CAPÍTULO 3
Se comienza a tratar de la preparación que pide la excelencia y
dignidad de este divino Sacramento.
dignidad de este divino Sacramento.
Esta ventaja tiene este divino Sacramento sobre todos los demás, que
está aquí real y verdaderamente el mismo Jesucristo, verdadero Dios y
verdadero hombre. Y por esto es el más excelente de los Sacramentos, y el
que mayores gracias y efectos obra en nuestras almas; porque en los otros
Sacramentos participamos la gracia que se nos comunica allí; pero en este
participamos la misma fuente de la gracia: en los otros Sacramentos, bebemos
como de arroyo que mana de la fuente; pero en éste bebemos de la
misma fuente, porque recibimos al mismo Cristo, verdadero Dios y
hombre. Y así se llama este Sacramento Eucaristía, que quiere decir buena
gracia; porque todo el bien y principio de la gracia aquí está. Y porque
aquí se nos da el mismo Hijo de Dios, que con verdad se llama gracia y
don hecho al linaje humano por el misterio de la Encarnación. Por esto
también se llama por antonomasia Comunión, conforme a aquello de San
Lucas, que dice de los fieles en los Actos de los Apóstoles (2, 42):
[Perseveraban en la Comunión de la fracción del pan], porque recibiendo
este santísimo Sacramento, participamos del sumo y mayor bien que hay,
que es Dios, y con Él de todos los bienes y gracias espirituales. Dándonos
su carne y sangre, nos hace participantes de todos aquellos tesoros que con
esa sagrada carne y sangre nos adquirió. Aunque también se dice comunión
porque une los fieles entre sí, porque recibiendo todos un manjar y a
una mesa, nos comunicamos y juntamos y nos hacemos una misma cosa, a
lo menos en la fe y religión, y somos todos un cuerpo, conforme a aquello
que dice San Pablo (1 Cor., 10, 17): Todos somos un pan y un cuerpo
aquellos que participamos de un mismo pan. Y por eso dice San Agustín
que instituyo Cristo este Sacramento debajo de especies de pan y de vino,
para denotar que como el pan se hace de muchos granos de trigo que se
unen en uno, y el vino de muchos granos de uvas, así de muchos fieles que
comunican y participan de este Sacramento se hace un cuerpo místico.
San Juan Damasceno compara este santísimo Sacramento a aquel
carbón o brasa encendida con que uno de los serafines purificó los labios
del Profeta Isaías (6, 6). y quitó todas sus imperfecciones Así, dice, este
manjar celestial por estar unido con la divinidad que es fuego consumidor
(Deut., 4, 24), consume y purifica todas nuestras imperfecciones y
maldades, y nos llena de dones y bienes espirituales. Finalmente, éste es aquel gran convite del Evangelio, en el cual mandó Dios decir a los
convidados (Mt., 22, 4): [Ya he preparado mi convite; mis terneros y
cebones están muertos, y todo a punto]. Diciendo que todas las cosas están
a punto y preparadas, da a entender que aquí en este sagrado convite
tenemos todas las cosas que se pueden desear. Y así dice el Profeta David
de este manjar (Sal., 67. I I): [Preparaste, Dios, con dulzura al pobre]. No
dice qué es lo que nos preparó, porque es tan grande el bien que allí se
encierra, que no se puede con palabras explicar.
Con mucha razón exclama la Iglesia. «¡Oh sagrado convite en el cual
recibimos a Dios!» El mismo nombre de convite nos dice la alegría y
contento y la abundancia y hartura que hay en él. «Oh sagrado convite, en
el cual se nos refresca la memorial de su Pasión; de aquel exceso de amor
con que Dios nos amó, entregándose por nosotros a la muerte, y muerte de
cruz!» «Oh sagrado convite, en el cual nuestra alma se harta y queda llena
de gracia!» «Oh sagrado convite, en el cual se nos da una prenda de
gloria!», y tal, que no es cosa distinta de los que nos han de dar después,
como lo suelen ser acá las prendas, sino el mimo Dios, que ha de ser
nuestro premio y galardón, se nos da por prenda en este soberano convite;
salvo me aquí nos sirven a plato cubierto, y en aquel convite y cena de la
gloria nos servirán a plato descubierto
Pues la excelencia de tan alto Sacramento y la majestad grande del
Señor que hemos de recibir, pide que la disposición y preparación para eso
sea muy grande. Tratando el real Profeta de edificar el templo de
Jerusalén, decía (1 Cron., 29, 1): Grande cosa es ésta, porque no tratamos
de preparar morada para hombres, sino para Dios. Y habiendo preparado
gran cantidad de oro, plata, vasos y piedras preciosas, todo le parecía nada.
Y todo esto era para el templo, donde se había de poner el arca, y en ella el
maná, figura de este divino Sacramento. ¿Pues qué será de la preparación
del templo y morada en que hemos de recibir al mismo Dios en persona,
que tanto había de ser mayor, cuanto excede lo figurado a la figura y lo
vivo a lo pintado?
Y fuera de lo que se debe a la majestad de tan gran Señor, a nosotros
nos importa mucho ir muy preparados para recibir este santísimo Sacramento;
porque cual fuere la preparación y disposición que lleváremos, tal
será la gracia que recibiremos; como el que va a coger agua de la fuente,
tanta coge cuán grande vaso lleva. Y para que se entienda mejor lo que
queremos decir en esto, notan aquí los teólogos que no solamente recibe
uno mayor gracia por el mayor mérito de los actos y buenas obras con que se llega a recibir el Sacramento, que llaman ex opere operantis, sino la
gracia sacramental que fuera de esto da de suyo el Sacramento por privilegio
e institución divina, que llaman ex opere aperato, y es modo de hablar
del Concilio Tridentino, será mayor cuanto mayor fuere la disposición con
que nos llegáremos a él. Porque obra Dios las obras de gracia conforme a
las de naturaleza; y en lo natural vemos que todas las cosas obran conforme
a la disposición que habían en los sujetos; y así el fuego luego se
enciende en la leña seca, mas si no lo está, más tardé se encenderá; de
modo que, según fueren los grados de la sequedad, así será la operación
del fuego. Pues de ese modo es también en este divino Sacramento. Y así
por todas partes nos importa mucho llegarnos a Él muy bien preparados.
EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y
VIRTUDES CRISTIANAS
Padre Alonso Rodríguez, S.J.