoles no pudo estar presente, por lo cual, llegado éste cuando Ella ya había sido enterrada, pidió piadosamente se le permitiera verla por última vez, ver su rostro por última vez, destapando respetuosamente el sepulcro, y que al ser destapado ya no estaba el cuerpo. Se ha dicho que Ella murió y resucitó y fue elevada en cuerpo y alma al Cielo, y que por ello el cuerpo ya no estaba allí. Otra vez: La Santísima Virgen, ¿murió o no murió antes de ser elevada a los Cielos? El tema queda pendiente.
(Cuerpo 3: Pedimos a Ella, en su fiesta, que nos consiga la virtud de la abnegación)
Como un tercer punto, habíamos dicho que queríamos pedir algo a María Santísima aprovechando fiesta tan importante de Ella. Ayer predicamos sobre el Santo Cura de Ars y pedimos ser ayudados para poder ser buenos sacerdotes, ojalá “santos” sacerdotes. Dentro de tantas virtudes y cualidades que tenía el Cura de Ars, hoy queríamos insistir y pedirle a la Virgen sobre la abnegación, sobre la renuncia a uno mismo, para poder llegar a la santidad. Sobre la abnegación queríamos desarrollar tres puntos o enseñanzas:
La primera, tomada de la Sagrada Escritura, es sobre Moisés, para saber abnegarnos. Moisés, ya muy cansado y agotado por el peso de lo que significaba llevar y ser responsable por la vida (y el alma) de esos millones de israelitas, pide a Dios la muerte. Dice así:
“(Números 11,10ss) Oyó Moisés el pueblo que se lamentaba en sus familias, cada cual a la entrada de su tienda. Se encendió entonces la ira de Dios en gran manera, y también a Moisés le pareció muy mal. Y dijo Moisés a Dios: “¿Por qué tratas tan mal a tu siervo? ¿Y por qué no he hallado yo gracia ante tus ojos, y has echado sobre mí el peso de todo este pueblo? ¿Acaso soy yo quien ha concebido a todo este pueblo? ¿Soy yo quien lo ha dado a luz para que me digas: llévalo en tu regazo…? ¿De dónde tomo yo carne para dar a toda esta gente que llora delante de mí diciendo: danos carne que comer? Yo no soy capaz de soportar solo todo este pueblo, pues es demasiado peso para mí. Si me tratas así, quítame más bien la vida, si es que hallado yo gracia a tus ojos, para que no vea yo ésta mi desdicha”. Y Dios, luego de este pedido-súplica-y-“queja”, escucha a Moisés, y le da ayudantes: Los famosos “Setenta Ancianos”. Monseñor Juan Straubinger comenta lo siguiente:
“11ss. Esta queja de Moisés es más bien una plegaria. El gran profeta ofrece su vida, porque no se cree capaz de soportar el cargo que Dios le ha confiado. Comentando este desahogo del fiel profeta, expone San Agustín que los llamados al ministerio pastoral no cumplen fielmente con las obligaciones de su cargo cuando se entregan al reposo; deben, al contrario, hacer frente a los errores y pasiones de los hombres”.
La segunda enseñanza sobre la abnegación está tomada del Papa San Gregorio, en los Maitines de la Vigilia de San Lorenzo (9 de agosto). Es un comentario al Evangelio según San Mateo.
El evangelio dice allí en uno de sus versículos (capítulo 16, versículos 24ss): “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese (abneget) a sí mismo, y tome su cruz y sígame”. Y el Papa San Gregorio comenta lo siguiente (“Homilía 32 in evangelio…”; “Lección II de los Maitines”): “Ciertamente (Nuestro Señor) cuando propuso a los que le siguen un nuevo mandato, les dijo: Si alguno no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo… Pero en esta (otra) lectura, qué cosa nos dice (Quid vero in hac lectione dicat), escuchemos: EL QUE QUIERE VENIR EN POS DE MÍ, NIÉGUESE A SÍ MISMO (ABNEGET SEMETIPSUM).
Allí (ibi) es dicho que nos neguemos en cuanto a las cosas que poseemos (ut abnegemus “nostra”); aquí (hic) es dicho que nos neguemos en cuanto a nosotros mismos (ut abnegemus “nos”). Y quizás (fortasse) no cuesta (laboriosum non est) al hombre abandonar las cosas que posee (“sua”), pero muy laborioso le es abandonarse a sí mismo (sed valde laboriosum est relínquere semetipsum). Ciertamente, es menos abnegarse en lo que se tiene (Minus quippe est abnegare quod habet); pero es mucho más abnegarse en lo que uno es (valde autem multum est abnegare quod est)”. Negarse en lo que uno desea, en lo que uno quisiera hacer, en la manera en que quisiera hacerlo, en sus planes, negarse inclusive en la forma y el momento en que uno quisiera hacer el bien: Todo ello es ABNEGARSE, negarse a uno mismo, negarse en lo que uno es, negar la voluntad propia. Dios es el que manda y debe mandar; no uno.
La tercera enseñanza es sobre la vida del Cura de Ars, y cuánto se aplica, y se debe aplicar, esto a todos nosotros los sacerdotes. El Santo Cura de Ars deseó toda su vida, o durante muchos años de su vida, el tener tiempo y paz para dedicarse a la oración, para dedicarse más a la oración, deseaba mucho irse a un monasterio –si no nos estamos equivocando—. ¿Y qué hizo Dios? Toda su vida, al revés de lo que San Juan María Vianney deseaba, lo tuvo trabajando, trabajando ardientemente, inmerso en la gran actividad de una parroquia, al punto que, hasta en los escasos cinco o seis días antes de su muerte, Dios lo tuvo haciendo lo que siempre hizo: Confesando y enseñando la doctrina católica. Nunca pudo el Cura de Ars llenar su deseo de tener tiempo, tranquilidad y paz para rezar. El que manda es Dios, el que importa es Dios; y no nosotros: Saber abnegarse.
(Conclusión)
Esto es lo que queríamos pedir a la Virgen, hoy en una fecha tan especial y solemne, por ser su fiesta. Pedirle que nos consiga la abnegación, que nos consiga el ser abnegados, porque no lo somos, porque tenemos voluntad propia, mas queremos cumplir con Dios, y ser como Él nos pide que seamos. Y sin embargo, basándonos en el ejemplo de lo que le ocurrió a Moisés, y que así consiguió la ayuda que Dios le dio, también queremos pedir a Ella, en su fiesta, otra cosa: Aun si hemos de ser abnegados, que Ella tenga la bondad y nos consiga eso otro que le pedimos, y que ahora no mencionamos.
AVE MARÍA PURÍSIMA
P. Fernando Altamira