CAPITULO 4
De la limpieza y puridad, no sólo de pecados mortales sino
también
de veniales e imperfecciones, con que nos hemos
de llegar a la
sagrada Comunión.
Tres cosas principales trataremos aquí: la primera, de la disposición y
preparación que se requiere para llegar a recibir este divino Sacramento; la
segunda, de lo que hemos de hacer después de haberle recibido y cuál ha
de ser el hacimiento de gracias; la tercera, qué es el fruto y provecho que
hemos de sacar de la sagrada Comunión. Y comenzando de lo primero: la
disposición y preparación que para esto se requiere, es mucho mayor que
para los demás sacramentos, porque cuanto son más excelentes los
sacramentos, tanto piden mayor preparación y pureza para haberlos de
recibir. Y así, algunos sacramentos hay que para recibirse dignamente
basta tener dolor y arrepentimiento verdadero de los pecados, sin ser
necesaria la confesión: mas este divino Sacramento es de tanta dignidad y
excelencia, por estar en él encerrado el mismo Dios, que, además de lo
dicho, pide otro Sacramento por disposición, que es el de la confesión,
cuando precedió algún pecado mortal. De manera que no basta llegarse
con dolor y contrición, sino es menester que preceda la confesión, como lo
determinó el Concilio Tridentino conforme a aquello del Apóstol San
Pablo (I Cor., II, 28): [Pruébese y examínese el hombre a sí mismo, y así
coma de aquel pan y beba de aquel cáliz]. Las cuales palabras declara el
Concilio de esta manera: Que es menester que vaya uno probado y
examinado con el examen y juicio de la confesión. Esta disposición y preparación es necesaria a todos los cristianos so pena de pecado mortal, y
basta ella para recibir gracia en el Sacramento.
Mas, aunque sea verdad que por los pecados veniales y por otras
faltas e imperfecciones que no llegan a pecado mortal, no pierde el hombre
del todo el fruto de este santísimo Sacramento, sino que recibe aumento de
gracia, como dicen los teólogos; pero pierde aquel fruto copioso y
abundante de gracias y virtudes, y otros efectos admirables que suele él
obrar en las almas más limpias y devotas. Porque, aunque los pecados
veniales no quitan la caridad, amortiguan su fervor y disminuyen la
devoción, que es la más propia disposición que para este divino
Sacramento se requiere. Y así, si queremos participar el copioso fruto de
que suelen gozar los que se llegan a comulgar como deben, es menester ir
limpios, no sólo de pecados mortales, sino también de los veniales. Y así,
el mismo Jesucristo nos enseñó esta disposición con aquel ejemplo de
lavar los pies a sus discípulos antes de comulgados, dándonos a entender,
como dice San Bernardo, la limpieza y puridad con que nos hemos de
llegar a este santísimo Sacramento, no sólo de pecados mortales, sino
también de veniales, que es el polvo que se nos suele pegar a los pies.
San Dionisio Areopagita dicen que no sólo de los pecados veniales,
sino también de las demás faltas e imperfecciones pide el Señor limpieza
con este ejemplo: [Exige, dice, exquisita limpieza]. Y trae a este propósito
aquella ceremonia santa que usa la Iglesia en la Misa, de lavarse el
sacerdote las manos antes de ofrecer aquel sacrosanto sacrificio. Y
pondera muy bien que no se lava todas las manos, sino solamente las
extremidades de los dedos, para significar que no solamente hemos de ir
limpios de los pecados graves, sino también de los ligeros y de las faltas e
imperfecciones. Si allá Nabucodonosor mandó que escogiesen niños
puros, limpios y hermosos (Dan., 1,4) para darles y mantenerles de los
manjares de su mesa, ¡cuánta mayor razón será que para llegarnos a esta
mesa real y divina vayamos con gran limpieza y puridad! Al fin, es Pan de
ángeles, y así nos hemos de llegar a él con pureza de ángeles.
Pedro Cluniacense cuenta de un sacerdote, en una parte de Alemania
que llaman de los Teutones, que habiendo primero sido de buena y santa
vida, después vino a caer miserablemente en cierto pecado deshonesto, y
añadiendo pecados a pecados, se atrevía a llegar al altar y decir Misa sin
haberse enmendado ni confesado; que éste suele ser engaño de algunos
que han vivido bien, que cuando les acontece alguna cosa vergonzosa no
se atreven a confesarla ni a dejar de comulgar, por no perder la opinión y crédito que antes tenían: ciégales la soberbia. Quiso Dios castigarle
piadosamente como padre, con una cosa que le hizo abrir los ojos, y fue,
que al tiempo de consumir, teniendo a Cristo en sus manos, se le
desapareció de ellas; y de la misma manera el sanguis se desapareció del
cáliz, quedando aquel día sin comulgar y no poco espantado. Eso mismo le
acaeció otras dos veces en que quiso volver a decir Misa, por ver si Dios
nuestro Señor mostraba la misma señal de indignación con él que la
primera. Y con esto conoció cuán grandes eran sus pecados, y con cuánta
razón tenía provocada contra sí la ira de Dios; y lleno de muchas lágrimas
se fue a los pies de su obispo, y con gran sentimiento y dolor le contó lo
que le había acaecido, confesó con él y recibió de su mano la penitencia
que merecía, de ayunos, disciplinas y otras asperezas, en las cuales se
ejercitó mucho tiempo sin atreverse a llegar a celebrar, hasta que su
prelado y pastor se lo vino a mandar o dar licencia, cuando le pareció que
ya había bastantemente satisfecho a Dios por sus pecados. Y fue cosa
maravillosa la que le acaeció en la primera Misa que dijo: que después de
haber dicho la mayor parte de ella con grandísimo sentimiento y lágrimas,
queriendo consumir, súbita- mente se le aparecieron delante las tres hostias
que antes por su indignidad se le habían desaparecido, y en el cáliz halló
toda aquella cantidad del sanguis, queriendo con esta tan evidente señal
mostrarle el Señor cómo ya sus pecados, eran perdonados. Quedó muy
agradecido a esta misericordia del Señor, y con mucha alegría recibió
también las tres hostias, y de allí adelante perseveró en muy perfecta vida.
Eso caso, dice Pedro Cluniacense, que se lo contó el obispo de Claramonte
delante de muchas personas, Cesario, en sus Diálogos, cuenta otro ejemplo
semejante.
EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y
VIRTUDES CRISTIANAS
Padre Alonso Rodríguez, S.J.